Por Imran Kamyana

El reciente conflicto armado entre India y Pakistán parece estar llegando a su fin con el alto el fuego negociado por los estadounidenses, que entró en vigor a las 16.30 horas del 10 de mayo. Sin embargo, independientemente de cómo concluya finalmente este episodio bélico, ofrece varias lecciones importantes sobre las que merece la pena reflexionar. A continuación, se presenta un breve resumen de las mismas:

1) En primer lugar, las circunstancias actuales han dejado al descubierto a los chovinistas nacionales que se esconden tras el velo del socialismo en ambos países, sobre todo el PCI y el PCI(M) en India, pero también un segmento sustancial de la izquierda en Pakistán. Este «patriotismo social» es un vil remanente oportunista y detestable de la II Internacional, un crimen político contra el que Lenin y Trotsky lucharon toda su vida. Sus manos están manchadas con la sangre de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, y su «socialismo» no es más que una herramienta para el reformismo, el arribismo y la traición.

Según estas corrientes, el «otro» Estado es el agresor, mientras que su «propio» Estado sólo actúa en defensa propia. Luego intentan endulzar esta postura reaccionaria con críticas simbólicas a su propio gobierno y eslóganes antibelicistas abstractos y pacifistas. Por ejemplo: «Aunque nuestro gobierno dista mucho de ser ideal, ¡esta vez el otro bando golpeó primero!». O, en el caso de Pakistán, ¡se presenta al ejército como librando una batalla contra el fascismo hindutva-sionista en el sur de Asia! Esta línea de argumentación va en contra de los principios más básicos del método marxista, que dirige la atención no al desencadenante inmediato de un conflicto, sino al papel histórico más amplio y a los objetivos estratégicos de los Estados beligerantes.

La ironía es sorprendente: cuando se trata de la invasión imperialista rusa de Ucrania, estas mismas voces abandonan por completo la distinción entre agresión y resistencia o se alinean descaradamente con Putin. El destino de esta izquierda «oficial» y campista -entonces, ahora y siempre- es el basurero de la historia.

2) El orden liberal imperialista establecido bajo el liderazgo de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial nunca fue un acuerdo justo ni equitativo. Durante más de setenta años, ha sometido a la gran mayoría de la humanidad a la opresión, la explotación, la devastación y la humillación. Sin embargo, el problema hoy es que la ultraderecha trumpista no está sustituyendo este sistema por algo mejor. Por el contrario, está abriendo las puertas a un caos aún más profundo, a la anarquía y a la agresión desenfrenada. En efecto, está sustituyendo un orden explotador por un desorden explotador, uno que amenaza con catástrofes aún mayores, incluida la potencial aniquilación de la propia humanidad.

Al mismo tiempo, muchos autodenominados marxistas y «comunistas» siguen siendo incapaces de establecer una distinción significativa entre las fuerzas de derecha tradicionales y la ultraderecha emergente, un fallo de análisis que raya la ignorancia voluntaria. La conducta de la filistea camarilla de Trump actualmente al mando en Washington -particularmente durante el reciente conflicto indo-pakí, cuando J.D. Vance declaró en un momento crítico que EE.UU. no intervendría y que «no es asunto nuestro»- expone hasta qué punto esta lumpen burguesía imperialista es peligrosamente ajena a la gravedad de la situación o cómplice activa en su ingeniería. En cualquier caso, representa un giro alarmante y profundamente peligroso de los acontecimientos.

3) Primero la guerra entre Rusia y Ucrania y luego el genocidio en curso en Gaza, han elevado significativamente el umbral mundial para la guerra, la agresión y el derramamiento de sangre. En estas condiciones, no sólo las guerras son cada vez más frecuentes, sino que las aterradoras guerras a gran escala están cada vez más normalizadas. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, asistimos a un discurso abierto y descarado en torno a la erradicación de naciones enteras: Ucrania y Palestina son los ejemplos más escalofriantes. En este clima, los partidos y gobiernos de extrema derecha se envalentonan mutuamente. Los tratados globales, los entendimientos tácitos y explícitos y las instituciones internacionales construidas en las últimas siete décadas -por hipócritas o precarias que sean- han perdido todo su sentido. Con este telón de fondo, la postura beligerante del gobierno de Modi en el sur de Asia, incluida la suspensión del Tratado de las Aguas del Indo, y el ambiente general de guerra deben entenderse en su contexto geopolítico e histórico más amplio.

4) En el reciente enfrentamiento indo-pakistaní, con el derribo de al menos tres cazas Rafale indios de fabricación francesa por parte de Pakistán, el material militar chino demostró su eficacia frente a la tecnología occidental, un avance importante que no puede pasarse por alto en el contexto internacional más amplio. Aunque China sigue yendo a la zaga del imperialismo occidental en el plano económico, está muy por delante de países como Pakistán y la India, y está acortando distancias constantemente -o incluso demostrando su superioridad- en campos punteros de la ciencia y la tecnología, ámbitos considerados durante mucho tiempo de dominio exclusivo de las potencias occidentales. El capitalismo occidental, basado en economías de mercado en crisis, está experimentando un declive histórico y una crisis cada vez más profunda. Lo que estamos presenciando es una situación mundial explosiva definida por el declive de un bloque/potencia imperialista y el ascenso de otro. Este tipo de transiciones en la historia de la humanidad rara vez, o nunca, se han producido sin grandes enfrentamientos.

Si la banda de Trump realmente busca contener a China o simplemente espera extraer un lucrativo «acuerdo» es una cuestión abierta. Lo que está claro, sin embargo, es que su comportamiento errático y despreocupado, el abandono de aliados históricos y las interminables vueltas en U están empujando a un número cada vez mayor de países hacia una alineación más estrecha con China.

5) India alberga aún más ignorancia, atraso, fundamentalismo y superstición que Pakistán, un hecho evidente para cualquiera que dedique tan sólo quince minutos a ver los medios de comunicación indios. Al igual que Pakistán y Bangladesh, India también es producto de un capitalismo históricamente paralizado, en crisis y atrasado. La prueba más clara de ello es el propio Modi, aunque la actual oleada de histeria bélica bien podría marcar el comienzo de su declive político. Es importante señalar que la forma en que concluyó todo este episodio, tras un importante ataque militar de Pakistán, puede considerarse un revés significativo para el régimen de Modi. Las masas indias tendrán que aceptar las duras realidades sobre el terreno una vez que baje el frenesí bélico. Las tan cacareadas narrativas sobre el desarrollo sin precedentes de la India en la última década son, en su mayor parte, exageradas o directamente engañosas.

Llevamos defendiendo este argumento desde los días en que el liberalismo pakistaní y la izquierda reformista cantaban las alabanzas de la democracia, el desarrollo y el laicismo indios, elevándolos a la categoría de modelo regional. Como muchas otras de nuestras posturas, ésta fue recibida con burlas y se nos tachó de ortodoxos, dogmáticos y alejados de la realidad. Sin embargo, el tiempo y los acontecimientos nos han dado la razón.

6) Este sistema de producción de mercancías y economía de mercado, en su agonía, está arrastrando a toda la humanidad hacia la aniquilación total (mediante la destrucción del medio ambiente, la intensificación de los conflictos interimperialistas, más guerras y guerras proxy, posibles enfrentamientos nucleares, crisis económicas sin precedentes, etc.). Ni el materialismo histórico es una hoja de ruta predestinada para la historia, ni está garantizado que el socialismo sea el destino de la humanidad después del capitalismo. La barbarie, con todas sus señales y advertencias, se cierne sobre nosotros. Sin derrocar conscientemente el capitalismo y sentar las bases de una sociedad socialista, las posibilidades de salvación son inexistentes.