Solidaridad con Palestina. Por Gaza y todo lo que está mal

Por Mariano Rosa

Desde hace algunas semanas el levantamiento de la juventud estudiantil en solidaridad con Palestina con epicentro en EEUU conmueve. Ese proceso ya se extendió a más países en Europa, América Latina e incipientemente Asia. No se trata de un episodio transitorio, sino de la síntesis de una radicalización por acumulación sucesiva de cuestionamientos y contradicciones de los jóvenes en esta etapa del capitalismo. La violencia estatal, el racismo, la justicia ambiental, la lucha antipatriarcal, la precarización como forma de la vida bajo las condiciones de decadencia del sistema. El genocidio en Gaza opera como detonante humanitario y antiimperialista de esa evolución que lleva varios años. Una Intifada global del movimiento estudiantil. 

Todo empezó en la prestigiosa Universidad de Columbia y en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Allí se levantaron campamentos de estudiantes, acompañados por docentes, que fueron atacados, reprimidos y desmantelados por la Policía en más de una ocasión. Esa violencia actuó como catalizador de decenas de protestas similares en los principales campus de EE.UU. Cada provocación no hace más que amplificar el movimiento en solidaridad con Palestina, contra el financiamiento y apoyo del gobierno de Biden. Pasando los días se fueron sumando países y universidades al movimiento: el Estado Español con decenas de ocupaciones desde la Complutense hasta Valencia y el País Vasco. En Francia arrancó por la mítica Sorbona, pero se multiplicó en Alemania, Bélgica, Holanda y otros lugares. Avanzó en México, Centroamérica y llegó a Brasil, en la enorme USP de San Pablo. Ayer en una importante asamblea interuniversitaria en Santiago de Chile, se votó encaminarse en la misma dirección. Incluso incipientemente en Asia, con Japón a la cabeza, también se empieza a movilizar el estudiantado. El aniversario de la primera Nabka de 1948 este 15 de mayo va a vehiculizar acciones en tantos países que se va a transformar de hecho en una jornada global juvenil contra el genocidio del Estado de Israel sobre Palestina. En nuestra propia Argentina, será el caso de iniciativas de protesta y agitación política, desde Jujuy hasta la Patagonia, pasando por la emblemática Plaza Houssay en Buenos Aires, punto de referencia estudiantil. El reclamo en el país bajo el gobierno pro-sionista militante de Milei es la ruptura de relaciones con Israel y que decanos, rectores, sindicatos, federaciones estudiantiles y centros se pronuncien en el mismo sentido. Con sus ritmos y desigualdades, la entrada en escena de la juventud por Palestina suma desprestigio y repudio mundial a la política de limpieza étnica del gobierno asesino de Netanyahu y sus cómplices en todo el globo. 

Fabricantes de élites 

Que el movimiento arrancara por la ocupación del campus de Columbia también es todo un dato llamativo, sintomático del proceso y preocupante para la burguesía yanqui. Se trata de una universidad top, una de las ocho escuelas de la Ivy League. Estas universidades privadas ultraprestigiosas (con enormes presupuestos e ingreso muy selectivo) sirven para formar a la élite del país, pero también son centros de investigación importantes y muy bien financiados. 

En esas casas de estudio se forman cuadros que abastecen el aparato militar estadounidense, como así también los elencos ejecutivos de corporaciones y todo el ecosistema político yanqui. Los vasos comunicantes con el gran capital son numerosos. No hace mucho, la universidad de Yale aceptó 15,3 millones de dólares del ex presidente de Google para financiar el Programa Schmidt sobre Inteligencia Artificial, Tecnologías Emergentes y Energía Nacional. Según datos del Departamento de Educación, alrededor de 100 universidades estadounidenses han aceptado donaciones o contratos de Israel, por un total de 375 millones de dólares en las últimas dos décadas. Es muy potente que los estudiantes que se fueron sumando a las movilizaciones pro Palestina procedan especialmente de universidades selectas, a cuyas autoridades acusan de mantener vínculos importantes con el Departamento de Defensa estadounidense o con el ejército israelí: Columbia, Yale, Harvard, Vanderbilt, Universidad de Nueva York, MIT. A la vez, estas universidades apoyan la investigación de la industria militar y capacitan a los futuros ejecutivos de empresas tecnológicas cómplices. Que la rebelión juvenil internacional, tenga este epicentro es profundamente significativo. El movimiento estudiantil reacciona en las principales usinas científico-técnicas del imperialismo. En EE.UU., en la Sorbona, en Berlín, en la Complutense de Madrid y en Barcelona. Dato de época y punto de partida del cuestionamiento de la universidad de clase pro-capitalista y neocolonial. 

Un nervio sensible del bipartidismo imperialista 

La coyuntura es alarmante para el poder político de las principales potencias capitalistas con este levantamiento estudiantil. De hecho, el régimen estadounidense es profundamente consciente del peligro como caja de resonancia social de lo que activó la juventud en las universidades que se supone aseguran mecanismos de reproducción del sistema: el serio cuestionamiento a uno de los pilares de consenso estratégico burgués en EE.UU. que consiste en sostener al Estado de Israel en su rol de gendarme regional en Medio Oriente y garantía contra la revolución de las masas árabes. Este punto de apoyo interno de política imperialista está minado después de décadas de gozar de buena salud. 

Pero los jóvenes movilizados, no levantan consignas exclusiva y unilateralmente por lo que sucede en Gaza: 

  • Están politizados en torno a temáticas como los asesinatos en masa, el medio ambiente y el racismo. 
  • Es la generación que se fue configurando en las marchas contra los tiroteos en las escuelas secundarias o las huelgas por el clima en las escuelas es la que está gravitando en la toma de los campus.  
  • Fue víctima en 2020 del confinamiento por pandemia y las brutales políticas del gobierno de Trump durante la Covid-19.  
  • Participó en el movimiento Black Lives Matter, durante el cual muchos estudiantes denunciaron la complicidad de sus universidades en el racismo sistémico en EE.UU. 

Es esa radicalización acumulativa la que prendió todas las alertas tempranas en el establishment imperialista, que por eso primero, presionó a las autoridades de las universidades citándolas a declarar al Senado en sesiones con amplísima cobertura mediática para repudiar la acción de Hamas del 7 de octubre y a reprimir con la policía después las primeras ocupaciones. Pero evidentemente la profundidad del malestar juvenil y la politización de miles y miles de ellos explica que estemos ante un movimiento en ascenso desde el corazón de la bestia imperial al resto del mundo. 

Yo veo al futuro repetir el pasado 

Ya son repetidas no solo por el activismo, sino con estupefacción en la prensa burguesa, las referencias al movimiento de tomas estudiantiles en EE.UU. de 1968. De hecho, esas protestas se iniciaron también en Columbia combinando demandas antirracistas, en el contexto de la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Son muchos los análisis que coinciden en afirmar que las actuales ocupaciones tienen una dimensión que no se veía desde los 60. En 1968, el marco social era explosivo en Estados Unidos. Hacía poco que la movilización había logrado importantes triunfos por los derechos civiles (la Ley de Derechos Civiles de 1964, el derecho al voto pleno y el establecimiento de la salud pública universalen 1965) y la guerra colonial en Vietnam (cuya cifra de muertes civiles alcanzó los dos millones) exacerbando todas las tensiones sociales y políticas. En ese contexto, 1968 como el actual 2024 fue un año de elecciones presidenciales, y el también demócrata Lyndon B. Johnson como el actual Biden, siguió adelante con la guerra a pesar de los protestas y tuvo que renunciar a su reelección. Obviamente, el asesinato el 4 de abril de aquel año de Martin Luther King Jr., la principal figura del movimiento por los derechos civiles y el clima de época internacional con el Mayo Francés, terminaron de hacer explotar una revuelta que tomó carácter mundial. El escritor recientemente fallecido Paul Auster, estudiante y activista en 1968 le hace decir a uno de sus personajes en la novela 4321: «Éramos muy conscientes de lo que sucedía en el resto del mundo. Unas semanas más tarde, comenzó la huelga general en París y un cartel decía: «Columbia-París». Ecos del pasado que van pavimentando de carga explosiva este presente de lucha. 

Del centro a la periferia 

La vitalidad del actual movimiento estudiantil radica en la potencia que tiene en el epicentro planetario del capitalismo. Esa dinámica que multplica la onda expansiva de las protestas desde el centro del mundo a la periferia abre una perspectiva de final incierto. Cada vez más hunde sus raíces en EE. UU. y recoge capilarmente empatía social de más y más franjas masivas del pueblo en ese país. Y es un año electoral. Y Biden está complicado. El estudiantado es parte fundamental de su base social como los sectores medios de los que proviene. Pero no es solo Biden el complicado. Es Macron, es el gobierno alemán, es Sánchez del PSOE en España: son el imperialismo yanqui y su espectro de alianzas en Europa, principalmente los que tambalean ante el asedio juvenil. Y se extiende geográficamente con cada provocación represiva, con cada declaración polarizante, con cada respuesta del manual anti-rebeliones que se les empieza a agotar a los que mandan. Esta gigantesca Intifada en curso de la juventud desbarata la idea de que en el mundo solo avanzan nuevas derechas emergentes. Hay otro sujeto social que rivaliza y crece. Porque Palestina no está sola. Y porque no es solo por Gaza y Palestina: es por todo lo que está mal en este mundo de barbarie. Y es ahora.