Por Luis Meiners LIS EEUU
Con 426.300 casos y 14.622 muertes (8 de abril), Estados Unidos es uno de los países más afectados por el coronavirus en el mundo. Después de negar sistemáticamente y restar importancia al efecto que tendría la pandemia, el gobierno de Trump se ha enfocado en utilizarla para promover una agenda de racismo, agresión imperialista y negocios capitalistas. Pero la clase obrera está dando pelea.
El Covid-19 ha revelado las desigualdades estructurales profundamente arraigadas sobre las cuales la mayor economía capitalista del mundo está construida. También ha demostrado el grado en que un sistema de salud privatizado y orientado por las ganancias representa un enorme riesgo para la salud de la gran mayoría de la población. Los trabajadores han sido simultáneamente categorizados como esenciales y obligados a seguir trabajando en situaciones de creciente vulnerabilidad y de alto riesgo para su salud. Al menos diez millones de personas han solicitado seguro de desempleo. Millones más se ven obligados a elegir entre arriesgar sus vidas yendo al trabajo o perdiendo todos sus ingresos.
Del mismo modo en que la pandemia ha sido el detonante de una crisis económica que ya estaba en camino, ha removido máscaras y ha develado contradicciones, cambiando la experiencia concreta de vida de millones de personas de una manera que tendrá efectos fuertes en el presente y el futuro de la lucha de clases.
Clase, raza y género frente al Covid-19
Las desigualdades están en el centro de la propagación de la pandemia. El virus ha golpeado más duramente a las comunidades de clase trabajadora en todo Estados Unidos. Los datos de ciudades como Nueva York, Chicago y St. Louis han demostrado que el domicilio de una persona es un indicador bastante preciso de las posibilidades que tiene tanto de infectarse como de desarrollar complicaciones vinculadas a la enfermedad.
Las razones de esto son bastante claras. En primer lugar, las posibilidades de adoptar y mantener medidas de distanciamiento social están distribuidas de manera desigual. Los empleos de menores ingresos tienen probabilidades mucho menores de posibilitar el trabajo a distancia, esencialmente porque muchos requieren presencia física. Por ejemplo, mientras que el 57,4% de las personas que trabajan en actividades financieras puede trabajar desde su casa, el porcentaje cae al 17,2% en la construcción o al 16,5% en el comercio al por menor y mayorista. Un estudio del Instituto de Política Económica con datos de la Oficina de Estadísticas Laborales muestra cómo la posibilidad de trabajar desde el hogar cae dramáticamente a medida que los ingresos descienden: 61,5% de los trabajadores en el cuartil más alto de la distribución salarial puede trabajar desde su casa, mientras que sólo el 9,2% de los trabajadores en el cuartil más bajo puede hacerlo. Otro indicador de estas desigualdades es el acceso a licencia paga por enfermedad. Mientras que en el 10% superior de la escala de ingresos el 93% tiene acceso a licencias pagas por enfermedad, el porcentaje cae al 30% entre quienes se encuentran en decil más bajo de dicha escala.
Los trabajadores de los supermercados, quienes entregan o preparan alimentos y otros artículos esenciales, el trabajo en almacenes y transporte, en hospitales y centros médicos, son considerados trabajadores esenciales en medio de la pandemia y están entre quienes tienen los salarios más bajos y las peores condiciones de trabajo.
El sistema de salud orientado por la ganancia empresarial hace que estas desigualdades sean aún más profundas. El 12% de la población estadounidense no cuenta con seguro médico y un 33% adicional tiene un seguro médico con cobertura insuficiente. 79 millones de personas tienen dificultades para pagar deudas relacionadas con la salud. Además, el Covid-19 implica un mayor riesgo para las personas con enfermedades preexistentes, muchas de las cuales afectan a las comunidades de menores ingresos en mayor proporción, ya que están vinculadas con condiciones de vida inadecuadas, ambientes contaminados, mala alimentación, etc.
Por mucho que estas cifras muestren cómo aumenta la exposición al virus a medida que los ingresos son más bajos, se quedan cortas al dar cuenta de la división clase con los verdaderamente ricos. Los multimillonarios están evitando Covid-19 en viviendas de lujo y viajando en jet. En enero, cuando la pandemia golpeó Hong Kong, los viajes en jets privados desde la isla a Estados Unidos y Australia aumentó un 214% en comparación con el mismo mes del año pasado.
El principal factor de riesgo al que se enfrentan los trabajadores es el implacable impulso patronal para obtener ganancias. La pandemia ha demostrado hasta qué punto se trata de una condición sistémica que no se detendrá ni siquiera ante las condiciones más extremas. Las grandes corporaciones han estado a la vanguardia de poner las ganancias por sobre las vidas. Amazon se negó a frenar o reducir el trabajo no esencial en sus almacenes, optó por no alertar a los trabajadores cuando uno de ellos dio positivo por coronavirus, se negó a cerrar el almacén para limpiarlo y finalmente despidió a Chris Smalls, uno de los trabajadores que protestaba contra esto. McDonalds y otras cadenas de comida rápida se han negado a proporcionar equipo básico de protección para sus trabajadores que además tienen los salarios más bajos de la economía. General Electric decidió despedir al 10% de su fuerza de trabajo mientras externaliza la producción hacia plantas no sindicalizadas. Cadenas de supermercados como Whole Foods se niegan a pagar licencia por enfermedad. Lo mismo puede decirse de las políticas de los gobiernos hacia los trabajadores de la administración pública, que incluso en hospitales no han contado con el equipo de protección necesario.
Las desigualdades de clase se combinan con las desigualdades raciales, étnicas y de género. Los números muestran cómo las comunidades afroamericanas y latinas se ven desproporcionadamente afectadas por el virus. Según datos de la ciudad de Nueva York los afroamericanos representan el 28% de las muertes de Covid-19 y los latinos el 34%, a pesar de que constituyen el 22%y el 29% de la población de la ciudad, respectivamente. Estas cifras empeoran aún más en otras partes del país. En Luisiana, los afroamericanos conforman el 70% de las muertes, pero solo el 32% de la población.
Afroamericanos y latinos conforman una proporción mayor de aquellos que no tienen acceso al seguro médico. Tienen las peores condiciones de vida en general que se correlacionan con los problemas de salud subyacentes. También tienen un mayor riesgo de contraer el virus debido a su trabajo. Sólo 16.2% de latinos y 19.7% de afroamericanos pueden trabajar desde sus casas en comparación con el 29,9% de los blancos.[1]
Las mujeres también están desproporcionadamente representadas en empleos de bajos ingresos y alto riesgo considerados esenciales. Según la Oficina de Estadísticas Laborales, las mujeres conforman el 75% de los trabajadores hospitalarios y el 88% de los auxiliares psiquiátricos, de enfermería y de salud en el hogar. Con los niños en casa y la necesidad de cuidar a los familiares enfermos, la distribución desigual del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado agrega una carga adicional sobre las mujeres que hacen un promedio de 242 minutos diarios en comparación con 148 minutos para los hombres. Las mujeres también están más afectadas por los despidos que los hombres. De acuerdo al Departamento Estadísticas Laborales el 60% de los 700.000 primeros puestos de trabajo perdidos por la crisis estaban ocupados por mujeres.
Por último, el coronavirus ha servido como excusa para exacerbar el racismo y la opresión de género. La repetida referencia de Trump al coronavirus como el «virus chino» y el aumento de los ataques racistas a los asiático-americanos ha demostrado una vez más la medida en que el racismo está incrustado en el ADN del capitalismo estadounidense. Al mismo tiempo, los gobernadores republicanos de Texas, Ohio, Iowa y Alabama están tratando de revertir los derechos reproductivos prohibiendo el aborto con la excusa de que todas las prácticas médicas no esenciales deben posponerse.
La clase trabajadora da pelea
Esta realidad está dando forma a la respuesta de la clase trabajadora. Sick outs, stand inns[2] y las huelgas espontaneas están empezando a extenderse a medida que asistimos a una oleada de huelgas que comienza a desarrollarse. Este ciclo de protestas está siendo impulsado por trabajadores esenciales en supermercados, cadenas de comida rápida, hospitales y centros de distribución. Muchos de ellos no están sindicalizados y no han participado en protestas antes. Otros tienen, y sus luchas se basan en la experiencia reciente. El movimiento “Fight For $15”[3] de trabajadores de comida rápida, por ejemplo, ahora está organizando acciones de protesta por salud, salarios y condiciones de trabajo en todo el país.
A medida que los trabajadores se ven obligados a continuar trabajando en condiciones de alto riesgo podemos esperar una disposición cada vez mayor para la acción y las experiencias de lucha en un lugar de trabajo inspiran a otros a seguir. Al menos 35 huelgas espontáneas se han registrado en todo el país en el último mes.[4] Los trabajadores de Amazon en almacenes de Staten Island y Chicago, trabajadores de Instacart y Whole Foods, han sido de los más activos en la lucha. Los trabajadores de la industria de la comida rápida organizaron una huelga simultánea en más de 30 locales en California. Las enfermeras han organizado protestas en todo el país. Los trabajadores de General Electric resistieron los despidos y exigieron producir respiradores.
Las exigencias se centran en la exposición a los riesgos para la salud. La falta de equipo de protección y de pautas de distanciamiento social en los lugares de trabajo, las licencias pagas por enfermedad y condiciones de trabajo más seguras son algunas de las demandas más recurrentes. Dado que estos altos riesgos se combinan con bajos salarios, un pago extra por el riesgo es también una de las demandas más urgentes.
A medida que la crisis se profundiza y la acción de la clase trabajadora se extiende, la izquierda puede desempeñar un papel crucial. Las experiencias ya están mostrando cómo los socialistas pueden desempeñar un papel fundamental en la organización en los lugares de trabajo. Las condiciones creadas por la combinación de la pandemia y la crisis económica tienen un enorme impacto en la forma en que millones de personas viven su día a día. Millones de personas experimentan directamente cómo los gobiernos y las corporaciones privilegian las ganancias por sobre la vida.
Podemos esperar que estos cambios tengan un impacto profundo y sostenido. También debemos tener en cuenta el impacto de las rebeliones mundiales en el pasado reciente. En Estados Unidos las huelgas habían estado creciendo en los años anteriores, aun cuando se partía de cifras históricamente bajas, y la radicalización se había estado desarrollando como puede verse en la creciente popularidad de las ideas socialistas.
Esto, por
supuesto, no significa que un cambio radical se producirá mecánicamente. La
tendencia a la polarización social y política de la última década aumentará.
Las luchas y la radicalización se desarrollarán aún más. Esto traerá nuevos
desafíos y oportunidades para la izquierda revolucionaria. Depende de nosotros
organizarnos para aprovecharlas.
[1] Instituto de Política Económica – US Bureau of Estadísticas Laborales.
[2] Los “sick outs” son protesta en que los trabajadores se ausentan coordinadamente por enfermedad. En los “stand in” los trabajadores protestan parándose afuera de sus lugares de trabajo.
[3] Movimiento de trabajadores de las cadenas de comida rápida que pelean por un salario mínimo de 15 dólares la hora.
[4] https://paydayreport.com/covid-19-strike-wave-interactive-map/