Por Edwin Paz y Rodrigo Avalos desde La Paz

La asunción de Rodrigo Paz Pereira en Bolivia no es solo un cambio de gobierno. Es el fin de un ciclo de casi 20 años del MAS —un partido hoy fragmentado— y el inicio de un giro a la derecha que se traduce en el acercamiento a Washington y un armado político que parece alejarse de la continuidad moderada que prometió. Este viraje impacta en una región marcada por el ascenso de gobiernos conservadores y alineamientos internacionales que vuelven a poner a Estados Unidos como un actor central en Sudamérica y, también, sobre los movimientos populares, que desde los territorios ya declararon que “la segunda vuelta es en las calles”.

El mandatario asumió el último sábado, en Sucre, y presentó a su gabinete este domingo. En la ceremonia hubo más de 50 delegaciones internacionales, entre las que estuvo la de Estados Unidos, encabezada por el subsecretario de Estado de Estados Unidos, Christopher Landau; y cuatro presidentes: Javier Milei, de Argentina; Santiago Peña, de Paraguay; Yamandú Orsi, de Uruguay; y Gabriel Boric, de Chile, una presencia también histórica entre los países cuya relación está marcada por la demanda marítima boliviana de 1978.

Las elecciones y las promesas

Paz Pereira es hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1983-1993), senador por Tarija, ex diputado nacional (2002-2010), ex concejal (2010-2015) y ex alcalde del municipio tarijeño (2015-2020). Nació durante el exilio de sus padres en Compostela, España. Cuando entró al balotaje en la segunda vuelta, sorprendió: las encuestas no habían tenido en el radar a quien en su campaña levantó una consigna en particular: “Capitalismo para todos” con la que, finalmente, se impuso por el 54% de los votos el pasado 19 de octubre cuando se llevó a cabo el histórico balotaje.

En esa contienda, Paz Pereira le ganó al expresidente Jorge “Tuto” Quiroga (2001-2002), de la alianza Libertad y Democracia (Libre). El histórico rival de Evo Morales es un conservador que proponía “liberalizar Bolivia” y en la prensa se llevó el mote de “el (Javier) Milei argentino”. Más allá de haber perdido, ya juega un rol clave en el nuevo escenario del país sudamericano porque su alianza Libre conquistó en la primera vuelta 50 escaños, de los 175 disponibles en la Cámara de Diputados, cruciales para que el PDC consiga pasar por el Congreso las reformas que tiene previstas. Antes del traspaso de mando, el compromiso de acompañarlo ya había llegado.

Paz Pereira, que en una entrevista con la BBC tras su triunfo se autodenominó como de centro “nacional, popular y democrático”.

Con esa postura “en el centro” se comprometió con las clásicas promesas neoliberales,  a hacerle frente a la crisis económica que afecta al país que combina: una deuda externa de 13.806 mil millones de dólares, inflación del 25%, desabastecimiento de los combustibles y de escasez de reservas en el Banco Central. Para llevarlo a cabo, planteó incentivo a la inversión privada y extranjera, la reducción de impuestos y aranceles, un mayor acceso a créditos y la reforma del sistema cambiario. 

En ese sentido, también se comprometió la descentralización de las policías para combatir la inseguridad, en donde su vice, el ex oficial de la policía, Edman Lara, concentrará el protagonismo que ya tiene en sus redes sociales. Sin embargo a horas de su asunción ya Lara denunció al nuevo presidente por intentar marginarlo de las reuniones de Ministros, lo que anticipa nuevas rencillas y enfrentamientos entre el primer mandatario y la figura mas popular de su propio gobierno.

Un tercer punto es lo que se entrevé como una reforma del Estado con eje en las empresas públicas “con déficits operativos” para congelar sus actividades y una reforma judicial para volver atrás con la elección popular de los jueces.

El desafío para el nuevo gobierno

Hasta el momento de su asunción, Paz Pereira ya había recibido sus credenciales como presidente y había puesto en marcha una agenda local e internacional. Se reunió en Estados Unidos con dirigentes de distintos organismos de financiamiento y, finalmente, consiguió un préstamo de 3.100 millones de dólares de la Corporación Andina de Fomento (CAF) –actual Banco de Desarrollo de América Latina-, que tendrá un primer desembolso el próximo mes “con el fin de aliviar la liquidez fiscal y dinamizar la economía nacional, en beneficio de alrededor de 3 millones de bolivianos”, informaron desde la Oficina del Presidente Electo.

La llegada de Paz Pereira va a ser un giro de 180 grados, lo que no debía ser a juzgar por las ofertas que hizo él de dar continuidad a ciertos aspectos del modelo masista. Eso le permitió conquistar el voto popular que antes era del MAS. Sin embargo con los movimientos hechos hasta ahora, Paz “desconoce el voto rural y de los sectores más empobrecidos que lo llevaron a la presidencia”. En ese sentido, es relevante destacar a algunos de los personajes que lo acompañaron a las reuniones en Washington, que se avizoran como integrantes del gobierno cuyos destinos se sabrán recién este domingo: Samuel Doria Medina, ex candidato a la presidencia y reconocido por ser uno de los artífices del proceso de privatización de la década de 1990; José Luis Lupo, candidato a la vicepresidencia con Doria Medina, economista y político; y Gabriel Espinoza, autodenominado “economista liberal”.

Estos movimientos anticipan un programa de ajuste de la economía y la posibilidad cierta que despierte el rechazo y la protesta social. En consonancia, se suman a las perspectivas del nuevo gobierno los componentes religiosos y racistas que acompañarán al nuevo modelo económico tras 20 años de una gestión que propuso integrar una visión indigenista y del buen vivir cuyas reacciones ya vimos durante el golpe de 2019, en donde las mujeres de pollera y los integrantes de los movimientos comunitarios fueron perseguidos y criminalizados.

El impacto de las disputas internas del MAS

Para la primera vuelta, el MAS se dividió en tres fracciones y perdió la hegemonía que mantuvo por dos décadas. Las tres fracciones que quedaron son: una liderada por el expresidente Morales, autoexiliado en el Chapare y obligado a conformar otro partido llamado Evo Pueblo; otra por su sucesor y ahora ferviente contrincante Luis Arce, quien se quedó con la sigla del MAS y, por último, Andrónico Rodríguez, joven dirigente cocacolero, que expresaba la renovación del espacio hasta que Morales lo vetó. En este escenario, el exmandatario –inhabilitado políticamente para disputar la presidencia- llamó al voto nulo, que conquistó un 19,9% frente a un promedio histórico del 3,7%.

Entre ellos, el único que consiguió una pequeña representación en el Congreso fue Rodríguez, con ocho diputados. 

El derrotero hacia este “quiebre radical”, tiene antecedentes desde 2016, cuando Morales perdió el referéndum que propuso para ser reelecto presidente y se profundizó en 2019 con el golpe de Estado racista y eclesiástico. Los problemas internos del partido y las últimas presidencias de Morales y Arce no resultaron en lo que la sociedad quería o pedía económica, social y políticamente.

Pero el impacto de la derrota no es sólo local. “Es una gran derrota para el falso progresismo latinoamericano”. Es que, el liderazgo de Morales y de su partido no se circunscribió al orden local, sino que se erigió como emblema del progresismo latinoamericano, que impulsó el reconocimiento indígena a través de la creación del Estado Plurinacional con procesos aparentemente democráticos y que había conseguido un coyuntural crecimiento de la economía nacional y de la demanda interna con la explotación propia de los recursos naturales con la implementación de medidas estatistas y proteccionistas que se tradujeron en mejoras relativas de la condición de vida de la población. Simultaneamente toda la era del Masismo demostró la limitaciónes de todos los que quieren mejorar las condiciones de vida de la población sin cuestionar el tema de la propiedad de los medios de producción y que no derribe las bases del sistema capitalista boliviano sobre la que se asienta toda su economía.

El impacto en la región y las relaciones con Estados Unidos

La llegada de Paz Pereira al gobierno también significa la restitución de las relaciones internacionales con Estados Unidos, averiadas desde 2008, cuando Morales expulsó al entonces embajador Philip Goldberg y el vínculo quedó reducido a los encargados de negocios. Con él también se había acabado la presencia del Departamento Antinarcóticos del país del norte, que hará de nuevo su desembarco.

Con esta decisión bajo el brazo el flamante mandatario viajó a Washington para reunirse con el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, con quien dialogaron sobre las medidas para “ampliar y profundizar” la relación entre ambas naciones. Sin embargo, la redefinición de la política exterior va más allá: incluye haber dejado fuera de las invitaciones para el cambio de mando a los presidentes de Venezuela, Nicaragua y Cuba –éste último con quien han mantenido un vínculo que atravesó gobiernos neoliberales-, haber llamado a la referenta antichavista de la ultraderecha venezolana María Corina Machado al día siguiente de ganar las elecciones para manifestarle su apoyo en la “lucha para recuperar la democracia en Venezuela” y la consecuente la suspensión de la Alianza Bolivariana de Nuestra América (ALBA).

A esos gestos, se sumó el acercamiento a Israel al cabo de varios años de haber roto relaciones por las acusaciones que pesan contra Benjamín Netanyahu, denunciado por cometer crímenes de guerra y un genocidio en la Franja de Gaza.

Así, Paz Pereira se suma al concierto de presidentes que encarnan el ascenso a nivel global de las derechas y de los partidos más conservadores, que en la región están en Ecuador, Argentina, Paraguay y El Salvador, por mencionar sólo algunos.

“La segunda vuelta es en las calles”

Desde los territorios y las organizaciones de base articulan una lectura profundamente crítica de este nuevo ciclo político. Interpretan que la elección en sí misma fue un falso dilema entre dos derechas, y la victoria de Paz Pereira es la consecuencia directa de la “traición del MAS” al proyecto de descolonización y despatriarcalización.

Todas las opciones estaban vinculadas a la derecha, a los partidos conservadores, los gobiernos de Morales y de Arce como se han expresado como una izquierda colonial, racista e irresponsable sin autocrítica que, con su corrupción y represión, fragmentó a las organizaciones sociales y “destruyó el proyecto político de los pueblos de descolonización y autonomía indígena campesina”, allanando el camino para el triunfo de la derecha.

Frente a este escenario, la llegada de Paz no se vive como una derrota electoral más, sino como una lección histórica. Es un aprendizaje de entender que el Estado no sirve para las organizaciones. El poder no se toma, te toma a las organizaciones, se come los sueños, se come los planteamientos de transformación antipatriarcales y anticoloniales. Este aprendizaje redefine la lucha: “La democracia colonial, racista y burguesa no nos sirve. Nunca tenemos de dónde elegir”.

Los gestos iniciales del nuevo gobierno -como el retiro de la wiphala y la imposición de la Biblia y el crucifijo- confirman este viraje, así como la liberación de la golpista Jeannine Áñez, que se ganó en esta semana la anulación de la condena por el golpe de Estado de 2019. Pero el plan va más allá de los símbolos. Debemos alertar sobre un ataque concreto a las conquistas legales: “Este gobierno atenta contra la Ley de Educación, que plantea la descolonización y la despatriarcalización, y van a derogar la Ley 348 contra la violencia hacia las mujeres y la interrupción legal del embarazo (establecida por causales)”.

Ante este panorama de ofensiva conservadora, la respuesta está en la reorganización autónoma de todos los sectores anticapitalistas bolivianos. Por eso repetimos que la segunda vuelta es en las calles. No creemos en esta democracia por eso convocamos a rearmarnos, a recuperar la memoria de más de 500 años de resistencia y a definir en las calles lo que queremos vivir, sin entregarle nuestros sueños al Estado”. La victoria de Paz Pereira, es una victoria apenas temporal frente a la fuerza de una resistencia que buscara recomponerse sacando conclusiones de los errores cometidos.