Acabo de regresar de una reunión en Minsk, capital de la República de Bielorrusia. Durante dos días fui partícipe de un intenso y productivo debate sobre las perspectivas de la lucha de clases a nivel internacional y en Europa del Este.
Muchos acontecimientos históricos han tenido a Minsk como protagonista. El 1º de marzo de 1898 nueve delegados de varias organizaciones fundaron allí el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, que pocos años después y bajo la conducción de la fracción bolchevique llegaría al poder y cambiaría para siempre la historia del siglo XX. Su ubicación en el centro exacto de Europa la transformó en un objetivo estratégico durante la II Guerra Mundial y los combates entre los ocupantes nazis y el Ejército Rojo provocaron la destrucción del 80% de sus construcciones. Reconstruida íntegramente bajo las normas arquitectónicas del estalinismo, cuenta con extensas hileras de monoblocks, amplias avenidas, imponentes edificios públicos y miles de metros cuadrados destinados a espacios verdes en donde conviven 3 de los casi 10 millones de habitantes que tiene el país.
Tiempos de cambio
Es mi tercera visita a la ciudad. Su fisonomía ha cambiado mucho desde mi primer viaje a fines de los ’90. Los símbolos distintivos del capitalismo están en todas partes. Lo que se ha mantenido en el tiempo es el mismo gobierno y el régimen autoritario que lo sostiene. Alexander Lukashenko lleva 23 años en el poder. Este dictador, que pasó de ser un burócrata menor en tiempos de la Unión Soviética a transformarse en presidente, ha conducido con mano de hierro la restauración capitalista en el país.
Sin embargo, este año viene de cometer un error de cálculo garrafal que le ha valido una derrota sin precedentes por parte del movimiento de masas y provocó un cambio de calidad en la situación política de Bielorrusia. Presionado por una economía que lleva varios años estancada y que ha entrado en recesión, con serias dificultades para pagar la abultada deuda externa e interna contraída, intentó cobrarles un fuerte impuesto a los desempleados, incluidas las amas de casa y los miles que para sostener a sus familias trabajan en el extranjero.
La rebelión popular durante los meses de febrero, marzo y abril fue mayúscula, con miles y miles de manifestantes en Minsk y todas las ciudades del interior. El país se unió contra el gobierno, que finalmente tuvo que retirar la medida y decretar una moratoria por tiempo indefinido.
Nuevas oportunidades
En este nuevo contexto tuvo lugar nuestro encuentro. Asistieron dirigentes mineros y de los sindicatos independientes de Bielorrusia, referentes de la izquierda del Partido Verde, intelectuales, periodistas y jóvenes del Movimiento Social, partido anticapitalista recientemente fundado en Ucrania.
Al desgaste político que experimentan Lukashenko y el régimen autoritario se suma el desdibuja-miento de la seudo oposición neoliberal. Esto plantea una gran oportunidad para dar un salto en la construcción de una herramienta anticapitalista y revolucionaria.
En Ucrania también existen enormes posibilidades, como lo muestra el avance en la formación de un nuevo partido anticapitalista. En proceso de legalización, esta nueva organización no solo se ha afianzado en Kiev, la capital del Estado, sino que también se está arraigando en Krivói Rog, la principal ciudad obrera del país.
Para nuestra organización internacional el desafío es redoblar el acompañamiento de estas experiencias y seguir avanzando en el proceso de reagrupamiento de los revolucionarios, necesidad que cada día se hace más imperiosa.
Alejandro Bodart