¿A dónde van las rebeliones de Irak y el Líbano?

Por Emre Güntekin

En Irak y el Líbano, países llenos de contradicciones, los trabajadores y los jóvenes salieron a las calles por más de un mes aunque enfrentan la muerte y una posible guerra civil, en especial en el Líbano por su sensible equilibrio étnico y religioso.

Ambos países tienen historias parecidas: Irak vivió bajo la sangrienta dictadura de Saddam Hussein durante una década y luego bajo una ocupación imperialista que fue peor que el régimen dictatorial. El Líbano, a su vez, perdió cientos de miles de vidas en décadas de sangrienta guerra civil. En la vida de ambos países no había siquiera esperanza del más mínimo cambio hasta las acciones que empezaron el mes pasado. Millones de personas en casi todas las regiones, desde Chile hasta Irak, no encuentran salida a las condiciones sociales a las que se ven sometidas salvo rebelándose contra quienes los hunden en una profunda miseria mientras ellos mismos viven en la riqueza. Si hay un rayo de esperanza para el futuro es la ola de rebelión que se ha desarrollado desde América Latina hasta Medio Oriente.

Hace unos nueve años, la geografía árabe fue testigo de una ola de rebeliones contra regímenes opresivos, corrupción y los problemas urgentes surgidos de las políticas neoliberales aplicadas desde hace décadas. Después de que se inmolara en un mercado público Mohammed Buazizi, que era un graduado universitario desempleado, los trabajadores tunecinos se rebelaron contra Zeynel Abidin Bin Ali, que había gobernado el país con puño de hierro durante 23 años, y lograron derrocarlo. Esa rebelión se extendió rápidamente a otros países del norte de África, cuyas condiciones sociales eran casi idénticas a las de Túnez.

El derrocamiento del dictador egipcio Hosni Mubarak en enero de 2011 mostró que las décadas de reinados en la región realmente estaban terminando. Pero en los días que siguieron, llegaron las intervenciones imperialistas en las legítimas rebeliones de los pueblos en Libia y luego en Siria. Esto condujo a una rápida manipulación de la ola de protestas, utilizando los conflictos de identidad, y desencadenó guerras interminables. Primero, las bandas islamistas radicales, que habían sido protagonistas de las sangrientas guerras civiles en Libia, entraron en acción y Gadafi fue derrocado por la intervención de la OTAN. Después comenzó la guerra civil siria, que en algún grado afectó a casi todo Medio Oriente.

Debido a la dura competencia entre fuerzas imperialistas como los regímenes de EE.UU., Rusia, Irán, Turquía y el golfo sunita, esta guerra se convirtió en una pena de muerte para millones de sirios. La estructura demográfica multi-identitaria de Siria se ha manipulado rápidamente. Después de completar su misión en Libia, las pandillas yihadistas, apoyadas por países de la región como Turquía y Arabia Saudita, se trasladaron a Siria para luchar por un cambio de régimen como el que habían logrado en Libia. En resumen, la ola de rebelión que se inició con grandes esperanzas para los pueblos árabes se convirtió en una sangrienta guerra civil en torno a la rivalidad de las fuerzas imperialistas en Siria y ha allanado el camino a un proceso en la región que no han podido controlar.

Las rebeliones en el Líbano e Irak ya se han visto afectadas por la rivalidad imperialista. Las clases trabajadoras soportan el peso de las penurias políticas creadas por la rivalidad entre EE.UU. e Irán, tal como ha sido durante años en Siria. En la medida en que las sociedades se polarizan en base a identidades religiosas y étnicas, las familias ricas y las fuerzas armadas paramilitares controlan las piedras angulares de la política burguesa.

A pesar de todas las divisiones y hostilidades en el pasado, las acciones de masas que lograron reunir a todas las identidades en torno a demandas económicas y sociales rompieron el statu quo que se basa en el reparto de poder en la esfera política. En tal situación, la lucha entre los sectores burgueses por la hegemonía en la reconstrucción del colapsado statu quo es inevitable. Pero una cosa es segura: ¡a nadie le importan los problemas y las demandas de los trabajadores libaneses e iraquíes!

El régimen de los mullahs (clérigos islámicos) en Irán ha desconfiado de las protestas en la región desde el inicio. En una declaración el 31 de octubre, el líder religioso iraní Ali Khamenei dijo que las acciones en Irak y el Líbano habían sido provocadas por los servicios de inteligencia estadounidenses y occidentales, y que estas fuerzas querían provocar el caos en la región[1]. El mismo día, el Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dijo: “El pueblo libanés quiere un gobierno eficiente y efectivo, y una reforma económica para poner fin a la corrupción generalizada”[2]. ¡Qué amigables son!

Por supuesto, la cuestión no se limitó a la demagogia de ambos poderes. El régimen de los mullahs no quiere perder décadas de inversiones políticas, económicas y militares en ambos países: delegados suyos en Irak y el Líbano transmitieron a dichos gobiernos su experiencia en reprimir a los trabajadores.

En Irak, las fuerzas respaldadas por Irán (en especial los francotiradores del paramilitar Hashd al-Shabi) intervinieron con violencia en Bagdad y las ciudades shiítas del sur del país, causando numerosas muertes. La semana pasada, Muqtada al-Sadr salió a las calles de Najaf para apoyar las protestas, con la esperanza de controlarlas, pero la revuelta no se desvaneció. El hecho de que los manifestantes quemaran banderas iraníes y carteles de Khamenei muestra que la rebelión no se resolverá fácilmente. En respuesta a estos levantamientos, el periodista Husein Sheriatmadari, uno de los asesores de Khamenei, emitió un comunicado llamando a los trabajadores iraquíes y libaneses a atacar a las embajadas de Arabia Saudita y EE.UU. Las masas ya han acumulado ira contra tales enfoques políticos que las hacen pasivas y excluidas.

En Irak, que ha sido escenario de muchas rebeliones a lo largo de los años (las principales tuvieron lugar en 2011, 2015 y 2018), éstas en general se desarrollaron bajo el control de los dirigentes políticos shiítas. Sin embargo, el punto más importante que llama la atención esta vez es la superación de estas divisiones basadas en identidades sectarias. Fehim Taştekin citó a una joven rebelde iraquí: “No somos sadristas, no somos sistianos. No somos sunitas ni shiítas. Somos iraquíes ¿Por qué nos están disparando? Solo gano ocho dólares por día para vivir”[3]. Taştekin dice que a pesar del gobierno shiíta de Abdulmehdi en Irak, la escalada de las protestas en las principales ciudades shiítas como Basra, Karbala y Najaf, y en unas pocas ciudades sunitas, muestran que la ola de movilización surge de una realidad social más profunda que la que sugiere el discurso de la “conspiración occidental”.

En el Líbano, Hezbolá y el Movimiento Amal shiíta continúan defendiendo el statu quo actual. Al comienzo de las protestas, el líder de Hezbollah, Nasrallah, las describió como un “movimiento popular transparente, honesto y no sectario, cuyas raíces no están en un partido o una embajada”[4]. Pero cuando la veloz radicalización del proceso y la ira dirigida también hacia los políticos shiítas se evidenciaron en las calles, Hezbolá les dio la espalda a las masas.

Aunque las fuerzas de Hezbolá no atacaron directamente las protestas, algunos ataques de sus militantes a los manifestantes se compartieron en las redes sociales. Por ahora, los socios iraníes y libaneses están trabajando para retirar a sus bases shiítas de las protestas. Nasrallah ya ha llamado a sus seguidores a que no asistan a las movilizaciones para desmantelar el movimiento. La razón de su miedo es la posibilidad de que sus partidarios, influenciados por la rebelión, se desplacen hacia la izquierda y se alejen de su hegemonía.

Los pueblos representan una amenaza para las fuerzas imperialistas y sus colaboradores locales que convirtieron sus vidas en un infierno. Pero esta ira no sólo va contra Irán. Si lees los medios internacionales, es posible ver que los trabajadores iraquíes y libaneses señalan a Irán como la única razón de su enojo. Pero en contra de este enfoque manipulador, los trabajadores libaneses presentaron un buen eslogan: “Todos significa todos”. Después de la renuncia del primer ministro respaldado por los sunitas y sauditas, Saad Hariri, el 29 de octubre, los trabajadores libaneses levantaron consignas expresando su rechazo a apoyar al líder de Hezbollah Hassan Nasrallah y al líder del Movimiento Amal Nebil Beriri. Los activistas respondieron gritando: “¡Vete, vete, vete! ¡No eres nuestro padre!”[5] Consignas similares resuenan en las calles de Irak. El lema “Quiero una nación”[6] se convirtió en tendencia de Twitter en esos días.

¿Cómo pueden triunfar las rebeliones en Irak y el Líbano?

En Medio Oriente, ninguna fuerza política vinculada al sistema capitalista-imperialista puede resolver los problemas urgentes de las clases trabajadoras. Por otro lado, las intervenciones imperialistas siempre ensombrecen la legitimidad de las justas rebeliones de las masas y fortalecen a direcciones burguesas como las de Hezbollah y Sadr, que son enemigos de los trabajadores. De igual modo, el podrido régimen de los mullahs en Irán utiliza la represión imperialista y las sanciones internacionales como excusa para criminalizar y reprimir la oposición en su país. Además, Irán lleva a cabo esta línea no sólo en su política interna, sino también en Irak y el Líbano, donde disputa la hegemonía contra EE.UU. y sus aliados. Tienen una razón para esto: lo que más asusta al régimen de los mullahs es que la ola de rebeliones llegue a Irán.

Sobre dicha ola, las potencias imperialistas occidentales son hipócritas. Intentan utilizar la lucha del pueblo iraquí como herramienta contra la hegemonía iraní, como si no fueran Norteamérica y sus socios occidentales quienes destruyeron al pueblo con su invasión en 2003. Sin embargo, está claro que los trabajadores de ambos países están en la calle contra todas las élites del statu quo.

Los trabajadores y los jóvenes, que han sido hundidos en la pobreza y la miseria durante largos años, que vienen observando el enriquecimiento y la corrupción de un puñado de élites, quieren un cambio ya. El hecho de que no han abandonado las calles y han rechazado las divisiones sectarias es una indicación de esto. No obstante, esto por sí solo no puede garantizar el éxito de las rebeliones; en particular en Medio Oriente, donde la manipulación imperialista de los movimientos de masas es muy común y la lucha de clases organizada es débil.

El orden político burgués ya está en bancarrota tanto en Irak como en el Líbano. Estos regímenes de poder compartido entre sectores burgueses de las distintas etnias y religiones no pueden dar a las clases trabajadoras lo que ellas necesitan. Incluso si las clases dominantes logran repeler las rebeliones actuales, este hecho no cambiará. Mientras sigan los ataques neoliberales, los fuertes impuestos, el desempleo y la corrupción, la gente saldrá a las calles una y otra vez como lo hicieron en 2011, 2015 y 2018. Pero las movilizaciones no alcanzan para lograr un verdadero triunfo y cambiar el futuro. A la par, las masas deben girar hacia la izquierda y el socialismo. El triunfo de los trabajadores iraquíes y libaneses sólo se puede lograr a través de la lucha de clases organizada dirigida por una organización socialista. Una de las tareas históricas de la Liga Internacional Socialista (LIS) es construir esta fuerza de vanguardia que unirá a los pueblos de dicha región en una Federación Socialista de Medio Oriente.


[1] https://www.aljazeera.com/news/2019/10/khamenei-stoking-chaos-iraq-lebanon-protests-191030160139954.html

[2] https://www.nytimes.com/2019/10/31/world/middleeast/protests-iraq-lebanon-iran.html

[3] https://www.gazeteduvar.com.tr/yazarlar/2019/10/07/irak-yine-bir-komploya-kurban-mi-gidiyor/

[4] https://www.gazeteduvar.com.tr/yazarlar/2019/11/04/lubnani-cekistirmek-hizbullahin-basi-belada-mi/

[5] https://aawsat.com/english/home/article/1955411/all-them-means-all-them-lebanon-protest-slogans

[6] https://time.com/5721115/lebanon-iraq-protests-iran/