Por Alejandro Bodart, referente del MST y coordinador de la LIS
La rebelión de la juventud y el pueblo trabajador contra el gobierno de Duque en Colombia, el resultado de la elección de constituyentes en Chile y el triunfo de Pedro Castillo en Perú son las últimas expresiones de los profundos cambios que se están desarrollando en el continente. Confirman que atravesamos una situación prerrevolucionaria que nos plantea importantes desafíos y oportunidades a los revolucionarios.
El año 2019 fue un punto de inflexión mundial. Una ola de rebeliones y revoluciones contra los ajustes del capitalismo en crisis recorrió el mundo entero. La irrupción en 2018 de los chalecos amarillos en Francia preanunciaba lo que se podía venir. Pero fueron los levantamientos populares de fines del 2019 en distintos países de Medio Oriente y América Latina los que comenzaron a cambiar la situación internacional. Estas dos regiones del planeta se transformaron en los epicentros del ascenso.
En nuestra querida Latinoamérica vimos levantarse a nuestro hermano pueblo ecuatoriano, tirar abajo el ajuste pactado con el FMI y poner contra las cuerdas al gobierno de Lenin Moreno; presenciamos la rebelión contra el gobierno de Piñera y el régimen de los “30 años” heredado del pinochetismo en Chile; la huelga general histórica contra el ajuste en Colombia; la efervescencia de los trabajadores contra el gobierno de Evo Morales, el asalto al poder de la derecha y su posterior derrota y muchos procesos más.
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La pandemia impuso una pausa, pero al no resolverse las causas que provocaron las rebeliones ni detenerse el avance en la conciencia de las masas, estas no tardaron en retomar las calles. En pleno 2020, los negros y la juventud estadounidenses protagonizaron un proceso de movilización de características históricas, factor central en la derrota electoral del supremacista Trump y el pueblo peruano se levantó y volteó a dos presidentes, mientras la movilización se comenzaba a reactivar en otros países.
Entrado el 2021, estamos asistiendo a un nuevo y masivo levantamiento popular contra el gobierno de Duque y el régimen uribista, responsables de la miseria de millones de colombianos, de haber dejado sin futuro a la juventud y sembrado el terrorismo de Estado desde hace décadas. Sin achicarse ante una sanguinaria represión con decenas de asesinados y cientos de desaparecidos, el pueblo movilizado ya logró voltear al odiado ministro de Economía y a las reformas fiscal y sanitaria, importantes triunfos parciales que han tonificado el movimiento. Semanas de movilizaciones masivas, barricadas, bloqueos de carreteras y asambleas populares expresan el rechazo masivo al gobierno de uno de los países más desiguales del continente.
Con la rebelión colombiana de trasfondo, se realizaron en Chile las elecciones para la Convención Constituyente el 15 y 16 de mayo. La Constituyente, arrancada desde abajo por la movilización de masas, representó un triunfo monumental de la rebelión que comenzó en 2019 no sólo contra el aumento del boletó que la detonó, no sólo contra el gobierno derechista de Piñera, sino contra todo el régimen de la constitución pinochetista impuesto por la dictadura y sostenido desde entonces por los partidos de la Concertación chilena, el PS y la DC.
Los resultados de las elecciones fueron otro golpazo a ese régimen moribundo y la constatación de un profundo giro hacia la izquierda del movimiento de masas. La derecha que gobierna no llegó al tercio de los constituyentes que le hubiera permitido vetar cualquier cambio sustancial a la constitución actual. Los partidos de la ex Concertación fueron igualmente castigados, y las candidaturas de la izquierda, los movimientos sociales y los “independientes” que estuvieron en la primera file de la rebelión, surgieron como primera fuerza, superando el 50% de los constituyentes.
La aparición de Colombia y Chile a la vanguardia del ascenso continental no es menor. Durante el ascenso revolucionario que sacudió América Latina en la primera década del milenio, fueron los dos principales bastiones de la reacción, con sus regímenes y el modelo neoliberal intactos, propagandizados por el imperialismo como ejemplos a seguir. El levantamiento de sus pueblos y el ocaso de esos regímenes marcan un nuevo momento en la región y un golpe monumental a las derechas reaccionarias que habían llegado al poder en varios países la década pasada. Esto se puede percibir en Brasil donde ha comenzado la movilización para sacarse de encima a Bolsonaro y se vio en el ascenso que conmovió a Paraguay meses atrás.
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Ese nuevo momento se ha confirmado con creces en las elecciones presidenciales en Perú. El triunfo sorpresivo en la primera vuelta de Pedro Castillo, un docente rural que desarrollo el discurso más radical de todos los candidatos que se presentaron, es una demostración cabal de los cambios que se están produciendo y del giro hacia la izquierda de los sectores más empobrecidos de la sociedad peruana. En momentos de enviar este artículo Castillo le está ganando a la derechista Keiko Fujimori la segunda vuelta y el pueblo se moviliza para que no le roben la elección. Esto, pese a las limitaciones de Castillo, ya está detonando un nuevo terremoto político no solo en Perú sino en toda la región.
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El nuevo momento que atravesamos en América Latina debemos caracterizarlo como una situación prerrevolucionaria. La dinámica central del movimiento de masas es de hartazgo con el status quo, de ruptura con las direcciones políticas hegemónicas del último período, y de disposición a salir a las calles a enfrentarlas y destruirlas. Cualquier provocación puede desatar la fuerza demoledora de las masas: un aumento de boleto, un ajuste impositivo, un caso de corrupción… Cualquier chispa puede detonar una revolución en casi cualquier país de América Latina hoy.
Sin embargo, se trata de una situación prerrevolucionaria y no revolucionaria porque todavía no hay partidos socialistas revolucionarios con la influencia, acumulación y ubicación necesaria como para dirigir las rebeliones y revoluciones que estallan y conducirlas a triunfos definitivos sobre el capital e instaurar gobiernos de los trabajadores y el pueblo pobre. Esto le deja margen de maniobra a la burguesía, las burocracias sindicales, el reformismo y la socialdemocracia para evitar que se destruya lo viejo y lo nuevo no termine de crecer. En Chile, el Frente Amplio y el PC tejieron un pacto con el gobierno para sostener a Piñera cuando el pueblo demandaba su renuncia en masa y ahora intentaran que la Constituyente no sobrepase los límites de la democracia burguesa; en Colombia es la burocracia del Comité Nacional del Paro el que viene sosteniendo a Duque e intentando desviar el proceso hacia una negociación con el gobierno, mientras las variantes socialdemócratas trabajan para canalizar todo hacia un proceso electoral que todavía aparece muy lejano. Lo que no pueden ninguna de estas direcciones traidoras y reformistas es volver el tiempo atrás y deberán convivir con una nueva situación que en medio de una gran polarización tendera a profundizarse y detonar recurrentes rebeliones.
En Perú, el interrogante es hasta donde estará dispuesto a ir un posible gobierno de Castillo, en unidad con Verónica Mendoza y otras expresiones de la centroizquierda. Y una cosa es segura: si no se anima a tomar medidas económicas anticapitalistas -algo que no parece estar dispuesto a hacer- y llevar adelante un proceso constituyente apoyado en la movilización y sobrepasando la institucionalidad burguesa, rápidamente se desgastara y la ilusión de un sector de masas se transformara en decepción y bronca.
Las masas tienen la capacidad de destruir los regímenes que las oprimen con su propia fuerza revolucionaria espontánea. Pero su capacidad creativa, para reemplazar esos regímenes con nuevas estructuras y construir una nueva sociedad, está limitada a las organizaciones políticas que tengan a su cabeza. Para llevar la movilización revolucionaria hasta el final, liquidar los regímenes burgueses, desmantelar el Estado capitalista, imponer gobiernos de trabajadores y construir el socialismo, hace falta una dirección revolucionaria.
A su vez, es al calor de las rebeliones y revoluciones que las organizaciones revolucionarias se construyen, se templan y pueden crecer a saltos. Por eso, la situación actual plantea enormes desafíos y oportunidades a los revolucionarios de nuestros países. Es interviniendo en las rebeliones, impulsando la movilización permanente y la auto organización de las masas, sin sectarismo ni oportunismo, desenmascarando a las fuerzas reformistas que desvían los procesos y levantando las salidas de fondo que hacen falta, que podemos construir los partidos que pueden dirigir la revolución socialista. Ese es el desafío que asumimos desde la Liga Internacional Socialista y cada una de nuestras organizaciones e invitamos a los luchadores a organizarse con nosotros para hacer realidad la nueva sociedad que todos deseamos construir.