Por Luis García Pérez
Según los acuerdos suscritos en la III ronda de negociaciones, el 6 de julio comenzará la implementación gradual del cese al fuego bilateral entre el ELN y las Fuerzas Armadas. Pactado durante 180 días, el cese al fuego tendrá vigencia plena a partir del 3 de agosto. En este proceso, en su dinámica y resultados se juega el gobierno Petro la casi totalidad de su propuesta de paz total. Sin acuerdo de paz con el ELN esa política será un saludo a la bandera.
Luego del desespero, algo de calma
Durante la campaña Petro afirmó que en tres meses lograría la paz con el ELN. Soñador empedernido, pensaba que con la aureola de haber sido miembro del M-19, blandiendo la espada de Simón Bolívar y adornado con la banda presidencial el ELN vendría a sus pies; a integrarse al régimen y, tal vez, hasta a su gobierno. Luego extendió este sueño a las más grandes organizaciones ilegales, proclamando su política de paz total.
El sueño se convirtió en delirio cinco meses después de la toma de posesión. En medio de los festejos del final de año, casi seguro en medio de la alegría de algunos brindis, desde Brasil, por Twitter, el presidente decretó un cese bilateral con las cinco más grandes organizaciones ilegales (políticas o directamente delincuenciales) incluyendo entre ellas al ELN.
Luego de tres días del anuncio el ELN despertó al presidente declarando que un cese bilateral se firma entre dos y que el ELN ni había sido consultado ni había firmado nada. Se precipitó así una crisis en las negociaciones. Los delegados gubernamentales tuvieron que realizar un arduo trabajo para solucionar esa crisis y volver a encauzarlas.
Durante meses Petro ha presionado para mostrar resultados; salpicando el intermedio de las negociaciones con irritativas declaraciones sobre la relación del ELN con el narcotráfico o que los negociadores no tendrían mando efectivo sobre varios frentes.
Sin embargo, la ausencia de resultados sólidos y significativos no solo con el ELN sino también con el Clan del Golfo, con el Estado Mayor Conjunto de las FARC, con las bandas delincuenciales de Buenaventura, obligaron al gobierno, al mismo Petro y a su Comisionado de Paz, a modificar el discurso, calmándose un poco. El lema de paz total ha sido dejado de lado y se ha convertido en “paz total… o una alternativa razonable”; parodiando al guerrero vikingo Olafo en su grito antes de decisivas batallas.
El ELN, ¿acorralado?
Ningún elemento permite afirmar que el ELN esté acorralado militarmente. Los acuerdos entre Petro y Maduro, en los cuales juega Biden, le restan movilidad en la frontera, pero no lo acorralan. El ELN desarrolla su accionar en muchos territorios del país y, al no ser una guerrilla plenamente centralizada, tiene mucha flexibilidad. Cuenta con una ventaja: no es política del gobierno propinarle duros golpes militares (menos aún contra su cúpula) para presionar la negociación; como sí lo fue del gobierno Santos contra las FARC. El ELN, con su estructura actual, puede durar 100 años (el 4 de julio del 2024 cumple 60), convirtiéndose en una excepción del refrán de que “no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista”.
Pero el ELN está en una encrucijada política. No tiene un programa estratégico alterno y opuesto al de Petro; pues sin declararse defensor del capitalismo –como sí lo hace Petro– tampoco proclama una posición anticapitalista, de lucha por una revolución socialista. Ni siquiera respecto al régimen político las diferencias entre Petro y el ELN son significativas. El ELN no proclama la necesidad de derribar, vía la acción revolucionaria de las masas, al actual régimen político; régimen defendido por Petro. A lo más que llega el ELN es a un galimatías de una supuesta “democracia” apoyada en las comunidades, con capacidad de decisiones sobre problemas puntuales en sus territorios.
Como entidad política el ELN arrastra un gran desprestigio ante enormes masas de las grandes ciudades, similar al que acumularon las FARC antes de salir a la legalidad. En algunos sectores populares y en sus zonas de influencia en territorios periféricos tiene espacio para su accionar por la combinación de algún respaldo con el temor a su accionar armado; del cual huyen las comunidades que dice defender.
¿El futuro? ¡Está por verse!
Es casi imposible pronosticar el desarrollo del proceso. El gobierno hará todos los esfuerzos por “conquistar” al ELN, capturando por lo menos su sigla, como sucedió en su momento con el M-19. Capturar la sigla del ELN significa que, como organización, cese toda acción ilegal y se desarme. Esto generará profundos conflictos en el ELN, en el propio gobierno y entre ambos. Como ejemplo: el cese bilateral no contempla el fin del secuestro y extorsión, uno de los métodos de financiación del ELN. Y estas acciones, de continuar ejecutándose, producirán una lesión muy grave al respaldo que podría tener un proceso de negociación y por tanto al gobierno.
Hay que agregar, de máxima importancia, que el ELN comparte y lucha por el dominio y control de territorio con varias de las muchas organizaciones ilegales; con algunas de las cuales se intenta la paz total. Si esas negociaciones no se sincronizan y se logran acuerdos multilaterales los choques y enfrentamientos pueden arruinar no solo la paz total sino hasta la alternativa razonable.
Por último, muy probable, puede haber sectores del ELN que no tienen pleno convencimiento del proceso de negociación y prefieran “seguir en el negocio”; es decir, mantenerse como organización armada, ilegales, desarrollando las actividades a las que han estado dedicados por décadas.
Desde nuestro punto de vista no somos indiferentes al resultado de este proceso. Por su estrategia, táctica y métodos equivocados consideramos que el accionar guerrillero no ha contribuido al necesario proceso de organización, movilización y lucha decidida democráticamente por la clase obrera y los sectores populares. Por el contrario, lo ha dificultado, dando argumentos a la burguesía para intensificar los aspectos más reaccionarios del régimen político.
El accionar guerrillero siempre ha proclamado un objetivo revolucionario, transformador de la sociedad. El proceso de negociación del ELN con un gobierno y estado burgueses, como lo es el actual con el gobierno de Petro, nunca debería terminar en la integración ni al régimen político vigente y menos aún a ser acólitos de ese gobierno.
El ELN, no solo su dirección sino ante todo la militancia de base y quienes en las organizaciones obreras, populares y campesinas simpatizan con él y en alguna medida respaldan su accionar, debería avanzar adoptando una clara definición programática para la construcción de una alternativa revolucionaria contra el régimen capitalista, por el avance de la lucha contra la dominación imperialista. Así, sólo confiando en la movilización de los trabajadores y desarrollando los mecanismos democráticos de las masas, sin compromisos con ningún gobierno que no nazca de un auténtico poder revolucionario de los explotados y los trabajadores de Colombia, las negociaciones en curso, que pueden llevar a su desmovilización y desarme, ganarían un sentido revolucionario.
Bogotá, 1 de julio de 2023