Ante la crisis capitalista y un nuevo desorden mundial: Un programa y manifiesto para la revolución socialista
El mundo enfrenta una crisis muy profunda y sistémica del capitalismo imperialista, que pone en peligro no solo los derechos de la clase trabajadora, los oprimidos y la juventud, está en riesgo la vida humana y el planeta. Asistimos a cambios muy profundos. Está derrumbándose lo que quedó en pie del viejo orden mundial de post guerra y de la globalización capitalista post caída del Muro. Asistimos a una reconfiguración del poder imperialista, entre un viejo imperialismo en crisis y el ascenso de nuevos imperialismos. Todo esto está originando más tensiones y un gran desorden mundial.
Cambios mundiales y nuevas tensiones interimperialistas
El segundo mandato de Trump en EEUU tiene como trasfondo la búsqueda por parte del imperialismo norteamericano de nuevas reglas de juego que le permitan sostener su dominación, hoy cuestionada y en disputa con otros imperialismos en ascenso, y recuperar enormes ganancias. Confirma que la crisis de 2008 nunca se solucionó y que la gran burguesía imperialista norteamericana se encuentra necesitada de probar nuevos caminos. Con esos objetivos políticos y económicos, EEUU propone un nuevo orden internacional, dejando en un segundo plano sus alianzas previas con el imperialismo europeo y otros aliados para negociar directamente con las nuevas potencias emergentes, sin por ello dejar de profundizar su disputa en todos los terrenos para intentar reafirmar su hegemonía, hoy cuestionada por el ascenso de China y su sociedad parcial y contradictoria con Rusia.
Durante su segundo mandato, Trump ha utilizado sus poderes ejecutivos de una manera sin precedentes, con acciones como emitir órdenes ejecutivas que le permiten imponer regulaciones sin seguir el proceso legislativo completo, o dejar sin efecto automáticamente ciertas regulaciones a menos que sean reafirmadas por nueva legislación, obligando económica y militarmente a otros Estados, tanto aliados como adversarios de larga data, a elegir bando en la intensificada contienda mundial, a pagar los costos de la Reconstrucción de la Grandeza de Estados Unidos y a mostrar una humillante lealtad al presidente.
Este creciente desorden mundial entre las grandes potencias está, a su vez, dando luz verde a numerosos conflictos entre potencias regionales y dentro de los Estados, en el sur de Asia, Oriente Medio y África subsahariana. Las Naciones Unidas y sus diversas instituciones de refugiados, ayuda humanitaria, medicina y derechos humanos, carentes de recursos, son incapaces de moderar o resolver algunos conflictos como antes, y las organizaciones o alianzas regionales también se debilitan, colapsan o se fragmentan.
EEUU se ve obligado a intervenir directamente en toda región tensionada, sea en el conflicto en Ucrania donde debate directamente con Rusia, desplazando a la UE del centro de las negociaciones; sea en Asía interviniendo en el conflicto entre India y Pakistán; o sea sobre Medio Oriente, donde interviene siempre partiendo de su apoyo y financiamiento a Israel, con planes propios para Gaza, en búsqueda de debilitar a Irán y con una poderosa flota militar en la zona que por primera vez en años bombardeó bases iraníes, con el propósito de reordenar una nueva negociación. No son hechos aislados, sino situaciones específicas que hacen parte de una nueva situación internacional que estamos transitando.
El motor de estos acontecimientos es la intensificación cualitativa de la rivalidad entre las antiguas y las nuevas potencias imperialistas (OTAN, AUKUS y Japón, contra China y Rusia) y el estímulo de los conflictos entre diversas potencias regionales. Esto se debe al vertiginoso ascenso de China como el verdadero “taller del mundo” y a la expansión de su capital invertido en el sur de Asia, África, etc. Esto ha enfrentado a Estados Unidos, la potencia hegemónica mundial de los últimos 80 años, con la perspectiva de perder su papel de banquero mundial, regulador del comercio y ejecutor de un orden que parecía unipolar tras el colapso de la Unión Soviética en 1991.
Con el apoyo del Partido Republicano y de un importante sector burgués, y con otra parte del poder económico-financiero que lo deja hacer, el movimiento supremacista blanco MAGA de Trump, penetrado por fascistas declarados, representa una amenaza para todos los explotados y oprimidos. Trump avanza y a la vez juega con fuego *al implementar su agenda reaccionaria: secuestra, encarcela y deporta a inmigrantes, ataca los derechos reproductivos de las mujeres y los recientemente conquistados por las personas trans y no binarias, e intenta arrebatar a las personas de color los derechos civiles que tanto les costó conseguir y ataca a millones de migrantes. El papel de un Estados Unidos debilitado como articulador de un nuevo desorden mundial, está originando más crisis, turbulencias económico-financieras y perspectivas de mayores tensiones y enfrentamientos.
Estos cambios que se están produciendo y que implican una reconfiguración del mapa imperialista mundial, tienen a la vez como marco previo, algunas características importantes a tener en cuenta. Por un lado, el ascenso de nuevas fuerzas de ultraderecha, que intentan construir dentro de sus países regímenes mucho más autoritarios para sostener a largo plazo sus proyectos. Arrancando por Trump en EEUU que impulsa fuertes quitas de derechos sociales y democráticos, como sostén de su intento por perpetuarse mediante un régimen más autoritario, al servicio de revivir la rentabilidad y hegemonía del capital estadounidense. Es un proceso acompañado por movimientos callejeros populistas y de extrema derecha, florecimiento de ideologías reaccionarias e irracionales, teorías de conspiración, aprovechamiento de prejuicios religiosos, raciales y nacionales.
Estas nuevas ultraderechas son un subproducto del fracaso previo de los regímenes políticos de la democracia capitalista que la precedieron. El fracaso durante años de estos regímenes y sus partidos tradicionales, dieron origen a masivos descontentos. Que en una primera etapa dieron paso a búsquedas hacia izquierda en diferentes países y continentes, pero el fracaso posterior de proyectos reformistas y posibilistas hicieron ahondar el descreimiento general. Así se abrió un siguiente momento de búsqueda de salida por derecha, del cual son el reflejo concreto los Trump, Meloni, Modi, Orban, Milei, la creciente ultraderecha alemana, Bolsonaro que intentará volver, entre otros, los cuales actúan en asociación directa al régimen colonialista y genocida del Estado de Israel.
El otro elemento central que marca este momento de cambios, es la fuerte polarización social y política que viene desde hace años y que este intento por generar una nueva arquitectura internacional, no hace más que recrudecer. De hecho, estamos en presencia de una avanzada de esta ultraderecha, combinada con fuertes respuestas en la lucha de clases, incluido dentro de EEUU, un proceso de solidaridad mundial de apoyo a Palestina y luchas sociales de importancia en diferentes continentes. Todo lo cual plantea la necesidad de una dirección de la clase trabajadora que forje un camino alternativo. La serie de levantamientos populares, huelgas y movilizaciones existentes, son oportunidades con un potencial de ruptura con el sistema imperante. Donde se frena o es derrotado, manifiesta la debilidad central del factor subjetivo, la ausencia de una organización estructurada y armada con la estrategia, táctica y el programa, capaz de dirigir a la clase obrera y a sus aliados a la toma del poder.
La crisis económica mundial, lejos de ser un proceso independiente, constituye la base material de esta polarización social y política, y hoy se manifiesta en nuevas formas y contradicciones más agudas. Cae la demanda, aumentan las quiebras y el desempleo. Los presupuestos estatales se sobrecargan por enormes deudas y crecen los déficits. Esto en un marco dicotómico, en el que el crecimiento económico de China y países como India o Indonesia, y algunas otras antiguas colonias o estados obreros deformados, continúa a un alto nivel. Por el contrario, en las viejas economías imperialistas, la demanda disminuye. A todo esto, se suma un enorme aumento del gasto en programas de rearme bélico. La nueva política de Trump va a profundizar más la crisis en sentido recesivo. La inflación recorta el valor del salario, el gasto en salud, educación y asistencia social. Las corporaciones multinacionales utilizan a millones de trabajadores precarizados como ejército de reserva, explotándolos cuando sus ganancias crecen, abandonándolos cuando hay recesión o estancamiento. Impulsadas por la competencia, deslocalizan y subcontratan fábricas, bancos y oficinas donde extraen más beneficio. Un enorme aumento del desempleo se agrava con guerras y sanciones.
Además, la inteligencia artificial (IA) y la robótica amenazan con un reemplazo masivo de la mano de obra para aumentar la productividad, aunque su efecto a largo plazo será reducir la tasa de ganancia y profundizar la crisis del sistema. Los empleadores sueñan con reducir costos laborales, recortando el tamaño de sus fuerzas de trabajo, no las horas que trabajan. La IA amenaza los empleos de los trabajadores administrativos, oficina y servicios a enorme escala.
La clase trabajadora ha aprendido durante dos siglos que la oposición puramente defensiva a la introducción de nuevas tecnologías es inútil. Pero también que estas tecnologías no son instrumentos neutrales: encarnan las relaciones sociales de producción del capital. Por lo tanto, la respuesta de los trabajadores no puede limitarse a utilizarlas para reducir la jornada laboral, sino que debe aspirar a transformarlas, readaptarlas o superarlas, y, cuando obstaculicen el desarrollo humano o destruyan la vida, eliminarlas. La tecnología puede ayudar al control de la humanidad sobre la producción y la interacción con nuestro entorno natural. En una economía planificada y de propiedad social, la IA y la robótica serían un poderoso impulso a la emancipación del trabajo.
El mundo actual también expresa un escenario de guerras regionales cada vez más críticas, que, si bien no llegan a ser todavía un escenario de tercera guerra mundial, como mínimo dejan abierta esa posibilidad en la perspectiva del mundo que viene. Mientras EEUU no retrocede de su ubicación militar internacional, China profundiza su inversión militar y su avanzada tecnológica para ese objetivo, y el imperialismo europeo también atraviesa un fuerte proceso de militarización y está desarrollando nuevas estrategias bélicas, ante la amenaza que significa para Europa occidental Rusia con su gran poder militar.
Las contradicciones y debilidades de Europa aumentaron a medida que se desarrollaba la guerra en Ucrania y frente a la nueva política de Trump de aranceles masivos y desfinanciamiento de la ayuda militar. Europa es el eslabón más débil de la cadena imperialista occidental y sigue siendo el continente con los movimientos obreros más experimentados políticamente, y con direcciones muy experimentadas en traicionarlos.
Existe tamboreo bélico en el mar de China meridional, una guerra de aranceles entre EEUU y China, que afecta también a Europa, la rediscusión de algunas fronteras y acuerdos entre potencias al margen de los pueblos, como el que pretenden realizar en Ucrania. Mientras tanto Israel intensifica su colonización de Cisjordania y Jerusalén del Este y el genocidio sobre Gaza, ahora con EEUU pretendiendo involucrarse directamente en esos territorios. Los socios y cómplices occidentales de Israel, socialdemócratas, liberales o conservadores, tratan de silenciar al movimiento de solidaridad con Palestina, sin lograrlo. El régimen de Netanyahu atraviesa una crisis, pero tal cual lo evidenció su ataque sobre Irán, huye permanentemente hacia adelante para sostenerse en el poder, generando cada vez más crisis en Medio Oriente.
Al estar en medio de un cambio profundo, lógicamente hay elementos que se irán desarrollando en adelante y existe un pronóstico abierto sobre el futuro, teniendo que estar abiertos a hechos y fenómenos sociales y políticos nuevos. Partiendo de considerar que no tenemos una visión facilista de toda la situación mundial, precisamente porque registramos los cambios y peligros que afronta la humanidad en este nuevo contexto de fuerte disputa interimperialista. Y a la vez tampoco somos pesimistas, porque también se evidencian fuertes procesos de polarización social, lucha de clases y oportunidades políticas para la izquierda revolucionaria.
Sobre la base de esta situación general, que reactualiza la alternativa de socialismo o barbarie, para comprender mejor el mundo actual, es importante relacionarlo con los principales hechos que precedieron este cambio, y con la situación particular de distintos continentes y procesos.
De la crisis de 2008 a la actualidad
Tras la gran crisis y recesión de 2008 se produjo una recuperación contradictoria, sostenida por tasas de interés históricamente bajas. Luego vinieron años de estancamiento para las viejas economías imperialistas, aumento global de la inflación, cuya consecuencia es la suba del costo de vida que provoca penurias en la vida de la clase trabajadora y hambrunas. La dislocación económica de las cadenas globales de producción y comercio causada por la pandemia, los costos de sanciones y programas de rearme militar, más las aceleradas consecuencias del cambio climático, son crisis relacionadas a causa del decadente sistema capitalista imperialista y el desorden mundial actual.
Las causas de la crisis sistémica capitalista no residen en la escasez o incapacidad de producir lo que la humanidad necesita. Las fábricas, su mano de obra, los medios de producción, logística y comunicaciones, existen en abundancia, al igual que los medios científicos y tecnológicos. Los medios sociales para la planificación global existen en corporaciones multinacionales y bancos gigantes, divididos por la propiedad privada e impulsados por una competencia autodestructiva. La causa esencial de la crisis del sistema reside en la sobreacumulación masiva de capital al ser incapaz de obtener ganancias suficientes de la producción al mismo o mayor ritmo que en la fase de auge de la globalización.
De ahí que la “recuperación” tras la última recesión se diluyó y dio paso al estancamiento en amplios sectores de la economía mundial. La solución dictada por la teoría neoliberal y monetarista -privatizaciones, aumento de la intensidad de la explotación obrera y de la naturaleza, una gigantesca destrucción de capital para restablecer las tasas de ganancia, etc.- es de enorme costo para los trabajadores. La respuesta es contraatacar, resistirse a cierres y al desempleo masivo. Esto plantea la necesidad de tomar el control de la producción en manos de los que trabajan y el poder del Estado en manos de la mayoría trabajadora. Y sólo puede hacerse por el camino de la revolución, destruyendo el poder estatal de la clase capitalista, y no por un camino reformista.
La fase de la llamada globalización representó una expansión y reorganización de la acumulación capitalista a escala global, caracterizada por una creciente interdependencia asimétrica entre los principales centros y las periferias del sistema, bajo la dirección hegemónica de Estados Unidos y sus instituciones financieras internacionales. Más que un proceso de integración equilibrada, fue la forma que asumió el imperialismo en su fase globalizada.Se basaba en una simbiosis benévola de Estados Unidos y la UE con China, como mercado de tecnología avanzada y nuevo taller de manufactura del mundo. Sin embargo, en el período de mayor decadencia del capitalismo imperialista, una nueva potencia capitalista en rápido crecimiento como China se convirtió en un nuevo imperialismo.
Contra todos los imperialismos y en disputa con el campismo
La disposición de China a elevarse como nueva potencia imperialista se vio tras el 2008, desempeñando un papel esencial en sacar a la economía mundial de la Gran Recesión y expandiéndose como inversor en diferentes regiones. Esto condujo a mayor rivalidad entre viejas y nuevas potencias. En cambio, la capacidad de Rusia para escapar al destino de subordinación a EEUU se basó en la renta de sus abundantes recursos naturales, más que en el crecimiento industrial. Rusia no está económicamente a la altura de China, pero sí es un gigante militar, segundo en capacidad tras Estados Unidos. Esto le permite a Putin ser un actor importante en Oriente Medio, África y con la guerra en Ucrania en uno dominante en su esfera regional. Aun avanzando de diferentes formas, China como segunda potencia mundial y Rusia como su socio intermitente, hacen parte de uno de los polos imperialistas que expresan la disputa principalmente con EEUU, en la situación actual.
Los internacionalistas no tenemos que ser arrastrados a ninguno de los campos imperialistas en disputa ni tomamos partido entre ellos. EEUU y la OTAN no son el único campo imperialista y China y Rusia no son antiimperialistas. Tampoco sus aliados como Irán o Venezuela, entre otros, son regímenes progresivos, por el contrario, son muy reaccionarios y nos oponemos a ellos. En los viejos países imperialistas como Norteamérica y Europa, las clases dominantes han jugado con la justificada indignación de las masas contra las atrocidades de Rusia en Ucrania, o la opresión interna de China contra los uigures y los tibetanos, el aplastamiento de derechos democráticos en Hong Kong, o la represión y persecuciones en Venezuela, Nicaragua y Cuba por sus respectivos regímenes, para justificar sus guerras frías y su rearme. Su pretensión de defender la democracia frente a la autocracia, cada día queda más claro que ha sido un engaño. El segundo mandato de Trump y su orientación ultraderechista es muestra cabal de todo esto. Solo los socialistas revolucionarios defendemos los derechos democráticos.
Por otro lado, Moscú y Pekín cortejan a gobiernos de países semicoloniales de Asia, África y América Latina condenando la hipocresía de Occidente, denunciando su explotación económica y la coerción del FMI que impone una austeridad salvaje, sus invasiones y ocupaciones brutales y sus bloqueos económicos (Cuba, Venezuela, Irán, Corea del Norte). Valoramos y apoyamos a quienes participan en la resistencia legítima a las depredaciones de cualquiera de las potencias imperialistas, o denuncian sus políticas autoritarias y represivas, al tiempo que exponemos la verdadera razón que tienen sus rivales para asumir la causa de sus víctimas, y al hacerlo defendemos la independencia de la clase obrera y su oposición a los imperialismos de Occidente y Oriente.
Podemos apoyar la lucha de Ucrania por su autodefensa, o de los pueblos amenazados u oprimidos por Pekín, sin dar ningún apoyo a los preparativos de guerra y a la carrera armamentística desatada por las potencias de la OTAN, y mucho menos a la intervención militar directa. Frente a las guerras imperialistas mantenemos el derrotismo revolucionario, con los métodos de la lucha de clases para derrotar sus planes de guerra, preparamos las fuerzas revolucionarias y las bases objetivas para la revolución social y el derrocamiento de nuestros propios gobernantes. En los países semicoloniales somos defensistas, al tiempo que mantenemos una estricta oposición política e independencia de sus direcciones burguesas. Nos oponemos a todo plan imperialista y a los objetivos económicos y políticos de cada una de esas potencias imperialistas en disputa. Como socialistas intervenimos desde una posición independiente y a favor de los pueblos contra toda injerencia imperialista. Nuestra perspectiva es la revolución permanente: la lucha por avanzar por un camino hacia la revolución social.
Europa
Las dos economías dominantes de la UE, Alemania y Francia, intentaron sin éxito aumentar la independencia del bloque respecto a EEUU y establecer a Europa como competidor mundial del capital chino y estadounidense. Una serie de cambios años atrás -la salida del bloque del Reino Unido, el aliado más cercano a EEUU, el fomento de vínculos más estrechos con Eurasia a través del comercio de petróleo y gas y la iniciativa china de la nueva Ruta de la Seda parecían favorecer un papel algo más independiente del imperialismo europeo. Pero la guerra de Ucrania primero y la nueva política de Trump en su segundo mandato, restauró el dominio estadounidense sobre el continente y debilitó los planes de París y Berlín.
La UE sigue siendo uno de los tres grandes bloques del capital, aunque las fuerzas productivas del capitalismo europeo superaron las fronteras estatales de sus naciones, y la prolongada crisis que vive la Unión muestra que las clases capitalistas son incapaces de llevar a cabo la tarea de unificar el continente.
La UE con sus Tratados, su Comisión, su Banco Central y su moneda, es un aparato coercitivo de explotación de la periferia por su núcleo imperialista. Impuso a los Estados del sur de Europa una austeridad salvaje para proteger a los financieros imperialistas, proporciona una reserva de ayuda material y diplomática para las aventuras del imperialismo estadounidense y dirige sus asuntos desde la OTAN y la Fortaleza Europea. Esta arquitectura imperialista no puede ser reformada para fines sociales: nos oponemos a todo su andamiaje político, económico y social y a su Parlamento, Banco Central, Consejo y Tribunal de Justicia. Una estructura que debe ser abolida mediante una revolución socialista que culmine en unos Estados Unidos Socialistas de Europa. Que avance en base a la socialización y planificación, de un modo que haga avanzar a los países de este continente.
Sin embargo, siempre hemos rechazado la ilusión de que el camino hacia la unificación sobre una base superior, democrática y socialista pase necesariamente por desmantelar las unidades políticas o económicas a gran escala para restituir sus partes constituyentes. Por el contrario, buscamos socializarlas y planificarlas de un modo que haga avanzar a la humanidad. El socialismo requiere una escala continental, mundial de producción integrada. La perspectiva del socialismo en un solo país es más reaccionaria ahora que cuando Stalin la proclamó. La tarea de unificar Europa, reconocida como necesaria hace más de un siglo ante la carnicería de dos guerras mundiales, corresponde a la clase obrera si quiere evitar una tercera. El medio para lograrlo es la revolución a escala europea.
El mundo semicolonial
En el Sur Global, la ilusión de que los países semicoloniales avanzados recorrían el camino chino hacia el desarrollo recibió un golpe mortal. En el periodo álgido de la globalización, consideraban economías emergentes destinadas a un desarrollo sostenido: los tigres asiáticos, los BRICS, México, Indonesia, Nigeria y Turquía. El G20 nació de ese optimismo en 2003. Pero luego, con excepción de China y Rusia, ninguno de estos países logró escapar completamente de la dominación imperialista.
La resistencia a la reimposición de regímenes autoritarios aún más duros en Argelia, Sudán y Rojava vio a la clase obrera desempeñar un papel destacado, aunque sin poder derrocar a esos regímenes. En toda África subsahariana, el Reino Unido, con muchos problemas, ha mantenido esferas de influencia sobre sus antiguas posesiones coloniales, con mayor o menor grado de prepotencia. Francia por el contrario ha perdido incidencia en países de la región, donde se han producido semi insurrecciones contra su dominio y existen reiterados procesos de movilización en países como Kenia y ahora estamos frente al surgimiento de un nuevo fenómeno nacionalista con el ascenso del capitán Ibrahim Traoré en Burkina Faso con creciente simpatía en Africa. Al mismo tiempo crece la influencia militar de Rusia y la económica de China.
En América Latina, economías asoladas por inflación, desempleo y el flagelo de las deudas, combinadas con fuertes procesos de movilizaciones, dieron lugar en este siglo XXI a desafíos de fuerzas progresistas-reformistas que llegaron al gobierno en reemplazo de otros de derecha, pero en todas partes decepcionaron mediante la aplicación de ajustes, abriendo la posibilidad al surgimiento de nuevas derechas y ultraderechas como en Brasil y Argentina. Viviendo el continente una fuerte polarización política y social, combinación de gobiernos derechistas y progresistas en diferentes países y procesos de movilización social contra ajustes y políticas represivas.
China supo explotar la irritación semicolonial ante el orden imperialista dominado por Occidente mediante la llamada “diplomacia de la deuda”, ofreciendo préstamos usurarios sin ningún condicionante. Pero el cambio de un usurero imperialista por otro no protege de los estragos de los mercados internacionales, ni evita que un nuevo acreedor haga valer derechos de propiedad sobre sus inversiones. Esta realidad, seguirá vigente en medio de los nuevos desórdenes del mundo y sus disputas interimperialistas.
Catástrofe climática
La degradación del medioambiente, el agotamiento de los bienes comunes y la emisión de gases de efecto invernadero, alcanzaron el umbral de un punto de inflexión decisivo y representan una amenaza mortal para la vida natural y civilización humana. El aumento de fenómenos meteorológicos extremos, inundaciones, incendios, hambrunas y sequías de una intensidad sin precedentes, más el deshielo acelerado de los polos y los glaciares, son indicios de que el cambio climático ingresa a una fase mortal e impredecible.
El calentamiento del clima es la amenaza inmediata, no la única. La acidificación y contaminación de los océanos, la sobrecarga y alteración de ciclos de nutrientes, el agotamiento de las capas freáticas, la destrucción de la biodiversidad y la acumulación de sustancias químicas tóxicas en el medioambiente y en cadenas alimentarias suponen amenazas para la existencia de la humanidad.
Las propuestas para frenar y revertir el desastre inminente son claras, y las potencias del mundo se niegan a tomar medidas. Trump firmó la salida de EEUU de los Acuerdos de París que limitan las emisiones, profundizando así el problema existente; cada acuerdo climático marca la negativa de los principales emisores y sus rivales a poner en peligro los beneficios de sus corporaciones.
El capitalismo destruye la vida y es un sistema de imperialismo medioambiental. Su base es la concentración de capital y la opresión de países semicoloniales con el control de tecnologías y las exportaciones de capital. La explotación de semicolonias por parte de los imperialismos se intensifica con sus consecuencias ecológicas y sociales; los costos socioecológicos de la producción capitalista se transfieren a las semicolonias. Las empresas de la agroindustria, minería y energía se asocian a gobiernos que actúan contra las protestas de la población. En los centros imperialistas la explotación rapaz del Sur global se oculta tras el cínico marketing de la producción “sostenible” y el comercio “justo” al servicio de los negocios de Monsanto, Glencore y Unilever.
Mientras que la intervención y modificación de la naturaleza para satisfacer necesidades humanas son necesarias y continuarán en el socialismo, es el capitalismo quien impulsado por su afán de acumulación la destruye. El insaciable afán de lucro, la explotación de personas y del planeta, hace que el “desarrollo” capitalista sea incompatible con el progreso de la civilización humana.
Luchas y dirección
Desde la crisis de 2008 hasta la actualidad, se vienen desarrollando diversos fenómenos de lucha. Al inicio una ola de revoluciones en África del Norte y Medio Oriente, con huelgas obreras jugando un rol decisivo en derrocar viejos dictadores, aunque finalmente terminaron fracasando con la llegada al poder de fuerzas islamistas y militares. En el mismo período hubo en España y Francia protestas masivas, ocupaciones de plazas y huelgas contra el ajuste en Europa y previamente en Grecia se dio un proceso de huelgas generales y movilizaciones enormes. El gobierno de Syriza, elegido sobre una plataforma que se oponía a las demandas de la Troika y apoyado por el impresionante mandato del referéndum ‘Oxi’, capituló e impuso la austeridad requerida.
Después de las derrotas de los movimientos sociales, las decepciones y traiciones y el aplastamiento de la Primavera Árabe bajo el invierno de dictaduras contrarrevolucionarias, guerras civiles y unos años después la pandemia, que obligó a cuarentenas y agudizó la recesión, provocaron momentos coyunturales de reflujo en el nivel de la lucha de clases y estimularon el ascenso de la derecha.
Pero rápidamente se vivieron nuevas expresiones de resistencia obrera y desarrollo de nuevas oportunidades. En Estados Unidos se desarrolló una ola de huelgas y campañas de sindicalización, en Gran Bretaña hubo huelgas de trabajadores como no se había visto en décadas, en Francia paros y movilizaciones ante el ataque al sistema de jubilaciones. En LA hubo fuertes procesos de lucha en Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Haití y Argentina entre otros países. Con acciones populares, fuerte participación estudiantil y en algunos casos paros del movimiento obrero. En ese período miles de trabajadores sudafricanos salieron a las calles a exigir ingreso básico, un salario mínimo vital y límite en los precios del combustible y tasas de interés. En el Líbano se produjo un levantamiento popular contra el gobierno, al igual que en Bielorrusia contra el fraude electoral de Lukashenko. En la India, millones de trabajadores del sector público fueron despedidos o amenazados de despido, lo que desencadenó una serie de huelgas anuales (Bharat Bandh), las más grandes en la historia de la humanidad en términos de número de personas involucradas. En China se desarrollan miles de conflictos laborales por año en zonas industriales.
En este 2025 se manifiestan diferentes procesos de lucha de clases y polarización social en países y continentes. Comienzan a verse movilizaciones de millones contra Trump, se desarrollan movilizaciones y un movimiento de solidaridad con Palestina y escenas revolucionarias en países tan disímiles como Panamá y Kenia y el año anterior fuertes huelgas obreras en países centrales. A menos que exista una dirección alternativa a los partidos reformistas y a las burocracias sindicales, se pueden perder oportunidades y que avance la contrarrevolución.
Es central la intervención política en cada lucha y el impulso de direcciones con estrategia basada en la lucha de clases y por la derrota de los capitalistas, en lugar de la negociación y compromiso. La independencia de clase y la democracia de base son cuestiones esenciales que ayudan al desarrollo de partidos revolucionarios y de una nueva internacional. Luchamos contra la política de acuerdos con partidos burgueses.
Los partidos socialdemócratas, laboristas y comunistas sirvieron mucho tiempo a los capitalistas como partidos alternativos de gobierno en los estados imperialistas europeos. Tienen en común una capa privilegiada de burócratas profesionales y parlamentarios que colaboran con el capitalismo, en el gobierno o la oposición, frustrando a sus seguidores. En Europa y Asia, en los últimos veinte años estos partidos adoptaron políticas pro-mercado exigidas por la clase capitalista con ajuste, privatización y ataques a los salarios. Desde la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del Este y China, los PC estalinistas del mundo se movieron a derecha.
La década pasada surgieron nuevas formaciones reformistas. Sectores de izquierda, como el Secretariado Unificado, vieron en los partidos amplios que abarcan corrientes revolucionarias y reformistas, la confirmación de su rechazo al modelo leninista de partido. Es correcto relacionarse con experiencias amplias de izquierda o unirse a ellas donde representen un alejamiento de gran número de trabajadores y jóvenes del liberalismo, la socialdemocracia de derecha o el populismo. Pero son intervenciones tácticas y con un tiempo determinado de duración, por lo cual en todos esos casos intervenimos con independencia política, organizativa y crítica desde una política revolucionaria.
En América Latina, regímenes y movimientos que hablaban del socialismo del siglo XXI, sufrieron involuciones y fueron girando a derecha. El cambio más impactante fue el caso del sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, que degeneró a un bonapartismo represivo y régimen muy autoritario. El fracaso de estos proyectos y otros como el kirchnerismo en Argentina, se debió a un contexto más severo por la crisis económica mundial, no tuvieron margen de maniobra para satisfacer necesidades sociales, ni se propusieron tomar medidas anticapitalistas ni expropiar a sectores de la burguesía o corporaciones multinacionales. Así fracasaron y trajeron como resultado la irrupción de nuevas ultraderechas, como las primeras victorias reaccionarias de Jair Bolsonaro en 2018 y de Milei en 2023. Actualmente sucede algo similar con Lula en Brasil, que más allá del discurso favorece los intereses de la clase capitalista brasileña y tiene enfrente a los partidarios de Bolsonaro, que son aún más abiertamente ultraderechistas, profascistas y mejor armados que los de Trump.
Regímenes latinoamericanos más antiguos dirigidos por fuerzas reformistas de izquierda o estalinistas, como Cuba, Nicaragua y Venezuela, fueron consolidando regímenes muy represivos y autoritarios, en vez de permitir la democracia obrera y campesina, o impulsar políticas antiimperialistas genuinas que hubieran dado impulso a una revolución continental. Somos opositores de izquierda a todos esos regímenes, al mismo tiempo, nos oponemos a cualquier intervención imperialista en su contra.
En África, los golpes militares y presidencias bonapartistas, las insurgencias islamistas y el terrorismo se sumaron a las miserias de la explotación imperialista y la degradación ambiental, bajo explotación de corporaciones y bancos occidentales, vinculados a la carga de la deuda y las “reformas” del FMI y el Banco Mundial. Los movimientos de liberación descendieron rápidamente a la corrupción de las nuevas élites y la represión de la oposición. La respuesta de las masas ha sido levantarse en varios países contra esa ofensiva. En medio de la crisis, irrumpió un nuevo proyecto político nacionalista en Burkina Faso, que expresa el descontento creciente y al cual respondemos con políticas de exigencias desde una posición independiente, anticapitalista y socialista.
El mundo actual plantea la necesidad de una nueva Internacional revolucionaria, sucesora de las anteriores, que aprenda de su experiencia, éxitos y fracasos. Urge agrupar a organizaciones revolucionarias a nivel internacional y en cada país, sumando a nuevas camadas de luchadores obreros, populares y de la juventud, con un programa revolucionario que responda a la cuestión del poder; solución estratégica a la crisis del sistema capitalista.
Un programa de demandas transitorias
Los programas de partidos obreros se han dividido entre un programa mínimo de reformas graduales, las cuales los capitalistas pueden revertir teniendo el poder estatal. Y si aparece un programa máximo con el objetivo del socialismo, se lo presenta como utopía distante, dislocada de demandas de luchas actuales.
El programa de una nueva internacional revolucionaria es opuesto a estos modelos fallidos. Levanta demandas transicionales, integradas y conecta las consignas y formas de lucha necesarias contra la ofensiva capitalista y con los métodos para derrocar el régimen burgués, establece el poder obrero y un plan de producción socialista. Nuestro programa aborda cuestiones sociales, económicas y políticas vitales e incluye demandas inmediatas y democráticas.
Así como Karl Kautsky, el “Padre del Marxismo” de la Segunda Internacional, rechazó la Revolución de Octubre, con su destrucción de la maquinaria armada y burocrática del Estado burgués y su reemplazo por consejos obreros o soviets, los neokautskianos actuales rechazan una estrategia para la revolución, al menos en países que ya han alcanzado la democracia parlamentaria o podrían lograrla mediante reformas democráticas limitadas e inestables. Nosotros, partidarios del programa de Lenin y Trotsky, si bien no rechazamos ni por un instante una lucha militante para arrancar concesiones económicas, sociales y políticas a los capitalistas y a su Estado, jamás difundiremos la ilusión de que estos cederán los medios de producción a las mayorías parlamentarias ni a las leyes que podrían aprobar para expropiarlos porque el Estado burgués es un aparato al servicio de la clase dominante y, como tal, no puede utilizarse para alcanzar objetivos revolucionarios.
La idea de que se puede alcanzar el socialismo por vía gradual y pacífica de reformas sociales y negociaciones es utópica. El programa para el socialismo cuestiona los “derechos” esenciales de los capitalistas: el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y de cambio, el derecho a explotar a los trabajadores, a anteponer la ganancia a las personas, a aumentar su riqueza a costa de los pobres. El derecho a destruir el planeta y dejar sin futuro a nuestros hijos.
Una nueva internacional plantea reivindicaciones y propone formas de organización que respondan a necesidades vitales y a la vez organicen a los trabajadores para tomar el poder y ejercerlo. Nuestro programa impulsa el control obrero de la producción y su extensión a otras esferas, desde fábricas, oficinas, sistemas de transporte y cadenas minoristas, hasta bancos y entidades financieras.
La lucha por conquistar estas reivindicaciones exige nuevas formas de organización que superen los límites del sindicalismo y las elecciones parlamentarias. En todos los niveles de lucha, la toma de decisiones mediante asambleas democráticas de todos los implicados es la norma.
Los trabajadores comprometidos en la lucha contra el ajuste y la austeridad, plantean estas demandas contra ataques específicos. Más el objetivo socialista del programa sólo se alcanzará cuando se luche por ellas como un sistema interrelacionado de demandas para la transformación de la sociedad. El programa de transición completo es una estrategia para el poder de la clase obrera. Nuestras reivindicaciones no son llamamientos pasivos a los gobiernos o a los empresarios, son consignas relacionadas hasta que la clase obrera derroque y expropie a los capitalistas.
Difundimos este programa como aporte a un acercamiento entre fuerzas revolucionarias, vinculado a propuestas de acciones y campañas comunes, junto a una discusión seria sobre el programa que una nueva Internacional revolucionaria necesita. Es una propuesta para un debate con quienes comprenden la necesidad de construir una nueva Internacional, y que en esa perspectiva el reagrupamiento de los revolucionarios, que impulsamos desde la LIS y todas las fuerzas con las que estamos confluyendo en este Tercer Congreso Mundial, es una tarea central.
Contra la ofensiva capitalista
Contra los ataques patronales al nivel de vida, nuestra política es el frente único obrero: la acción común de todas las fuerzas de la clase obrera dentro de cada país y atravesando fronteras y continentes. La mayor unidad de acción, siempre con independencia política.
Ingresos dignos, trabajo para todos y control obrero.
•Contra la inflación que devalúa el salario de los trabajadores, luchamos por la escala móvil de salarios: aumento igual al aumento del costo de vida. Los comités de vigilancia de precios, compuestos por delegados elegidos en centros de trabajo, organizaciones de trabajadores, barrios populares y organizaciones de mujeres, consumidores y pequeños productores y comerciantes, mantienen un índice del costo de vida real.
•En países con hiperinflación, una escala móvil de ingresos y comités de vigilancia de precios no serán suficientes. La distribución de bienes vitales y el acceso a los alimentos requieren intervención directa: que los comités de trabajadores asuman el control del suministro de alimentos en coordinación directa con productores agrarios y la comunidad.
•Por un salario mínimo nacional determinado por comités de trabajadores que garantice una vida digna. Por jubilaciones indexadas a la inflación y garantizadas por el Estado. Subsidio universal a los desocupados hasta que tengan trabajo digno.
•Contra cierres y despidos, luchamos por huelgas y ocupaciones. Reducir las horas de trabajo, no los puestos. Escala móvil de horas de trabajo, reducción de la jornada laboral y reparto del trabajo disponible sin reducción salarial ni de condiciones.
•Gobiernos y capitalistas aducen la quiebra, la eficiencia y la productividad para justificar recortes de empleo. Que abran los libros. Todas las cuentas, bases de datos, datos financieros, fiscales y de gestión deben ser inspeccionados por delegados electos de los trabajadores.
•Las empresas que despidan, deslocalicen la producción, incumplan normativas sobre salario mínimo, salud y seguridad, medio ambiente, o eludan impuestos, deben ser nacionalizadas sin indemnización, con su producción bajo control y gestión de trabajadores.
•Por un programa de trabajo socialmente útil para mejorar servicios sociales, la sanidad, educación, vivienda, el transporte y el medio ambiente, bajo control de los trabajadores y sus comunidades.
•No a la externalización y a la deslocalización. En vez de competir entre trabajadores de diferentes naciones por los mismos puestos de trabajo, construir coordinaciones internacionales de trabajadores de las mismas empresas y ramas de producción que luchen por igual salario. Los convenios colectivos y los derechos legales deben aplicarse por igual a trabajadores de empresas subcontratadas.
•Por empleo seguro: oposición a toda forma de trabajo informal y precario. Por contratos con horarios garantizados. Los salarios y las condiciones deben regirse por convenios colectivos controlados por sindicatos y representantes de trabajadores.
•Combatir la intensificación del trabajo mediante aceleraciones y “campañas de eficiencia” que solo intensifican la explotación y sus ganancias, poniendo en peligro nuestra salud y nuestras vidas.
•Contra la “cogestión”, la asociación pública-privada, la “colaboración social” y otras formas de colaboración de clases en las que los sindicatos administran la política de la patronal, luchamos por el control obrero. Por el derecho a vetar decisiones de la gerencia sobre el empleo, la producción y la introducción y aplicación de tecnología.
Por servicios públicos universales y seguridad social
La serie de “reformas” de los servicios públicos, son programas de ajuste para descargar el costo del declive de los servicios públicos de los ricos sobre la clase trabajadora. Servicios y recursos vitales, desde el agua y la energía hasta la sanidad y la educación, pagados por generaciones de impuestos y trabajo de las clases media y trabajadora, son entregados a precio de remate para que los capitalistas los exploten en su beneficio. Los multimillonarios quieren beneficiarse de nuestra infancia, vejez y salud y tienen el descaro de exigir que se reduzcan la asistencia social y las jubilaciones para “fomentar la autosuficiencia” y “reducir la cultura de la dependencia”.
Ante el descarado saqueo del patrimonio público por parte de especuladores privados, exigimos:
•Ni un recorte más, ni una privatización más. Estatización sin indemnización de las infraestructuras esenciales: agua, energía, transportes y comunicaciones. Cese de todas las asociaciones público-privadas y de las concesiones de gestión privada de servicios públicos.
•Estatización y extensión de los mejores sistemas de educación, salud, asistencia y cuidado social a los miles de millones de personas que carecen de toda cobertura. La educación, la salud y la asistencia social deben gestionarse bajo control de trabajadores y usuarios y proporcionarse gratuitamente a todos en el punto de suministro.
•La edad de jubilación debe reducirse progresivamente, no aumentarse. Aumentar las jubilaciones hasta un mínimo vital y ampliarlas a la cobertura universal. Nacionalización de los regímenes de pensiones privados y fusión en una pensión única garantizada por el Estado.
•Los servicios públicos gratuitos son vitales para garantizar un estándar mínimo y la igualdad de acceso a la sanidad, la educación y la seguridad social para la clase trabajadora. Pero la propiedad pública no es socialismo. Las empresas y servicios nacionalizados compran insumos a los capitalistas, compensan a los antiguos propietarios, compiten con rivales de propiedad privada, emplean técnicas de gestión capitalistas y operan bajo amenaza de recortes y privatizaciones. No pueden escapar de la camisa de fuerza del sistema de mercado. Los trabajadores tienen que distinguir la estatización capitalista de la socialización y la expropiación de la clase obrera, utilizadas para desposeer a los patrones. Sólo así podrán planificarse y prestarse servicios de la más alta calidad, para abolir la necesidad y establecer la igualdad.
•Las organizaciones de trabajadores y usuarios defienden los intereses de la clase trabajadora frente a los propietarios, oponiéndose a los rescates que salvan a los capitalistas en quiebra. Hay que socializar los activos, no las pérdidas. La estatización bajo control de los trabajadores y los usuarios es necesaria para evitar que los gobiernos absorban las pérdidas y reprivaticen los activos rentables o supuestamente deficitarios.
Expropiar las fortunas de los ricos
En el capitalismo, para que una ínfima minoría viva con enormes lujos, miles de millones viven en pobreza e indigencia. Las decisiones de inversión de esta minoría parasitaria ponen en crisis a países enteros. Por debajo de los multimillonarios, cientos de miles de millonarios viven en un lujo descarado a nuestra costa, mientras cerca de mil millones de personas pasan hambre y varios miles de niños mueren por día por mala alimentación.
La clase parásita denuncia todo intento de gravar y redistribuir su riqueza. Esconde su dinero en paraísos fiscales, manipula sus cuentas para esconder las ganancias y su status de ciudadanía y residencia para evitar pagar impuestos. Quieren que la clase trabajadora pague la mayor parte de carga fiscal, aumentando impuestos indirectos sobre productos básicos como el combustible y los alimentos, y recortando impuestos sobre las empresas y la riqueza.
La riqueza de los capitalistas, de financistas e industriales, deriva del trabajo de los obreros, de los agricultores y de los pobres. Por eso decimos:
•Financiar una expansión masiva de servicios públicos y programas de abolición de la pobreza expropiando las fortunas privadas de los ricos. Abolición de todos los impuestos indirectos y supresión de la evasión fiscal mediante el cierre de paraísos fiscales y la nacionalización de las grandes empresas de contabilidad.
•Impuestos permanentes a las grandes fortunas y a dueños de bancos, empresas y grandes latifundistas.
Por un plan obrero de producción y desarrollo internacional
En lugar de un mosaico de propiedades estatal y privada vinculadas sólo por la anarquía del mercado, la satisfacción de necesidades de la humanidad y la naturaleza exigen un plan democrático y global de producción. Donde los recursos del mundo, incluido el trabajo humano, se asignen según las necesidades de las personas y las capacidades de cada una en la producción, la distribución y la prestación de servicios. Sólo sustituyendo la anarquía del mercado por la planificación consciente de una economía mundial de propiedad común, podremos hacer que la producción sea el bienestar colectivo y no acumulación privada. Los socialistas revolucionarios vinculamos la lucha por la expropiación de las industrias, con la necesidad de expropiar a la clase capitalista en su conjunto. Como dijo Trotsky, la propiedad estatal sólo producirá resultados favorables “si el propio poder estatal pasa completamente de manos de los explotadores a manos de los trabajadores”.
Así como los monopolios globales planifican la producción y la distribución a escala internacional, pero lo hacen para el lucro privado y de forma antagónica; así también una sociedad socialista planificará la producción a escala global para las necesidades sociales, liberando a esa misma organización colectiva de las ataduras del capital y, finalmente, haciéndola consciente y cooperativa.La planificación socialista significa nacionalizar, dirigir y desarrollar la economía con un plan de control democrático de los productores y consumidores; no es el gobierno de una burocracia privilegiada como la surgida tras la degeneración del primer Estado obrero del mundo, y que posteriormente se reprodujo en otros Estados después de 1945. La existencia de una economía mundial implica la planificación internacional; la “teoría” del socialismo en un solo país es una ilusión. La planificación socialista es mundial y sustituye el comercio capitalista por el intercambio internacional de productos, recursos y mano de obra, para elevar el nivel de desarrollo social de países y pueblos. Una economía planificada a escala internacional es el instrumento central no sólo para abolir la pobreza y la desigualdad, sino para revertir la catástrofe climática.
El único sistema internacional de planificación logrado por el capitalismo es el de instituciones financieras dominadas por imperialistas: el FMI, la OMC y el Banco Mundial. La pretensión fraudulenta de que aliviaban la deuda de los países semicoloniales buscando objetivos de desarrollo, quedó descubierta con el salto en la crisis de esos países y las movilizaciones masivas del movimiento anticapitalista desde Seattle en 1999 hasta Génova en 2001 (y más recientemente en países como Egipto y Sri Lanka). Las posteriores rebeliones sociales en diversos países dependientes y el desarrollo de diferentes foros sociales mundiales y continentales de 2002-2006, donde hubo políticas reformistas de direcciones convocantes, pero tuvieron una importante participación de activistas, concientizaron sobre intereses y luchas comunes de trabajadores, jóvenes, campesinos y pueblos originarios del Norte y el Sur globales.
Las promesas vacías de instituciones de la globalización de crear un “nuevo paradigma” explotaron con la crisis de 2008. El abandono de objetivos de desarrollo y el recorte de presupuestos de ayuda aceleraron la salida de la escena política de las ONG que se habían hecho ilusiones con la idea de que estos instrumentos de explotación se reformarían o desaparecerían. A medida del avance de los programas de austeridad, el FMI y sus auxiliares volvieron al ataque. Hay que construir nuevos movimientos arraigados en la clase obrera y el campesinado, sin ilusiones en las instituciones del “orden mundial liberal” ni en las ONG, los programas estatales de “ayuda” o las organizaciones benéficas multimillonarias. Impulsamos un programa basado en la destrucción de las instituciones imperialistas, la expropiación bajo control obrero de bancos y empresas y la redistribución de la tierra a quienes la trabajan.
•Por la anulación total e incondicional de la deuda de todos los países semicoloniales, por la movilización por el no pago de las mismas, la investigación de deudas fraudulentas y la unidad en la lucha de las poblaciones de países deudores. Por medidas que obliguen a las potencias imperialistas a compensar al mundo semicolonial por el saqueo de sus bienes comunes y humanos. La propiedad y el control de las operaciones de las multinacionales deben pasar a los trabajadores que producen su riqueza.
•Acabar con el proteccionismo contra los productos del Sur global. Abolir el TLCAN, la Política Agrícola Común y otras armas proteccionistas de los Estados imperialistas. Apoyamos el derecho de los países semicoloniales a defender sus mercados de las importaciones baratas de los países imperialistas.
•Abolición del FMI, la OMC, el Banco Mundial y todas las zonas económicas especiales.
•Nacionalización de los mercados de valores. Expropiación de las grandes industrias, sin indemnización, bajo control obrero. Nacionalización y fusión de los bancos en bancos nacionales únicos bajo control obrero.
Contra el militarismo y la guerra
Un cambio en las condiciones que enfrenta la clase obrera es la aparición de dos nuevas grandes potencias imperialistas, que potencialmente formarían un bloque militar estratégico entre sí para desafiar el dominio de los EEUU y sus aliados. A la vez presenciamos el cambio de política de EEUU en relación al imperialismo europeo y el abandono de todo el andamiaje de acuerdos políticos entre sí proveniente de décadas pasadas, al pasar a actuar EEUU directamente sobre los nuevos imperialismos chino y ruso, como lo evidencian las guerras y tensiones actuales. También pretende utilizar su presión militar y económica para obligarlos a negociar y aceptar acuerdos en sus propios términos.
La socialdemocracia y el laborismo apoyaron a los imperialismos “democráticos” frente a los regímenes “autoritarios” de Rusia y China, considerando a “Occidente” como una fuerza progresista que deben apoyar, en el gobierno o la oposición. Ahora, que Estados Unidos abandonó “su rostro democrático y humano” y principalmente la protección de Europa frente a Rusia, estos están desorientados y corren a intentar armarse. El ala izquierda de estos partidos se opuso a las guerras y represiones coloniales y semicoloniales, apoyó a los países no alineados en la Guerra Fría y también participó en movimientos pacifistas y antiimperialistas.
Los partidos comunistas estalinistas no solo apoyaron a la burocracia de los Estados obreros degenerados contra las potencias imperialistas, también justificaron y defendieron dictaduras stalinistas sobre la clase obrera y sus brutales represiones (Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Tiananmen). Además, apoyaron movimientos antiimperialistas y guerras de liberación como las de Vietnam y Cuba, siempre desde su nefasta política al servicio de manipular y frenar esos procesos. Aunque la innegable restauración del capitalismo en Rusia ha hecho que no todos los PC apoyen a Putin, no ocurre lo mismo con China. Quienes todavía ven el estalinismo como la corriente principal del socialismo y el comunismo, consideran a EEUU/OTAN como “la” fuerza imperialista por excelencia y ven a quien se opone a ella como un mal menor.
Cuando se desarrollan las tensiones entre China y Rusia por un lado y Occidente por otro, la izquierda estalinista y “socialista” tiende a apoyar a los primeros, o al menos a no oponerse a ellos, mientras que las tradiciones socialdemócratas y laboristas dominantes apoyan a los segundos. La única posición revolucionaria es la de ser independiente de ambos campos imperialistas rivales, siguiendo la postura frente a todos los imperialismos adoptada por Lenin en la 1°Guerra Mundial y repetida por Trotsky en la 2°Guerra. Para ellos la diferencia de régimen político (democracia/autocracia) no era decisiva. Importaba su carácter de clase común de saqueadores de naciones más pequeñas, que eran o iban a ser sus colonias o semicolonias.
Eran y siguen siendo sólo estas naciones oprimidas las que la clase obrera debe defender, sea cual sea el carácter de sus regímenes políticos. El objetivo no es sólo debilitar a los gobernantes imperialistas dentro y fuera del país, sino ayudar a la clase obrera de los países atacados u oprimidos por potencias imperialistas a ponerse a la cabeza de la lucha de liberación nacional y tomar el poder, con la estrategia de la revolución permanente.
En cambio, en las guerras entre las potencias imperialistas, la posición de los revolucionarios sigue siendo que “el enemigo principal está en casa” y que en todas las guerras reaccionarias luchamos por la derrota de quienes las libran, derrota que se consigue convirtiendo su guerra en guerra civil y revolución.
En las actuales condiciones de intenso conflicto interimperialista es probable que cualquier resistencia semicolonial a un opresor imperialista sea aprovechada por sus rivales imperialistas. Mientras tal intervención sea un factor subordinado, no alterará el carácter de la guerra. La clase obrera internacional debe apoyar a la nación oprimida, independientemente del carácter de su dirección o del régimen atacado, a la vez denunciando toda injerencia imperialista.
Como pudo verse en el caso de la guerra por Ucrania, puede convertirse en el centro de las disputas por el control de la región y la redivisión del mundo. A pesar de que la OTAN no participa oficialmente en la guerra, el conflicto interimperialista entre Rusia y las potencias occidentales se ha convertido en un factor importante en esta guerra, con los imperialistas occidentales imponiendo sanciones económicas a Rusia y armando y entrenando a Ucrania, aunque mucho menos de lo necesario para ganarle la guerra a Rusia.
La guerra por Ucrania adquirió un carácter combinado. Por un lado, está la nueva guerra fría entre las potencias imperialistas occidentales y Rusia (y su patrocinador China) que se libra en el terreno de Ucrania. Pero esto no significa que la autodefensa del pueblo ucraniano, aunque esté dirigida por un gobierno burgués reaccionario y prooccidental, se haya convertido en un factor subordinado. Por eso la clase obrera tiene que reconocer el derecho de los ucranianos a resistir la invasión rusa y dotarse de medios necesarios para hacerlo. A la vez no le damos ningún apoyo político al gobierno nacionalista y prooccidental de Zelensky. Condenamos su ambición de entrar a la OTAN o de subordinar su economía a la UE y ahora a EEUU, y estamos por el derecho a la autodeterminación de Crimea y el Dombas. Por lo tanto, también rechazamos que EEUU y Rusia negocien por su cuenta contra los intereses del pueblo ucraniano.
En Rusia levantamos la política de derrotismo revolucionario, luchando para convertir la guerra reaccionaria de Putin en una guerra de clases para derrocar su régimen. En los países de la OTAN nos oponemos a cualquier intervención occidental y a los objetivos de guerra de la OTAN, a sus sanciones, rearme y expansión a Estados hasta ahora neutrales. Nos oponemos al creciente intervencionismo político de EEUU en esta guerra, a la militarización de toda Europa, al expansionismo ruso y a toda política que pase por encima de los derechos nacionales de Ucrania y que sean parte de la confrontación del bloque imperialista occidental con el imperialismo ruso y chino. Este inicio de una nueva Guerra Fría puede acercar a la humanidad a una 3°Guerra Mundial, que podría ser la última. Los mismos principios se aplicarían si China invadiera Taiwán. Xi Jinping y las fuerzas bipartidistas del Congreso estadounidense van en esa dirección. Es vital luchar para evitar que los movimientos obreros y las fuerzas antiimperialistas de todo el mundo se unan a cualquier bando imperialista.
La carrera armamentística y el creciente despliegue de fuerzas de asalto, bases militares y flotillas por el mundo, como la expresión de antagonismos en una serie de guerras indirectas, pueden combatirse siempre que exista un movimiento de millones de personas con la voluntad de llegar hasta el final y expulsar a los belicistas del poder. Un movimiento con un liderazgo revolucionario, que tiene que ser internacional y convertirse en una Internacional.
Si la clase obrera permite, sin oponerse, que los gobernantes impongan sanciones que provocan hambre e inflación, y lancen nuevas carreras armamentísticas que consumen los recursos para trabajo, salud, educación y prevención de catástrofes climáticas, nuestro destino será ser sus víctimas e ser incitados unos contra otros. “La clase obrera”, como escribió Karl Marx en 1864 en la declaración fundacional de la Primera Internacional, “tiene el deber de dominar por sí misma los misterios de la política internacional; de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos gobiernos; de contrarrestarlos, si es necesario, por todos los medios a su alcance”.
La movilización contra la guerra de 2003, que llevó a 20 millones de personas a las calles en grandes ciudades del mundo, mostró el poder de la coordinación internacional. Iniciado por los Foros Sociales Europeo y Mundial, el fracaso del movimiento se debió a que los organizadores de estas manifestaciones no quisieron organizar más acciones de masas, incluidas huelgas generales y motines, para detenerla, o convertir las movilizaciones en revoluciones. Esto reveló la necesidad de una organización disciplinada con objetivos determinados, de una nueva internacional revolucionaria.
En los países semicoloniales defendemos la nación contra cualquier ataque de una potencia imperialista o de uno de sus “gendarmes”. A la vez no apoyamos que la burguesía conduzca la guerra, porque se ha transformado en cómplice directa de los intereses imperialistas. Donde la realidad lo haga necesario, impulsamos la unidad de acción o un frente único contra los ataques imperialistas, en forma independiente y desenmascarando la debilidad, vacilación y timidez de las clases propietarias en la lucha antiimperialista. No brindamos ningún apoyo político a la clase capitalista. Y nos esforzamos por poner a las fuerzas independientes de la clase obrera a la cabeza de la lucha para liberar a la nación del imperialismo y abrir camino al socialismo. En los enfrentamientos fratricidas entre semicolonias por territorio o recursos, la derrota del “propio” país es un mal menor que la suspensión de la lucha de clases en casa; este tipo de guerra debe denunciarse y convertirse en un levantamiento por el poder de la clase obrera y la paz.
Las principales potencias imperialistas, EEUU, Gran Bretaña, China, los Estados de la UE y Rusia, gastan cientos de miles de millones en sus máquinas de guerra. Dicen actuar por intereses humanitarios, pero es una cortina de humo para ocultar su verdadero objetivo que es imponer y mantener su dominación militar. También en las naciones más pobres se gastan enormes proporciones del presupuesto nacional en el ejército; en países como Pakistán, Bangladesh y Turquía, los militares tratan de desempeñar un papel político directo.
•No a las guerras, sanciones y bloqueos imperialistas. Abajo todas las ocupaciones imperialistas como la de Rusia en Ucrania y anteriormente en Chechenia, y las ocupaciones de Afganistán e Irak por potencias de la OTAN, a la ocupación de Palestina por el Estado sionista, al bloqueo estadounidense de Cuba, Irán, Corea del Norte y Venezuela. Apoyamos la resistencia a todas estas ocupaciones y bloqueos.
•Por el cierre de todas las bases militares imperialistas en el mundo. No a las intervenciones militares de EEUU, la UE y otros imperialistas.
•Por la disolución de todas las alianzas militares dominadas por el imperialismo como la OTAN, la OTSC, AUKUS, etc.
•Ni un centavo ni una persona para ningún ejército capitalista, ya sea profesional o de reclutamiento obligatorio. Los representantes de los trabajadores en el parlamento deben oponerse a todo gasto militar de los gobiernos capitalistas.
•En guerras entre un país imperialista contra uno semicolonial, no nos oponemos a que haya recursos para la defensa del país agredido. Pero luchamos contra todas las condiciones impuestas y votamos en forma independiente y diferenciada dentro del parlamento, y además proponemos expropiaciones y confiscaciones de cuentas y empresas imperialistas para obtener recursos.
•Entrenamiento militar para todos bajo el control del movimiento obrero.
•Plenos derechos civiles y políticos para soldados, marineros y personal de la fuerza aérea, creación de comités y sindicatos en los campamentos y cuarteles y la elección de oficiales. Defendemos a todos los que desafían las órdenes de atacar a civiles, reprimir luchas sociales, violar o torturar.
•En todas las guerras imperialistas, o de saqueo y opresión de las nacionalidades minoritarias (por ejemplo, Turquía de los kurdos, Sri Lanka de los tamiles, Myanmar de los rohingya) el principal enemigo de la clase obrera está en casa. Por la derrota de los primeros; por la victoria de la resistencia.
Combatir la catástrofe socioambiental
El cambio climático y la degradación del medio ambiente pueden mitigarse y revertirse quitando el control de la producción a grandes corporaciones capitalistas que llevan a la humanidad al desastre. En las últimas décadas, crece una fuerte resistencia contra la destrucción del medio ambiente y las amenazas del cambio climático. Va desde iniciativas locales contra determinados proyectos, multitudinarios movimientos contra las políticas que perjudican el medio ambiente y resistencia en las semicolonias, hasta movimientos ecologistas en centros imperialistas.
En Europa fueron los jóvenes quienes abrieron el camino con huelgas estudiantiles globales y acciones directas. El movimiento obrero, quedó rezagado y debe vincularse a ellos, apoyando sus acciones y campañas. A la vez cuestionamos la orientación reformista o burguesa de direcciones del movimiento climático, como la conducción burocrática de Viernes por el Futuro. Luchamos por orientar el movimiento hacia la clase obrera y hacia objetivos anticapitalistas y socialistas.
En ciertos ámbitos se pudo frenar la actuación desinhibida de grandes empresas y sus ayudantes en materia medioambiental. Es necesario extender estos éxitos al control social de los efectos socioecológicos de las decisiones económicas. Hay que formar órganos de control democráticos de empleados, consumidores, afectados por proyectos a gran escala y jóvenes en lucha por su futuro. Darles poder para decidir sobre proyectos, niveles de riesgo, valores umbral y medidas ecológicas. El capital debe enfrentarse sistemáticamente al control social en lo que respecta a efectos socioecológicos de sus acciones.
En última instancia, sólo la revolución socialista superará el sistema del imperialismo medioambiental y permitirá el uso óptimo planificado de los recursos bajo el control de la mayoría en el mundo. Todo programa en la lucha contra el imperialismo, partiendo de las personas afectadas y de los intereses globales de la clase obrera, debe desarrollar reivindicaciones para la lucha contra la explotación depredadora ecológica global, en particular a costa de las semicolonias.
Las siguientes demandas no están dirigidas a la política ambiental estatal y supranacional, son demandas que sólo pueden implementarse en el marco de un movimiento internacional contra la mercantilización de la naturaleza y el extractivismo, que implemente la anteriormente descrita forma de control social democráticamente legitimada.
•Por un plan de emergencia para reestructurar los sistemas de energía y transporte. Por una perspectiva de terminar con el consumo global de combustibles fósiles.
•Exigir a las grandes corporaciones y a los estados imperialistas como los EE.UU. y la UE que paguen reparaciones por la destrucción ambiental que han causado en el mundo para ayudar a los países semicoloniales a lograr los cambios ecológicos necesarios.
•Por un plan para eliminar gradualmente la producción de energía fósil. Por inversiones masivas en formas de energía renovables como la energía eólica, hidráulica y solar, así como en tecnologías de almacenamiento adecuadas.
•Por un gran programa global para la reforestación de los bosques destruidos, protegiendo al mismo tiempo los ecosistemas seminaturales existentes de los pueblos originarios.
•Apoyar a las luchas de pueblos originarios y poblaciones amenazadas por la destrucción ambiental. Por su protección y su derecho a la libre determinación.
•Por un programa mundial para proteger los recursos hídricos e inversiones masivas en el suministro de agua potable y el tratamiento de aguas residuales.
•Por un programa mundial para conservar recursos, evitar desperdicios y gestionar desechos.
•Expropiación y abolición de industrias contaminantes. Re-conversión productiva decidida por la clase obrera y las poblaciones, garantizando continuidad laboral y profesional.
•Otro modelo alimentario, en base a parámetros agroecológicos, sin transgénicos ni agrotóxicos, para garantizar la comida como derecho social suficiente, saludable y accesible a las mayorías. Cuestionar el modelo basado en la agro-ganadería industrial capitalista, explotadora, maltratadora de la naturaleza vegetal, animal y contaminante. Prohibir las granjas porcinas y el feedlot. Reforma agraria integral, con expropiación sin indemnización de pooles, grandes explotaciones y terratenientes. La tierra para el que la trabaja, en el camino de la colectivización democrática y voluntaria.
•Inversión en transporte y sistema público y gratuito para todos. Conversión del sistema a uno basado en el transporte ferroviario, para pasajeros y mercancías. Reducción masiva del tráfico de automóviles, camiones y aviones.
•Abolición de los secretos industriales. Abolición de la protección de patentes. Utilizar este conocimiento para crear alternativas sostenibles a las tecnologías existentes. Apoyo real a los países menos desarrollados mediante la transferencia de tecnología.
•Declarar patrimonio social inalienable como bienes comunes el suelo, los bosques, las selvas, el agua, los glaciares, entre otros.
•Nacionalización de todas las corporaciones energéticas y compañías con monopolios sobre bienes básicos como la gestión del agua, la industria agrícola, así como todas las compañías aéreas, navieras y ferroviarias bajo control de los trabajadores.
•Por una política restrictiva en materia de productos químicos basada en el principio de precaución. Prohibición de productos químicos que se ha demostrado o es probable que sean peligrosos para la salud y/o el medioambiente, como el glifosato. Los valores umbrales o los niveles de peligro con respecto al uso de productos químicos deben ser determinados por órganos de control social legitimados democráticamente.
Por otro lado, el programa de transición que levantamos propone el recorrido puente entre la superación del capitalismo y la construcción del socialismo. Así definimos medidas de reorganización integral de la economía, las relaciones sociales, el sistema político y la inter-acción con la naturaleza no-humana como horizonte estratégico. Es decir: trazamos los perfiles del mundo por el que luchamos.
Sin embargo, en esa transición, habrá lucha de clases, revolución, contrarrevolución y escenarios inciertos que obligan a contemplar elasticidad táctica ante determinados temas, como por ejemplo los siguientes; que son motivo de polémica en la vanguardia del sector:
•La energía nuclear y su utilización: nuestro horizonte estratégico apuntaría a prescindir de este vector de energía sobre la base de entender la peligrosidad de la gestión de los residuos radioactivos; el costo de la construcción de centrales y la vida útil limitada de las mismas. Ahora bien: en la transición al socialismo además del uso de la energía nuclear para fines medicinales o energéticos, planteamos el derecho inalienable de los trabajadores y pueblos en revolución de apelar a la energía nuclear como recurso de autodefensa militar.
•La explotación del litio y su utilización energética: no descartamos el uso del litio como insumo para aportar a un vector de energía no-contaminante en una transición energética a otra lógica de producción, planificada y al servicio de necesidades sociales mayoritarias (no autos eléctricos de élite, sino ambulancias, transporte público o variantes así), sobre la base de investigar formas de aprovechamiento con los menores costos ambientales posibles y siempre en base al debate democrático social y plurinacional, que incluya las comunidades territoriales afectadas por la decisión económica en cuestión. Sin embargo, en las condiciones del capitalismo extractivo proponemos declararlo bien común y patrimonio social no explotable ya que en la actualidad es commoditie de disputa inter-capitalista como materia prima para el desarrollo de industrias que producen mercancía, valor de cambio, bajo los patrones de la obsolescencia programada, en condiciones de saqueo imperialista y condenando como zonas de sacrificio a los yacimientos detectados; con formas de extracción altamente contaminantes no por ser las únicas, sino por ser las más rentables.
Vale decir: en ambos casos nuestro programa contempla en el uso productivo de la energía nuclear o el litio el impacto socioambiental. Pero a la vez en la transición habilitamos la suficiente elasticidad táctica como para subordinar las decisiones a los ritmos y necesidades de la revolución y la lucha de clases.
Transformar las ciudades
Más de la mitad de la humanidad vive en ciudades, la mayoría en barrios populares y tugurios sin carreteras adecuadas, iluminación, agua potable o alcantarillado y eliminación de residuos. Sus estructuras son arrasadas por terremotos, huracanes, inundaciones y tsunamis, como vimos en diferentes países. Cientos de miles de personas mueren no sólo por estos fenómenos “naturales”, sino por la pobreza de la infraestructura humana. La avalancha de personas hacia las ciudades se debe al fracaso del capitalismo, el latifundismo y la agroindustria a la hora de proporcionar medios de vida en el campo.
Son pocos los habitantes de barrios populares que tienen empleos fijos o seguros. Sus hijos no tienen guarderías, clínicas ni escuelas. Las bandas criminales, traficantes de drogas y la policía someten a la gente al acoso y la extorsión. Mujeres y jóvenes se ven empujados a la prostitución, esclavitud sexual o la semiesclavitud en talleres clandestinos peligrosos para la salud y la vida. Reaparecieron la esclavitud y la trata de seres humanos, otro fenómeno que exige el fin del capitalismo.
La creciente acumulación de miseria no se acabará con la mísera ayuda de países ricos, con los Objetivos del Milenio, con las ONG o las organizaciones benéficas dirigidas por iglesias, mezquitas y templos. Tampoco los programas de autoayuda o microcrédito pueden resolver problemas tan enormes. La población de barrios populares, favelas y municipios pueden, como han demostrado, tomar su destino en sus propias manos.
Mediante la movilización masiva en Venezuela, Bolivia y Sudáfrica, habitantes de barrios populares lograron que se aprueben reformas significativas. Pero ese proceso se frenó y luego retrocedió, al no avanzar mediante la revolución social a la destrucción del Estado represivo y la economía capitalista, hacia una sociedad basada en comités y consejos de trabajadores y pobres, para la transformación completa de las ciudades.
•Vivienda, luz y electricidad, alcantarillado y eliminación de desechos, centros de salud y escuelas, carreteras y transporte público para los habitantes de los vastos y rápidamente crecientes barrios populares que rodean todas las grandes ciudades del “mundo en desarrollo”, desde Manila y Karachi hasta Mumbai, Ciudad de México y Sao Paulo. Contra la cementación indiscriminada y los negociados inmobiliarios de lavado de dinero.
•Por un programa de obras públicas bajo el control de los trabajadores y los pobres. Por transporte público local y de cercanía gratuito.
•Por una inversión masiva en servicios sociales y de salud, vivienda, transporte público y un medio ambiente limpio y sostenible. Defensa y extensión de los espacios verdes.
•Apoyar las luchas de los pequeños agricultores, campesinos, trabajadores rurales y trabajadores sin tierra en el campo y en la industria, contribuyendo a la eliminación gradual de la contradicción entre la ciudad y el campo.
Liberación rural
Alrededor del 43% de la humanidad todavía vive en el campo; en aldeas, plantaciones y en comunidades rurales de pueblos originarios. Naciones Unidas predice que esta cifra se reducirá a un tercio para el año 2050. La huida del campo no está motivada simplemente por los atractivos de la vida urbana. Para la mayoría de los migrantes, estos se ven contrarrestados con creces por la vida en barrios populares, la delincuencia y la sobreexplotación. Más bien se debe a la incapacidad del capitalismo para proporcionar una vida decente en el campo. El fracaso de las reformas agrarias acentúa el desempleo rural y la falta de tierras. La brecha entre ingresos, acceso a la atención sanitaria, educación, comunicaciones y el acceso a la ciudad es a menudo enorme. Además, se enfrentan a la devastación del medio ambiente rural por industrias como la tala, la minería y los monocultivos y actividades que provocan inundaciones y agotamiento del suelo. El cambio climático acelera este proceso.
A la vez, el capitalismo concentra la propiedad de la tierra en manos de una élite adinerada o de la agroindustria internacional. Desde China y Bengala hasta Sudamérica y África, los campesinos y las comunidades originarias son expulsados de las mejores tierras y obligados a migrar a barrios bajos de las ciudades.
La vida en las plantaciones que producen azúcar, café, té, algodón, sisal, caucho, tabaco y plátanos reproduce muchas de las características del trabajo en régimen de servidumbre o esclavitud. Los trabajadores se ven arrojados a servidumbre por deudas. Una revolución en el campo, dirigida por el proletariado, los campesinos sin tierra o los pequeños productores, dará un poderoso aliado a los trabajadores urbanos que serán un apoyo indispensable para sus hermanos del campo.
•Expropiar la tierra de oligarcas, antiguas plantaciones coloniales y agroindustrias multinacionales y ponerlas bajo el control de los trabajadores, los campesinos pobres y los trabajadores agrícolas.
•La tierra para quienes la trabajan.
•Abolición de la renta y cancelación de todas las deudas de los campesinos pobres.
•Crédito gratuito para comprar maquinaria y fertilizantes; incentivos para alentar a los agricultores de subsistencia a unirse voluntariamente a cooperativas/colectivos de producción y comercialización.
•Acceso libre a las semillas, abolición de todas las patentes en la agricultura.
•Modernización de la vida rural. Electrificación total, acceso a Internet e instalaciones cívicas modernas. Detener la fuga de jóvenes del campo fomentando las actividades creativas y culturales.
•Contra la pobreza en el campo; igualar los ingresos, el acceso a la salud, la educación y la cultura con las ciudades.
Juntos, vinculando estas luchas tanto en las ciudades como en el campo, podemos revertir la urbanización patológica del capitalismo y el agotamiento del suelo y la deforestación y abrir el camino hacia el objetivo del Manifiesto Comunista: “Unificar el trabajo en el campo y en la industria, contribuyendo a la eliminación gradual de la contradicción entre la ciudad y el campo”.
Revolución digital
Desde los años 60 ha habido avances en tecnología informática y redes y su aplicación a muchos ámbitos de la producción y la vida cotidiana. Con internet, la digitalización móvil y la inteligencia artificial (IA), en los últimos años se han producido nuevas etapas en este desarrollo, a un ritmo mayor. La computación en la nube y otros elementos de compartición de recursos, conexiones cada vez más estrechas entre las necesidades de los productos y su suministro, el procesamiento seguro de las transacciones y las complejas cadenas logísticas mediante blockchain, etc. crearon potenciales de aumento de la productividad. Los grandes monopolios (Amazon, Microsoft, Alphabet, Facebook etc.) dominan estos ámbitos, explotando las ganancias de productividad para beneficios monopolísticos.
Un factor esencial es su enorme control sobre datos e información de los usuarios, de cuya venta obtienen enormes beneficios. Muchas empresas intentan recopilar datos sobre todos los aspectos de sus empleados para controlarlos mejor y competir por el rendimiento. De la misma manera, los estados (no solo China y EEUU) utilizan la inteligencia artificial y su acceso a redes para recopilar información cada vez más completa sobre sus ciudadanos, evaluarlos, identificarlos, localizarlos y monitorearlos.
Los servicios secretos utilizan estas tecnologías para realizar una vigilancia integral. Las revelaciones sobre el escándalo de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en 2013 dan testimonio de ello. Desde entonces la expansión de la vigilancia se aceleró. Los revolucionarios somos conscientes que el reconocimiento facial en el espacio público, los programas troyanos y el almacenamiento masivo de datos son parte de la lucha de clases de los capitalistas y se utilizan contra el movimiento obrero, no para la “seguridad” de la población.
Las regulaciones de protección de datos que se supone controlan los mensajes de odio, son poco más que hoja de parra. Casi ningún usuario privado puede usarlas para controlar sus datos. La masa de posibilidades de abuso por parte del Estado, las corporaciones y las organizaciones de derecha crece a un ritmo que mantiene estas medidas rezagadas.
Los problemas heredados de la “protección de la privacidad de los datos” parecen menores en comparación con los de la generación de entornos de desarrollo de aplicaciones de IA. Con las mayores capacidades y el acceso común mucho más fácil a módulos para el aprendizaje automático, modelos de lenguaje de gran tamaño, generación y transformación de texto y procesamiento del lenguaje natural, no sólo explota el número incontrolable de bases de datos a las que se accede en las búsquedas y la resolución de problemas, sino que las aplicaciones de IA tienen respuestas ampliadas a todo tipo de preguntas. Esta capacidad de generar respuestas de una calidad asombrosa en cuanto a lenguaje y contenido se basa en modelos estadísticos muy simples. Si bien en una cantidad muy alta de casos da buenos resultados, esta simple suposición estadística también ofrece tonterías en casos más complicados, reproduce prejuicios generalizados y no detecta información errónea en la que se basan sus deducciones. Una proporción relevante de respuestas son lo que los expertos llaman “alucinaciones de IA”. Si bien estas nuevas aplicaciones de IA pueden ayudar a facilitar una gran cantidad de trabajo relacionado con la producción rutinaria de textos (en periodismo, oficinas, centros de contacto), el impulso del capital a utilizar estas técnicas para reemplazar a los trabajadores humanos es muy peligroso: cualquier tipo de producto de estas aplicaciones aún necesita ser controlado y reelaborado por humanos para evitar errores graves con consecuencias dañinas.
Mientras esta poderosa fuerza productiva permanezca en manos de la burguesía, la IA solo intensificará los mecanismos de explotación y opresión social del capitalismo. Ya sea mediante la reducción de empleos, recortes en el estado de bienestar, el sistema de salud o educativo, o reproduciendo la discriminación racista y sexista. Además, el impulso a las aplicaciones de IA y su uso indiscriminado aumenta el gasto de energía, agua y recursos naturales. La competencia entre las potencias imperialistas por la hegemonía tecnológica acelera el camino hacia el cataclismo ecológico.
Luchamos por
•Expropiación de los grandes monopolios de Tecnología de la Información (TI) bajo el control de los empleados y comités de usuarios legitimados democráticamente.
•Por un uso socialmente útil del progreso productivo de la tecnología de TI.
Luchar contra la vigilancia de empresas privadas y el capital como Google, Facebook y empleadores que usan la TI para mantener a los ciudadanos bajo control. Una primera exigencia debería ser que hagan públicos los algoritmos y sistemas que usan para recopilar información.
•Control social y comités de usuarios legitimados democráticamente, de los datos recopilados por el Estado y las empresas y de los procedimientos para su uso y conexión en red.
•No a las herramientas de monitoreo que espían el comportamiento en la red de usuarios y empleados. No a los filtros de carga de data y otros métodos que impiden la libre disposición de los contenidos compartidos en la red y forzar la forma de bienes en los contenidos. Ampliar la economía colaborativa y la financiación estatal de su base, la financiación estatal del código abierto bajo el control del productor en lugar de depender de las “donaciones” de las empresas de TI.
•La aplicación y uso de inteligencia artificial (IA) en el entorno laboral sólo debe permitirse si se implementa de manera que sus efectos y la generación de resultados estén abiertos al control de la propia fuerza de trabajo y de las comunidades sociales afectadas. Las aplicaciones deben entregar un registro que identifique claramente las partes del trabajo que son resultado del procesamiento de la IA y que contenga la cadena de razonamientos que utiliza en relación con los datos y las conclusiones estadísticas.
•Las comisiones de control de los trabajadores y comunidades deben verificar estos registros y, en caso de errores o perjuicios, localizar problemas en las aplicaciones para corregirlos. Esto es importante en relación con las violaciones de privacidad de datos y conclusiones perjudiciales sobre individuos o grupos sociales que son resultado de acciones “autónomas” de la IA. Mientras no se implementen estos mecanismos de control, estamos a favor de una moratoria del uso de la nueva generación de aplicaciones de IA.
•Poner el uso de la IA bajo el control democrático de la sociedad, dirigida por la clase trabajadora. Los comités de trabajadores integrados en una economía democráticamente planificada deben decidir en qué áreas utilizar la IA y en cuáles no, teniendo en cuenta el uso de recursos, la razonabilidad y las implicaciones sociopsicológicas.
Libertad cultural y de comunicación
También estamos por el desarrollo libre y sin ningún tipo de censura ni represión de la cultura y el arte. Promovemos su desarrollo desde la infancia y su integración en planes educativos, con presupuesto acorde para el desarrollo cultural. Lo mismo proponemos para el desarrollo científico y la investigación, imprescindibles para el avance de la humanidad. Bregamos por la laicidad en todos los niveles de la educación, investigación, ciencia y tecnología. Por la separación total de las iglesias y el Estado. Presupuesto para cultura y ciencia, no para ideologías reaccionarias.
Contra los intereses capitalistas y en medio del desarrollo tecnológico, proponemos la expropiación de todos los grandes medios de comunicación, su estatización bajo control de trabajadores, técnicos y profesionales. La democratización de señales y accesos a redes e internet a nivel global. El impulso de medios alternativos y sociales. Y el acceso a todas las organizaciones de trabajadores, mujeres y de la juventud a los insumos necesarios para producir y difundir comunicación digital e impresa.
Los sindicatos y organismos obreros
Nuestros sindicatos son atacados por los capitalistas. Al tratar de instarlos a luchar contra la ofensiva de los patrones, el mayor obstáculo es la influencia paralizante de la burocracia que mantiene a esas organizaciones esclavas de patrones, gobiernos y sus leyes. En algunos países menos desarrollados, los regímenes dictatoriales han convertido a los sindicatos en instrumentos del Estado, prohibiendo huelgas y la elección libre de dirigentes sindicales. Los sindicatos independientes y las organizaciones de los lugares de trabajo tienen que luchar en la ilegalidad, enfrentándose a arrestos, torturas y asesinatos.
En las últimas décadas, los sindicatos han sido objeto de ataques en el Sur Global. Grandes sectores de la clase obrera, incluso en las grandes industrias y en sectores estatales, no están sindicalizados en absoluto, como resultado de los ataques neoliberales y de la legislación represiva. La fragmentación de los sindicatos refleja y refuerza esto, así como la confusión, el seccionalismo y las traiciones de las direcciones sindicales. Impulsamos la organización de los no organizados y luchamos para superar esta política en sindicatos existentes.
En las democracias capitalistas avanzadas, décadas de lucha de clases aseguraron derechos legales para los sindicatos, de modo que, en lugar de la ilegalidad absoluta, el Estado incorporó a los sindicatos otorgando privilegios a sus líderes y arrastrándolos a esquemas de coproducción de colaboración de clases. Pero los capitalistas continuaron eliminando derechos y poniendo a los sindicatos bajo restricciones legales cada vez mayores, impidiendo la actividad sindical efectiva y el reclutamiento masivo. Los tribunales occidentales demuestran repetidamente el carácter de clase de la ley burguesa, al intervenir para anular votos de huelga, confiscar fondos sindicales y respaldar a empresas que reprimen sindicatos.
El capital considera a los sindicatos independientes muy intolerables. Defendemos nuestros sindicatos, luchamos por su independencia de capitalistas y el Estado, luchamos por reclutar nuevos miembros de sectores desorganizados, inseguros y superexplotados, muchos de ellos jóvenes, inmigrantes o “ilegales”. Esta lucha se encontrará con una oposición de la burocracia sindical adinerada y antidemocrática, que ve su rol como eterno y la negociación de acuerdos en una economía capitalista que perdura. En tiempos de crisis, estos acuerdos se convierten en “retribuciones” para los patrones, en un intercambio de condiciones de trabajo por puestos de trabajo y viceversa.
La ideología de la dirección burocrática es veneno para la conciencia de clase. En lugar del internacionalismo, en centros imperialistas se apoyan en una lógica centrada en la empresa, defendiendo la competitividad de “su” empresa. Así los burócratas sindicales, junto con el reformismo socialchovinista y los autoproclamados “socialistas”, tienen la responsabilidad de garantizar que las ideologías racistas y la estrechez de miras nacional también puedan implantarse en sectores de la clase obrera en tiempos de giro a la derecha, o que no se las combata eficazmente.
Los burócratas a menudo actúan como policías del Estado y de los empleadores, victimizando a los militantes y ayudando a expulsarlos del lugar de trabajo. Los revolucionarios nos organizamos dentro de los sindicatos para aumentar la influencia, hasta ganar la dirección, siempre siendo honestos con las bases y abiertos al respecto como lo permita la represión estatal y la burocracia sindical. En los sindicatos burocráticos, impulsamos movimientos de base, con el objetivo de democratizar la realización de huelgas y otras formas de lucha y reemplazar la casta permanente y adinerada de funcionarios por dirigentes elegidos y revocables, que reciban el mismo salario que sus afiliados.
Ni siquiera el movimiento sindical más democrático es suficiente. La idea sindicalista de que los sindicatos deben ser independientes, no sólo de los patrones sino también de los partidos políticos de la clase trabajadora, debilita la resistencia de los trabajadores y la lucha por el poder de la clase trabajadora. Orientamos a los sindicatos para que luchen no sólo por intereses sectoriales sino de la clase trabajadora en su conjunto; en todos los oficios, en todos los sectores e industrias, por el personal eventual y el permanente, por los trabajadores presentes y futuros, no sólo en un país sino a nivel internacional. Promovemos la conciencia de clase, no sólo la estrecha conciencia sindical y promovemos que la base decida todo. Así, los sindicatos pueden volver a convertirse en verdaderas escuelas de socialismo y en un enorme pilar de apoyo para un nuevo partido obrero revolucionario.
Impulsamos todo tipo de organismos democráticos y genuinos que en ocasiones surgen por fuera de los sindicatos tradicionales, a causa del rol nefasto de las burocracias sindicales. Las autoconvocatorias, las asambleas de base, los comités de lucha y toda expresión de autoorganización obrera tiene que ser impulsada y apoyada allí donde exprese un proceso objetivo y real.
Una nueva Internacional de la clase obrera y los partidos revolucionarios de todos los países deben comprometerse a renovar los sindicatos existentes y transformarlos en organizaciones combativas, pero no vacilar cuando la burocracia reformista haga imposible la unidad y existan condiciones favorables en formar nuevos sindicatos. Los trabajadores precarios no organizados pueden organizarse, al igual que las nuevas industrias de alta tecnología, a pesar de los empleadores tiránicos y los sistemas que desalientan la acción colectiva mediante la colaboración de clases. Necesitamos organizaciones en los lugares de trabajo que no se adapten ni a los dictados ni a los halagos de los patrones, sino que defiendan a los trabajadores con métodos de lucha, huelgas masivas, ocupaciones y, cuando sea necesario, la huelga general. Los sindicatos no deben estar controlados burocráticamente desde arriba, deben ser democráticos, donde las diferencias puedan debatirse libremente, los líderes puedan ser controlados y revocados.
No podemos esperar a que los sindicatos se transformen; tenemos que luchar ahora. Exigimos que los dirigentes actuales luchen por las necesidades urgentes y advertimos a las bases que no confíen en ellos. Luchamos por la formación de movimientos de base en los sindicatos existentes para que se pueda romper el dominio de los funcionarios y se actúe a pesar de ellos. Aunque abogamos por la organización política dentro de los sindicatos, nos oponemos a los sindicatos políticamente separados porque esto sirve para dividir a los trabajadores, dejando a muchos bajo la influencia de dirigentes reformistas o no obreros. Luchamos por la formación de sindicatos industriales, que maximicen el peso colectivo de los trabajadores en la negociación con los empleadores. Donde existen varios sindicatos, sea dentro de una industria, dentro de empresas o lugares de trabajo, luchamos por su fusión sobre la base de la lucha de clases y por comités conjuntos bajo control de las bases para los fines de negociación y acción. Luchamos por la sindicalización de la gran cantidad de nuestros hermanos y hermanas que aún no están organizados, para abrir los sindicatos a los trabajadores jóvenes y a los oprimidos racialmente.
Necesitamos sindicatos y organizaciones de masas que puedan unir a la masa de la clase trabajadora y los oprimidos y que no estén dominadas por capas masculinas y acomodadas extraídas únicamente del grupo nacional o racial dominante. Promovemos plenos derechos y plena representación en sus estructuras de liderazgo para los estratos más bajos de la clase trabajadora y los pobres, para las mujeres, los jóvenes, las minorías y los inmigrantes.
Luchamos por:
•La organización de los trabajadores no organizados, incluidas las mujeres, los inmigrantes y las fuerzas de trabajo eventuales.
•Los sindicatos deben estar bajo el control de sus afiliados. Que las bases obreras decidan todo.
•Por la representación proporcional en las conducciones sindicales de todas las corrientes según su peso en las bases.
•Por el derecho a agruparse independientemente para todos los grupos socialmente oprimidos: mujeres, minorías raciales, LGBT.
•Unidad de los sindicatos sobre una base democrática y militante, totalmente independiente de los patrones, sus partidos y sus estados.
De la defensa con piquetes a la milicia obrera
Todo huelguista decidido sabe que necesita piquetes para disuadir a los rompehuelgas. No es extraño que los capitalistas presionen para que se aprueben leyes antisindicales para intentar que nuestros piquetes sean débiles e ineficaces. Al mismo tiempo se permite a los patrones contratar guardias de seguridad y matones privados para intimidar. Desde los ataques a las marchas obreras por parte de la policía mecanizada como en Grecia, hasta el arresto y encarcelamiento de sindicalistas en Irán, el acoso a los trabajadores militantes continúa. Cuando la policía y los matones de los patrones recurren a la represión abierta, incluso los piquetes de masas más militantes pueden resultar insuficientes, como sucedió en la histórica huelga de los mineros británicos de 1984-85. El caso más notorio de este siglo fue la masacre de Marikana, donde la policía sudafricana mató a 42 mineros en huelga por orden del actual presidente y ex líder minero, Cyril Ramaphosa. Toda lucha seria muestra la necesidad de una defensa disciplinada, utilizando armas que estén a la altura de las que se utilizan contra nosotros.
Debemos empezar por la defensa organizada de las manifestaciones, de los piquetes de huelga, de las comunidades que se enfrentan al acoso racista y fascista, así como por la autodefensa de los oprimidos sexuales. Siempre afirmando el derecho democrático a la autodefensa, los militantes lanzamos una campaña pública por una guardia de defensa obrera y popular, basada en el movimiento de masas.
En los países donde existe el derecho a portar armas, la guardia de defensa obrera debe aprovecharlo. Donde los capitalistas y su Estado tienen el monopolio de la fuerza, todos los medios están justificados para romper ese monopolio. Luchamos dentro de las organizaciones de masas de la clase obrera y los campesinos por la creación de escuadrones de defensa, disciplinados, entrenados, equipados con armas adecuadas para el éxito. En los momentos claves de la lucha de clases, en las oleadas de huelgas masivas, en una huelga general, es esencial la creación de una milicia obrera de masas, sino el movimiento será ahogado en sangre como en Chile en 1973 o en la plaza de Tiananmen en 1989. Al estar a la altura de las circunstancias, los medios de defensa popular pueden convertirse en instrumento de la revolución.
Frente único de trabajadores contra el fascismo y la ultraderecha
La crisis capitalista arruina a las clases medias y las empuja a una búsqueda frenética de chivos expiatorios, mientras los desempleados y pobres se hunden en la desesperación, siendo vulnerables a racistas, nacionalistas de derecha, demagogos religiosos y fascistas declarados. En países imperialistas, a menudo toma la forma del fascismo clásico que apunta a las minorías raciales, nacionales y religiosas, los inmigrantes y los gitanos como chivos expiatorios. En Europa la islamofobia, el odio a musulmanes, es una amenaza en rápido crecimiento, con marchas contra las mezquitas y agitación contra el hijab y el burka que se extienden bajo el manto de la ideología oficial del “antiterrorismo” y la amenaza inexistente de la “islamización de Europa”. El antisemitismo tampoco ha muerto; de hecho, el movimiento nazi húngaro Jobbik, combina ambos en una nociva mezcla de demagogia reaccionaria.
En el mundo semicolonial, las fuerzas fascistas surgen a menudo del comunalismo y la intolerancia religiosa, dirigiendo las emociones de las masas contra minorías como los musulmanes en la India, los tamiles en Sri Lanka, los hindúes, los cristianos, los ahmadíes y los chiítas en Pakistán. El fascismo es una fuerza de guerra civil contra la clase obrera. Al avivar odios antiguos y promover temores irracionales, moviliza a masas pequeñoburguesas y lumpenproletarias para dividir y destruir organizaciones democráticas y obreras. Reúne en sus manos todo el aparato de control estatal para imponer un régimen de superexplotación bajo supervisión directa de la policía y sus bandas auxiliares.
Su crecimiento como fuerza de masas es testimonio de la intensidad de la crisis que lleva a la desesperación, y de las traiciones y fracasos de la dirección de la clase obrera. Y el mismo proceso también origina fenómenos de ultraderecha que no llegan todavía a ser directamente regímenes fascistas, aunque son potencialmente muy peligrosos en su dinámica. Tal es el caso de Milei en Argentina que avanza a un régimen mucho más autoritario y quisiera avanzar aún más, si no estuviera impedido hasta ahora, por la acción de una parte de la población que se opone a ese proyecto.
A unos y a otros fenómenos se lo puede derrotar desencadenando el movimiento revolucionario de la clase obrera y sus aliados, llamando a un frente único de trabajadores contra el fascismo y a una milicia antifascista de la clase obrera para repeler sus ataques al movimiento obrero y a las minorías. Como dijo Trotsky, si el socialismo es la expresión de la esperanza revolucionaria, el fascismo es la expresión de la desesperación contrarrevolucionaria. Para derrotarlo, la desesperación de las masas debe convertirse en ofensiva revolucionaria contra el capitalismo, el sistema que engendra al fascismo. Como el fascismo depende para su fuerza de la movilización de las masas enfurecidas por los efectos de la crisis capitalista, la lucha contra el fascismo sólo se completará cuando se desarraigue su fuente, el capitalismo.
•Por un frente único de trabajadores contra los fascistas.
•Ninguna dependencia del Estado capitalista y su aparato represivo.
•Por la autodefensa organizada de los trabajadores, las minorías nacionales y la juventud. Una milicia antifascista puede disolver mítines, manifestaciones y reuniones fascistas y negarles una plataforma a los demagogos racistas y fascistas.
•Por la más amplia unidad de acción en la calle contra todos los gobiernos ultraderechistas y sus regímenes autoritarios.
Defender los derechos democráticos
Muchos Estados del mundo, incluidas las democracias burguesas, tienen presidencias ejecutivas poderosas, senados elegidos antidemocráticamente y poderes judiciales no electos, designados para largos períodos en el cargo o de por vida. En las repúblicas más antiguas, Estados Unidos y Francia, existen muchas de estas restricciones, incluido el bloqueo sistemático del registro de votantes de color y la manipulación de los distritos electorales. El resultado es frustrar la adopción de políticas vitales para las mujeres, la clase trabajadora y los oprimidos racialmente, como lo está haciendo la Corte Suprema de los Estados Unidos. Y a menudo están incorporadas en las constituciones y son muy difíciles de modificar. Barrer con ellas es una tarea revolucionaria.
En países como Turquía, los gobernantes mediante el control de la comunicación y detenciones de activistas de oposición o su ilegalización, convierten las elecciones en plebiscitos. Países tan diferentes como Francia y Turquía han visto regímenes bonapartistas o semibonapartistas que pasaron por encima de parlamentos. África vio una epidemia de presidentes que prolongan sus mandatos. En Medio Oriente y África Oriental los militares tomaron repetidamente el poder. En Argentina se avanza a un régimen más autoritario. En países donde trabajadores, mujeres y jóvenes lanzan movimientos democráticos de lucha, no resultó posible ninguna solución permanente y no la habrá hasta que las fuerzas revolucionarias ganen a las bases de las fuerzas armadas y rompan para siempre el poder de los generales y los altos mandos. Sin esto, acontecimientos horribles como el de Sudán seguirán frustrando incluso a los movimientos sociales más poderosos.
Los imperialistas occidentales se presentan como defensores y promotores de la democracia. Mienten. Después del 11 de septiembre y de los ataques terroristas yihadistas en Europa en la última década, los gobiernos norteamericanos y europeos impusieron leyes antiterroristas que crearon una sociedad de vigilancia y restringieron o abolieron derechos acumulados durante siglos de luchas.
En el Sur Global, los derechos democráticos que permiten a la clase trabajadora, a los campesinos, a los pobres urbanos y rurales organizarse y movilizarse para luchar se ven socavados por tribunales, policías y escuadrones de los patrones. En Filipinas la guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte ha visto a la policía involucrarse en una ola de ejecuciones extrajudiciales. En México y otros estados de América, la guerra contra las drogas llevó a asesinatos del ejército y la policía que tiene a izquierdistas, dirigentes sindicales y campesinos como principales objetivos. En Pakistán, operaciones militares que afectan gravemente a la gente común —junto con desapariciones forzadas, censura asfixiante en los medios tradicionales y las redes sociales y ejecuciones extrajudiciales— se han convertido en la nueva normalidad.
En Palestina, y especialmente en Gaza, bombardeada y destruida, los palestinos son víctimas constantes del Estado colonizador sionista. En Israel y Cisjordania se ejerce un régimen que no difiere del apartheid de Sudáfrica. La lucha incesante y heroica del pueblo palestino merece el máximo apoyo, incluido el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). Nuestro objetivo debe ser el derecho al retorno de todos los refugiados palestinos, el desmantelamiento del Estado sionista y la creación de un único Estado palestino laico, no racista, democrático y socialista. Un Estado donde las granjas, las fábricas y todo sea de propiedad común y se planifique democráticamente para asegurar la igualdad social.
De manera similar una Jammu Cachemira libre, independiente, laica y socialista – basada en una federación voluntaria de todas sus nacionalidades – es la única solución que puede liberar a los pueblos de esta región de la esclavitud y la explotación.
El veneno del racismo y los pogromos contra las comunidades minoritarias e inmigrantes se utilizan para dividir y socavar la resistencia. En el mundo las organizaciones emprenden la lucha para proteger y ampliar los derechos democráticos. Nuestras organizaciones democráticas de lucha son piedra angular de un verdadero “gobierno del pueblo”. Con elecciones regulares, revocabilidad de delegados y representantes, la oposición a la burocracia y sus privilegios, el movimiento obrero puede ser el trampolín hacia una nueva sociedad.
•Defender el derecho de huelga, la libertad de expresión, reunión y organización política y sindical, la libertad de prensa y radiodifusión.
•Abolir todas las leyes antisindicales.
•Exigir la eliminación de todos los elementos reaccionarios y antidemocráticos de las constituciones capitalistas: monarquías, segundas cámaras, presidentes ejecutivos, Tribunal Supremo no electo y otros poderes judiciales y de emergencia.
•Por el derecho irrestricto a juicios con jurado y la elección popular de los jueces.
•Luchar contra la creciente vigilancia en nuestra sociedad, incluida la de internet, y el creciente poder de la policía y los servicios de seguridad.
•Disolver el aparato represivo, la policía, los servicios de seguridad, reemplazarlos por milicias formadas y controladas por los trabajadores y las masas populares, además de separar a los soldados de su alto mando y ganar sectores para la revolución.
Donde se planteen cuestiones fundamentales sobre el orden político, reclamamos la convocatoria a una asamblea constituyente libre y soberana que garantice los derechos democráticos y cuestione las bases sociales del Estado capitalista. Los trabajadores lucharán para que los diputados a la asamblea sean elegidos de la manera más democrática, estén bajo el control de sus electores y sean revocables. La asamblea debe verse obligada a abordar todas las cuestiones fundamentales de los derechos democráticos y de la justicia social: la revolución agraria, la nacionalización bajo control obrero de la gran industria y de los bancos, la autodeterminación de las minorías nacionales, la abolición de los privilegios políticos y económicos de los ricos. Nuestra política en esas constituyentes está dirigida a ganar a franjas del movimiento obrero, la juventud y los sectores empobrecidos de la pequeña burguesía al partido revolucionario y la lucha por un gobierno de los trabajadores.
En estas y otras instancias proponemos el fin de los privilegios políticos y que su salario sea igual a un obrero calificado. También un régimen unicameral allí donde todavía hay dos cámaras al servicio de intereses capitalistas.
Contra la opresión y por la liberación de la mujer
Las democracias capitalistas prometen la igualdad a las mujeres sin cumplir esa promesa. En el siglo XX, gracias a la primera ola feminista, a la agitación socialista previa a la 1° Guerra Mundial y a la necesidad de incluirlas en la producción y la vida pública, por necesidades de las grandes potencias, significó que a las mujeres se les dio el voto con el sufragio universal. La 2°Guerra trajo a más mujeres a la producción al igual que la economía planificada de la URSS. Así se unieron a los sindicatos en cantidades mayores.
La carga del cuidado de hijos y el trabajo doméstico les impidió acceder a empleos igualmente bien remunerados o a carreras profesionales continuas. El movimiento obrero militante y el feminismo de la segunda ola en países imperialistas y los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo consiguieron importantes victorias con el método anticonceptivo y el derecho a interrumpir los embarazos en algunos países, permitiendo a las mujeres elegir el número y el momento de dar a luz.
Se tomó conciencia de la ideología patriarcal y del escaso número de mujeres que ocupaban puestos de responsabilidad en educación, política, sindicatos y empresas. Se cuestionó la violencia doméstica, las violaciones y el acoso sexual que son moneda corriente. En Europa y EEUU, a pesar de las leyes de igualdad salarial, las mujeres ganan en promedio el 70% de los hombres o menos. Además del trabajo, soportan la doble carga del cuidado de niños, ancianos y el hogar. Los derechos reproductivos están restringidos y sufren constantes ataques.
En Estados Unidos, la anulación por parte de la Corte Suprema del caso Roe contra Wade, que otorgaba a las mujeres el derecho al aborto (aunque limitado), ha fomentado la campaña para revertir el derecho limitado al aborto, conquistado en la década de 1970. Los republicanos aprueban leyes para ilegalizarlo y cerrar clínicas necesarias para que se practique con seguridad. En muchos países semicoloniales, el auge de partidos populistas religiosos o de ultraderecha amenaza con devolver a las mujeres al hogar patriarcal.
La liberación parcial de la mujer es desigual a escala mundial. En el Sur global la división internacional del trabajo, las antiguas relaciones patriarcales en el campo y los prejuicios religiosos, aumentan desigualdades. Se les niega el derecho a controlar su propio cuerpo, a decidir si desean tener hijos, cuándo y cuántos. La violencia doméstica, las violaciones en el seno de la familia e incluso los femicidios suelen quedar impunes.
Sin embargo, en las últimas décadas millones de mujeres se involucraron en la producción en masa, especialmente en la industria manufacturera de las ciudades del sur y el este de Asia y América Latina. En la crisis en industrias textiles, electrónica y de servicios, donde las mujeres son cerca del 80% de la mano de obra, fueron las primeras despedidas, con empresarios dejando salarios sin pagar e incumpliendo obligaciones legales. Las más cruelmente explotadas son las trabajadoras inmigrantes cuyas familias mueren de hambre sin sus remesas, y las mujeres negras que sufren la opresión racial y de género al mismo tiempo.
Hay gobiernos dominados por hombres que controlan el derecho de las mujeres a determinar su propia vestimenta. En Europa, los racistas exigen restricciones al uso del hiyab o el niqab e imponen prohibiciones a las mujeres que llevan el velo islámico. En Estados como Arabia Saudí e Irán, la policía religiosa impone códigos de vestimenta islámicos obligatorios. Grupos salafistas radicales y yihadistas han intentado reimponer a las mujeres costumbres antiguas y opresivas. Nos pronunciamos:
•Contra toda forma de discriminación de la mujer. Igualdad de derechos, al voto, al trabajo, a la educación, a participar en toda actividad pública y social.
•Ayudar a las mujeres a salir de la concentración en el sector informal y en las empresas familiares. Programas de obras públicas que ofrezcan oportunidades de trabajo a tiempo completo con salarios decentes.
•Igual salario por igual trabajo.
•Todas las mujeres deben tener acceso a métodos anticonceptivos gratuitos y al aborto a petición, independientemente de su edad.
•Lucha contra la violencia sexual en todas sus formas. Ampliación de los refugios de propiedad pública y autoorganizados contra la violencia doméstica y las violaciones. Autodefensa contra la violencia sexista, respaldada por el movimiento obrero y de mujeres.
• ¡Alto a la mutilación genital femenina! Su práctica en menores debe prohibirse estrictamente y es necesario brindar tratamiento médico y psicológico gratuito a quienes sufren las consecuencias.
•No a las leyes que obligan a la mujer a vestir o no vestir ropa religiosa. Las mujeres deben tener el derecho legal a vestir como les plazca.
•Por la prohibición del matrimonio infantil y el matrimonio forzado.
•Acabar con la doble carga de la mujer mediante la socialización del trabajo doméstico. Por guarderías gratuitas las 24 horas y expansión masiva de comedores públicos, cocinas comunales y lavanderías, baratos y de calidad.
No podremos lograr una sociedad en la que todos los seres humanos sean iguales sin mostrar determinación de superar la desigualdad sexual en nuestros propios movimientos. Respaldamos el derecho de las mujeres dentro del movimiento obrero y sindicatos a reunirse de forma independiente para identificar y desafiar la discriminación y su derecho a una representación proporcional en esas estructuras de dirección. También el derecho a establecer comisiones o frentes de acción dentro de los partidos revolucionarios, en el marco del funcionamiento orgánico común, de compañeras y compañeros militantes.
Por un movimiento internacional de mujeres trabajadoras, para movilizar por sus derechos, fortalecer las luchas de los trabajadores, vincular la lucha contra el capital a la lucha por la emancipación de las mujeres y un nuevo orden social de libertad y e igualdad. Rechazamos las narrativas reaccionarias del feminismo liberal que, en lugar de abordar las causas sistémicas del patriarcado, presentan a los hombres como enemigos de las mujeres y enfrentan a los sexos por razones de género. La tarea de las mujeres socialistas revolucionarias es construir el movimiento y luchar para guiarlo por el camino de la revolución social, codo con codo con los hombres revolucionarios de su clase.
Acabar con la opresión de lesbianas, gays, trans y personas no binarias
La desigualdad histórica de los sexos, que se remonta milenios atrás a la aparición de la sociedad de clases y del Estado como instrumento de los explotadores, dio lugar a normas y costumbres represivas en relación con la sexualidad y los roles de género masculino y femenino. Con la aparición de la sociedad capitalista, las relaciones heterosexuales fuera del matrimonio o de la familia o del sistema de castas y la homosexualidad fueron severamente sancionadas, incluso con pena capital. Las personas que transgredían los roles binarios de sexo o género eran estigmatizadas, acosadas, empujadas al suicidio o asesinadas. Sólo en una minoría de países gozan de igualdad jurídica. En África, una ola de violencia y represión ha seguido a las reivindicaciones de derechos civiles de lesbianas y gays. La mayoría de las religiones sancionan esta represión llena de odio.
En las llamadas “democracias liberales”, como Estados Unidos y Europa Occidental, las personas trans están en el punto de mira de la reacción. A la extrema derecha se han unido en estos ataques algunos grupos supuestamente de izquierdas y «feministas» o incluso «marxistas», que afirman que los derechos de las personas trans infringen los derechos de las mujeres. El movimiento obrero y las juventudes socialistas deben defender a las personas LGBTQIA.
•Plenos derechos para las personas LGBTQIA, incluidos derechos legales a la unión civil y al matrimonio.
•Cese de todo acoso por parte del Estado, las iglesias, los templos y las mezquitas: respeto a cualquier tipo de orientación sexual. Toda actividad sexual consentida entre adultos debe ser una cuestión de elección personal.
•Proscribir toda discriminación y delito de odio contra las personas LGBTQIA.
•Por el derecho legal de las personas trans a vivir, vestir y socializar como el género/sexo con el que se identifican.
•Por el derecho de las personas trans a autoidentificarse con el género que elijan, derecho a utilizar las instalaciones públicas (incluidos los aseos públicos) de acuerdo con su identidad de género.
•Por la no discriminación en la vivienda, en el acceso al seguro de vida, en el tratamiento médico, en el acceso al trabajo y servicios.
•Por el derecho de las personas LGBTQIA a criar hijos.
•Por el derecho de las personas transgénero a acceder sin restricciones a tratamientos de reafirmación de género bajo supervisión médica. Derecho de las personas transgénero prepúberes a acceder sin restricciones a medicación de bloqueo de la pubertad.
•Ninguna prohibición de educar a las personas en su orientación sexual. Ninguna intromisión en la vida sexual de los adultos con consentimiento. Por la libre expresión de todas las formas de sexualidad y relaciones.
•Por el derecho de las personas LGBTQIA a tener instancias propias de organización en los sindicatos y comisiones o frente de lucha en los partidos obreros.
•Por la integración de sus demandas con una política estratégica anticapitalista y socialista.
Contra las políticas identitarias y aclasistas que se oponen a esta perspectiva.
Por la liberación de la juventud
La crisis capitalista golpea a los jóvenes por ser el sector más inseguro de mano de obra y el más fácil de despedir. En los años posteriores a la Gran Recesión de 2008, el desempleo juvenil era el doble que el de los adultos. Hubo menos puestos de trabajo para quienes abandonaban la escuela y recortes en los presupuestos estatales para educación que redujeron la posibilidad de estudiar a tiempo completo en la enseñanza superior. El empobrecimiento de las familias aumentó el trato brutal que reciben los niños en los barrios marginales del tercer mundo.
Lejos de defender a la juventud, en muchos países la burocracia sindical y el aparato reformista de los partidos obreros restringen y reprimen el espíritu y los derechos de los jóvenes. No es de extrañar: la juventud tiene el potencial para actuar como una poderosa fuerza revolucionaria, llena de espíritu de lucha, libre de muchos de los prejuicios y hábitos conservadores inculcados por los partidos y sindicatos burgueses y reformistas. Son un elemento vital de la vanguardia revolucionaria. Una nueva internacional revolucionaria impulsa que aprendan de su propia experiencia y a dirigir sus luchas, fomentando la creación de una Internacional Juvenil Revolucionaria. Luchamos por:
•Puestos de trabajo para todos los jóvenes con salarios y condiciones iguales a los de los trabajadores de más edad.
•Acabar con los programas de formación de mano de obra barata y sustituirlos por programas de aprendizaje con salario íntegro y garantía de empleo posterior.
•Acabar con el trabajo infantil.
•Educación gratuita para todos desde la infancia hasta los 16 años y educación superior y formación gratuita para todos los que lo deseen, con una beca de subsistencia garantizada. Anular toda deuda estudiantil.
•Por el derecho al voto a los 16 años o en edad laboral si es antes.
•No a la ilegalización de la ropa, los estilos musicales o la cultura de los jóvenes. Libertad de expresión.
•Abajo la falsa guerra contra las drogas. Legalización bajo monopolio estatal para eliminar las bandas de narcotraficantes, con servicios educativos y sanitarios para mitigar y eliminar la adicción y el abuso insano.
•Por centros juveniles y viviendas dignas, financiados por el Estado, pero bajo el control democrático de los jóvenes que los utilizan.
•Alto a los recortes en educación. Por una inversión masiva en el sistema educativo público. Contratación de más profesores y salarios más altos. Construcción de más escuelas públicas. Nacionalización de las escuelas privadas.
•Fomentamos la organización estudiantil por sus derechos, en cada centro de estudios y la disputa de la dirección estudiantil en procesos asamblearios y de coordinación.
•Contra toda restricción al libre acceso y las tasas escolares y universitarias.
•Rechazamos todo control religioso o privado de la escolarización y a favor de una educación laica y financiada por el Estado.
A medida que desarrollan su vida sexual, los jóvenes se enfrentan a la intolerancia, la represión y la persecución. La educación sexual debe estar disponible en las escuelas públicas, sin interferencias religiosas ni de padres. Que los jóvenes puedan vivir su sexualidad a medida que se desarrolla, según su orientación sexual y sus propias elecciones.
•Por el libre acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva.
•No a la vigilancia de las relaciones o la sexualidad de los jóvenes. Por la libre expresión de la sexualidad de los jóvenes, libre de la intromisión del Estado burgués, la moral religiosa o la opresión familiar.
•Por leyes estrictas contra la violación y el acoso sexual, en la familia, en el hogar, en las escuelas y orfanatos, en el trabajo, o de manera virtual (grooming). Proteger a los niños de los abusos vengan de donde vengan, sacerdotes, profesores, padres.
•No al control del sistema educativo por el Estado burgués. Que el Estado se haga responsables de garantizar presupuestos necesarios, bajo control y elaboración de estudiantes, profesores y representantes de trabajadores en los planes de estudio y en la gestión educativa.
Contra el racismo, por la defensa de refugiados y migrantes
El racismo contemporáneo es una de las formas más perniciosas de opresión que crea el capitalismo. Sus raíces se hunden en lo más profundo de la historia de su desarrollo. El mercado y el comercio mundiales crecieron bajo el dominio de poderosos Estados capitalistas que saqueaban a países más débiles. La esclavitud en América, los frutos del imperio en Gran Bretaña, Holanda y Francia, las guerras de conquista de Alemania y Japón, todo requería que los opresores negaran la propia humanidad de a quienes esclavizaban. Las nuevas potencias imperiales presentaron a los africanos, indios, chinos, asiáticos del sudeste y los judíos como subhumanos indignos de los derechos que a regañadientes concedían a sus propias poblaciones.
Al inculcar sistemáticamente la nueva ideología del racismo, las potencias imperiales justificaron sus crímenes en ultramar, obligaron a su propio pueblo a apoyar aventuras militares nacionales, por criminales que fueran. Acostumbraron a sus trabajadores a enfrentar el espíritu rebelde de sus hermanos y hermanas coloniales y fomentaron profundas divisiones entre los sectores autóctonos e inmigrantes de la clase obrera en su país.
Tras el gran movimiento por los Derechos Civiles en EEUU y los victoriosos movimientos nacionales que expulsaron a los colonialistas de la India, Argelia y Vietnam y derrotaron al apartheid en Sudáfrica, la burguesía de las potencias imperialistas jura por el antirracismo. Sin embargo, estos mismos gobiernos discriminan sistemáticamente a las comunidades negras, africanas, asiáticas y migrantes en sus países de origen, imponen controles racistas de la inmigración y someten a las minorías raciales a las peores viviendas, salarios bajos y al acoso de la policía. El movimiento Black Lives Matter llamó la atención sobre asesinatos de jóvenes afroamericanos a manos de policías armados y sobre el acoso similar que sufren asiáticos y latinos. En Europa, al este y al oeste, las comunidades romaníes y musulmanas son objeto de redadas policiales y deportaciones forzosas, incitadas por la incesante y vil propaganda racista de los medios de comunicación millonarios.
La llamada crisis de refugiados de la UE ha visto cómo a sirios, afganos, iraquíes y yemeníes que huyen de la guerra, además de africanos subsaharianos que huyen de la pobreza y de los efectos del cambio climático, se les ha impedido cruzar el Mediterráneo y se les amenaza con deportaciones. El movimiento obrero debe integrar a los trabajadores migrantes en una lucha común contra el racismo y el capitalismo.
•Abrir las fronteras. Conceder el derecho de asilo a todos los que huyen de las dictaduras, las guerras brutales, la opresión por motivos de raza, sexo o identidad de género y la pobreza en sus países de origen.
•Abolir los controles que impiden la libre circulación de las personas que buscan trabajo y concederles la plena ciudadanía, el bienestar, la vivienda y los derechos laborales.
•Acabar con todas las formas de discriminación contra los inmigrantes.
•Igualdad salarial y de derechos democráticos independientemente de la raza, nacionalidad, religión o ciudadanía. Derechos ciudadanos para todos los inmigrantes, incluido el derecho al voto.
•Por el derecho de las mujeres musulmanas a llevar vestimenta religiosa (velo, niqab, burka) si lo desean, en todos los ámbitos de la vida pública, y por el derecho de las mujeres de países y comunidades musulmanas a no llevar vestimenta religiosa, libres de coacción legal, clerical o familiar.
•Combatir el racismo y todas las formas de discriminación racial. Lanzar una lucha contra el racismo en todos los sectores del movimiento obrero. No a las huelgas contra el empleo de mano de obra extranjera o inmigrante.
El movimiento obrero, especialmente los sindicalistas de prensa y medios de comunicación, deben organizar una campaña de acción directa, para responder y detener la propaganda de odio racista.
Liberación nacional y revolución permanente
Las palabras que la III Internacional añadió a las de la I, “Obreros y pueblos oprimidos de todos los países, uníos”, reflejan que un obstáculo para lograr la liberación internacional de la clase obrera es la opresión nacional: el hecho de que el sistema mundial se base en la opresión sistemática de la mayoría de las naciones por un puñado de otras. La unidad duradera entre las clases mayoritarias de todos los pueblos no puede lograrse si una nación oprime a otra.
A naciones enteras de palestinos, kurdos, rohingyas, uigures, baluchis, cachemires, chechenos, saharauis, tamiles de Sri Lanka, tibetanos y muchos otros, se le niega el derecho a la autodeterminación. Lo mismo ocurre con muchos pueblos originarios o tribales de América, el Sudeste Asiático y África. Se les somete a limpiezas étnicas, a redadas en campos de concentración, supresión de la lengua y la cultura e incluso al genocidio.
Las clases trabajadoras, especialmente en los Estados imperialistas cuyas clases dominantes son responsables de tal opresión, deben apoyar, dar ayuda y disputar la dirección en la lucha de las naciones oprimidas por su liberación.
•Por el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas, incluido su derecho a formar un Estado separado cuando lo deseen y su derecho a expresar su voluntad, libres de toda intimidación.
•Por el derecho de los pueblos indígenas a recuperar sus tierras, libres de asentamientos destinados a convertirlos en minoría. Compensación material (viviendas, servicios, infraestructuras) por lo que han sufrido, pagada por las clases dominantes que lo infligieron.
•Por la promoción de programas lingüísticos gratuitos bajo control obrero para aprender el idioma principal del país de inmigración a fin de evitar la guetización y el aislamiento, y así permitir que los migrantes participen mucho más plenamente en la lucha de clases en sus respectivos países
•Igualdad de derechos y plena ciudadanía de miembros de las minorías nacionales.
•Contra las lenguas oficiales únicas. Igualdad de derechos de las minorías nacionales a utilizar sus lenguas en las escuelas, los tribunales, los medios de comunicación y en las relaciones con la administración pública. Por el derecho de las comunidades inmigrantes a utilizar sus lenguas maternas en la escuela.
En los países semicoloniales, independientes sólo de nombre y sometidos a la injerencia política y control económico de potencias imperialistas, las masas no han conseguido muchos de los derechos básicos establecidos en los primeros países capitalistas en la Revolución Inglesa de la década de 1640, la Revolución Americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789. Igualmente, en el mundo semicolonial actual, muchas tareas básicas del desarrollo capitalista como la independencia nacional, la revolución agraria, los derechos democráticos y la igualdad jurídica de la mujer siguen sin cumplirse.
En consecuencia, muchas fuerzas nacionales actuales, influidas por el pensamiento democrático burgués y por la “teoría de las etapas” de Stalin, que aún defienden partidos comunistas oficiales, creen que la solución al subdesarrollo semicolonial es completar la revolución democrática y establecer una verdadera independencia nacional y una república moderna, mediante una alianza de todas las clases que se oponen a la dominación extranjera y apoyan el desarrollo democrático.
Este esquema es la estrategia común de fuerzas dispares en el mundo semicolonial, desde Fatah y el FPLP en Palestina, pasando por el movimiento democrático en Irán, el Partido Comunista en Filipinas y los maoístas en Nepal. La historia ha demostrado, una y otra vez, que en esos países la burguesía nacional es demasiado débil, y está estrechamente ligada al capital extranjero y en complicidad con las potencias y corporaciones imperialistas, no pudiendo por eso dirigir una revolución burguesa clásica hacia la victoria.
Esa tarea recae en la clase obrera. Para encabezar la revolución nacional en alianza con los campesinos y la juventud, los trabajadores tenemos que tener independencia de los capitalistas y proceder no sólo a garantizar los derechos democráticos más plenos, sino a superar las limitaciones del capital; no dejar el poder en manos de una clase burguesa, incapaz de romper con el imperialismo y capaz de asegurarse sus propios privilegios. Debemos avanzar hacia la revolución social. Esta es la estrategia de la revolución permanente.
La clase obrera debe defender el establecimiento de plenos derechos democráticos y nacionales en las naciones oprimidas y semicoloniales. Y ponerse a la cabeza de la lucha contra la dominación imperialista, sea mediante la deuda, la ocupación, el control de las empresas multinacionales o la imposición de regímenes dictatoriales clientelares.
Las organizaciones de la clase obrera debemos ser parte de la unidad de acción antiimperialista allí donde existan procesos reales de movilización, manteniendo nuestra propia independencia política y organizativa. Ninguna participación de las organizaciones obreras en ningún régimen burgués, por muy radical que sea su retórica antiimperialista.
•Por consejos de delegados obreros y campesinos.
•Por un gobierno obrero y campesino que pase de las demandas democráticas a la revolución social, socializando la propiedad y el control de la industria y la agricultura, renunciando a las deudas imperialistas y extendiendo la revolución a otros países, promoviendo federaciones regionales de estados obreros y el desarrollo socialista.
La lucha por el poder y el gobierno obrero y campesino
Las crisis económicas, guerras y el alza en la lucha de clases pueden convertirse en situaciones prerrevolucionarias o revolucionarias. Allí la clase dominante está dividida y los dirigentes reformistas pierden el control, planteándole a los organismos de lucha de la clase trabajadora la necesidad de encontrar una solución dentro de los marcos gubernamentales y acorde a sus intereses. Esas crisis sociales no esperan a que la clase trabajadora construya un partido revolucionario con influencia de masas listo para tomar el poder. En su ausencia, la clase trabajadora todavía mira hacia sus dirigentes sindicales y de partidos reformistas. Cuando los partidos de derecha están en el poder, puede que los trabajadores reformistas no esperen a las próximas elecciones, sino que traten de expulsar a esos partidos mediante la acción directa, huelgas generales u ocupaciones de fábricas, e intenten llevar al poder a “sus propios” partidos.
Los revolucionarios advertimos que los dirigentes reformistas, si llegan al poder mediante una acción de masas, devolverán el poder a la clase capitalista, desmovilizando la lucha y las organizaciones militantes. Pero solo denunciar a los reformistas es abandonar el método de nuestro programa de transición, que no es un ultimátum y no exige que los trabajadores primero abandonen sus organizaciones o dirigentes antes de que puedan luchar por las demandas y consignas del momento antes de luchar para tomar el poder.
Por eso llamamos a todos los dirigentes obreros existentes, sindicatos y partidos, a romper con los capitalistas y formar un gobierno para resolver la crisis acorde a los intereses de la clase trabajadora, responsabilizándose ante las organizaciones de masas de la clase trabajadora. Las organizaciones obreras deberían exigir que tal gobierno tome medidas económicas que castiguen el boicot capitalista; expropie sus industrias y bancos y reconozca el control de los trabajadores.
Si la clase trabajadora busca un gobierno que resuelva las amenazas económicas, ecológicas y de guerra que enfrentamos, ese gobierno no puede depender de los órganos políticos, represivos o económicos existentes del Estado burgués, profundamente vinculado y atendido por la misma clase que causa el problema y obstruye su solución. Debe basarse en las organizaciones combativas de la clase trabajadora y estar preparada para imponer su programa de control y expropiación al gran capital. Esta tarea requerirá un tipo de Estado diferente incluso al capitalista más democrático, o, como dijo Lenin, tendrá que ser un semiestado, que funcione democráticamente, a través la autogestión y la autodefensa de aquellos que producen.
Para evitar el inevitable sabotaje de los dirigentes de la función pública, las provocaciones policiales, los golpes militares o “constitucionales”, necesitaremos crear y armar una milicia obrera y romper con el control de la casta de oficiales sobre la base del ejército. E impulsar en todos los lugares de intervención obrera, popular y de la juventud, organismos de doble poder que cuestionen al régimen existente y a sus direcciones.
Mientras los revolucionarios presentemos una alternativa en crecimiento ante los reformistas, tal gobierno obrero podría actuar como un puente hacia la toma revolucionaria del poder estatal por parte de la clase trabajadora, transfiriendo todo el poder a manos de consejos elegidos de forma directa y compuesta por delegados obreros revocables (Soviets) y el establecimiento de un Estado revolucionario.
•Romper con la burguesía: que todos los partidos obreros mantengan una estricta independencia y se nieguen a formar parte de gobiernos de coalición a nivel local o nacional con los partidos de los capitalistas.
•Por un gobierno obrero y campesino: expropiar a la clase capitalista. Nacionalizar todos los bancos, corporaciones, comercios mayoristas, transporte, industrias y servicios sociales, de salud, educación y comunicación sin compensación y bajo el control de los trabajadores.
•Los bancos, nacionalizados, deberían fusionarse en un solo banco estatal bajo control democrático de la clase trabajadora, que las decisiones sobre inversiones y recursos se tomen democráticamente como un paso hacia la formación de un plan central bajo el control de la clase trabajadora y el desarrollo de una economía socialista.
•Introducir un monopolio del comercio exterior y el control de capital.
•Un gobierno obrero y campesino debe basarse en consejos y milicias armadas de los trabajadores, campesinos y sectores empobrecidos.
•El pleno poder estatal bajo control de la clase trabajadora solo puede lograrse mediante la desintegración del poder armado del Estado capitalista, su aparato militar y burocrático, y su reemplazo por un gobierno de los consejos obreros y la milicia obrera.
La insurrección
Nuestro objetivo es el poder político y cambiar el mundo para que la desigualdad, las crisis y las guerras, la explotación y las clases sean solo un recuerdo. Pero los revolucionarios no hacemos la revolución solos. Se necesitan condiciones objetivas; una profunda crisis económica, política y social que la clase dominante no pueda resolver y ella misma se divida. También se necesitan condiciones subjetivas: la clase trabajadora y la clase media baja deben dejar de estar dispuestas a continuar apoyando el viejo orden debido al sufrimiento y el caos que provoca. En estas condiciones se produce una situación prerrevolucionaria o revolucionaria y un número sustancial de luchadores revolucionarios de vanguardia puede ganar a la mayoría de la clase trabajadora para la revolución.
Debemos reconocer las situaciones prerrevolucionarias y revolucionarias y en ellas ser los protagonistas más valientes por el derrocamiento del poder. Luchar por la dirección a través de la propaganda y agitación determinadas y correctas hacia los movimientos de masas, levantamientos o guerras civiles y mostrar un camino. Para los partidos revolucionarios, pasar por alto situaciones revolucionarias, comentar pasivamente, dirigir las luchas propias separadas de las masas, temer a las masas revolucionarias o incluso subordinarse a fuerzas no revolucionarias, son errores que llevaron a la derrota una y otra vez.
La transferencia del poder de una clase a otra solo puede lograrse mediante la insurrección de las masas explotadas dirigidas por un partido revolucionario. Dado que el Estado burgués es un instrumento de represión armado, su dominación solo puede romperse quitándole el control de estas fuerzas al alto mando y cuerpo de oficiales, ganando a los soldados de base y disolviendo por la fuerza los destacamentos fieles a la contrarrevolución. El pleno poder estatal en manos de la clase trabajadora se logra con la desintegración del poder armado del Estado capitalista, su aparato militar y su reemplazo por el gobierno de consejos obreros y la milicia obrera.
No podemos apoderarnos del viejo aparato estatal; debemos destruirlo y reemplazarlo por un Estado nuevo, en el que la clase trabajadora, los campesinos y sectores empobrecidos administren la sociedad a través de consejos de delegados elegidos en empresas, barrios, pueblos, escuelas y universidades. Esos organismos han surgido en crisis revolucionarias; desde la Comuna de París, pasando por los soviets rusos, el Räte alemán, los cordones chilenos hasta los shoras iraníes. Surgen como órganos de lucha, consejos de acción, pero solo una dirección revolucionaria puede lograr que se conviertan en órganos de insurrección y luego en un nuevo poder estatal de la clase trabajadora.
Mientras permanezca una vieja clase dominante capaz de recuperar el poder, la clase trabajadora debe hacer todo lo necesario para evitarlo. Si bien un Estado obrero es la expresión de la democracia más plena y libre para las clases anteriormente explotadas, al mismo tiempo será una dictadura contra quienes buscan restaurar el capitalismo. Esto es lo que realmente significa la dictadura del proletariado. No se puede prescindir de ella hasta que las clases dominantes más poderosas de nuestro planeta hayan sido desarmadas y desposeídas.
Sin embargo, un Estado obrero no debe permitir que una casta de burócratas ejerza una dictadura sobre los trabajadores, ni puede ser un Estado en el que solo se permita la existencia de un partido. Los trabajadores deben poder expresar sus diferentes puntos de vista en diferentes partidos, que tienen que competir democráticamente para ganar y retener la mayoría en los consejos obreros. Tampoco debe ser nuestro socialismo aquel en el que un presidente, un caudillo o un máximo dirigente, concentre toda la iniciativa en sus manos y se rodee de un culto a la personalidad como un Stalin, un Mao o un Castro.
Nuestro objetivo es la revolución mundial y el comunismo
El socialismo por el que luchamos necesita que los medios de producción a gran escala estén en manos de la clase trabajadora, para que pueda planificar democráticamente su desarrollo al servicio de satisfacer las necesidades sociales y eliminar la desigualdad y las clases.
Bajo un Estado obrero revolucionario, no habrá un plan deformado y burocrático, como existía bajo el estalinismo, donde una casta de burócratas privilegiados decidía todo. Después de la revolución la clase trabajadora socializará los bancos, las principales instituciones financieras, las empresas de transporte y servicios públicos y todas las principales industrias. Proporcionará una serie de medidas relacionadas, integrales y coordinadas a nivel local, regional, nacional e internacional, definida como resultado de una democracia de trabajadores y consumidores.
Esto no es una utopía como afirman los propagandistas burgueses. Las tecnologías modernas permiten descubrir y comunicar necesidades en todo el mundo en segundos y luego coordinar la producción y el transporte para satisfacerlas. Las corporaciones multinacionales modernas ya funcionan así. A diferencia de las corporaciones capitalistas, utilizaremos los avances de las tecnologías modernas para beneficio de la humanidad.
Artesanos, comerciantes y pequeños campesinos podrán conservar sus empresas familiares como propiedad privada, si así lo desean. Al mismo tiempo, se les alentará a liberarse de la inseguridad del mercado y la competencia adaptando su producción al plan de desarrollo económico de toda la sociedad. La idea de que el socialismo puede basarse en la propiedad privada a pequeña escala o en las cooperativas es una utopía que con el tiempo puede recrear las condiciones de una economía de mercado y alentar la acumulación de capital. Sin embargo, la socialización de la pequeña propiedad campesina y los pequeños comercios, debe ocurrir gradual y voluntariamente y no por la fuerza.
Ya sea que la revolución estalle y triunfe primero en un país atrasado, semicolonial, o avanzado e imperialista, es fundamental que se propague más allá de las fronteras de ese Estado. Es necesario para defender lo ganado y alcanzar todo el potencial de la sociedad socialista. Donde los trabajadores tomen el poder, serán atacados por potencias capitalistas extranjeras, especialmente potencias imperialistas. Por lo tanto, la forma efectiva de defensa es la propagación de la revolución a esos países, contribuyendo a la lucha por el poder de sus clases trabajadoras. Además, como demostró la degeneración y el colapso de la Unión Soviética, es imposible completar la construcción del socialismo a nivel nacional. El “socialismo en un solo país” es una utopía reaccionaria.
Las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo durante siglos exigen un orden internacional. Desde principios del siglo XX, el propio Estado nación se ha convertido en un obstáculo para su desarrollo posterior. La necesidad de una estrategia de Revolución Permanente surge no solo de la necesidad de combatir la resistencia continua de las viejas clases dominantes, sino del hecho de que un desarrollo racional y sostenible de las fuerzas productivas de la humanidad solo puede lograrse a nivel global.
Sobre la base de una economía planificada globalmente y una federación mundial de repúblicas socialistas, avanzaremos a un nivel común de riqueza y la igualdad de derechos. Como resultado de este proceso, las clases sociales y las características represivas del Estado desaparecerán gradualmente, logrando lo que Marx, Engels y Lenin llamaron: comunismo. Pero primero hay que empezar. En un país tras otro, sacudidos por la crisis histórica del sistema, debemos arrojar al capitalismo al abismo. La revolución mundial, nada menos, es la tarea de la nueva internacional.
•Trabajadores y oprimidos del mundo – ¡uníos!
•¡Hacia una nueva internacional revolucionaria!
Un partido y una Internacional revolucionarias
Fue Karl Marx quien afirmó que la emancipación de la clase trabajadora de la dominación capitalista era tarea de la propia clase trabajadora y que nunca sería lograda por “salvadores en lo alto”. A diferencia de los anarquistas, no contrapuso una mística de “autonomismo” a la acción política, ya fuera “directa” o “electoral”, a la necesidad de construir un partido de la clase trabajadora independiente de todos los partidos capitalistas o personalidades. Tal partido debe ser internacionalista, como se expresa en la consigna culminante del Manifiesto Comunista y el Discurso Inaugural de la Primera Internacional: “Trabajadores del mundo, uníos”.
Debemos unir la teoría revolucionaria con la práctica. Partiendo de reconocer las leyes del capitalismo, la naturaleza de la explotación, la recurrencia de las crisis económicas, sociales y políticas, que crean condiciones para la liberación no solo de los trabajadores sino de todos los oprimidos. Su teoría existe para ser implementada y cambiar el mundo. A su vez la práctica de tal partido enriquece y desarrolla su teoría.
Fue Lenin quien sintetizó estas lecciones en una guía práctica para construir un partido revolucionario, cuya tarea era dirigir a la clase trabajadora en todas sus principales batallas hacia un asalto al Estado capitalista y sus sofisticados instrumentos de represión y engaño. El modelo de partido que desarrolló Lenin, el bolchevismo, no puede considerarse una fórmula prefabricada que pueda imponerse a cualquier situación; el aspecto de un partido revolucionario cambiará y se adaptará de acuerdo con las condiciones históricas y nacionales.
Pero hay principios esenciales que forman los cimientos de cualquier partido revolucionario. Estos fueron esbozados por primera vez en la obra clásica de Lenin, ¿Qué Hacer? Que incluía la afirmación “Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica”. Esto no niega que la conciencia de clase a menudo tiene su embrión en las luchas cotidianas contra los patrones y su Estado en el capitalismo, ni significa que la clase trabajadora no pueda emanciparse, que los trabajadores deben ser dirigidos por personas “ajenas”, por una élite de intelectuales de clase media o “revolucionarios profesionales”, malinterpretados como burocracia partidaria. Significa simplemente que las luchas por salarios y condiciones, solo por cuestiones económicas; libradas solo por los sindicatos, no se convertirán espontáneamente en una lucha por el socialismo; no creará automáticamente una conciencia socialista revolucionaria.
La perspectiva “espontánea” de los sindicatos parte de la división de los distintos oficios y ocupaciones y en determinados momentos estas divisiones tienden a obstruir una perspectiva más general de clase. En segundo lugar, los trabajadores siempre están sujetos a fuertes influencias “externas” de una sociedad donde las ideas dominantes son de la clase dominante. Que se instala mediante la propaganda incesante de las escuelas, medios de comunicación, iglesias, mezquitas, templos, enfatizando que el capitalismo es el único sistema posible.
Esta propaganda destinada a mantener a los trabajadores divididos y dominados por ideas de la clase dominante, solo puede combatirse con las ideas del socialismo y la revolución, y vienen “de afuera” de la esfera del sindicalismo. Solo pueden ser creadas y difundidas sistemáticamente por un partido político cuyo objetivo sea transformar las luchas fragmentadas en una lucha política que identifique al capitalismo como el enemigo. Por supuesto, este partido no puede estar “al margen” de las luchas de la clase trabajadora.
Tiene que ser radicalmente diferente a los partidos parlamentarios reformistas, que dejan la lucha en el lugar de trabajo a los sindicatos y limitan la política a las elecciones, cuyos manifiestos limitan sus objetivos a lo que los dirigentes piensan que les conseguirá “poder”, una oficina gubernamental dentro de la camisa de fuerza del Estado capitalista.
En un partido leninista sus miembros son activistas incansables y abnegados, capaces de explicar no solo la necesidad de las luchas actuales, sino que en el capitalismo yace la raíz de los bajos salarios, el desempleo y la austeridad, también del racismo, el sexismo y la guerra. Deben encontrarse en los lugares más peligrosos de la lucha de clases y ganarse el reconocimiento de sus compañeros trabajadores como los dirigentes más confiables, la vanguardia de la lucha de clases.
La idea de Lenin es que los miembros del partido sean cuadros, una analogía militar que se refiere a la red de suboficiales y oficiales de campo de un ejército. Deben ser revolucionarios profesionales, no son aficionados ni personas que dedican solo unas pocas tardes libres a la política, sino que la convierten en el centro de sus vidas. La gran mayoría de esas personas deben ser trabajadores si quieren ser dirigentes en la lucha de clases. Un partido revolucionario estimulará profundamente el crecimiento de un movimiento obrero de masas con el que se fusionaría indisolublemente. Así era el Partido Bolchevique, que pudo convertir la revolución “espontánea” de febrero de 1917 en la toma consciente del poder por parte de los consejos obreros en octubre. Estos principios de la política y el programa revolucionarios y el internacionalismo son tan relevantes hoy como cuando Lenin los desarrolló, y es la ardua tarea de los socialistas revolucionarios ponerlos en práctica en las peleas que se avecinan.
Desafortunadamente, durante las grandes luchas de masas de las primeras décadas de este siglo, muchos jóvenes luchadores, habiendo visto que los partidos laboristas, socialdemócratas y comunistas de masas eran generalmente un obstáculo para la lucha, llegaron a la conclusión de que los partidos políticos como tales no podían impulsar las luchas. Les contrapusieron movimientos sociales espontáneos, como la ocupación de la Plaza Tahrir de El Cairo, Wall Street de Nueva York, la Puerta del Sol de Madrid o la Plaza Syntagma de Atenas. Pensaron que la respuesta era limitarse a una democracia directa de masas. La realidad demostró que la democracia de un lugar y de corto plazo, incluso si puede llevar al derrocamiento de gobiernos o dictadores, no puede reemplazarlos con el poder de la clase trabajadora y los explotados. Tal transferencia de poder real dentro de la sociedad no ocurrirá a menos que surja una alternativa política a los viejos partidos con la determinación y la capacidad para llevarlo a cabo.
Un partido revolucionario debe romper con el reformismo de la vieja izquierda y sus miembros deben controlarlo democráticamente. Su función principal no es ganar elecciones ni ser controlado por parlamentarios imponiéndose sobre sus bases, inventando sus propias políticas y embolsándose los mejores salarios y gastos. El partido revolucionario no debe hacer grandes promesas y luego hacer lo que dictan los patrones y los banqueros, su tarea principal es ganarse el apoyo de millones, guiándolos a la acción. Las elecciones deben usarse para publicitar el programa de acción, para poner tribunas del pueblo y denunciar a los representantes de los capitalistas en sus caras y sobre todo para hablarle a las masas.
Su tarea no es complacer las ideas, pretendidas populares pero dictadas de hecho por los medios millonarios. Cuando gana diputados y concejales, estos tienen que estar bajo control del partido.
Este partido revolucionario puede tener un gran impacto dentro de los movimientos de resistencia, defendiendo tácticas para llevarlo adelante, dando voz a todos los explotados y oprimidos, luchando contra el racismo, el sexismo, las guerras imperialistas, y contra la explotación y la pobreza. El papel de un partido revolucionario es involucrarse en todos los movimientos, por aumentos salariales o más democracia, por justicia para los oprimidos a nivel nacional, racial o de género, promoviendo la pelea por un frente unido de lucha en cada caso, mientras explica pacientemente su política y programa y gana a los mejores luchadores en sus filas. En los sindicatos un partido organiza a las bases para que tomen la iniciativa. Mientras los dirigentes sindicales se demoran en decidir si llamar a una acción efectiva para desafiar el ajuste, puede preparar a los trabajadores para coordinar una huelga general, con o sin los dirigentes sindicales. Solo con un historial de tales luchas basadas en principios, un partido revolucionario estará listo para una situación revolucionaria en la que se pueda derrocar al capitalismo.
Por la construcción de una internacional revolucionaria
La tarea de construir nuevos partidos revolucionarios en cada país debe estar integralmente vinculada a la lucha por construir una Internacional Revolucionaria. La necesidad objetiva que dicta esa tarea son las respuestas globales para combatir la guerra, la crisis capitalista y la catástrofe climática. El programa para combatir estos peligros se basa en la acción internacional y la organización internacional. Esa organización es una nueva Internacional Revolucionaria que continúe los logros de la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta Internacional antes de su colapso y se base en sus programas y prácticas.
Es falso que antes de que una Internacional pueda comenzar su existencia, primero deben existir varios partidos nacionales fuertes con raíces bien establecidas en “su propia” clase trabajadora. Esto ignora el hecho de que todas las organizaciones, si se construyen aisladas unas de otras, tenderán a adoptar políticas que reflejen los límites de sus entornos específicos y corren el peligro de sucumbir a presiones y distorsiones de carácter nacional.
La consigna de Marx “trabajadores del mundo, uníos” no es un adorno retórico.
Este es el objetivo de los partidos de la clase trabajadora y debe alentar a las organizaciones de masas existentes de explotados y oprimidos a seguir el mismo rumbo, comenzando por construir vínculos permanentes y organizados de solidaridad y acción común con sus pares del mundo.
La construcción de una organización Internacional no es una tarea circunscrita solamente a pequeños grupos de propaganda revolucionaria, ni tiene que esperar a su unificación o a la resolución de sus diferencias estratégicas y tácticas, por importantes que sean.
La tarea de construir una organización internacional debe plantearse a la vanguardia obrera, involucrada en las principales luchas actuales, impulsando este debate en cada actividad que se realice. La construcción de una nueva internacional revolucionaria irá dando pasos adelante con la política de reagrupar a los revolucionarios de corrientes socialistas e internacionalistas existentes que compartamos una estrategia, un programa y un método de construcción que parta del respeto a las diferentes experiencias y tradiciones de cada sector.
El asesinato de Trotsky y una serie de condiciones objetivas adversas: la Segunda Guerra Mundial y la supervivencia y expansión tanto de la democracia burguesa como de los Estados obreros degenerados, y el fortalecimiento del estalinismo y la socialdemocracia, ejercieron una enorme presión sobre los pequeños núcleos de cuadros de la Cuarta Internacional fundada por Trotsky y sus camaradas. Esta sufrió una notoria fragmentación ocasionada por la degeneración revisionista de quienes quedaron al frente de la misma. Esto sucedió mucho antes de que se pudiera lograr la fusión con las fuerzas revolucionarias de vanguardia de masas.
Sin embargo, la tradición trotskista en sus diversas escisiones a menudo ha conservado varios principios importantes de su fundador, dentro de una variedad de tendencias internacionales.
La revolución en el siglo XXI y un renovado movimiento obrero con conciencia de clase, políticamente independiente de todas las fuerzas burguesas, deben basarse desde el principio en el internacionalismo, es decir, que encare en este momento y lugar la tarea de construir una nueva organización internacional de lucha proletaria.
La lucha contra la destrucción de las condiciones naturales de vida de la humanidad, la internacionalización de la producción, los ataques a la libertad de circulación de refugiados y migrantes, la amenaza de guerras comerciales y guerras entre bloques imperialistas rivales, requieren una lucha común coordinada a través de las fronteras y cambios revolucionarios a escala global. Un retroceso a las “soluciones” nacionales solo puede fortalecer a la reacción.
La Gran Recesión de 2008 y los efectos devastadores de la crisis, los movimientos de masas de la Primavera Árabe, las luchas en Grecia y la ocupación de plazas volvieron a colocar en la agenda la necesidad de una Internacional Revolucionaria.
Pero la izquierda reformista europea y también la izquierda radical y anticapitalista, fracasaron por completo en la tarea de unir la resistencia contra la austeridad en toda Europa. Resultaron incapaces incluso de desarrollar un rudimentario programa de acción europeo contra la crisis y el capitalismo. A pesar de su carácter nacionalista burgués de izquierda, el chavismo y el movimiento bolivariano habían proclamado temporalmente la lucha común en América Latina y más allá, pero resultó ser un cuento de hadas. En los países árabes no surgió ningún tipo de coordinación.
Tras el inicio de un nuevo período de crisis global, tras la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, la dirección reformista del movimiento obrero se retiró al terreno nacional. Su “internacionalismo” se limita esencialmente a los discursos dominicales. Esto corresponde a la posición de la burocracia obrera, cuyo “poder de negociación” está vinculado a su clase capitalista nacional, por lo que se queda atrás de la internacionalización del propio capital.
Incluso la izquierda “radical”, reformista de izquierda, centrista, anarquista o progresista de hoy busca su salvación en la concentración en el terreno nacional. Incluso la mayoría de las “organizaciones internacionales” actuales encuentran imposible basar su política en un programa internacional, una estrategia y tácticas comunes. O son sectas dirigidas a nivel nacional, alrededor de las cuales otras secciones orbitan como satélites, o son cada vez más redes sueltas que se niegan a tomar decisiones vinculantes. Por lo tanto, están arrojando por la borda todas las lecciones no solo del fracaso del movimiento antiglobalización, sino también de la degeneración de la Segunda y Tercera Internacional.
Esto significa que la mayoría de la izquierda global adopta una postura políticamente pasiva, si no regresiva, en cuanto a las tendencias espontáneas hacia la formación de movimientos internacionales. En los últimos años, campañas y movimientos internacionales que se extendieron espontáneamente más allá de las fronteras nacionales; el movimiento de mujeres Me Too, contra los ataques sexistas; la lucha contra el cambio climático y la amenaza a la base natural de la vida; los movimientos de refugiados que desafiaron los regímenes fronterizos de la UE y los EEUU; y en el último tiempo también la solidaridad internacional con Palestina, todos plantearon la cuestión internacional.
Hubo distintos enfoques para la coordinación transfronteriza de las luchas obreras; movimientos de solidaridad contra las intervenciones imperialistas, intentos golpistas reaccionarios y movilizaciones o acciones coordinadas. Sin embargo, no van más allá del “trabajo en red” de campañas nacionales independientes, ni desarrollan un programa internacional de acción coordinada. Esto no es culpa de los activistas que los pusieron en marcha, es sobre todo el fracaso de sectores importantes de la izquierda organizada.
Hay sectores que han sacado una conclusión errónea; que la lucha internacional y la construcción de una Internacional no pueden estar en agenda, que primero se deben construir y desarrollar organizaciones y movimientos más grandes a escala nacional. Solo sobre esta base sería posible y significativa la coordinación transfronteriza de luchas y organización. Esta relación platónica con la lucha de clases internacional representa un problema fundamental de este período, es una expresión de un giro a derecha y un fortalecimiento del nacionalismo.
Los marxistas revolucionarios, internacionalistas y anticapitalistas luchamos irreconciliablemente contra esta tendencia reaccionaria. Alentamos activamente las tendencias internacionalistas espontáneas entre los trabajadores, el movimiento de mujeres, la juventud, las luchas contra el imperialismo y la destrucción del medio ambiente. Solo así será posible ganar activistas y luchadores por un programa revolucionario. Así como los revolucionarios luchamos por la transformación de los sindicatos a nivel internacional, también impulsamos conferencias de acción transnacionales y una coordinación democrática de las luchas.
En los movimientos globales emergentes de los oprimidos, así como en los levantamientos nacionales, enfatizamos la necesidad de una nueva Internacional. El peligro que enfrentamos ahora de una guerra imperialista lo hace aún más necesario. Si bien abogamos por un programa revolucionario desde el principio, no podemos hacer de su aprobación una condición previa para la formación de estructuras internacionales comunes de lucha.
Para poder defender de manera efectiva y decidida los pasos reales hacia la construcción de una nueva internacional de masas luchamos sobre la base de un programa común de demandas de transición, un programa de revolución socialista mundial.
Hacemos un llamado a todos los camaradas y compañeros, a todas las corrientes que se reivindican socialistas, comunistas y trotskistas que estén de acuerdo con la necesidad de unirnos en base a un programa internacional para una respuesta revolucionaria a los ataques que se avecinan.
Hacemos un llamado a los revolucionarios del mundo a reagruparnos en una misma corriente internacional, para intervenir juntos en las luchas en curso y en la batalla por poner en pie una nueva y poderosa Internacional Revolucionaria.
Aprobado por el III Congreso Mundial de la LIS




