Los Juegos Olímpicos se celebrarán en París, del 26 de julio al 11 de agosto. Serán una fiesta…de ganancias para unos pocos. Ya hay medidas represivas y perjudiciales para los trabajadores y el pueblo.
Por Gérard Florenson
A Emmanuel Macron se le ha comparado con Júpiter, el amo del Olimpo… La elección de Francia como sede de los Juegos Olímpicos de este verano 2024, que se produjo sólo 4 meses después de su primera elección, no podía sino alegrarle. Al parecer, organizar los Juegos es un gran honor, una fuente de prestigio para el país y una importante fuente de beneficios para unos pocos, de ahí la comunión nacional que une al Municipio «socialista» de París y al Presidente de la República. Como resultado, la batalla por ganar la decisión es feroz, y los responsables de la toma de decisiones están sometidos a intensas presiones que pueden llegar hasta la corrupción, obteniéndose la retirada de las candidaturas competidoras mediante compensaciones económicas o la promesa de otros eventos de prestigio.
Éstas no son más que maniobras corrientes. Igual de habituales son los escándalos que rodean a las grandes obras de construcción, ya sea por los excesos presupuestarios o por la descarada explotación de los trabajadores, recurriendo las grandes empresas a la subcontratación opaca para disimular que eluden la legislación laboral y las normas de seguridad. La patronal no está menos orgullosa de patrocinar el acontecimiento, cuyo coste será sufragado por toda la población, la inmensa mayoría de la cual sólo seguirá los acontecimientos por televisión y no se beneficiará en modo alguno de las repercusiones financieras.
Pero desde el 17 de septiembre de 2017, fecha de la reunión del COI en Lima que seleccionó la candidatura de París, la situación política y social de Francia ha cambiado y la de Emmanuel Macron se ha deteriorado. El movimiento de los “Chalecos Amarillos”, las huelgas contra los ataques a los regímenes de pensiones, las protestas ecologistas y luego las de los agricultores, que continúan a pesar de la FNSEA, han sacudido al gobierno, que sólo dispone de una mayoría relativa. A esto hay que añadir los reveses en política internacional con el cuestionamiento de Françafrique, el instrumento de dominación del imperialismo francés sobre sus antiguas colonias.
Tras el fiasco del Salón de la Agricultura, tradicional escaparate de la Casa de Francia, el gobierno necesita sacar adelante los Juegos Olímpicos, un duro reto que va más allá de la cantidad de medallas. Además del riesgo de atentados terroristas, teme que manifestaciones que aprovechen el foco mediático perturben las festividades: se los aseguro, habrá policías por todas partes, una ocupación policial de la capital que se traducirá en controles y filtros que inevitablemente tendrán como objetivo a los pobres, los inmigrantes y los considerados marginados. Esto ya ha comenzado con la intención declarada de expulsar de París a los sin techo cuya presencia podría molestar a los turistas que tengan la suerte de asistir a los acontecimientos.
Los ataques contra el París de la clase trabajadora no se detienen ahí. Los habitantes de la capital y sus suburbios van a sufrir un importante aumento del coste de los billetes de transporte, una iniciativa del presidente derechista de la región. Se desalojará a los estudiantes de las residencias universitarias mientras duren los Juegos. Incluso se ha intentado forzar el cierre de librerías instaladas desde hace décadas a orillas del Sena… ¡París debe ser una ciudad limpia, chic, elegante y burguesa!
Las amenazas de huelga en el sector del transporte público preocupan al gobierno, que esta vez no está seguro de la capacidad de las burocracias sindicales para controlarlas. Incluso si éstas pueden ser controladas mediante promesas y llamamientos a no aguar la fiesta, el descontento acumulado desde la derrota del movimiento contra la reforma de las pensiones, que ha tenido un gran impacto en los trabajadores del transporte, y por la pérdida de poder adquisitivo, puede empujar a los empleados a emprender acciones que vayan más allá de la dirección sindical. Esta es también una lección de las manifestaciones de los agricultores, que en parte escaparon al control de los sindicatos.
Por eso el gobierno quiere ir más allá de las restricciones al derecho de huelga vigentes desde hace varios años. Al igual que en otros ámbitos, como la ley antiinmigración, puede apoyarse en la puja de la derecha y la extrema derecha para prohibir o restringir severamente el recurso a los paros en el sector del transporte.
Con todo esto, estamos muy lejos del mundo del deporte, y los Juegos Olímpicos se verán marcados por el uso de los bastonazos.