En su tercera exhortación apostólica del 19 de marzo, el Papa brindaba recomendaciones y llamaba a “la santidad en el mundo contemporáneo”. Pero las mujeres y la disidencia sabemos que esos “consejos” van contra nuestros derechos y respondemos con más lucha. Avancemos en la organización contra las nuevas embestidas de la Iglesia Católica.
Este nuevo llamado del Papa a “sus fieles”, camuflado como una respuesta a los sectores clericales más conservadores, baja línea sobre debates centrales en nuestro país como el tema del aborto. Como extensión de su imagen de Papa “progre”, el documento vaticano navega en la supuesta defensa de lxs migrantes y lxs pobres, critica a quienes consumen alegremente y llama a recuperar tiempo para la “oración” y a enfrentar el “atontamiento” que generan las nuevas tecnologías.
El texto, insólitamente titulado Alégrense y regocíjense, desnuda que el Papa tiene dificultades para sortear la crisis de la Iglesia Católica. Es que cada día somos más quienes expresamos la necesidad de que la Iglesia no intervenga en nuestras vidas ni en las decisiones del Estado.
Apostasías colectivas. Amparos contra la educación religiosa, como el que se presentó hace poco en Tucumán. Juicios a curas pedófilos, como el que se desarrolla en Paraná por el caso del cura abusador Ilarraz. Notoria baja en las vocaciones. Son todas claras expresiones de ruptura con esta institución retrógrada y reproductora de mandatos capitalistas y patriarcales.
Enemiga de nuestros derechos
El rol histórico de la Iglesia es procurar la conciliación de clases y el disciplinamiento y persecución de nuestros cuerpos y deseos. Por eso defiende la idea de “paz social” y también roles de género determinados por un sistema heteronormativo que nos quiere sumisas, devotas y madres. En su nuevo documento apostólico, el Papa prosigue su cruzada histórica contra nuestros derechos. En esa misma sintonía, la 115ª Conferencia Episcopal Argentina, o sea el plenario del centenar de obispos (que viven a costa de nuestros impuestos), reunidos en Pilar, ratificó su postura contra el derecho al aborto bajo la tramposa campaña #ValeTodaVida.
No queremos más “guías” ni discursos que nos nieguen la soberanía sobre nuestros cuerpos e identidades. La realidad ya no se puede ocultar. En nuestro país los abortos existen y la clandestinidad sólo agrava la situación. Al problema de salud pública que son las 150 muertes de mujeres y las 50 ó 60.000 internaciones anuales por complicaciones en abortos, hay que sumarle la injusticia social de que las que mueren son las jóvenes y pobres que no pueden pagar un aborto clandestino en condiciones seguras. Además, pobre o no, toda mujer tiene el derecho democrático a decidir sin presiones qué hace con su cuerpo.
Basta de hipocresía clerical
“La defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada”, dice el Papa. Y agrega: “igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación…” Pero es una hipocresía. De hecho, al negar el derecho al aborto sigue condenando a las mujeres pobres a hacerlo en condiciones indignas e inseguras, con riesgo de muerte.
Esa misma hipocresía y condena recae sobre lxs niñxs, muchos de ellos hoy adultxs, que sufren o sufrieron abuso sexual por parte de obispos y curas. La respuesta de la Iglesia y el Papa fue el negacionismo y el encubrimiento. Son muchas las maniobras que la Iglesia hizo para escapar a la condena social creciente. Con el caso escandaloso de Chile, inclusive el Papa argumentó que “no tenía la información suficiente”. ¡No se lo cree nadie! Sólo pidió “perdón”, tardíamente, cuando ya se vio desbordado por las pruebas y testimonios abrumadores.
Cada vez se vuelve más necesario en nuestras luchas anticapitalistas, feministas y disidentes exigir la inmediata separación de la Iglesia y el Estado. Eso empieza por anular los subsidios millonarios que se destinan a financiar esta institución medieval. Para eso tenemos que construir una herramienta anticapitalista, feminista y anticlerical para luchar por una Argentina laica y socialista.
Nadia Burgos