El 2 de septiembre inició el juicio contra Dominique Pelicot por haber drogado y sometido a decenas de violaciones durante casi diez años a su – en ese entonces – esposa, Gisèle Pelicot. Esta madre y abuela de 72 años ha estado en el centro de un juicio en el que 51 hombres están acusados de violarla, incluido el hombre con el que estuvo casada durante 50 años.
Por Tamara Madrid
La realidad de violencia que denunciamos millones de mujeres y cuerpos feminizados en todo el mundo se impone en la agenda pública internacional, una vez más, sacudiendo la estructura de aquello que el capitalismo patriarcal construyó como incuestionable: la familia nuclear (biparental), la mujer como propiedad y en consecuencia objeto, y la condición masculina en su conjunto.
Dominique, configurado por el patriarcado
En 2020, Dominique Pelicot fue descubierto filmando debajo de las faldas de unas jóvenes en un centro comercial y el proceso policial de investigación desatado a partir de este hecho destapó una vida de mandatos y complicidades patriarcales coherentemente llevados adelante. En 2010 había sido interpelado por una situación similar, cuando aún habitaba en la región parisina, que concluyó con el pago de una multa de 100€. Pero no termina allí, ya que la investigación condujo a la violación y asesinato en 1991 de Sophie Narne; a una tentativa de violación en 1999, donde incluso fue encontrado su ADN; y, finalmente, a fotografías de sus nietas bañándose. Dominique es el resultado de años de instituciones que permitieron y configuraron formas de estar y vincularse con mujeres.
Eso es el patriarcado. Existe y configura formas colectivas de estar, sentir, pensar y actuar. Y aunque es previo al sistema de producción capitalista, desde su surgimiento el capitalismo ha sabido apoyarse y desarrollarse a través del patriarcado. La familia nuclear que conocemos y nos presentan como atemporal, es bastante reciente y responde a las necesidades del modelo capitalista de producción, en donde la mujer es la responsable de la reproducción de la fuerza de trabajo a través de las tareas domésticas que, en algunos países, representa hasta el 30% del PBI. Una mujer, persona, que deviene objeto al ser considerada propiedad privada de un otro, su esposo. Entonces, este sistema enseñó que ese es el lugar que ocupa una mujer, por lo cual tampoco sorprende que sea un padre de familia. Si el aislamiento y cierre sobre sí mismos que supone esta estructura social – la familia nuclear – es la que genera mejores condiciones para el ejercicio de la violencia de género en todas sus formas. El peligro no se encuentra afuera, como muchas veces nos quieren hacer creer bajo supuestos racistas, sino que gracias a que el modelo de familia capitalista patriarcal existe es que nos encontramos a diario a miles de Gisèle Pelicot.
Sin ir más lejos, es Francia sólo el 1% de los violadores son castigados y el 91% de las víctimas conocen a su violador y, aun así, no se hace nada. Lo sorprendente es que todo esto sale a luz porque una persona, un trabajador de seguridad en un centro comercial, en vez de solo echar a Dominique Pelicot, decidió alertar a la policía. Y porque además, en vez de minimizar el hecho, la policía ha avanzado en una investigación. Pero pasaron 10 años, miles de internautas que vieron la publicación de Dominique (el sitio web contaba el año pasado con 500.000 visitantes al mes), cientos respondieron y otros tantos aceptaron conscientemente la propuesta de violación. No son todos los hombres pero son sólo hombres. Pensar la condición masculina implica entender que existen diferentes tipos de masculinidades, que no todos los hombres ejercen el mismo poder, pero que cualquiera sea el caso, siempre ejercen poder sobre las mujeres y cuerpos feminizados. Masculinidad hegemónica, subalterna, pero masculinidad que se construye y ejerce en los marcos de una complicidad, “hermandad”, que protege y sostiene a ese que considero igual. Y romper con esa solidaridad que encubre múltiples violencias sólo sucederá con el fin de las bases materiales que la sostienen: la familia nuclear, la mujer como objeto, y en definitiva, todas las instituciones que este sistema capitalista patriarcal produjo y sostiene.
“Que la vergüenza cambie de lado”
La frase de Gisèle Pelicot y su alcance a nivel internacional demuestra muchas cosas pero me gustaría remarcar dos. La primera, que somos nosotras las que expandimos las fronteras de nuestro bienestar, las que empujamos los límites que este sistema levantó para construir a partir de nuestro propio deseo la vida que deseamos y nos merecemos vivir. Gisèle afirma que busca que éste sea un caso ejemplar, que siente antecedentes, y que ayude a tantas otras mujeres víctimas de la sumisión química a denunciar. Y aunque lo hace a costa de una exposición enorme, nos muestra que solo nuestra fuerza, nuestra organización, es la que puede marcar un antes y un después. Y la segunda se desprende de la primera, porque esa organización, esa solidaridad, no puede ser más que internacional.
Exigimos justicia por Gisèle, pero nuestra lucha no termina ahí, va por todo: el capitalismo patriarcal que violenta, oprime, explota. Hasta que el mundo sea como lo soñamos.