Por Luis Meiners
Se cumplieron 30 años de la caída del muro que dividía Berlín. Este acontecimiento sacudió los cimientos del orden mundial de posguerra y produjo cambios profundos, cuyas consecuencias siguen dando forma al mundo contemporáneo.
Materia de fuertes polémicas dentro y fuera de la izquierda revolucionaria, la interpretación de estos hechos es crucial para los debates tácticos y estratégicos actuales.
El grito de moda del “fin de la historia” resultó ser más la expresión de deseo de un triunfalismo burgués que un análisis certero de la dinámica política. Hemos vivido tres décadas marcadas por una fuerte inestabilidad, en particular acentuada a partir de la crisis capitalista iniciada en 2008.
La caída del Muro de Berlín y el fin del bloque estalinista del Este europeo marcaron el fin del orden mundial de posguerra, signado por los pactos entre los vencedores, que dieron lugar a un orden “bipolar”. Se abrió una nueva etapa de la lucha de clases a nivel mundial. Es decir, se produjo un importante cambio en la correlación de fuerzas entre las clases, con la apertura de situaciones políticas y sociales cualitativamente distintas a las del período anterior.
Un elemento clave para comprender esto es el hecho de que la caída del denominado “socialismo realmente existente” no fue el producto de una contrarrevolución triunfante, sino de una seguidilla de revoluciones que terminaron con el dominio del estalinismo en un tercio del planeta. Éstas tuvieron como saldo el ocaso del aparato contrarrevolucionario que había actuado para enchalecar, congelar y desviar los procesos revolucionarios durante gran parte del siglo XX.
Es necesario señalar que, en realidad, el estalinismo había destruido hacía ya muchísimo tiempo las conquistas logradas con la revolución e impuesto un régimen dictatorial que, a las penurias económicas, le sumaba la represión constante y la falta de mínimas libertades democráticas. La casta burocrática que gobernaba dichos Estados sostenía sus privilegios materiales sobre la base de la apropiación del poder político mediante regímenes de partido único; sin libertad de expresión, discusión ni organización, y pactando con el imperialismo una coexistencia pacífica que en los hechos significaba el boicot a las luchas obreras y de los pueblos oprimidos del mundo.
Contradicciones
Sin embargo, la etapa abierta en 1989 está marcada por contradicciones que es necesario señalar. La ausencia de una dirección revolucionaria que tuviera peso de masas y apoyo internacional para incidir sobre los acontecimientos posibilitó que se imponga el camino de la restauración del capitalismo en los estados del Este, camino que ya había iniciado la propia burocracia estalinista. El imperialismo y el Vaticano jugaron fuerte en este sentido.
Esta complejidad explica el carácter contradictorio de la nueva etapa abierta. El hecho positivo de la destrucción del aparato contrarrevolucionario estalinista se vio matizado por la restauración del capitalismo. Este hecho produjo, además, una gran confusión en la conciencia de millones y fue aprovechado por la burguesía y el imperialismo para desplegar una inmensa ofensiva ideológica sobre el fracaso del socialismo y la inviabilidad de toda alternativa al capitalismo.
La restauración del capitalismo en el bloque del Este y en China, en este caso bajo la dirección de la propia burocracia del PC chino, y su incorporación plena al mercado mundial, permitieron contrarrestar por un breve período la caída tendencial de la tasa de ganancia y dilatar las perspectivas de crisis en la economía mundial.
Simultáneamente, todo el viejo reformismo socialdemócrata aceleró su conversión a las políticas de contrarrevolución económica, convirtiéndose en social-liberales. Surgieron nuevas corrientes reformistas que sostenían la necesidad de un capitalismo “con rostro humano”, y se fortalecieron coyunturalmente corrientes horizontales y autonomistas que abandonaban la lucha por el poder y la transformación global de la sociedad en pos de una micro-política que negaba la importancia estratégica de la clase obrera y relegaba (cuando no abandonaba del todo) la lucha por el socialismo.
La crisis de las distintas corrientes del trotskismo internacional fue un elemento adicional para completar este cuadro. Sin adentrarnos en un análisis específico de la misma, podemos señalar que en ella se combinan elementos de dogmatismo, escepticismo y burocratismo. La respuesta dogmática frente al desarrollo de acontecimientos nuevos e imprevistos condujo a un análisis escéptico de la situación de la lucha de clases a nivel mundial. En él la revolución socialista quedaba relegada a un futuro indefinido o directamente clausurada frente a la ofensiva del capital. Surgieron así corrientes oportunistas que terminaron abandonando la estrategia de construcción de partidos leninistas e, impulsadas por el impresionismo, claudicaron a cada nuevo fenómeno político. También surgieron corrientes sectarias que escondían su incapacidad de actuar en las nuevas circunstancias, y se orientaron a “mantener viva la llama”. En ambos casos, las respuestas a los debates políticos abiertos fueron burocráticas y terminaron por debilitar a las organizaciones.
De la restauración a la crisis
Lo que sucedió tampoco se dio como esperaba el imperialismo. La restauración capitalista en el tercio del planeta donde la burguesía había sido expropiada y la contrarrevolución económica que la ofensiva neoliberal descargó sobre los trabajadores y pueblos del mundo entero no lograron abrir paso a un nuevo período de prosperidad capitalista y desarrollo sostenido de las fuerzas productivas.
El mundo “unipolar” que se veía tan amenazante ha resultado ser un mundo mucho más inestable para los capitalistas y la capacidad de control del imperialismo yanqui se ha visto fuertemente golpeada. Sus ofensivas militares en Medio Oriente, como la guerra de Irak, terminaron empantanadas. Lejos de asegurar su control sobre la región, desembocó en guerras prolongadas y el debilitamiento de los regímenes políticos de la región. Las revoluciones que sacuden a Irak y al Líbano son las expresiones más recientes de esto.
La hegemonía del imperialismo norteamericano está crecientemente cuestionada. La guerra comercial con China es una clara expresión de que la burguesía yanqui es consciente de esta situación y ensaya diferentes políticas para sostener su predominio. Por otro lado, la crisis de la Unión Europea refleja la decadencia de la otrora poderosa burguesía del viejo continente.
La crisis de 2008 dio lugar a un período de estancamiento en las economías capitalistas que hoy amenaza con convertirse nuevamente en recesión. Esto ha terminado con las ilusiones de quienes pronosticaban el “triunfo definitivo del capitalismo” y el “fin de la historia”, dando lugar a una creciente polarización social y política. Así como surgen nuevos fenómenos políticos por derecha, la crisis es el combustible que alimenta un nuevo ciclo de rebeliones y revoluciones que desde Hong Kong a Chile cuestionan en las calles al capitalismo y sus regímenes políticos y alumbran nuevas posibilidades para la clase trabajadora y la izquierda revolucionaria.
La vigencia del socialismo
La resistencia de la clase trabajadora y demás sectores explotados y oprimidos a los planes neoliberales; las crisis de los regímenes políticos, partidos y direcciones tradicionales que impulsaron dichos planes, y las revoluciones que siguen sucediendo en este nuevo siglo, son una demostración de que la caída del Muro no implicó una victoria definitiva del capitalismo ni bloqueó toda perspectiva socialista. Por el contrario, estamos transitando una nueva coyuntura de insurrecciones, rebeliones y revoluciones que confirman una tendencia contraria. Desde la irrupción de los chalecos amarillos en Francia en 2018 hasta la revolución que sacude al régimen pinochetista y al capitalismo en Chile.
En un mundo donde la fortuna de las 26 personas más ricas equivale a lo que posee la mitad más pobre de la humanidad, y donde la voracidad del capitalismo destruye las bases de sustentación natural de la vida en todo el planeta, está claro que este sistema no brinda alternativa de futuro para las mayorías sociales.
Lejos de desaparecer, el socialismo vuelve con fuerza frente a la crisis del capitalismo. En el corazón mismo del sistema capitalista, EE.UU., cada vez más jóvenes descreen del sistema capitalista y se consideran socialistas. Más que nunca se impone la necesidad de luchar por otro modelo de sociedad: el socialismo con democracia. Un modelo que rompa con el sistema capitalista y rechace también la burocracia estalinista, en donde la clase trabajadora y los pueblos del mundo puedan recuperar el control democrático sobre la economía, sobre sus vidas, sobre su futuro, terminando con toda forma de explotación y opresión. Para ello necesitamos más que nunca construir organizaciones revolucionarias, como lo hacemos en cada uno de los países en donde la Liga Internacional Socialista tiene presencia.