Cuba: Entrevista a Raymar Aguado Hernández

Raymar Aguado Hernández es un joven activista de la izquierda marxista crítica cubana. Compartimos esta reciente entrevista donde comparte sus puntos de vista sobre la situación en la isla.

Muchos jóvenes que creen profundamente en el socialismo, el antiimperialismo y la descolonización han sido puestos bajo arresto domiciliario y detenidos por el Gobierno cubano en los últimos años. ¿Por qué un Gobierno supuestamente socialista detiene a jóvenes socialistas?

La Revolución cubana significó el punto de giro más importante para la política en Latinoamérica en un contexto de incertidumbre dictado por la «Guerra Fría» y la polarización de la hegemonía del mundo entre dos segmentos digamos que «ideológicos»; aunque sabemos que la pugna siempre fue geopolítica y económica. Durante décadas, el proceso que comenzó en Cuba en 1959 representó para muchos frentes de lucha antiimperialista en la región, un referente harto importante y un emblema.

La Revolución cubana fue vista por casi toda la izquierda mundial como la materialización del sueño de justicia por el que tanto combatió la clase trabajadora y por el que tanto se había sacrificado. Y aunque nunca gozó del apoyo de muchos revolucionarios reconocidos y perdió gran parte de su legitimidad luego del llamado «Caso Padilla», el éxodo Mariel, las denominadas Causa 1 y 2 de 1989; la Crisis de los Balseros y el maleconazo de 1994, llegó al siglo XXI, luego de la caída del llamado «socialismo real» en el este europeo, como el supuesto último bastión de resistencia ante la expansión capitalista y neoliberal.

Es muy triste, pero lo que podemos denominar Revolución Cubana — en mayúsculas y exenta del tono propagandístico doctrinario — en mi criterio, muere en el año 1976, en el que se concretan las bases de la centralización estatista, la sovietización acelerada; se oficializa, luego ser aprobada la Constitución de la República, el papel dirigente del Partido Comunista de Cuba (PCC) y la reducción política a un partido único, así como la investidura presidencial de Fidel Castro, que, aunque siempre tuvo sin mucho secreto el poder político de la Isla en sus manos, asumía un puesto que simbólicamente gozaba de mayor relevancia, dado que duró 32 años en el cargo (como Primer Ministro de la República).

En ese momento transcurría el denominado «Quinquenio/decenio Gris», período de recurrentes censuras y violencia institucional, que tuvo su génesis en el mismo 1959, a través de excesos, separaciones laborales, violación de derechos humanos —el mejor ejemplo, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), que constituyeron campos de concentración forzada para personas cuya proyección no se acomodara al arquetipo del denominado hombre nuevo socialista—, anulación política de sectores de oposición y marcado autoritarismo desde la gestión gubernamental. Es innegable el impacto de la Revolución en la vida cubana, donde muchos sectores sociales desfavorecidos sintieron el beneficio de un proceso que, según Fidel, nacía «de los humildes, por los humildes y para los humildes».

La dinámica nacional cambió por completo durante esos años. Mucho se hizo y se logró en beneficio popular, mucho transformó la Revolución en el seno de un país saqueado y empobrecido durante la Colonia; sentenciado desigual y excluyente en la República. Pero, al unísono, comenzaba a echarse el piso de lo que luego resultaría todo lo contrario. Los ejemplos al respecto sobran, pero muy reveladores son los discursos de Fidel de esos años, sus abusos de poder y su postura antidemocrática, como se puede apreciar en episodios como las conversaciones en la Biblioteca Nacional en 1961, cuya conclusión pasó a la historia con el título de «Palabras a los intelectuales».

Años más tarde llegó el sufrido período especial (1990-1994), momento de total escasez. Producto de la dependencia a las potencias del bloque «socialista», Cuba quedó sumida en un momento que dejó al desnudo la arbitraria gestión económica y productiva por la que la dirección del país había optado. Sin el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), sin la URSS, los aliados comerciales, ni la coloquialmente nombrada «teta rusa», la Isla resultó un escenario de desolación. Ahí fue donde la dirigencia del Gobierno cubano —cada vez más centralizado y totalitario— tomó la funcional y conveniente idea de abrirse a la inversión extranjera, la explotación transnacional, al turismo y a toda una serie de medidas que anunciaban, abiertamente, se transitaba con mayor profundidad hacia un neocapitalismo de Estado. Tal proceso, cuya génesis data del propio 59′, configuraba una nueva reestratificación oligárquica que concluiría en monopolios empresariales en manos de la élite militar.

Los años posteriores demostraron lo lejos que tales medidas se encontraban de lograr un beneficio popular; en cambio contribuyeron, cada vez más al descubierto, a empoderar a una clase dominante en la Isla, donde la división entre la gestión militar y la empresarial resultó inexistente. Cobraron protagonismo en esta área las empresas mixtas, grupos empresariales como GAESA y personajes como Julio Casas o Luis Alberto Rodríguez López-Calleja. De esos años son también los tan debatidos Lineamientos de la Política Económica y Social aprobados en el VI Congreso del PCC, donde el cambio discursivo se hizo muy evidente, así como durante toda la gestión presidencial de Raúl Castro (2006-2018).

Estas dinámicas económicas y de producción ya para los años de normalización de relaciones entre los Gobiernos de Estados Unidos y Cuba, en el período del obamismo, llegaron a cierto esplendor que potenció la propiedad privada, el trabajo por cuenta propia y aún más la inversión extranjera, principalmente en el sector turístico. Esto generó una brecha social mucho más significativa, sobre todo entre las poblaciones cercanas a polos turísticos y lugares de interés, como Varadero, Trinidad o La Habana, y otras regiones más apartadas donde el supuesto «progreso» de esa etapa no llegó ni remotamente. La narrativa de esos años estuvo marcada por la aparente apertura al «desarrollo», a la «prosperidad», y no pocos placebos para el pueblo dejaron el poder político y sus oportunos, para no decir oportunistas aliados, con la típica fórmula romana del pan y el circo, para así fortalecer alianzas que llevarían al surgimiento de emporios comerciales; algunos aún activos.

Asimismo, mientras se invirtieron millones de dólares para la reparación del Casco Histórico de la Habana Vieja y la construcción hotelera en el litoral norte, millones de cubanos sobrevivieron en ruinosas viviendas, ciudadelas multifamiliares, los llamados «llega y pon» y otros tantos en albergues de condiciones inhumanas. Al tiempo que se vendía a La Habana como Ciudad Maravilla y a Cuba como un paraíso turístico en el Caribe, la mayoría de la población cubana experimentó grados de empobrecimiento tremendos y cada vez más aumentaba la diferencia de clase entre específicos sectores beneficiados por estas políticas económicas desiguales y el 99% restante de la población nacional.

Luego llegó Trump a la Casa Blanca con sus 243 medidas coercitivas unilaterales; se hace en 2018 un performance de supuesto cambio generacional en la dirección del Gobierno cubano, ocurre la histórica marcha del 11M en 2019 donde el activismo LGBTIQ+ tomó las calles exigiendo responsabilidad gubernamental, se aprueba una nueva constitución,  en 2020 llega la pandemia de Covid-19, se toman medidas arbitrarias en materia económica que hacen una hecatombe en la Isla, como la llamada Tarea Ordenamiento, se vive una crisis comparable a la de los años 90′, el pueblo pide cada vez más por sus derechos y bienestar, los márgenes de movilidad en Cuba son cada vez más estrechos en todas las áreas, ocurre la protesta frente al Mincult el 27 de noviembre de 2020 y comienza a respirarse un momento histórico diferente. Así llega el 11J y las manifestaciones populares más grandes de la Cuba post 59′, donde el poder político sacó a relucir su acento dictatorial, reprimiendo manifestantes, acosando a toda persona que disintiera y desplegando todo un sistema de violencia política que persiste.

Así llegamos al día de hoy, donde, como muchos de otras filiaciones políticas, jóvenes antiimperialistas, socialistas y descoloniales somos reprimidos, violentados e injuriados por un poder político que dice seguir las ideas de Marx, el socialismo y el antiimperialismo. Pero queda claro como eso no pasa más que por un discurso doctrinario.

Las tantas medidas en detrimento de la clase obrera cubana, la cual se encuentra en un notable estado de precariedad; la explotación humana en que se halla el pueblo trabajador, la apertura a la injerencia de convenientes inversores extranjeros quienes aplican en Cuba sus fórmulas extractivas, el asentamiento de una casta política/militar/empresarial que funciona como dueña del país y amasa cuantiosas cifras, el apoyo incondicional del discurso oficialista a potencias imperialistas y autoritarias de la actualidad como Rusia y China, así como las fórmulas represivas que aplican desde arriba para coactar al pueblo y mantener el poder en un país en ruinas, son claros ejemplos de cómo la política del Gobierno cubano es enemiga del marxismo, del socialismo y de cualquier fórmula anti-hegemónica que no sirva a sus intereses.

El discurso panfletario que venden puede engañar, pero la realidad no, esa existe inobjetable: cualquier persona que se plante en contra de la gestión política que lleva a cabo el Gobierno cubano —la cual es capitalista y totalitaria— es propensa a ser cobardemente reprimida, por mucho que uno sea marxista, abrace el socialismo y condene la política exterior de, por ejemplo, los Estados Unidos.

Como joven socialista en Cuba ¿qué tienes que decir al mundo que cree que debes apoyar plenamente y sin críticas al Gobierno cubano, o que debes abrazar la política hiper-conservadora de parte de la diáspora cubana?

La escena política cubana está demasiado mediatizada y comúnmente resulta un circo de extremos. Es muy recurrente que, dentro de las narrativas imperantes, que son, la oficialista que responde al Gobierno y la presentada como «oposición», que sólo encierra a los sectores tradicionales de la derecha cubana convencional, se termine anulando cualquier posicionamiento que no vaya por estas líneas o que simplemente se asocie, como fórmula de descrédito, al bando «enemigo». En ese sentido la izquierda crítica cubana, es totalmente invisibilizada, ninguneada y cuestionada, al tiempo que reprimida y acosada por el aparato del Estado.

La gran mentira que construyó el poder político, y de herencia soviética, de pintar al Gobierno cubano como socialista o continuadores del legado marxista creó un ambiente de rechazo general ante esta praxis filosófica. Al mismo tiempo, el adoctrinamiento en las escuelas, mediante el que se extendió esa mentira, obligó a muchas generaciones a asociar a Cuba con socialismo, a socialismo con escasez, a escasez con Fidel Castro y a este con Karl Marx; muy similar pasó en la URSS. Eso hizo un daño muy grande. Incluso, en mi caso, rechazo que se me etiquete con categorías como «comunista», porque me recuerda a Stalin o el PCC y a sus múltiples atropellos contra la vida y los oprimidos.

En este sentido, pasa que el Gobierno te dice que «socialismo» es lo de ellos y que la izquierda crítica es la mentirosa que apoya a la derecha, y por el otro lado, la derecha te dice que le hacemos el juego al Gobierno o queremos dejar a Cuba miserable. Nada, todos fallos epistemológicos, violencias culturales y adoctrinamiento. Es muy complejo convivir en este escenario y mantener una postura consecuente a tus ideales, a tus estudios y a tus aspiraciones futuras, a tu idea de país; por eso mucha gente deserta, y luego los encontramos con discursos convenientes ya sea para un bando o para otro. Lo cierto es que la izquierda crítica tiene una tarea política titánica, pues se enfrenta a dos poderes muy grandes, sin tener, siquiera, el 1% de los recursos de los que dispone el neoliberalismo que propone un bando o el estalinismo al que se aferra el otro. Como Paco de Lucía, vamos entre dos aguas.

En este preciso instante, pudiera decir que sufrimos más la violencia gubernamental, creo que de eso no hay dudas, porque de cierta forma es fácil ignorar un poco las injurias que vienen de voceros de la otra parte, pero en momentos anteriores y en posibles escenarios futuros fue y será diferente la historia. La violencia ideológica que se vive en el entramado político cubano, principalmente en los espacios virtuales, es demasiado grande. Esto es muy peligroso, porque toda idea de democracia futura se ve pisoteada y queda simplemente abrazar la ideología del vencedor, como pasa ahora. El adoctrinamiento político es de las cosas más terribles que padece el pueblo cubano en las últimas décadas, venga de donde venga, porque en la mayoría de los casos está sentado en una idea violenta y excluyente, donde el individualismo y la sumisión a un poder ideológico dominante son la clave. Así, las cosas esenciales como el bienestar popular, la conquista de derechos para todos, la horizontalidad y la construcción de un país equitativo donde sus habitantes tengan una vida digna, pasa a un plano fuera del debate.

La exigencia de una militancia sesgada que responda a algún bando u otro es solo un modo de reducir arbitrariamente el espectro político cubano y dejarlo a merced de lo mediático. Existe todo un universo de realidades y militancias más allá de Díaz Canel, el dogma de Fidel y el PCC o de Marcos Rubio, Otaola y la NED. La constante invisibilización que sufren el resto de posturas críticas evidencia que la cuestión no radica en el mejoramiento de la Isla, sino en la disputa del estratégico poder de quién domine a «La llave del Golfo». La izquierda crítica en Cuba no aspira al poder, sino a subsanar una serie de males que azotan nuestra tierra, combatir las desigualdades, luchar contra los autoritarismos y la explotación e intentar, junto a todo el pueblo, conseguir una Cuba más justa.

Nunca podré estar del lado de un Gobierno que reprime a su pueblo, que lo precariza y engorda determinados bolsillos, que vulnera los derechos de la gente, que maltrata y se inventa una historia de justicia social, como tampoco estaré nunca al lado de quienes pretenden hacer de Cuba un paraíso neoliberal, patio de intereses hegemónicos y extractivos bajo los dictados del capital, donde exista una supuesta democracia y un falaz reino de oportunidades mientras lo que es del pueblo, lo goza el propietario. Nunca podré apoyar un proyecto de país donde los derechos de las mujeres no sean atendidos, donde la erradicación del racismo no esté entre los objetivos fundamentales, donde la lucha por los derechos de las disidencias sexo-genéricas no estén entre las prioridades de la agenda, donde los derechos de la mayoría no sea el primer punto en la lista.

¿En qué Cuba me gustaría vivir? Eso no lo tengo muy claro, algunas cosas pudiera comentar. Pero algo que sí sé de sobra es que a la Cuba que aspiro no es la que tenemos ahora y que el poder político impone, como tampoco es la que el otro bando hegemónico vende como lo mejor.

Gran parte de la izquierda mundial elogia a Miguel Díaz-Canel por encabezar una marcha por Palestina en las calles. ¿Por qué se permiten las marchas por Palestina, pero incluso las críticas más básicas están totalmente criminalizadas en Cuba?

El poder político cubano es hipócrita, siempre lo ha sido. Ahí radica una de sus principales herramientas de dominación. Vende al mundo una imagen que no es real, donde supuestamente defienden la justicia y combaten todo acto de violencia. Así engañó durante décadas a gran parte de la izquierda internacional, que accedía a saber de Cuba solo a lo que el Gobierno hacía público. No fue hasta 2018 que aquí hubo acceso a internet libremente, y entrecomillo el libremente porque hay muchas restricciones de tipo económica, tecnológica e incluso trazadas por la censura gubernamental que no permiten el libre tránsito por la web de las personas en Cuba. Desde esa fecha cambió un poco la cosa.

Antes, muy poca información de lo que pasaba llegaba al resto del mundo sin que estuviera supervisada por el poder político, por eso entiendo que muchos alrededor del mundo estuvieran ciegos respecto a lo que acontecía en nuestro país. Ver los documentales que financió el Gobierno sobre hitos revolucionarios como las brigadas Henry Reeve, la Operación Milagro, el apoyo masivo a Fidel, la «alegría» del pueblo cubano, etcétera, daban una imagen muy diferente a lo que no mostraban: el empobrecimiento, la precariedad, las pésimas condiciones de vida, la represión política. Era muy fácil para la izquierda antiimperialista enamorarse de eso, o de Fidel y sus discursos en la ONU, en la cumbre de Río, de su «aura revolucionaria que le pelea al más grande imperio de la modernidad». Todas ideas realmente muy bien maquilladas. Aunque hubo aciertos innegables en la batalla anticolonial, incluso en ruptura con la URSS.

En la actualidad ya quien se deja engañar es por desinformación, oportunismo o ceguera. Hace rato se le quitó la careta al poder totalitario que gobierna en Cuba y se puso en la mesa de debate internacional, incluso desde la izquierda, gracias al trabajo de importantes intelectuales y militantes antiestalinistas. Ahora hay mucho revelado, hay muchos medios de prensa alternativos al Gobierno, que si bien algunos no siempre son fieles a la realidad, otros hacen un trabajo serio y comprometido, más allá de los colores políticos. Incluso, ya el poder político se quedó sin herramientas para justificar sus atropellos, los mantras de siempre, como el discurso de plaza sitiada o último bastión antiimperialista en el mundo, se quedaron cojos y empolvados, y pasaron a ser un medio más de autodesacreditarse.

En el caso del apoyo al pueblo palestino. No es menos cierto que el Gobierno cubano históricamente se ha posicionado junto a varias causas justas, entre ellas la palestina. Esto, ni remotamente lo exime de sus atrocidades y culpabilidad en otros casos, más cuando muchas veces ese apoyo es selectivo, conveniente y queda solo en palabras que encubren su verdadero rostro ante la opinión internacional.  Además del apoyo que en muchos casos se le brindó a otros pueblos o Gobiernos con intereses muy marcados en lo económico o lo político. Un ejemplo claro es el vergonzoso silencio que se hizo luego de la violencia del Gobierno iraní contra su pueblo, principalmente contra sus mujeres que pedían por sus derechos. Ni una voz oficialista condenó los asesinatos y otros tantos crímenes del Gobierno israelí, por el contrario, vemos cómo Miguel Díaz-Canel y otros representantes políticos de la Isla ratifican las «magníficas» relaciones bilaterales. Similar ocurrió luego de la invasión rusa a Ucrania y más recientemente con la criminalización por parte del Estado ruso del activismo LGBTIQ+. Como ciudadano cubano me avergüenzo indescriptiblemente.

Enumerar todas las incoherencias del oficialismo y sus voceros sería desgastante, los ejemplos son muchos, donde, en la muchos de los casos, detrás del bien que pudo hacer o no el Gobierno cubano, subyació una oportuna recompensa. Esto, por supuesto, no se aplica en todos los casos, es innegable la solidaridad de Cuba con otros pueblos, aunque, por supuesto, esto no es mérito de su Gobierno, ni de Fidel, como vende constantemente la propaganda oficialista. Parafraseando a un querido amigo: la violencia interna que legitima el Gobierno cubano no le quita mérito a sus aciertos en política exterior. Esta es una verdad ante la que no se puede estar ciego, pero eso sí, siempre es necesario analizar con lupa.

Aunque soy un comprometido defensor de la causa palestina y condeno diariamente el genocidio que comete el Estado de Israel y sus aliados occidentales contra su pueblo, no asistí a la marcha que me mencionas. Actividades de este tipo las organiza todo el tiempo el poder político con el fin de lavar su imagen ante la opinión internacional. Esa marcha, ridículamente simbólica, mínima e hipócrita, fue organizada por las organizaciones políticas, que en Cuba, son controladas por el Estado, y estuvo vigilada por sus órganos represivos que velaron porque todo lo que aconteciera, encajara de acuerdo al guion que se trazó. Ni siquiera un kilómetro de extensión abarcó esta «marcha», de Calle G hasta La Piragua, por Malecón. Mientras en el mundo, los pueblos, de forma espontánea, y sin organización represiva mediante, marchan durante horas y días y se enfrentan al poder que intenta silenciarlos, en Cuba, el poder político organiza una marcha de pocos minutos, meticulosamente programada, con horario de inicio y final. Lo sentí como una burla; una vergüenza más.

Al tiempo que se marchaba en el Malecón, ya fuera por convicción propia o porque se chantajeó a la gente en su centro laboral o educacional, cientos de personas se encontraban tras una celda, sentenciados injustamente bajo el supuesto de sedición, desorden público o atentado, por manifestarse, reclamando por sus derechos, el 11 de julio de 2021, día en que se vio la escalada represiva más grande de las últimas décadas en Cuba. La izquierda crítica, y en este caso yo, apoyo incondicionalmente la causa del pueblo palestino y condeno con todas mis fuerzas al sionismo y al imperialismo occidental, pero nunca me posicionaré al lado de la hipocresía del Gobierno cubano que dice apoyar a otros pueblos mientras reprime y violenta al suyo.

Aquí me es válido destacar también que muchos activistas opositores al Gobierno han hecho campaña contra cualquier apoyo que desde la Isla se haga a favor del pueblo palestino, alegando que en Cuba hay suficientes problemas como para preocuparse por otros horizontes; aquí obvio a los activistas opositores que apoyan el genocidio, porque ya de por sí es vergonzosa su postura. Contra esa fórmula también estoy. El afán de muchos actores políticos cubanos de creer que el contexto nacional es comparable con el de otros pueblos como el de Palestina, además de infame es criminal. La oposición cubana necesita desprenderse del mito de que Cuba es el ombligo del mundo —por más que Fidel Castro nos haya intentado convencer de lo contrario—, la solidaridad entre los pueblos es una obligación con la justicia.

¿Cuáles son tus exigencias al Gobierno cubano?

Al Gobierno cubano no le exijo nada. Al Gobierno cubano lo combato, como mismo combato y me opongo a cualquier instancia represiva, excluyente y explotadora que exista. Digamos que tengo muchos enemigos, el Gobierno cubano es uno más entre ellos; afortunadamente son más los aliados y mis ganas de hacer el bien.

Entrevista realizada por la página @abolishtheusa cedida por el entrevistado a la Liga Internacional Socialista