A 82 años de la fundación de la IV Internacional

Reproducimos en esta nota el informe realizado por nuestro compañero Alejandro Bodart sobre la fundación de la IV Internacional, en la emisión del jueves 3 de septiembre de Panorama Internacional, el programa semanal de Liga Internacional Socialista

Un día como hoy, el 3 de septiembre de 1938, se fundó la Cuarta Internacional en una reunión clandestina y apresurada en las afueras de París. Delegados de organizaciones de once países se juntaron en la casa del militante de la oposición de izquierda Alfred Rosmer, y organizaciones de otros 17 países no pudieron llegar pero adhirieron a la nueva organización y su programa.

El mundo atravesaba una crisis aguda: el ascenso del nazismo en Alemania, la guerra civil en España estaba siendo llevada a un callejón sin salida por el stalinismo y la acumulación de contradicciones llevarían en poco tiempo a la Segunda Guerra Mundial… Pero el congreso fundacional de la Cuarta no pudo discutir nada de eso.  Reunido bajo la intensa persecución del stalinismo, se limitó a aprobar un programa y votar un secretariado para concluir la reunión antes de ser descubierta y atacada. El hijo de Trotsky, principal dirigente de la oposición de izquierda en Europa y encargado de los preparativos del congreso, León Sedov, había sido asesinado en París pocos meses antes. Y días antes del evento, el cuerpo de Rudolf Klement, otro de los principales organizadores que había sido desaparecido un mes antes, fue encontrado en el Río Sena, por lo cual el congreso casi se canceló.

De hecho, varios sectores del reagrupamiento de comunistas que habían roto con el stalinismo y eran parte de la oposición de izquierda internacional, opinaban que no era el momento correcto para lanzar una nueva internacional.

La Primera Internacional fue fundada en 1864 por Marx y Engels en medio del primer ascenso de la clase obrera impulsado por la revolución industrial europea.

La Segunda Internacional, ya muerto Marx, pero con  la participación de Engels, se fundó en 1889. Surgió en base a la expansión capitalista de fin de siglo XIX, la industrialización de Alemania y el crecimiento de sindicatos y partidos obreros de masas.

La Tercera, fundada en 1919 por Lenin y Trotsky, se construyó impulsada por el triunfo de la revolución rusa y el ascenso mundial que generó.

Cuando Trotsky propuso lanzar la Cuarta, no había ningún asenso. El fascismo venia de derrotar a la clase obrera, con la ayuda de las traiciones del stalinismo, en Italia, en Alemania y estaba a punto de lograr lo mismo en España. Sin embargo, fue precisamente el triunfo de Hitler en Alemania que convenció a Trotsky, por un lado, que la Tercera Internacional ya era irrecuperable, y por otro, que la fundación de una nueva Internacional era necesaria e impostergable.

Desde su expulsión de la URSS en 1929, Trotsky comenzó a organizar la oposición de izquierda a escala internacional. El año siguiente se realizó una primera conferencia internacional de la corriente, que votó un secretariado que integraban Alfred Rosmer y León Sedov.

En 1932 se realizó una nueva conferencia en Dinamarca, de la que pudo participar el propio Trotsky. El año siguiente, otra conferencia estableció las resoluciones de los primeros cuatro congresos de la Tercera Internacional como base programática. Hasta ahí, aunque eran expulsados y excluidos de los partidos de la Tercera, y perseguidos por el stalinismo, actuaban como corriente de oposición y mantenían la orientación de recuperar los Partidos Comunistas y la Tercera Internacional.

Solo después de la victoria de Hitler, sin resistencia activa por parte del Partido Comunista alemán, que había rechazado toda política de frente único contra el fascismo, se resolvió la formación de una nueva internacional.

Trotsky caracterizaba que el mundo se encaminaba a una Segunda Guerra Mundial, que el stalinismo, con la política que venía empleando, jugaría el mismo rol traidor que jugó la Segundo Internacional ante la Primera Guerra Mundial, y que por lo tanto, lo revolucionarios necesitaban sus propios partidos y su propia organización internacional para incidir en las revoluciones que vendrían.

En este contexto se reunió en París una nueva conferencia en agosto de 1933, de la que participaron diversas corrientes opositoras al stalinismo. El documento surgido de esa reunión expresó la voluntad de avanzar hacia una nueva organización internacional, pero la iniciativa se dilató por la persecución del stalinismo y los fascistas, y por las vacilaciones de los sectores que no estaban convencidos de avanzar.

La primera Conferencia por la IV Internacional se reunió en Ginebra en julio de 1936, y el congreso fundacional finalmente tuvo lugar dos años más tarde, cuando ya asomaba el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El texto de Trotsky que aprobó la reunión como base programática de la nueva organización es el conocido por el movimiento revolucionario internacional como Programa de Transición. Su título, “La agonía del capitalismo y la tareas de la IV Internacional” presentó una caracterización de hacia dónde iba el mundo que resultaría confirmada en sus rasgos fundamentales.

Afirmó que las fuerzas productivas habían dejado de desarrollarse, que la crisis económica sin salida llevaría a una nueva catástrofe humanitaria al desembocar en una nueva guerra mundial, y que de no producirse el triunfo del socialismo la propia civilización humana estaría en cuestión. Tanto la Guerra mundial que estalló al año siguiente, como la crisis actual validan este pronóstico.

Pero el Programa de Transición también aseveró que, aunque las condiciones objetivas para el triunfo de la revolución, estaban más que maduras, no son suficientes si no existe el factor subjetivo,  la organización revolucionaria y la acción del proletariado. La experiencia de la revolución rusa había impuesto la conclusión determinante que sin partido revolucionario a la cabeza, la revolución socialista fracasa y retrocede.

Trotsky tomo esto como eje central, enterrando para siempre la división que hacía la socialdemocracia entre el programa mínimo de reformas inmediatas y programa máximo, de objetivos socialistas abstractos para un futuro indeterminado. Y lo reemplaza con un nuevo método de elaboración e intervención política que, partiendo de las necesidades inmediatas del proletariado, lo lleve al enfrentamiento global con el capitalismo. Este método ha demostrado su utilidad para desarrollar la lucha de clases y construir partidos revolucionarios hasta nuestros días.

Trágicamente, Trotsky sería asesinado por el stalinismo a solo dos años de fundar la Cuarta, y la distancia entre su experiencia y capacidad, y la de los cuadros que continuaron su obra, resulto gigante. Para peor, muchos de ellos perecerían durante la guerra a manos de la Gestapo de Hitler o la GPU de Stalin. La Cuarta fue diezmada y efectivamente paralizada durante la guerra. Y cuando se reorganizó al final de la misma, sus dirigentes resultaron no estar a la altura de las difíciles circunstancias.

Por la falta de una alternativa revolucionaria organizada, las revoluciones que recorrieron Europa y el mundo tras la guerra no se llevaron puestas a la burocracia stalinista. Por el contrario, esta salió fortalecida y prestigiada por haber derrotado a Hitler. Pudo ponerse así a la cabeza de las revoluciones, frenarlas, desviarlas, traicionarlas, y cumplir su pacto con el imperialismo de reconstruir los Estados burgueses en Europa occidental después de la guerra.

A estas difíciles circunstancias, se sumaron una serie de tremendos errores por parte de la dirección de la Cuarta, que terminó dividiendo y dispersando al movimiento trotskista. Algunos cayeron en el oportunismo, haciéndole seguidismo a las variantes del stalinismo que fueron surgiendo. Otros se recluyeron en el sectarismo, auto marginándose de los procesos de masas. Otros fueron abandonando la estrategia de construir partido revolucionario, o se quedaron en la construcción de partidos nacionales, abandonando la tarea indispensable de la construcción de la internacional.

Los que seguimos peleando por construir un partido revolucionario mundial lo hicimos separados, construyendo corrientes internacionales centradas en algún partido más desarrollado con grupos afines en otros países.

La fundación de la cuarta tuvo el enorme mérito de haber preservado las conclusiones y la tradición del marxismo revolucionario. Quienes hemos mantenido esa práctica viva tenemos el mismo mérito. Pero no alcanza. Hoy, ante la catastrófica crisis del capitalismo mundial, solo comparable a la que atravesaba el mundo cuando se fundó la Cuarta, recuperar el legado de la misma nos requiere superar las limitaciones que hemos tenido.

Este es el desafío que la LIS está encarando al intentar reagrupar a los revolucionarios que provenimos de distintas experiencias y tradiciones, de distintas corrientes del trotskismo, en base a un programa principista para la revolución socialista.

A la estrategia de construir partidos leninistas y una internacional revolucionaria.

Y al compromiso de llevar adelante un internacionalismo militante, activo, de campañas e intervención en la lucha de clases. Sabiendo que sobre estas bases, podemos tener divergencias parciales que se pueden ir debatiendo, que de esa forma podemos aprender los unos de los otros, y que solamente de esta manera, podremos construir una verdadera organización revolucionaria mundial que aspire a dirigir la revolución socialista.