2° Congreso de la LIS: Resolución sobre Palestina y el Estado de Israel

El nuevo gobierno israelí, un revulsivo en toda la región. Más que nunca, defendamos la causa de Palestina

1. En una expresión particular de la polarización política global, en noviembre pasado ganó las elecciones legislativas en el Estado de Israel el Likud: un partido ultraderechista y antipalestino liderado por Benjamin Netanyahu. En el parlamento (Knesset), el Likud se alió con cinco fuerzas ultraderechistas y ultra-religiosas: Shas (sefaradíes), Judaísmo Unido de la Torá (askenazíes), Sionismo Religioso y Poder Judío (racistas y anti-musulmanes) y Alegría (anti-LGBT). Con una mayoría de 64 diputados sobre 120 en total, dicha coalición ultrasionista formó gobierno y designó primer ministro a Netanyahu, por tercera vez en ese cargo.

Esta elección fue la quinta en tres años dada la alta inestabilidad económica y política israelí. Como el gobierno anterior de Yair Lapid aplicó planes de ajuste y agravó la crisis, hubo un voto castigo por derecha. Su partido Hay Futuro, de centroderecha laica, tiene 24 bancas de las 56 opositoras. Otras 18 son de dos fuerzas similares: Unidad Nacional e Israel Nuestra Casa (de origen rusos). Y toda la “centroizquierda” sionista perdió votos y bancas: el laborismo bajó de 7 diputados a 4, las dos listas árabes de 12 a 10 y los socialdemócratas e islamistas quedaron afuera del parlamento al no superar el piso del 3,25%.

2. Entre las acciones y proyectos del gobierno de Netanyahu, cuyo discurso es el más abiertamente fascista desde que en 1948 se creó el Estado de Israel, podemos destacar:

  • Desde que asumió a fin de año hasta el 5 de marzo, las fuerzas sionistas han asesinado a unos 60 palestinos, incluidos 15 menores, en bombardeos a la Franja de Gaza, operativos armados en otros campos de refugiados y desalojos violentos en Cisjordania para seguir anexando territorio palestino.
  • Subordinar la policía al ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ocho veces condenado por incitar al racismo y al terrorismo anti-palestino, que además controla la Guardia Nacional: una fuerza cívico-militar “antiterrorista”. Ben-Gvir propone facilitar el disparo policial de armas de fuego.
  • Se legalizaron nueve asentamientos judíos en Cisjordania, que habían sido declarados ilegales por la Corte, y se prevé construir 10.000 nuevas viviendas para colonos sionistas. Prohibir formalmente a palestinos habitar en ciudades o barrios sólo judíos. Negar permisos de construcción a palestinos y sirios en Jerusalén, Cisjordania, el Neguev y las Alturas del Golán.
  • Se aprobó quitar la ciudadanía israelí o la residencia a quien reciba algún subsidio del gobierno palestino.
  • Someter la Corte Suprema al parlamento: por mayoría simple, éste podría anular fallos o validar leyes que la Corte estime inconstitucionales. Y se eliminaría el cargo de fiscal general, Netanyahu podría nombrar al fiscal del Estado y así eludir su procesamiento por corrupción.
  • Cerrar la emisora pública de noticias Kan.
  • Prohibir las banderas palestinas en universidades u otras instituciones financiadas o subsidiadas por el Estado israelí. Sin estar prohibidas aún, la policía las quita del espacio público.
  • Prohibir toda lista o candidatura electoral “que niegue la existencia de Israel como Estado judío y democrático o apoye el terrorismo” y permitir las listas y candidatos que postulen la supremacía judía.
  • Imponer la pena de muerte a los “terroristas” palestinos, definición que incluye a quien tira piedras contra soldados israelíes armados.
  • Aumentar los subsidios estatales a los colegios judíos, subsidiar eventos segregados por sexo y negarse a que Israel suscriba la Convención internacional de Estambul contra la violencia de género.
  • Gravar las donaciones extranjeras a ONG de solidaridad pacífica con Palestina. Esto perjudicaría a grupos sionistas liberales, mixtos o anti-ocupación: Paz Ahora, Fondo Nuevo Israel, Romper el Silencio, Juntos de Pie, Mirando la Ocupación a los Ojos.

3. Estas medidas y planes en curso del gobierno israelí profundizan una ofensiva reaccionaria que tuvo un hito en 2018, siendo también Netanyahu primer ministro, cuando el parlamento endureció varias de sus llamadas leyes básicas de rango constitucional:

  • Israel se autodefine como el Estado nacional del pueblo judío.
  • El hebreo es el único idioma oficial, ya no el árabe, que antes también lo era.
  • En territorio israelí, sólo los judíos tienen derecho a la autodeterminación.
  • Los asentamientos sionistas ilegales en áreas palestinas son de interés nacional.
  • La capital israelí es Jerusalén entera, lo que viola el criterio de la ONU de que es compartida con Palestina.

Es más: ya desde 2016 la sionista Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) impulsa en todo el mundo una definición tramposa que considera antisemitismo al antisionismo. Así busca acallar toda crítica al Estado de Israel, como lo demuestra por ejemplo en Argentina la querella judicial de la DAIA contra nuestro compañero Alejandro Bodart por sus tuits en repudio al asesinato meses atrás de la periodista palestina Shireen Abu Akleh.

Toda esta ofensiva de la ultraderecha sionista está dirigida contra árabes y palestinos, pero a la vez contra los judíos opositores al sionismo, sean laicos o religiosos. Por caso, semanas atrás rabinos del grupo ortodoxo Neturei Karta -que se opone al Estado de Israel-, tras reunirse con líderes palestinos en Jenín fueron detenidos por la policía israelí. También la policía israelí reprimió a pacifistas judíos que iban en solidaridad a Huwara, ciudad palestina atacada por colonos sionistas, y provocó decenas de detenidos y heridos en una violenta represión a la marcha opositora del 1o de marzo en Tel Aviv.

Por todas estas razones la “solución” de dos Estados contiguos, uno israelí y otro palestino, que coexistan en paz, es una falacia completa: la naturaleza del opresor es siempre someter al oprimido.

4. El Estado de Israel nació a sangre y fuego en 1948, con apoyo de todo el imperialismo mundial y el stalinismo, expulsando a más de 700.000 palestinos nativos, asesinando a unos 15.000, destruyendo casi 500 aldeas, robándoles sus tierras ancestrales y cometiendo un genocidio que continúa hasta la actualidad, al mejor estilo nazi.

Desde entonces les usurpó más y más territorio, confinándolos a Gaza y Cisjordania, zonas de altísima pobreza cuyas fronteras, rutas, agua, electricidad, aprovisionamiento y espacio aéreo están bajo control militar israelí. Israel ha incumplido los Acuerdos de Oslo y más de 30 resoluciones de la ONU, cuya Comisión de Derechos Humanos reconoce explícitamente que el Estado de Israel comete apartheid, es decir limpieza étnica. Lo mismo denuncian las dos principales organizaciones internacionales de derechos humanos: Amnesty International y Human Rights Watch.

Sobre unos 200 países del mundo[1], Israel en superficie ocupa el puesto 148º, en población el 97º y en economía el 30º, pero en poderío militar sube al 18º y en armas nucleares al 6º. Con 180.000 soldados activos y 560.000 reservistas convocables en 48 horas, sus fuerzas armadas abarcan a más del 10% de los 7 millones de habitantes judíos.

Enclave proimperialista hiper-militarizado, teocrático y racista, Israel es además el único Estado del planeta en donde la tortura está legalizada, bajo el eufemismo de “presión física moderada”. Además utiliza la llamada detención administrativa, renovable, para retener a casi 700 palestinos de tres a seis meses sin acusación judicial. En total Israel retiene actualmente más de 4.500 presos políticos palestinos, en general bajo juicio de tribunales militares, incluidos los menores. Con semejante engendro totalitario no hay convivencia ni paz real posible.

5. Las medidas y planes del gobierno ultraderechista están actuando como un revulsivo en todo Medio Oriente, lo que a su vez tiene repercusión global. El propio gobierno de Biden, la Unión Europea, países de América Latina y la Liga Árabe han tenido que emitir declaraciones críticas, preventivas de que pueda comenzar una tercera Intifada palestina. Como primeros síntomas, ya hubo algunas acciones aisladas en respuesta a los ataques sionistas. En particular, una posible tercera Intifada desvela a los países árabes, cuyas monarquías y democracias burguesas en general, salvo excepciones como Argelia o Líbano, reconocen a Israel y tienen relaciones diplomáticas o comerciales.

Desde que la conducción de la OLP-Al Fatah traicionó la causa histórica palestina y reconoció al Estado de Israel en 1993, su desgaste popular no cesa. Todavía gobierna en Cisjordania, donde colabora con la policía israelí, pero desde hace años se niega a llamar a elecciones porque teme su derrota a manos de la islamista Hamas, como sucedió en 2006 en Gaza, o del secular Frente Popular para la Liberación de Palestina, ambos más radicales. Han surgido nuevos grupos combativos, como Guarida del León, el Batallón de Balata o Cueva Negra. La juventud palestina hoy no tiene una dirección política hegemónica, descree por completo de “los dos Estados” y su anhelo legítimo es la liberación de la ocupación israelí.

En cuanto a la población israelí, ya van seis semanas consecutivas de movilizaciones masivas opositoras al nuevo gobierno y sus planes. Las cinco primeras tuvieron eje en Tel Aviv, con hasta 110.000 personas en una ciudad que no llega al medio millón. Hubo banderas palestinas y palestino-israelíes pacifistas, banderines LGBT y pancartas que comparaban al ministro de Justicia Levin con los nazis. La sexta marcha fue el 11 de febrero en Jerusalén, con más de 70.000 personas. Luego, el 13, hubo un paro general ante el inicio del debate parlamentario de la reforma judicial. La ex ministra Tzipi Livni, sionista y antigua aliada de Netanyahu, la calificó así: “Esta locura tiene un nombre: fascismo”[2]. Por su parte, el hijo de Netanyahu acusó a los manifestantes judíos de Tel Aviv de “terroristas que deben ser encarcelados, gemelos de sus hermanos bárbaros palestinos”. La tensión social y política amaga con profundizarse, en el marco de una región de permanente inestabilidad y con una rebelión popular en desarrollo en Irán.

  • La única salida estratégica para lograr una paz genuina y definitiva en toda esta convulsionada región es disolver el Estado genocida y recista de Israel, estableciendo en su reemplazo una Palestina laica y democrática en todo el territorio histórico, desde el río Jordán hasta el Mar Mediterráneo y con capital en Jerusalén, a la que puedan volver los más de cinco millones de palestinos refugiados[3], sobre todo en Jordania, Siria y Líbano, y convivir en paz con la población judia y de otras religiones. Esto solo sera posible si avanza la revolución socialista en toda la región. Entendemos esa futura Palestina socialista como parte integrante de una federación de repúblicas socialistas del Medio Oriente.

El camino para lograr esa salida es la lucha conjunta de la heroica resistencia palestina y de los pueblos árabes de la región, por encima de sus gobiernos cómplices de Israel, más el apoyo de los judíos democráticos antisionistas que están entre quienes hoy se movilizan en Israel contra el gobierno de Netanyahu y la ultraderecha y en ese proceso construir un fuerte partido revolucionario.

En esa perspectiva y en base a la política aquí planteada, desde la Liga Internacional Socialista (LIS) y sus secciones nacionales impulsamos una campaña permanente en solidaridad con la causa palestina y apoyamos las campañas democráticas internacionales como BDS a Israel (boicot, desinversión y sanciones); por la libertad de Georges Abdallah, Ahmad Sa’adat y demás presos políticos palestinos, contra la querella sionista a Alejandro Bodart e iniciativas similares.


[1]    https://datosmacro.expansion.com/paises/israel

[2]    https://www.timesofisrael.com/masses-rally-across-country-against-judicial-overhaul-organizers-claim-over-200000/

[3]    https://www.unrwa.org/ Agencia de Ayuda y Obras de la ONU para los Refugiados Palestinos en el Cercano Oriente