Rosa Luxemburgo comparte con Antonio Gramsci la fastidiosa distinción de ser la personalidad marxista revolucionaria cuyo pensamiento ha sido más distorsionado en la historia.
Esta es una razón más por la que los trotskistas consecuentes, únicos continuadores del marxismo revolucionario, reivindican su pensamiento y acción a gritos a todos los medios revolucionarios, a los reformistas (como los que animan la llamada Fundación Luxemburgo) y también a los herederos de los instigadores de su asesinato, que se atreven, sin vergüenza, a apropiarse de su nombre para sus fines contrarrevolucionarios. “Fuera las manos de la Rosa roja” que murió por la revolución socialista internacional.
Por Franco Grisolia
La joven Rosa
Rosa Luxemburgo nació en Zamosc, una ciudad polaca cerca de Lublin, en 1871 en una familia de clase media de comerciantes judíos laicos cultos.
Desde finales del siglo XVIII (excepto la breve era napoleónica y las revueltas de 1830-31 y 1863-64) la mayor parte de Polonia estuvo bajo el imperio zarista con el nombre de Reino de Polonia, cuyos elementos de autonomía eran, sin embargo, cancelados progresivamente tras el fracaso de las dos revoluciones nacionales (partes más pequeñas pero significativas estaban bajo el dominio de Alemania y Austria).
Tras mudarse con su familia a Varsovia cuando era niña, se unió a la organización marxista revolucionaria clandestina “Proletariado” a los 16 años, siendo estudiante secundaria.
Amenazada por la represión del régimen zarista, tuvo que huir al extranjero en 1889. La fuga tiene un aspecto novelesco. De hecho, para cruzar ilegalmente la frontera con Alemania, Rosa se escondió en el carro de paja de un campesino. La ayuda le había sido proporcionada por un sacerdote de un pueblo fronterizo a quien un compañero del partido le había hecho creer que la joven judía quería convertirse al catolicismo, pero su familia se lo impidió; por lo que sólo pudo hacerlo libre en Alemania.
Tras llegar al extranjero, Rosa se traslada a Zurich, donde vive modestamente gracias a la ayuda de su familia. Se inscribió en la facultad de Filosofía de la universidad, pasando dos años después a Ciencias Políticas, en la que se graduó, un poco tarde por sus compromisos políticos, pero con máxima nota y honores, en 1897.
En la ciudad suiza, uno de los centros de inmigración política revolucionaria, conoció y colaboró con muchos líderes marxistas en el exilio, esencialmente del Imperio ruso. Entre los “mayores” están Plejánov, Axelrod y Vera Zasulich, que publican la revista Iskra (Chispa). Entre los jóvenes, los polacos Karski (nombre real Marchlevsky), Warski (Warszawski) y el judío ruso Parvus (Gelfand) se convirtieron en sus compañeros y amigos. Pero el encuentro fundamental fue el del joven judío lituano Leo Jogiches, tres años mayor que Rosa, quien a partir de entonces sería su compañero personal hasta 1907 y su compañero político hasta su muerte.
La cuestión de la autodeterminación
En 1890, de la unificación de “Proletariado” con otras organizaciones socialistas, nació formalmente el Partido Socialista, que sin embargo no logró establecer una estabilidad unitaria. Comoen 1893 el ala más consecuentemente revolucionaria del PSP rompió con el partido y dio vida a la Socialdemocracia del Reino de Polonia (entonces Polonia y Lituania con la adhesión del grupo liderado por Félix Dzierzinsky, futuro jefe de la Cheka). Rosa Luxemburgo es, aunque sea extranjera, la principal teórica que inspiró la línea del nuevo partido. La Socialdemocracia de Polonia se distingue del resto de los socialistas polacos principalmente por una cuestión específica: la nacional. De hecho, mientras el PSP estaba firmemente a favor de la unidad y la independencia de Polonia, asumiendo las posiciones de Marx y Engels y de la Primera Internacional, Rosa y su partido las consideraban históricamente superadas y devenidas objetivamente social-patrióticas.
Rosa Luxemburgo fue delegada de su partido al Congreso de la Segunda Internacional que en agosto de 1893 tuvo lugar en Zurich y fue el último en el que participó el viejo Engels. Pero su mandato fue impugnado por el PSP y por los partidos socialistas de las zonas polacas de Austria y Alemania, y de hecho fue anulado con una decisión apoyada con el peso de su prestigio por Plejánov y Engels (que no consideraban para nada superada su posición favorable a la independencia polaca). Pero su informe sobre la situación del movimiento socialista en Polonia y sobre las posiciones contrapuestas fue publicado y también se le concedió el derecho de intervenir como participante no delegada.
En cambio, en el siguiente congreso de la Internacional, celebrado en Londres en 1896, se aceptó su mandato y Luxemburgo presentó una moción contra la demanda de independencia polaca, que fue rechazada por una amplia mayoría mientras se aprobaba una moción del PSP a favor de dicha independencia.
El texto que expresa más plenamente la posición teórica de Luxemburgo y sus compañeros en el Partido Socialdemócrata Polaco (sobre todo Jogiches, Karski, Warski y Radek) fue Polonia independiente y la causa obrera, escrito por ella en 1895.
Luxemburgo se mantuvo fiel a esta posición contra la autodeterminación de Polonia y de las demás nacionalidades del Imperio Ruso durante toda su vida, proponiéndola en los foros internacionales del movimiento socialista y en diversos textos, desde La cuestión polaca en el congreso de la internacional (1896)hasta su borrador de texto La revolución rusa, escrito en prisión en 1918 y que nunca publicó.
Un ejemplo significativo de la rigidez de los socialdemócratas polacos se demostró en 1903. Fue el año en que tuvo lugar el II congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Fue aquel en el que la escisión se produjo primero con los “economistas”, luego con el Bund (Unión de Lucha de los Trabajadores Judíos), tras la más conocida entre bolcheviques y mencheviques. Como era un congreso de un partido de todo el imperio ruso, la socialdemocracia polaca debería haber participado plenamente en él y fusionarse en el nuevo partido, pero como todos los demás participantes apoyaron el derecho a la autodeterminación nacional de los distintos pueblos del imperio, luego de su inicio en las comisiones la delegación polaco-lituana decidió por unanimidad abandonar el congreso. Como resultado, llegamos a la extraña situación en la que en un partido ruso unificado (o en una de sus fracciones públicas) participaban mayormente letones y georgianos, que estaban por la autodeterminación de sus naciones, y polacos y lituanos, que estaban contra la autodeterminación de sus naciones. Esta situación terminó formalmente en 1906, pero, dadas también las divisiones de los rusos, volvió a constituir la situación real a partir de 1908.
En esencia, la posición de Luxemburgo y los socialdemócratas polacos y lituanos era que el desarrollo de la economía capitalista había dejado obsoletas las posiciones que reivindicaban la autodeterminación y la independencia de países capitalistas relativamente desarrollados e integrados en una economía nacional más amplia, como de hecho Polonia. (y Lituania, pero por consecuencia lógica también Ucrania y Letonia) y, un ejemplo que Luxemburgo utilizó ampliamente en su polémica, en particular contra Lenin, Irlanda, cuya independencia fue considerada por Rosa como una total utopía. Sobre esta base, Rosa creía que plantear el problema de la independencia significaba dividir a los trabajadores sobre bases nacionales y subordinar a los trabajadores de la nación más pequeña a su propia pequeña burguesía.
Lenin discutió ásperamente con Rosa Luxemburgo sobre esta cuestión en muchas ocasiones y resumió sus críticas en particular en el texto Sobre el derecho a la autodeterminación de las naciones, escrito y publicado en los primeros meses de 1914, poco antes del estallido de la guerra mundial. En él, al tiempo que reafirmaba la solidaridad con los socialdemócratas polacos contra los socialnacionalistas del PSP, criticaba duramente la posición de Luxemburgo, explicando que no era la exigencia del derecho a la autodeterminación lo que le hacía el juego a la burguesía nacional de la nación oprimida, sino precisamente la posición opuesta, que, objetivamente, expresaba un apoyo no deseado a la burguesía de la nación dominante. Subrayó que la posición abstracta no era la de los marxistas rusos (y letones y caucásicos) por el derecho a la autodeterminación hasta la separación, sino exactamente la opuesta; y además, que el derecho a la autodeterminación fortaleció la posición de los partidos proletarios en la nación oprimida en contraposición al nacionalismo burgués y pequeñoburgués.
Está claro, en un balance histórico, que la posición de Rosa Luxemburgo estaba equivocada y la de Lenin era correcta. Pero es importante recordar dos cosas. La primera es que, por dura que sea, esta discusión se desarrolló en el contexto del marxismo revolucionario consecuente (“ortodoxo”, como se llamaba entonces) y con la claridad polémica que caracterizó el debate entre marxistas de la época, a diferencia de las hipocresías actuales. En segundo lugar, que más allá de sus diferencias, Lenin y Rosa coincidieron en el hecho de la necesaria diferenciación total del partido proletario revolucionario no sólo del nacionalismo burgués sino también del nacionalismo pequeño burgués más radical. Esto es tanto más importante hoy en día cuanto que muchos autodenominados “comunistas” o incluso “trotskistas” dan o han dado licencia de comunistas a movimientos pequeñoburgueses radicales como el IRA irlandés, la ETA vasca, las diversas organizaciones de la OLP palestina. o incluso a un Bonaparte “progresista” como el venezolano Chávez.
La cuestión colonial y la disolución del Imperio Otomano
Es necesario subrayar que la posición de Rosa Luxemburgo se refería a países relativamente avanzados insertados en otros países, como Polonia, Irlanda, Ucrania, etc.
No afectó en modo alguno a los países coloniales, sobre cuyo derecho a luchar por la independencia Luxemburgo no puso ninguna objeción, apoyando abiertamente las posiciones revolucionarias anticolonialistas en el debate de la Internacional.
Pero no sólo eso. Incluso en cuestiones que se referían a situaciones “intermedias”, Rosa adoptó posiciones favorables a la independencia nacional de las nacionalidades oprimidas.
Esto se vio en el debate que se desarrolló en 1896 sobre la llamada cuestión oriental. La cuestión se refería principalmente al destino del Imperio Otomano. Marx y Engels se habían opuesto, en particular desde la guerra de Crimea (1854/56), a las hipótesis de disolución del imperio otomano, porque pensaban que los Estados que se derivarían de él, en particular los eslavos, pero no sólo, quedarían subordinados a la Rusia zarista, considerada la potencia más contrarrevolucionaria, y se convertirían en sus instrumentos contra la revolución europea. La socialdemocracia internacional, y en particular la alemana, se había mantenido fiel a esta posición (este fue, de hecho, el caso de Engels, que había muerto en 1895). En realidad, al inicio de los años ’50, también considerando la victoria del partido antirruso en la entonces pequeña Serbia, Marx y Engels habían expresado una posición diferente, abogando por la disolución del Imperio Otomano al menos en Europa y por el establecimiento de una federación balcánica independiente. Luego, la recuperación del poder por parte de los prorrusos en Serbia y la consolidación del Estado ruso y sus actitudes agresivas habían llevado a Marx y Engels a abandonar (con razón o sin ella no es un elemento de debate aquí) esta posición y asumir la antedicha. Así, a finales de siglo, las posiciones de principios de los años ’50 quedaron olvidadas y desconocidas, y Engels nunca volvió a mencionarlas.
En 1896 estalló una revuelta anti-turca en la isla de Creta (que, como todas las islas del Egeo y el actual norte de Grecia, estaba bajo dominio otomano).
Rosa Luxemburgo escribió un artículo (La socialdemocracia y las luchas nacionales en Turquía)que proponía cambiar la antigua posición y apoyar el derecho a la independencia de los estados balcánicos y también de los armenios y con ello la disolución del Imperio Otomano. Sostenía, en resumen, que este proceso ya estaba en marcha y que la liberación de las naciones balcánicas permitiría su desarrollo económico y social y alentaría el crecimiento del movimiento socialista. Además, identificó que Rusia ya no era el adversario histórico de Turquía y que la independencia podría liberar a los pueblos eslavos de los resabios de confianza en el gran imperio eslavo del norte.
El viejo Wilhelm Liebknecht (padre de Karl) argumentó en su contra, junto con Bebel, fundador y máximo líder de la socialdemocracia alemana y su ala marxista “ortodoxa”, defendiendo la tradicional posición pro-turca.
Pero tanto Kautsky como Berstein intervinieron en su apoyo (en su última batalla como marxista revolucionario antes de pasarse al revisionismo).
Al final la discusión terminó sin ganadores aparentes, porque no hubo votación formal ni en el SPD ni en la Internacional, pero de hecho a partir de ese momento el socialismo internacional abandonó su antigua posición pro-turca. Rosa Luxemburgo, con sólo 26 años, había ganado su primera gran batalla internacional.
La lucha contra el revisionismo
En esos años Rosa dejó Zurich para trasladarse, con Jogiches, a Berlín, donde obtuvo la ciudadanía alemana gracias a un matrimonio “blanco” con un joven compañero alemán, y se unió al SPD. En los años siguientes participó en la vida interna del partido como líder de su izquierda, sin dejar de ser una líder de la socialdemocracia clandestina polaca y en este doble rol participó en las actividades de la Internacional. Fue redactora de varios periódicos del SPD (que contaba con varios periódicos locales además del órgano nacional Vorwärts), expresiones de federaciones en manos de la izquierda y luego profesora de Economía en la escuela central del partido.
Apenas llegada a Alemania se integró plenamente en lo que se llamó “Bersteindebatte”.
A fines de 1896 Berstein comenzó a publicar una serie de artículos bajo el título Problemas del socialismo en la revista teórica más importante del partido y del movimiento socialista internacional, Die neue Zeit. En ellos, partiendo de una crítica exasperada a la vigencia actual de las posiciones teóricas de Marx y Engels, llegó a cuestionar las perspectivas revolucionarias del socialismo. Sin poder desarrollar aquí plenamente los elementos del pensamiento revisionista de Berstein, decimos que abandonó la perspectiva de la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Creía posible un desarrollo gradual y pacífico hacia el socialismo, con conquistas lentas y progresivas dentro del Estado democrático (“programa mínimo”), también en alianza con sectores de la burguesía democrática, que según él aceptaría un desarrollo social progresivo. Además, el objetivo final de la socialización de los medios de producción se convirtió para él en una perspectiva vaga, del todo lejana e hipotética. Por eso, en el volumen de 1899 que desarrolla plenamente su pensamiento revisionista y reformista, Los presupuestos del socialismo y las tareas de la socialdemocracia,Berstein lo resumió en un concepto claro: “El objetivo final del socialismo es nada, el movimiento hacia este objetivo es todo”.
A partir de 1897 el ala marxista revolucionaria, entonces mayoritaria en el partido, reaccionó y comenzó así el “debate Bernstein”. Parvus, Kautsky, Bebel y otros lo atacan. Pero la más clara es Rosa Luxemburgo.
En el congreso del SPD de 1898, donde Berstein se encuentra en clara minoría, le respondió, entre aplausos, al revisionista de esta manera: “La clase obrera no debe situarse desde el punto de vista decadente del filósofo: ‘El objetivo final para mí no es nada, el movimiento lo es todo’; más bien, al contrario: el movimiento como tal, sin relación alguna con la meta final, el movimiento como fin en sí mismo no es nada para mí, la meta final lo es todo para nosotros” (ésta es la gran Rosa que miles de “intelectuales” sinvergüenzas ignorantes nos presentan en Italia y en todo el mundo como movimientista para encubrir con su gran nombre su reformismo antimarxista).
Rosa expresó la respuesta general a Berstein y a cualquier tipo de revisionismo o gradualismo en 1899 de la manera más completa en uno de sus textos más importantes, que tiene un título que en sí mismo es una declaración de principios contra cualquier revisionismo, reformismo o gradualismo: ¿Reforma social o revolución? En él destruye las posiciones contrarias tocando todos los puntos políticos principales de sus posiciones o propuestas, reafirmando la validez absoluta de la perspectiva revolucionaria. Para tomar una frase clara:
“[…] las relaciones políticas y jurídicas construyen entre la sociedad capitalista y la socialista una barrera cada vez más alta. El desarrollo de reformas sociales y la democracia no rompen esta barrera, sino que, por el contrario, la endurecen y fortalecen. Sólo puede ser derrocada por el martillazo de la revolución, es decir, por la conquista del poder político por el proletariado”.
Una concepción que no puede ser más clara y que posteriormente se verá reforzada por la lucha contra la implicación gubernamental, o incluso el apoyo externo, a los gobiernos burgueses de “izquierda”, que, por otra parte, la propia Internacional socialista condenó inicialmente, aunque no en los términos claros con que se expresa Rosa: “Un partido socialdemócrata es por naturaleza un partido de oposición, como partido de gobierno sólo puede avanzar sobre las ruinas del Estado burgués”.
Rosa y los bolcheviques
Como ya hemos dicho, la delegación polaca inicialmente abandonó el congreso unificado del partido ruso sobre la cuestión de la autodeterminación. El congreso marcó, en particular, la ruptura política entre bolcheviques y mencheviques (aunque durante un período el partido permaneció formalmente unido). Aunque formalmente fuera del partido ruso, Rosa Luxemburgo intervino poniéndose del lado de los mencheviques, considerando que la posición de Lenin era ultracentralista. Escribió sobre esto un largo artículo, Problemas organizativos de la socialdemocracia rusa;en él no rechaza el concepto de partido de vanguardia sino una visión, que cree propia de Lenin, que centraliza todo en el partido o más bien en su comité central (Lenin rechazó con razón esta interpretación de sus posiciones) y no incluye el papel propositivo del desarrollo del movimiento de masas. Una frase de su texto concentra, en mi opinión, sus diferencias con Lenin: “Los errores que comete un verdadero movimiento obrero revolucionario son, a nivel histórico, inmensamente más fructíferos y más preciosos que la infalibilidad del mejor comité central”.
La trágica historia del movimiento obrero durante los próximos cien años demostrará que (¡desafortunadamente!) Rosa estaba equivocada; entendida y aplicada dialécticamente, como lo hizo Lenin, su posición era correcta.
Para muchos partidarios de la “leyenda rosa” (¡no roja!) la historia termina aquí: Rosa Luxemburgo “la democrática” se opuso a Lenin “el autoritario”.
Pura fantasía demagógica oportunista. A partir de 1905 Rosa Luxemburgo se acercó a los bolcheviques y a partir de 1906 hubo una alianza total, sobre todo desde el momento de la entrada de la socialdemocracia polaca en el partido ruso unificado (porque, poco conocido, en 1906 todas las diversas facciones nacidas de la escisión de 1903 se reunificaron en un solo partido). Fue en plena Revolución Rusa cuando, como veremos, Luxemburgo rompió con los mencheviques por su oportunismo y se alió con los bolcheviques. De hecho, en 1906, apenas salió de la cárcel de Varsovia, Luxemburgo viajó a Finlandia, donde durante varios días se reunió con Lenin para comparar mejor sus posiciones y salió declarando su total acuerdo con la política de los bolcheviques. Al año siguiente protestó contra quienes recordaban su apoyo a los mencheviques en 1903, declarando que eran posiciones absolutamente obsoletas del pasado. De nuevo en 1911 reafirmó su apoyo político a los bolcheviques. Sólo en los años y meses inmediatamente anteriores al estallido de la guerra mundial se distanció en parte, no a nivel político, sino a nivel organizativo. De hecho, apoya la perspectiva de reunificación de todos los socialdemócratas rusos, impulsada por la Internacional y, entre los rusos, principalmente por Trotsky.
En el plano de la organización del partido, en cualquier caso, contrariamente a los mitos de los reformistas y espontaneístas, Rosa es absolutamente centralista. De hecho, en la gestión práctica de la socialdemocracia de Polonia y Lituania es ciertamente más rígida que Lenin. Esto se puede comprobar en la ruptura con una minoría de su partido, debida a problemas esencialmente organizativos (en los que los divisionistas apoyaban posiciones menos centralizadas, aunque todavía dentro del marco del centralismo democrático). En esta ruptura (en la que la minoría estaba encabezada por dos líderes importantes como Haneki y Radek) tiene una durísima polémica con sus adversarios, sin comparación con las, aunque duras, propias de Lenin (que entre otras cosas, en este ocasión defiende a las minoritarias).
En el fuego de la revolución
En 1905/06 se desarrolla la primera revolución rusa. El 22 de enero (9 según el antiguo calendario ruso) hay una manifestación masiva pacífica de los trabajadores de Petersburgo que quieren ir al palacio imperial a presentar (por cierto instrumentalmente) una petición al zar, solicitando sus derechos sociales y políticos. El ejército abre fuego y hay cientos de muertos. Un incendio revolucionario se extendió entonces por todo el Imperio ruso. Manifestaciones, huelgas, levantamientos locales (el más importante en Moscú en otoño), se desarrollaron por primera vez los soviets.
Rosa va primero a Cracovia; ciudad polaca dependiente de Austria, pero con semiautonomía, desde donde la Dirección del SDPL dirige la acción de sus militantes. Luego llega clandestinamente a Varsovia. Trabaja por la realización de una huelga general, oponiéndose a la acción terrorista-guerrillera del Partido Socialista Polaco, que llama a una insurrección armada popular, que no se materializará.
En marzo de 1906 fue arrestada junto con Jogiches. Fue puesta en libertad provisional en junio, con el pago de una importante fianza, pagada por el SPD alemán, que hizo una importante campaña de presión para que la autoridad alemana interviniera ante la rusa para su liberación. Después de la liberación viaja a Finlandia, como ya hemos visto, para encontrarse con Lenin, con quien coincide, en particular contra los mencheviques, en casi todos los problemas. Por cierto no se queda en Rusia esperando el juicio y regresa a Alemania y a su batalla en el SPD. Jogiches fue condenado en enero de 1907 a ocho años de trabajos forzados y reclusión perpetua en Siberia. Sin embargo, logra escapar casi de inmediato y también regresa a Alemania.
En este momento termina su relación personal con Luxemburgo (la relación política, muy estrecha, durará hasta su muerte). Luego, Rosa se involucra con el hijo de su amiga Klara Zetkin. Klara Zetkin (nacida en 1857) fue, después de Rosa, la principal líder de la extrema izquierda del SPD y, junto con la esposa de Kautsky, Luise, su mejor amiga. También estuvo involucrada en la primera fila (a diferencia de Rosa) del movimiento de mujeres socialistas en Alemania e internacionalmente (en 1907 fue elegida secretaria de la Oficina Internacional de Mujeres Socialistas). Su hijo pequeño tenía 22 años, 14 años menos que Luxemburgo; después de todo, Zetkin se había casado, tras la muerte de su primer marido, con un artista, 18 años menor que ella. Estos aspectos personales de Rosa son, a juicio de quien escribe, parte integral de la figura de la gran revolucionaria. Rosa, como Zetkin, no era, como a veces se la presenta, una Virgen Roja (así como Lenin o Trotsky no eran un Jesús Marxista). El amor, el sexo, las vacaciones (a veces para Rosa en Italia), la literatura, los teatros y los conciertos formaron parte de su vida y marcaron su naturaleza. Rosa tenía entre sus pasiones la botánica (se conocen algunos de sus textos breves sobre el tema) y también la pintura, en la que no destacaba, pero tenía buenas habilidades.
La revolución permanente
En 1907 tuvo lugar en Londres el V congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Participan todas sus fracciones y componentes nacionales. El número de militantes representados es enorme, alrededor de 150.000, pero se refieren a la situación aún revolucionaria de 1906 (en los siguientes años de represión disminuirían drásticamente). Los bolcheviques son los más fuertes con casi la mitad de los delegados. En muchas cuestiones los polacos y lituanos, encabezados por Luxemburgo, los apoyan. El punto central es el balance de la revolución y las perspectivas de su desarrollo futuro. El congreso critica la política del Comité Central saliente, dominado por los mencheviques, como oportunista. Por ejemplo, se condena la consigna del “ministerio responsable” de la “Duma (parlamento zarista elegido con mil limitaciones, en particular subestimando el voto de los obreros y campesinos) como órgano de poder”, la alianza con los liberales burgueses del Partido Constitucional Democrático (llamado Cadete por sus siglas). Rosa se volvió totalmente hostil a los mencheviques porque ellos sostienen, partiendo del concepto de que la Revolución Rusa, dado el carácter semifeudal del Imperio, que es y será burguesa, por tanto la tarea de los socialistas era apoyar a la burguesía liberal contra el zarismo.
Lenin y los bolcheviques también creían que la revolución era burguesa, pero notaron la incapacidad de la burguesía para luchar realmente contra el zarismo por una república democrática; por eso el objetivo de los socialistas debía ser la “dictadura democrática de los obreros y campesinos” que con su gobierno habría puesto fin a la revolución democrática y creado las condiciones para una posterior transición al socialismo. La posición más radical fue la apoyada por Trotsky y una pequeña minoría de rusos. Trotsky creía, a partir de las concepciones expresadas por Marx y Engels sobre Alemania en el Discurso a la Liga de Comunistas de 1850, que la revolución rusa debía realizarse como “revolución permanente”, es decir, como una revolución que comenzara en el terreno democrático y podría transformarse sin solución de continuidad en la revolución socialista, lograda por un gobierno obrero y la dictadura del proletariado. Luxemburgo compartió esta posición y de hecho introdujo el concepto preciso de “dictadura del proletariado apoyada por los campesinos”, la fórmula exacta que luego se hizo realidad en octubre de 1917, cuando Lenin modificó la vieja concepción bolchevique y se unió, en el marco del partido bolchevique, con Trotski. No es casualidad que, discutiendo con Trotsky a principios de los años ’30 (es decir, antes de la era de la masacre de los viejos bolcheviques y de las infames acusaciones de los juicios de Moscú), Stalin y Molotov escribieran sobre la teoría “semimenchevique” (sic! absurdo total, en tal caso todo lo contrario) de la “revolución permanente apoyada por Trotsky y Rosa Luxemburgo”.
La huelga general
En el mismo período, Rosa Luxemburgo desarrolló una fuerte batalla contra los oportunistas dentro del movimiento obrero en torno a la cuestión de la huelga general y su significado revolucionario. Hasta la década de 1890, los marxistas habían tenido cierta desconfianza hacia la huelga general (ni siquiera hace falta decir que estamos hablando de algo diferente de lo que se han convertido en huelgas generales limitadas en el tiempo a un máximo de un día, organizadas por las burocracias sindicales hoy en día). Fue bastante objetivo precisamente hacia los anarquistas y sindicalistas revolucionarios. Detrás de la crítica a la socialdemocracia se esconden en realidad dos posiciones. La de los reformistas y centristas subyace en el privilegio de la vía parlamentaria y gradualista, más o menos apoyada por movilizaciones de masas; la de los marxistas revolucionarios que, con Engels, piensan en una revolución en un contexto de crisis política que desemboca en una insurrección, como había sucedido por ejemplo con la Comuna de París (y como sucederá en octubre del 17 en Rusia, pero no en febrero que, al menos en Petrogrado, comenzó con la huelga general). Pero en vísperas del nuevo siglo la situación empieza a cambiar.
Los socialistas lideran huelgas generales de carácter político (como en Bélgica por el sufragio universal). Sobre todo, la experiencia de la revolución rusa de 1905/6 muestra el valor de la movilización revolucionaria de las masas que logra la huelga general. En el movimiento socialista internacional y especialmente en el alemán se están desarrollando tres posiciones. La derecha, con la mayoría de los sindicalistas, sigue oponiéndose con diversos argumentos engañosos. El centro, con Bebel, el gran líder del SPD, está a favor de su posible uso, pero sólo como medida extrema y como una elección estrictamente planificada y dirigida organizativamente por el partido y el sindicato. La izquierda, y sobre todo Rosa, ve en cambio en la huelga general (sin aprobar la concepción milenarista de los anarquistas) algo que puede surgir, incluso inesperadamente, de la radicalización de las masas y transformarse en movilización revolucionaria del proletariado. En el contexto de este debate escribió uno de sus textos fundamentales titulado Huelga general, partido y sindicato. A partir deesta discusión, muchos historiadores y políticos, algunos de ellos abusivamente refiriéndose a un luxemburguismo ficticio, a miles de kilómetros del marxismo revolucionario de Rosa, han tratado de pintar una Luxemburgo “espontaneísta”, en contraposición al “vanguardismo” leninista. Nada más falso.Rosa no sólo no negó el rol de la dirección política y el partido, sino que vio la huelga general no como un desafío general predeterminado para los anarquistas o con objetivos específicos como para los «centristas», sino como la expresión viva del desarrollo de la lucha de clases. Por ello afirmó que “la huelga de masas, como nos muestra la revolución rusa, no es un medio ingenioso ideado para dar mayor eficacia a la lucha proletaria, sino que es el camino del movimiento de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en la revolución”. El esquema de Luxemburgo es el siguiente: huelga general de masas nacida espontánea o semiespontáneamente del desarrollo de la lucha de clases en una situación revolucionaria o semirrevolucionaria, pero preparada por la introducción de la conciencia en los estratos más amplios del proletariado, que en el marco de la la huelga general se habría extendido a toda la clase; necesidad de que el partido diera dirección a la huelga de masas, un partido enormemente fortalecido en la huelga y en el que los propios dirigentes habrían quedado en cierto sentido reducidos a un rol menos importante (está claro que Rosa pensaba en los oportunistas y líderes centristas, no en los revolucionarios); revolución organizada conscientemente con la toma del poder por el proletariado.
Los rusos (Lenin y Trotsky) consideraron este esquema un poco simplificado, pero en el marco de un acuerdo global con Rosa sobre la cuestión de la huelga general. Además, experiencias históricas más recientes, como el Mayo francés del ’68, demuestran la validez general y actual, creemos, de las posiciones de Luxemburgo.
Contra el “centro marxista”
A partir de 1908, con el debilitamiento del empuje hacia la izquierda en el movimiento socialista internacional y particularmente en el SPD de la revolución rusa, se acentuaron las diferencias entre la izquierda “radical” del partido alemán (cuyos principales dirigentes, además de Luxemburgo, eran Klara Zetkin, Karl Liebknecht, hijo del antiguo fundador del partido, fallecido en 1900; Franz Mehring y los polacos Karsky y Radek)) y el llamado “centro marxista” (el viejo August Bebel, Karl Kautsky). La clara ruptura con Kautsky se produce en un punto que puede parecer secundario, pero que en cambio tiene gran importancia para los marxistas revolucionarios consecuentes: el de los objetivos democráticos.
En el marco de una campaña por el sufragio universal en Prusia (el sufragio universal masculino ya existía en el parlamento del Imperio, que era una federación de estados, pero no en todos los estados que lo componen y, en particular, en el más importante, precisamente Prusia) Rosa propone lanzar la consigna de la República para toda Alemania. Kautsky (aparentemente el más izquierdista del “centro”) primero lo aceptó, luego se opuso claramente, considerándolo no central y, sobre todo, arriesgado. Rosa se dio cuenta de que su viejo amigo no sólo era más moderado que ella, como siempre había sido evidente, sino que avanzaba progresivamente hacia el oportunismo. En realidad, el SPD avanzaba cada vez más hacia el parlamentarismo, más allá de las proclamaciones formales de congresos y resoluciones. Incluso el viejo Bebel, en el pasado una gran figura revolucionaria, obrero y teórico marxista, cada vez más preocupado por no debilitar al partido, oscilaba en sus posiciones, pero se acercaba cada vez más a posiciones gradualistas y parlamentaristas (aunque su muerte en julio de 1913 nos impidió verificar concretamente, frente a la guerra, si en él prevalecería el viejo marxista revolucionario o el “centrista”). Otras cuestiones pronto dividieron a Rosa y los radicales de izquierda del centro, ahora a menudo aliados con la derecha, por ejemplo al apoyar las posiciones del SPD de Baden para votar sobre el presupuesto de ese Estado o para apoyar, con algunas distinciones, un aumento del gasto militar sólo porque se combinó con un aumento de los impuestos a la propiedad que afectó a los más ricos. Está claro que esto era absolutamente inaceptable para una líder que, fiel a las posiciones de Marx y Engels, había declarado contra los oportunistas: “Un partido socialdemócrata es por naturaleza un partido de oposición. Como partido de gobierno sólo puede avanzar sobre las ruinas del Estado burgués.”
En 1912, la ruptura entre Rosa y los “radicales de izquierda” con el centro, incluido Kautsky, era completa. Lenin aún no estaba invitado. Vio los escritos de años anteriores, en particular El camino al poder,de 1909, consideró que estos escritos expresaban las posiciones reales de Kautsky y, más allá de pequeños desacuerdos, lo vio como el principal exponente del “marxismo ortodoxo” en la internacional.
Después de la experiencia de 1914 y del repudio de Kautsky a las posiciones revolucionarias internacionalistas, Lenin podrá entonces afirmar… «Ahora odio y desprecio a Kautsky más que a otros: a esta sucia, vil y satisfecha prole de su hipocresía … Rosa Luxemburgo tenía razón: hacía tiempo que ya se había comprendido que Kautsky tenía el ‘servilismo de un teórico’ altamente desarrollado; para decirlo en términos más simples, que siempre fue un lacayo, un lacayo de la mayoría del partido, un lacayo del oportunismo”.
La acumulación del capital
Como hemos visto, además de periodista, Rosa Luxemburgo ejerció como profesora en la escuela central de formación del partido. Allí Rosa impartió lecciones sobre economía política e historia. A partir de esas lecciones desarrolló el pensamiento que la llevó a escribir su obra más compleja: La acumulación del capital. Publicada en 1913, pretende ser una reafirmación y a la vez una puesta a punto de la teoría marxista de la acumulación capitalista. Rosa pensaba que la compleja teoría económica que presenta en este libro no encontraría mayores objeciones entre los marxistas. Y esto es lo que dice al inicio de su próximo texto: Lo que los epígonos han hecho de la teoría marxista (una anticrítica), el texto de respuesta a sus críticos publicado en plena guerra en 1917. Se podría pensar que la esperanza de nuestra autora era un poco exagerada ya que en su libro critica las posiciones de algunos otros marxistas, incluido Lenin. En cualquier caso, su libro recibió críticas generalizadas. Y esto no sólo por parte de la derecha, en particular la alemana, sino también del centro (los dos teóricos austriacos Bauer y Hilferding), pero también dentro de la izquierda consecuentemente revolucionaria (por ejemplo, los holandeses Pannekoek y Lenin). Los temas en discusión eran de gran profundidad teórica y económica y sería absurdo y presuntuoso que quien escribe pensara que podría expresarlos y aclararlos aquí en pocas líneas.
Podemos resumir genéricamente el problema central en estos términos: Rosa Luxemburgo creía que la acumulación de capital era imposible en una sociedad plenamente capitalista y básicamente dividida en dos clases fundamentales: propietarios de los medios de producción y proletarios. Por lo tanto, una vez completado este proceso de capitalización definitiva, el desarrollo capitalista habría entrado en una crisis total. ¿Cómo se había salvado el capitalismo de este destino? Vendiendo el producto excedente y el exceso de capital en países que aún están fuera de la producción capitalista, de ahí el imperialismo. Pero el desarrollo del imperialismo habría llevado a una reducción progresiva de la presencia de estos sectores “no capitalistas” del mundo y por tanto al colapso del capitalismo con consecuencias desastrosas para la humanidad. Sus críticos, tanto revolucionarios consecuentes como centristas (en general de izquierda) no negaron la realidad del imperialismo. Pero no lo vieron como una necesidad absoluta, sino como un medio para que los capitalistas expandieran la acumulación (también posible dentro del marco de una sociedad capitalista avanzada) y con ella las ganancias. Es claro que para Rosa, más allá del valor para ella, como para la mayoría de sus competidores, del debate teórico mismo, su análisis se presentó también como un desafío a los revisionistas y reformistas que, partiendo de una hipótesis de un posible desarrollo ilimitado del capitalismo sacaban la conclusión de la inutilidad de la perspectiva revolucionaria.
Por otro lado, el riesgo de su posición era confiar en una hipótesis inevitable del colapso más o menos inminente del capitalismo, viendo el momento de la revolución allí como resultado de un proceso objetivo.
Naturalmente, ésta no era en absoluto la posición de Rosa, como lo demostró a lo largo de su vida como dirigente y militante revolucionaria. Aquí, de hecho, entra en juego su famoso concepto de “socialismo o barbarie”, visto hoy en un sentido general, pero entonces, para Rosa, más contingente. De hecho, para la gran revolucionaria, cuanto más avanzaba el capitalismo hacia la contracción de los mercados coloniales o semicoloniales, más se desarrollaba el militarismo y más probables eran las guerras por su subdivisión. Y con las guerras, miseria, desempleo, mayor explotación y opresión, la barbarie por cierto. Por eso la tarea del proletariado y sus partidos, unidos internacionalmente, era realizar la revolución contra el capitalismo lo antes posible. Por lo tanto, a partir de diferentes análisis teóricos, Rosa Luxemburgo y los pocos que coincidieron con ella (como Mehring o Karsky) llegaron a las mismas posiciones concretas de los críticos de izquierda, como Lenin, Trotsky o Pannekoek.
Rosa como líder de la Internacional y la cuestión de la guerra
Pero la batalla de Rosa no sólo se desarrolló en el terreno de los tres partidos a los que pertenecía con un rol dirigente (polaco, alemán y, aunque kársticamente, el ruso unificado), sino también a nivel internacional en general, como ocurrió con todos los líderes, con pocas excepciones. Además de varias cuestiones, incluidas aquellas de las que hemos hablado, el principal tema de discusión, en particular en sus congresos, fue el de la guerra.
La situación mundial y en particular la europea, con la confrontación/choque entre las distintas potencias imperialistas por el control de las colonias y el desarrollo de las inversiones, más allá de los deseos territoriales de los distintos grandes estados de finalmente enfrentarse en el terreno, la necesidad de recibir órdenes de la industria bélica, todo esto llevó a creer probable una guerra entre los diferentes imperialismos, si no segura. Reconociendo su carácter reaccionario por todos los posibles contendientes futuros, la Internacional se declaró en clara oposición a esta perspectiva. El momento culminante se alcanzó en el Congreso de Stuttgart de 1907. Aquí se presentó una resolución redactada por Bebel e integrada por los socialistas franceses. Luxemburgo, junto con Lenin y Martov (los dirigentes mencheviques más izquierdistas) presentaron en nombre del partido ruso (entonces, como hemos visto, unido) una enmienda que proponía añadir dos párrafos finales, que aclaraban, aun en términos generales, las tareas de lucha de la clase obrera, sus partidos y sus representantes tanto en caso de amenaza de guerra como respecto de su estallido real. Aquí, el texto:
“Si una guerra amenaza con estallar, es deber de la clase obrera en todos los países afectados, y de sus representantes en el parlamento, hacer todos los esfuerzos posibles para impedirla […]. Sin embargo, si la guerra estallara, tienen el deber de intervenir para ponerle fin lo antes posible y aprovechar con todas sus fuerzas la crisis económica y política creada por la guerra para sacudir a las capas más profundas de la población. y acelerar la caída de la dominación capitalista.”
Los siguientes congresos (Copenhague 1910, Basilea 1912) reafirmaron las posiciones de Stuttgart. Más allá de muchas ambigüedades e indeterminaciones sobre los métodos concretos de acción, lo que en cambio se verificó en 1914 parecía verdaderamente imposible.
El “4 de agosto de la socialdemocracia”
La historia es bastante conocida en general. La abordamos en un artículo publicado en Marxismo Revolucionario N° 10 del segundo trimestre de 2014. Ante el estallido real de la guerra, las resoluciones de los congresos internacionales (y también de los congresos nacionales) contra la guerra se convirtieron en papel mojado. En Alemania, el 4 de agosto de 1914, en la reunión de fracción de diputados del SPD antes de la votación sobre los créditos de guerra, 78 votaron a favor y sólo 14 en contra. Además, la mayoría rechazó la petición de la minoría de votar en desacuerdo y, absurdamente, esta última, en su totalidad, se sometió por “disciplina”. Los franceses (todos ellos, incluidos los viejos revolucionarios radicales y, a nivel sindical, los sindicalistas revolucionarios), que también entraron en el gobierno; los austriacos, la mayoría de los británicos y los belgas.
De los partidos de las naciones involucradas inmediata o rápidamente en la guerra, la mayoría de los rusos se negaron a capitular, excepto la derecha menchevique (Plejánov) y algunos otros, los serbios, búlgaros e italianos (con excepción de Mussolini, también bajo presión de los sindicalistas revolucionarios, que traicionaron a todos).
Pero incluso entre quienes se oponían a la guerra las posiciones eran a menudo moderadas, pacifistas, expectantes, revolucionarias pero inconsecuentes. Sólo los bolcheviques, con poco apoyo internacional, llevaron inmediatamente adelante la consigna de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Fue la aclaración al nivel más radical de la enmienda final a la resolución de Bebel, propuesta y aprobada como vimos en el congreso de Stuttgart de 1907.
La Liga de Espartaco
La misma tarde del 4 de agosto, una decena de dirigentes de la izquierda radical del SPD se reunieron en casa de Luxemburgo. Constatan su aislamiento en el partido frente a la traición de la derecha y la estupidez del centro, que no logró organizar una reunión nacional debido a la desmoralización de los cuadros de la izquierda radical del partido. Finalmente, el 10 de septiembre se publicó una carta contra la guerra firmada por Rosa, Zetkin, Mehring y Liebknecht. En diciembre éste, diputado, votó solo contra los créditos de guerra.
La izquierda radical comenzó a organizarse y en abril de 1915 se publicó la revista Die Internationale, con 9.000 ejemplares. Aunque el artículo principal La reconstrucción de la Internacional es de Rosa Luxemburgo, ya se encuentra en prisión desde febrero, debido a condenas previas por actividad antimilitarista.
Ese mismo año escribió el folleto La crisis de la socialdemocracia, que se publicó bajo el seudónimo de Junius.
Totalmente contraria a la guerra y con posiciones revolucionarias, Luxemburgo no consideraba correcta la fórmula leninista de “transformación de la guerra imperialista en guerra civil”, porque era demasiado radical en comparación con los sentimientos pacifistas de las masas, favoreciendo la consigna de “cese inmediato de las hostilidades” y “paz inmediata sin indemnizaciones ni anexiones”. Así, cuando, por iniciativa del Partido Socialista Italiano, en septiembre de 1915, se reunió en Zimmerwald, Suiza, una conferencia de todos los sectores de la Internacional opuestos a la guerra, desde los pacifistas más moderados hasta los bolcheviques y sus aliados, los delegados del grupo Internacional votaron en contra del documento de Lenin que contenía su consigna de transformar la guerra imperialista en guerra civil, documento rechazado. Mientras que luego se aprobó por unanimidad un texto “de compromiso” elaborado por Trotsky (incluidos por tanto los leninistas), que contiene la fórmula “paz sin anexiones ni indemnizaciones, que debe lograrse mediante la unión de los trabajadores de todos los países”.
La divergencia no fue insignificante, sobre todo al inicio de la guerra. Pero la historia, incluso un poco más tarde, demostrará que, si hay coherencia revolucionaria, no se trata de una divergencia irresoluble. El propio Lenin, regresado a Rusia en 1917, tendrá que basar su propaganda y su agitación concreta en la consigna de Zimmerwald (y lo dirá claramente), que los centristas pacifistas abandonaron para pasar al socialimperialismo “democrático”. Además, en la posterior conferencia de socialistas opuestos a la guerra en 1916 en Kiental, también en Suiza, se produjo un nuevo giro hacia la izquierda. Los leninistas y la parte más radical de la antigua mayoría de Zimmerwald (Trotsky, el grupo de Rosa, los maximalistas italianos y otros) votan juntos contra los centristas restantes un texto que se acerca a las posiciones leninistas y que prevé sobre todo una ruptura no sólo con los socialchovinistas, sino también con los centristas pacifistas.
De hecho, sobre la cuestión de la ruptura no sólo con los reformistas sino también con los centristas y sobre la perspectiva de establecer una tercera Internacional sobre bases claramente revolucionarias, hay un acuerdo entre Luxemburgo y Lenin desde el inicio de la guerra y la traición de los partidos socialistas; aunque Rosa es más cautelosa en cuanto al momento de la escisión, en particular en Alemania, para no dejar a las masas bajo la dirección de los socialchovinistas.
Mientras tanto en Alemania la situación entre la vanguardia obrera comienza a evolucionar y esto también se refleja en el SPD. En agosto de 1915, 29 diputados abandonaron el parlamento para evitar votar sobre los créditos de guerra. Primero Liebknecht y luego otros 18 son expulsados del partido. En febrero de 1916 Rosa salió de prisión. En marzo se celebró la primera conferencia del grupo Internacional, cuyos miembros fueron llamados espartaquistas, por las “cartas de Espartaco” que repartían clandestinamente. El 1° de mayo organizan una manifestación contra la guerra en el centro de Berlín con muchos miles de trabajadores en la que hablan Rosa y Liebknecht. Este último, que había sido reclutado como soldado, fue detenido e inmediatamente condenado a cuatro años de prisión. El día del juicio, 50.000 obreros de las industrias bélicas de Berlín se declararon en huelga en su apoyo.
En julio Rosa también fue encarcelada nuevamente, sin cargos específicos. Permanecerá en prisión hasta el final de la guerra.
Mientras tanto, las contradicciones en el SPD se acentuaron y los centristas fueron expulsados a principios de 1917 (para dar una idea, junto al antiguo “centro marxista” entre los expulsados estaba incluso Bernstein, que se encontraba entre los diputados disidentes por puro pacifismo; pero Berstein era un reformista de izquierda honesto, mientras que la mayoría del SPD estaba llena de funcionarios y administradores que habían votado en el pasado para condenar su “revisionismo”, pero cuyo juicio político estaba determinado sólo por el rol y los privilegios asociados a él).
Así fundaron el Partido Socialdemócrata Independiente con cerca del 40% de los miembros del antiguo partido. Sólo en este momento los espartaquistas formaron una verdadera organización con el nombre de Liga de Espartaco, que participó como fracción en la constitución del nuevo partido. Incluso ahora, sin embargo, su estructura es débil, ni se crea una estructura clandestina en el contexto de la guerra, para desarrollar más radicalmente la acción de propaganda y agitación por la perspectiva revolucionaria. Y es precisamente esta “laxitud” organizativa de los espartaquistas una de las razones de la crítica de Lenin a Luxemburgo.
De todos modos, ella está en prisión y aunque puede mantener correspondencia no puede tomar parte activa en los acontecimientos.
La revolución rusa
Por tanto, desde la cárcel saluda a la revolución rusa, primero la de febrero y luego la de octubre.Y fue en prisión donde, en septiembre de 1918, Luxemburgo escribió un texto sobre la revolución rusa, que luego sería utilizado, desvirtuándolo, contra el bolchevismo y, por tanto, contra su propio pensamiento por varios reformistas y centristas hipócritas.
En este texto, aunque saludó calurosamente el éxito de la revolución bolchevique, Rosa presentó una serie de críticas a las acciones de los bolcheviques. Básicamente, las críticas se referían a tres aspectos de su política. Normalmente los fraudes oportunistas que intentan contrastar a Luxemburgo con Lenin y Trotsky se basan sólo en una de estas tres críticas, la que se refiere a la disolución de la Asamblea Constituyente rusa en enero de 1918, y no mencionan las otras dos. Aclaremos la cuestión. En primer lugar, Rosa reprocha a los bolcheviques, en continuidad con sus posiciones habituales, su política de autodeterminación de los pueblos, por tanto de nacionalidades no rusas (con especial énfasis en Ucrania, en su opinión una creación artificial). Consideramos que la historia ha resuelto esta cuestión y que, en todo caso, los diversos centristas o reformistas que se cubren con el manto de Rosa son generalmente grandes partidarios del nacionalismo pequeñoburgués, entendemos por qué hoy guardan silencio ante esta crítica. La segunda crítica se refiere a la política agraria de los bolcheviques. Para Rosa Luxemburgo la política de dividir las propiedades de los terratenientes entre los campesinos era contraria a los principios socialistas; En cambio, los bolcheviques deberían haberlos socializado como bancos, industrias y transportes y convertirlos en empresas colectivas estatales. Aquí también hay cosas no potables para nuestros “luxemburguistas” antimarxistas o al menos amarxistas. Queremos recordar que éste era, de hecho, el programa revolucionario de los bolcheviques, sobre el cual Lenin había discutido repetidamente con los socialpopulistas rusos (los “socialistas revolucionarios”) que proponían la división de las tierras de los nobles terratenientes y la iglesia ortodoxa. Pero frente a la realidad de las demandas de los campesinos rusos a quienes había que ganar como aliados para la revolución socialista, Lenin tuvo que adaptar, con el pleno apoyo de Trotsky y de todo el partido sin excepción, el programa a la realidad de lo que de hecho los campesinos ya estaban haciendo, cansados de que los oportunistas socialpopulistas no implementaran realmente su programa. Fue un compromiso necesario. No es casualidad que en la guerra civil los contrarrevolucionarios, al intentar poner a los campesinos de su lado, hicieran temer que los comunistas querían crear la “comuna” (por suerte los campesinos, en medio del hipotético peligro de la comuna de quienes les habían garantizado la tierra, y en caso de victoria de los blancos el retorno no hipnótico de los terratenientes, sabían con quién alinearse). No hay duda de que a partir de la revolución rusa el programa marxista en general no puede prescindir de este “compromiso” con los campesinos. Pero es importante recordar que se trata de un compromiso, que la perspectiva de la socialización del trabajo agrícola sigue siendo un objetivo a largo plazo y que en la historia ha habido algunos casos en los que el programa marxista original ha encontrado una respuesta. Este fue el caso de la revolución española de 1936 cuando los campesinos de Aragón, con un nivel de conciencia mucho más alto que el de los campesinos rusos, se organizaron para cultivar y producir en forma colectiva.
La tercera crítica, como dijimos, se refiere a la disolución de la asamblea constituyente y a las medidas represivas del gobierno bolchevique frente a la contrarrevolución. De hecho, aquí Rosa condena esta disolución, indicando también que, si como afirmaban los bolcheviques, estas elecciones representaban ya una situación del pasado, deberían haber convocado una nueva asamblea, sobre la base del sufragio universal y la total libertad de prensa y propaganda para todos los partidos. Por supuesto, considerando lo que Rosa había escrito en otras ocasiones sobre el carácter ilusorio del voto universal, uno queda asombrado por su posición. Ciertamente Rosa estaba hablando de votar en un régimen burgués. Pero, ¿cómo podría haber pensado que los elementos ilusorios del sufragio universal desaparecerían inmediatamente después de una revolución, en la que los bolcheviques tenían un voto de poco más del 50% en los soviets, es decir, en los cuerpos de la clase obrera y de los soldados, con un apoyo contradictorio de los soviets campesinos? ¿Y cómo se podría pensar que la revolución se subordinara a una mayoría formal? Probablemente Rosa se vio afectada, en los confines de su prisión, por su sensibilidad hacia el terror rojo (inevitable como opción defensiva en sus rasgos generales), presumiblemente magnificado por la única prensa que podía leer, la prensa burguesa y socialdemócrata alemana. prensa. Evidentemente no logró captar toda la complejidad de la revolución en su curso real. Por eso se sorprendió mucho cuando, después de salir de prisión en noviembre, se enteró de que el jefe de la Cheka (es decir, el principal instrumento de represión revolucionaria) era su viejo amigo y seguidor lituano Dzerzhinsky.
Pero lo importante es que Rosa nunca publicó este texto, ni siquiera dentro de la Liga Espartaco ni del Partido Comunista. No fue hecho público hasta 1922, por el ex líder espartaquista y abogado de Rosa, Paul Levi, cuando rompió por derecha con el Partido Comunista Alemán, del que había sido uno de los principales dirigentes hasta ese momento.
Y si se puede imaginar que en los dos primeros puntos (autodeterminación y política agraria) Luxemburgo mantuvo sus posiciones hasta su muerte, en el tercer punto, frente al desarrollo real de la revolución alemana, Luxemburgo, como veremos, cambió totalmente de posición, tomando partido por el poder absoluto de los consejos de trabajadores y soldados (con elección democrática) en contra de la elección de una asamblea constituyente.
Pero lo más importante son las conclusiones de su texto crítico, que muchos olvidan ingeniosamente y que aclaran el alcance de sus posiciones.
Rosa concluye así:
“Lenin y Trotsky con sus amigos fueron los primeros que dieron el ejemplo al proletariado mundial […] Este es el elemento esencial y duradero de la política bolchevique. En este sentido tienen el mérito inmortal de haber marchado a la cabeza del proletariado internacional, conquistando el poder político y planteando prácticamente el problema de la realización del socialismo […]. En Rusia el problema sólo podía plantearse. En Rusia no se podía solucionar. Y es en este sentido que el futuro pertenece en todas partes al bolchevismo.”
La revolución alemana
La movilización del proletariado alemán continúa extendiéndose en 1917 y 1918. Finalmente, después de una serie de derrotas en el frente occidental a principios del otoño de 1918, en noviembre la revolución sacude a Alemania. Iniciado por los marineros de Kiel el 4 de noviembre, se extendió a todo el país en los días siguientes. El día 9 el emperador abdica; Liebknecht, recién liberado, proclamó la república socialista alemana desde el balcón del palacio imperial, delante de decenas de miles de obreros; al mismo tiempo, el líder socialdemócrata Scheidemann proclamó la república democrática desde el edificio del gobierno. Alemania está llena de consejos de trabajadores y soldados. Comienza ahora un increíble juego de maniobras y engaños. Se forma una comisión de gobierno provisional con tres socialdemócratas de mayoría y tres centristas del USPD, con el mayoritario Ebert como primer ministro. El SPD habla con vergonzosa hipocresía sobre socialismo, poder de los consejos, etc.; al mismo tiempo comienza a prever la rápida elección de una asamblea constituyente.
Mientras tanto, intenta hacerse con el control de los consejos para bloquear la revolución. Cuando tiene una mayoría entre una clase trabajadora todavía confusa, hace que los consejos sean elegidos por proporcionalidad; donde está, sin embargo, en minoría (como sobre todo en Berlín), con maniobras y chantajes pretende, en nombre de la “unidad”, tener una representación equitativa entre los dos partidos en los consejos centrales locales; además, dado que, excepto entre los marineros de la flota, tiene mayoría entre los soldados en casi todas partes, también pide a través de ellos la igualdad entre los representantes de los trabajadores y los soldados. De esta manera consigue tener una mayoría tanto en Berlín como en Alemania en el congreso nacional de los consejos a mediados de diciembre. Por lo tanto, se suicida al decidir confiar el poder político a la próxima Asamblea Constituyente y limitarse (obviamente en la realidad esto tampoco sucederá) a un papel consultivo y supervisor. Aquí vemos cuánto les costó a los espartaquistas no haber seguido la línea política organizativa propuesta por Lenin, construir una estructura clandestina e intentar desarrollarla e insertarla en las fábricas y entre los soldados: ciertamente hay situaciones en las que los espartaquistas u otros oponentes (los socialistas internacionalistas, que tienden a ser ultraizquierdistas y ya están fuera del USPD) tienen una base de masas entre los trabajadores y también entre los soldados (marineros), pero son pocas localidades, donde desde 1914/15 una mayoría o una amplia minoría de dirigentes políticos o sindicales del SPD se pronunciaron radicalmente contra la guerra. En otros lugares, la Liga Espartaco está formada por unos pocos intelectuales y aún menos trabajadores que realizan principalmente labores de propaganda no centralizada (basta pensar que al momento de la revolución de noviembre en Berlín, donde el USPD contaba con el respaldo de la mayoría de los trabajadores, los espartaquistas en su interior son en total unos… 50). Por supuesto, Liebknecht es muy popular, hasta el punto de que los delegados obreros (los elegidos democráticamente en las fábricas) le piden que sea uno de los tres ministros del USPD en el gobierno central (a lo que él se niega, dado el carácter ambiguo de este gobierno). Pero su popularidad es más como miembro de la izquierda del USPD que como representante de la Liga Espartaco.
Es cierto que Rosa había pasado la mayor parte del período de guerra en prisión; sin embargo, ni durante su período de libertad de unos meses en 1916, ni en sus comunicaciones desde la prisión, había presionado en la dirección sugerida por Lenin. Un error, aunque no sea cuestión de hacerse ilusiones. Los espartaquistas habrían sido más fuertes, pero no habrían podido cambiar el curso de la historia. La tradición del SPD y el nivel de capacidad para la falsedad, la criminalidad y las maniobras de los principales burócratas socialdemócratas son demasiado fuertes. Además, el centrista USPD era demasiado incierto, oscilante y dividido, cuya mayoría moderada ciertamente no quería una dura derrota del proletariado, pero tampoco una revolución de tipo bolchevique.
En este contexto, a la luz del desarrollo concreto de la revolución, Rosa afina sus posiciones, como ya se mencionó. El eje se convierte en la consigna del poder de los consejos, aunque sean reelegidos sobre bases democráticas, y la oposición a la elección de la asamblea constituyente, ahora claramente a los ojos de Rosa el instrumento de la contrarrevolución “democrática”, querida por el SPD por el momento en que sabía que con el tiempo el proletariado inevitablemente, en el marco de un proceso revolucionario, se desplazaría hacia la izquierda, como había sucedido en Rusia en 1917.
Sin embargo, en línea con los conceptos de los bolcheviques y de acuerdo con su antiguo oponente en la lucha fraccional en Polonia, Radek, Rosa aclara que la toma del poder por los marxistas revolucionarios sólo puede tener lugar cuando tengan el apoyo de la mayoría del proletariado (ella escribe amplia mayoría, lo que quizás sea demasiado). Este concepto lo hará votar sin oposición en el congreso fundacional del Partido Comunista Alemán.
La formación del KPD y la fallida insurrección de enero
De hecho, la Liga Spartaco decidió en diciembre romper con el USPD y formar un partido comunista independiente. Prácticamente todos en la Liga entendían que en el primer congreso del USPD desarrollarían una batalla frontal contra los dirigentes centristas, intentando reagrupar una amplia izquierda y con ello se escindirían del partido y formarían un nuevo partido comunista. Pero el desarrollo de los acontecimientos empuja a los espartaquistas a convocar el congreso muy rápidamente, a fines de diciembre. El secretario Haase y la dirección responden que no es posible porque esto habría debilitado la campaña electoral para la asamblea constituyente. En este marco, ante una elección ciertamente cuestionable, la Liga decide organizar inmediatamente la escisión y la proclamación del nuevo partido. Rosa no está segura, pero al final se deja convencer por Radek. En la conferencia espartaquista del 29 de diciembre hubo 80 votos a favor y tres en contra, incluido Jogiches. Klara Zetkin, que no estaba en Berlín, se manifestó claramente en contra de la elección. Naturalmente, los espartaquistas pensaban que su grupo se expandiría tanto a la izquierda con el ISD, que se convirtió en IKD, como a la derecha, y esto era lo más importante, con los “delegados revolucionarios” de Berlín y su representante político en el USPD, Ledebour. Los delegados revolucionarios eran los antiguos “dirigentes de fábrica” del SPD, casi todos con posiciones revolucionarias y contra la guerra, que habían organizado las huelgas y manifestaciones de los años de guerra y ahora constituían el sector más izquierdista del USPD, aparte de los espartaquistas. Eran la verdadera dirección de la clase obrera de Berlín. Pero si los delegados del IKD se sumaron inmediatamente al congreso, en total 29, no ocurrió lo mismo con los “delegados revolucionarios”. En el congreso, para sorpresa de Rosa, había una mayoría ultraizquierdista. La posición del “central” (el Ejecutivo espartaquista) fue bien expresada por el ponente Levi con estas dos frases, por cierto nada contradictorias para un bolchevique:
“El camino de la victoria del proletariado sólo puede pasar sobre el cadáver de la Asamblea Constituyente” y “Sin embargo, proponemos no permanecer al margen en las elecciones a la Asamblea Constituyente”.
Hay rebelión en el congreso, en nombre del boicot a las elecciones. La resolución del “central”, a pesar del compromiso de Rosa y con más incertidumbre de Liebknecht, es rechazada con 62 votos en contra frente a sólo 23 a favor.
Al mismo tiempo, fracasó el intento de incorporar al partido a los “delegados revolucionarios” de Berlín . La discusión de Liebknecht con ellos tendrá lugar paralelamente al congreso del 30 y 31 de diciembre. Ledebour está en contra debido a viejos desacuerdos con los espartaquistas, los delegados obreros, sabiendo que los extremistas se imponen en el congreso, ponen como condición la revocación de las decisiones que acaban de tomar, en particular sobre la abstención en la elección de la Constituyente. Como era de esperar, el congreso se niega y Ledebour y los “delegados revolucionarios” permanecen en el USPD.
A la vez, la revolución en Berlín avanza hacia su trágica conclusión. Ya en diciembre se produjeron varios enfrentamientos entre las milicias “republicanas” organizadas por el SPD y el ejército, por un lado, y los partidarios de los espartaquistas, tanto trabajadores como los pocos soldados de la recién formada Liga de los Soldados Rojos, por el otro. Esto ocurre en particular en Navidad con respecto a la pequeña “división naval popular” que llegó de Kiel y a la ocupación espontánea de la sede del Vorwärts (Avanti), el periódico del SPD, en manos de centristas y radicales a principios de siglo, es ocupada por el ejército y entregada a los mayoritarios del ejército en 1916. Esta ocupación se produjo sin la participación del Ejecutivo espartaquista que, empezando por Rosa y excluyendo a Liebknecht, la condena como un error.
En cualquier caso, tras la “Navidad de sangre”, los ministros centristas declaran que no pueden seguir en el gobierno con “quien tiene la mano sucia de sangre proletaria” y dimiten, dejando solos a los tres miembros de la mayoría, que, además, con Ebert a la cabeza, ya eran los verdaderos gobernantes.
A principios de enero éstos organizan una auténtica provocación. El 4 declararon destituido a Emil Eichorn, de la izquierda del USPD, del cargo de prefecto de policía (es decir, comisario) de Berlín (prefecto puesto obviamente por la revolución) y lo sustituyeron por un exponente socialdemócrata. Eichorn se negó y se atrincheró en la prefectura con la guardia obrera que había formado en los dos meses anteriores. El 5, una masa de al menos doscientos mil trabajadores/as invadió el centro de Berlín en apoyo de Eichorn. Ya en diciembre hubo grandes manifestaciones multitudinarias, de incluso más de cien mil personas, en las que tanto Rosa como Liebknecht habían hablado entre aplausos. Pero nunca una tan grande, decidida y con tantos trabajadores en armas. En este contexto se produce un extraño cambio de posiciones.
El Ejecutivo del KPD invita a limitarse a una huelga general de protesta, evitando una insurrección que cree destinada al fracaso. Pero Liebknecht, que cada vez actúa más solo respecto de los otros dirigentes, no lo cree así. Encuentra ahora como aliados a Ledebour, Eichorn y los “delegados revolucionarios”, que, impresionados por la manifestación del día 5, creen que una insurrección puede tener éxito. Un ejemplo histórico que los revolucionarios debemos recordar siempre. Los elementos revolucionarios confundidos e incluso los centristas de izquierda impresionados por el movimiento de masas, sin considerar sus limitaciones, pueden pasar repentinamente de una posición moderada a una aventurerista.
El 6 hay otra manifestación, también masiva, pero que se estima en unos 100.000 participantes, la mitad que el día anterior. Luego, a medida que la multitud se dispersa gradualmente, los líderes antes mencionados discuten extensamente. Finalmente deciden crear un consejo revolucionario de 52 personas y preparar una breve agenda para la destitución del gobierno de Ebert y la toma del poder firmada por Liebknecht, Ledebour, Sholtze (de los delegados) como presidentes del propio consejo. En realidad, las fuerzas organizadas de que disponen los revolucionarios suman en total unas 10.000 personas (la guardia roja formada por militantes de vanguardia en las fábricas, la guardia proletaria de Eichorn, la liga de los soldados rojos y algunas otras unidades militares). Por el contrario, el nuevo ministro de Defensa Noske, de la extrema derecha del SPD, y Ebert, habían reunido 80.000 soldados en las afueras de Berlín. La mayoría no estaba segura para una acción represiva, pero entre ellos el gobierno pudo establecer unidades seleccionadas (los “cuerpos frrancos”) de elementos reaccionarios y motivados, veteranos con años de experiencia en la guerra y extremadamente bien armados. Ante una insurrección sin dirección militar precisa, que ocupaba los palacios del poder al azar, ya el 8, mientras Ledebour y los demás, en vez de actuar, iniciaban negociaciones, los cuerpos francos comenzaron a reconquistar las posiciones de los insurgentes uno por uno, disparando a veces a quienes se rinden y, en todo caso, sus dirigentes. Radek, Jogiches y Levi quieren pedir una retirada inmediata y también condenar la acción de Liebknecht, porque es contraria a las indicaciones del partido. Luxemburgo está básicamente de acuerdo con esta posición, pero no quiere que parezca que el partido está traicionando una lucha en curso. Cuando vuelva a ver a Liebknecht lo criticará duramente.
La mayoría de las unidades militares de Berlín se declaran neutrales. En las fábricas que los líderes de la insurrección creían que estaban dispuestas a apoyarlos, se aprueban resoluciones que condenan al gobierno, piden la reelección democrática de los consejos, pero piden el fin de los enfrentamientos y la constitución de un parlamento tripartito con representación igualitaria del SPD, USPD, KPD (algunas asambleas proponen cuatro, contando a los delegados revolucionarios por separado). Pura ilusión, mientras los dirigentes socialdemócratas utilizan la reacción para masacrar a la vanguardia revolucionaria. Pero, ¿cuántas veces las ilusiones “unitarias” de las masas las han llevado a la derrota? Así no les guste a varios espontaneístas, es también en este terreno donde hay que traer la conciencia revolucionaria desde fuera del partido, naturalmente también con una política de frente único, pero no cuando hay un choque frontal.
También por esta razón, mientras siguen los enfrentamientos, Rosa en su editorial del 11 de enero en el periódico del KPD Die Rote Fahne (La Bandera Roja) ataca frontalmente a los centristas, demostrando así su coherencia revolucionaria:
“Una vez más el USP desempeñó el rol de ángel salvador de la contrarrevolución. Haase-Dittemann efectivamente dimitieron del gobierno de Ebert pero, en la calle, continúan la misma política que cuando estaban en el gobierno. Sirven de pantalla a los Scheidemann […] En primer lugar, las próximas semanas deben dedicarse a la liquidación del USP, este cadáver putrefacto cuya descomposición envenena la revolución.”
La muerte de Rosa
El 12 Rosa escribe su último editorial titulado El orden reina en Berlín que termina así: “¡Policías estúpidos! Vuestro orden está construido sobre arena. Ya mañana la revolución se levantará de nuevo y anunciará con un sonido resonante: ¡Fui, soy, seré!”
Pero ahora los cuerpos francos están buscando a los líderes revolucionarios para liquidarlos. Rosa y Liebknecht apenas acceden a esconderse, pero se niegan a abandonar Berlín. Se esconden en la casa de compañeros. Pero probablemente siguiendo a otro líder comunista, fueron descubiertos y arrestados la tarde del 15 y llevados al comando de los cuerpos francos. De allí, divididos, los dejan salir “para ir a prisión”. En realidad, los golpearon inmediatamente con las culatas de los rifles y luego los mataron en el coche. Liebknecht es abandonado sin documentos frente a una comisaría. Rosa fue arrojada con piedras a uno de los canales de Berlín. Su cuerpo no fue recuperado hasta mayo. Cientos de miles de trabajadoras y trabajadores asistieron emocionados a su funeral.
No se sabe si la orden de matarlos vino directamente de Noske y Ebert, o si “se limitaron” a encubrir el asesinato. En todo caso, su responsabilidad en la muerte de los dos líderes, así como en la de cientos de proletarios revolucionarios, es clara.
El joven poeta comunista Bertold Brecht, en los meses en que aún no se había encontrado el cuerpo de Rosa, escribió una conmovedora dedicatoria poética:
“Ahora la Rosa roja también ha desaparecido, nadie sabe dónde está enterrada. / Desde que dijo la verdad a los pobres / los ricos la enviaron al más allá.”
Rosa, la Tercera y la Cuarta Internacional
Como hemos dicho, historiadores y políticos ignorantes o engañosos intentan contrastar a Rosa Luxemburgo con Lenin y también con Trotsky, en definitiva con los bolcheviques, distorsionando su pensamiento y los hechos históricos. Esperamos que este artículo haya contribuido a restablecer la verdad de los hechos y recordar que Rosa afirmó que el futuro en el mundo era de los bolcheviques.
Pero entonces, ¿la divergencia que se ha expresado entre Rosa y Lenin a lo largo de los años? Sólo aquellos que no entienden cuál es el debate entre marxistas revolucionarios pueden creer que estas divergencias constituyeron un elemento de división de principios. El marxismo viviente es una búsqueda constante por encontrar las mejores posiciones para el desarrollo de la revolución.
Pero a este respecto dejamos la palabra a Lenin, que respondió así en uno de sus artículos después de que Levi publicara, tras la ruptura con el KPD y la Tercera Internacional, los escritos de Rosa sobre la revolución rusa y algo más contra los bolcheviques:
“Paul Levi quiere apaciguar a la burguesía -y, en consecuencia, a sus agentes, la Segunda Internacional y la Internacional Dos y Medio- republicando precisamente aquellos escritos de Rosa Luxemburgo en los que estaba equivocada. Responderemos a esto citando dos líneas de un buen escritor ruso de fábulas: ‘Las águilas pueden volar ocasionalmente más bajo que las gallinas, pero las gallinas nunca pueden elevarse a las alturas de las águilas’. Rosa Luxemburgo erró en la cuestión de la independencia polaca; erró en 1903 en su valoración del menchevismo; erró en su teoría de la acumulación de capital; erró en julio de 1914, cuando apoyó la causa de la unidad entre bolcheviques y mencheviques; erró en lo que escribió desde prisión en 1918 (corrigió la mayoría de estos errores a fines de 1918 e inicios de 1919, después de ser liberada). Pero a pesar de sus errores, ella fue y sigue siendo para nosotros un águila. Y los comunistas de todo el mundo se nutrirán no sólo de su memoria, sino de su biografía y de todos sus escritos, que servirán como manuales útiles en la formación de las futuras generaciones de comunistas de todo el mundo.”
Luego le tocó a Trotsky defender la memoria revolucionaria de Rosa.
Al principio esto, como ya hemos visto, iba contra el estalinismo. Esto sucedió en particular en 1932. Un historiador comunista ruso había escrito un artículo sobre los orígenes del bolchevismo, recordando que Rosa Luxemburgo había comprendido antes que los bolcheviques que Kautsky era un oportunista. Stalin intervino con un artículo duramente crítico en el que, contra la realidad y las declaraciones de Lenin, escribía que los bolcheviques habían roto con el centrismo incluso a nivel internacional en 1903 y que en cambio Luxemburgo, siendo “semimenchevique” (¡sic!) como Trotsky, había roto con el centrismo y, además, de manera confusa, recién en 1918. Trotsky escribió entonces un texto titulado Fuera las manos de Rosa Luxemburgo, en que, refiriéndose a lo escrito por Lenin, reivindicaba el consiguiente marxismo revolucionario de Rosa y sus méritos, demostrando que revisionista no era Rosa, sino Stalin.
Más tarde su polémica se dirigió hacia aquellas fuerzas centristas y espontaneístas que intentaron encubrir su negativa oportunista a construir partidos leninistas y una internacional bolchevique (la Cuarta) con la referencia a Luxemburgo, repitiendo las distorsiones de Levi u otros centristas posteriores a él, y contrastando a la gran revolucionaria alemana con Lenin y Trotsky. También aquí el sentido de las posiciones de Trotsky se puede deducir de algunas citas de las conclusiones que escribió en el texto sobre el tema titulado Rosa Luxemburgo y la Cuarta Internacional:
“Rosa misma nunca se limitó a la mera teoría de la espontaneidad […] Rosa Luxemburgo se esforzó de antemano por educar al ala revolucionaria del proletariado y unirla organizativamente lo más posible. En Polonia construyó una organización independiente muy rígida. Lo máximo que se puede decir es que su valoración histórico-filosófica del movimiento obrero, la preselección de su vanguardia, frente a la acción de masas que se esperaba, fue demasiado poco acentuada en Rosa; mientras que, en cambio, Lenin -sin consolarse con los milagros de acciones futuras- tomó a los trabajadores más avanzados para soldarlos constante e incansablemente en núcleos firmes, ilegal o legalmente, en organizaciones de masas o clandestinas, mediante un programa finamente definido.
“La teoría de la espontaneidad de Rosa era un arma saludable contra el aparato osificado del reformismo […] Ella era demasiado realista, en el sentido revolucionario, para desarrollar los elementos de la teoría de la espontaneidad en una metafísica consumada. En la práctica, ella misma, como ya se ha dicho, socavó esta teoría a cada paso. Después de la revolución de noviembre de 1918, inició la ardua tarea de reunir la vanguardia proletaria. A pesar de su manuscrito teóricamente débil sobre la revolución soviética, escrito en prisión pero nunca publicado personalmente, el siguiente trabajo de Rosa nos permite sacar con seguridad la conclusión de que, día a día, se estaba acercando a la concepción teóricamente bien definida de Lenin sobre el liderazgo consciente. y espontaneidad. […]
“Los últimos confusionistas espontaneístas tienen tan poco derecho a referirse a Rosa como los miserables burócratas del Komintern a referirse a Lenin. […] Podemos, con plena justificación, llevar adelante el trabajo de la Cuarta Internacional bajo el signo de las ‘tres L’, es decir, no sólo bajo el signo de Lenin, sino también bajo el de Luxemburgo y Liebknecht.”
No creemos que hoy podamos añadir nada a estas palabras.