Por: Alberto Giovanelli
Un nuevo 2 de abril, y como sucede año tras año, el recuerdo histórico a 43 años de la guerra de Malvinas nos interpela para sacar diversas conclusiones de lo ocurrido y además, profundizar debates que adquieren una gran actualidad entre los revolucionarios, ya que el mundo sigue atravesado por guerras y ataques de países imperialistas y opresores contra países semicoloniales u oprimidos: Ucrania y Palestina dan cuenta de ello.
Se nos impone pensar una y otra vez cómo enfrentar y derrotar al imperialismo y para ello creemos de mucha utilidad volver a los hechos y sus enseñanzas.
La dictadura militar instalada en 1976 vivía una crisis muy profunda: su plan económico había estallado dos años antes, perdía apoyo de los sectores medios y se desarrollaba una creciente resistencia obrera y popular que se sumó a la iniciada años anteriores por las siempre recordadas Madres de Plaza de Mayo. En ese contexto, la acción militar fue una maniobra política para ocultar la profunda crisis del régimen, ganar prestigio y apoyo popular al llevar a cabo una reivindicación muy sentida por el pueblo argentino. Para concretar esta acción aventurera, Galtieri evaluó de manera disparatada, que tendría «bajo costo » ya que, por tratarse de un territorio de escaso valor económico y geopolítico, Gran Bretaña no respondería al ataque. Además, confió en que el gobierno de EE.UU. (encabezado por Ronald Reagan) «dejaría correr» la invasión en «agradecimiento» a la colaboración que los militares argentinos habían prestado en la represión y en la contrarrevolución en diversos países de Latinoamérica con la supuesta cobertura del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca).
Margaret Thatcher, cuyo gobierno había nacido débil, sin embargo, aprovechó el hecho para intentar fortalecerse y envió una poderosa fuerza naval; Ronald Reagan la respaldó claramente, aportando apoyo logístico, técnico, y bases de reabastecimiento. Querían enviar un claro mensaje al mundo: con el imperialismo y sus posesiones no se juega.
Junto a ellos se alineó la Iglesia Católica, lanzando un hipócrita llamado “a la paz” cuyo contenido real era impulsar la rendición argentina. Incluso el Papa, Juan Pablo II, realizó un viaje relámpago a la Argentina para participar de una gran misa-acto, pocos días antes de la rendición.
Al mismo tiempo, el llamado a apoyar la recuperación de Malvinas se transformó en una desbordante movilización popular antiimperialista que rompió el control dictatorial del país: los militares habían abierto una válvula de escape que llevaría al fin de la dictadura. Aprisionados entre una guerra antiimperialista que no querían, por un lado, y la movilización de masas, por el otro, la gran mayoría de la burguesía argentina y sus partidos políticos (desde el Partido Justicialista al radicalismo de Alfonsín) junto a los altos mandos militares comenzaron a trabajar para la derrota argentina.

Malvinas y un debate mundial
Esta guerra generó, y aún genera, intensas polémicas dentro de la izquierda argentina y mundial. ¿Qué actitud debía adoptarse frente a esta acción de un régimen dictatorial? ¿Qué era más importante: la lucha antiimperialista o el repudio al régimen? ¿Había que adoptar una posición neutral?
El PST (Partido Socialista de los Trabajadores), el partido antecesor al MST, no tuvo dudas y se orientó de acuerdo con las enseñanzas de León Trotsky, quién había señalado claramente que en la hipótesis de guerra entre un régimen semifascista, semicolonial y una potencia imperialista «democrática», los revolucionarios debían ser parte, sin dudar, del «campo militar» del país semicolonial.
También para Lenin, la posición frente a la guerra y su resultado no dependía del tipo de dirección que tuviera esa lucha en el país oprimido sino del carácter de los países en conflicto. En este caso, los socialistas “debían defender la patria” del país oprimido y ubicarse en su campo militar. Ese era, para él, el parámetro central y un hilo conductor para la revolución socialista: “Los socialistas no pueden alcanzar su elevado objetivo sin luchar contra toda opresión de las naciones”.
Es así como una vez declarada la guerra, los socialistas revolucionarios nos ubicamos en la primera fila de combate ocupando un lugar en el campo militar antiimperialista y, junto con la gran mayoría del pueblo argentino, jugamos todas nuestras fuerzas por el triunfo. Del mismo modo, después de la derrota argentina, el PST estuvo en las calles del país impulsando las movilizaciones que le dieron el golpe de gracia a la dictadura.
Durante la guerra también se dio un gran apoyo de muchos pueblos latinoamericanos a Argentina, como ejemplo de ello en Perú, México, Colombia y Venezuela, trabajadores portuarios iniciaron un boicot a las naves inglesas y el 12 de mayo, en Lima, una impresionante movilización de cuatro kilómetros marchó hasta la Plaza San Martín, convocada por el Comité Peruano Argentino de Solidaridad.
Las polémicas con la izquierda
Mientras el PST argentino defendía e impulsaba una política revolucionaria muy clara, gran parte de la izquierda argentina y mundial (incluso corrientes que se reivindicaban leninistas y trotskistas) escogía caminos equivocados: oscilaban entre un vergonzoso apoyo a Gran Bretaña y una política pacifista de “neutralidad” que, en la práctica, servía al imperialismo.
Por ejemplo, el SU (Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional) emitió el 12 de abril una declaración del Trotskist International Liaison Committe que, en su punto 5, expresa: “Los dictadores argentinos han pisoteados los derechos de los habitantes de las Malvinas, quienes no oprimen ni amenazan a nadie (…) Llamamos al movimiento obrero a movilizarse para que se respete el derecho irrestricto a resolver su propio futuro libres de toda presencia militar extranjera”.
En otras palabras, se ubicaba contra Argentina por la defensa del derecho de autodeterminación de los habitantes de las Malvinas, curiosamente, 40 años después, es la posición que levanta el protofascista Gobierno de Milei. Partían de una premisa falsa: los habitantes de Malvinas (los kelpers) no constituyen una nacionalidad de una posesión colonial dominada por el imperialismo que luchan por su independencia. Malvinas es un enclave imperialista: es decir, un territorio de otra nación del que se apropia una potencia, en el que instala artificialmente una población trasplantada desde el país usurpador. Por esta situación, esta población siempre va a defender seguir siendo parte de la potencia usurpadora. Es la misma situación que se presenta en Gibraltar, usurpada por Inglaterra a España.
También las principales corrientes inglesas que se reivindican trotskistas cedieron a las presiones “democratizantes” europeas y de su propio imperialismo y se ubicaron centralmente denunciando a la “dictadura argentina” con diferentes argumentos, pero que centralmente terminaban justificando la respuesta militar de Thatcher.
Aunque nunca llegaron a afirmarlo directamente, la conclusión lógica de estos análisis y esta política eran el apoyo vergonzante y hacer unidad de acción militar con Gran Bretaña.
Por su parte, la corriente trotskista encabezada por Pierre Lambert, cuyo principal partido era el PCI francés (Partido Comunista Internacionalista) adoptó una posición “neutralista”.
Política Obrera en Argentina ( actualmente Partido Obrero de Gabriel Solano y Política Obrera de Jorge Altamira) osciló como lo indica toda su trayectoria política, de la abstención en los primeros días posteriores al 2 de abril al aparatismo autoproclamatorio, llamando a participar de las marchas que convocaba el Papa en medio de la guerra “a favor de la paz”, con el utópico objetivo de «cambiar el contenido de esas manifestaciones», haciendo de comparsa por izquierda, a esa convocatoria que objetivamente era un llamado a la rendición ante Thatcher y el imperialismo.
¿El imperialismo puede ser derrotado?
Durante la guerra, gran parte de la burguesía argentina y sus medios lanzaron una fuerte campaña derrotista de que era “una guerra absurda”, porque era imposible derrotar al imperialismo. Incluso un sector de la vanguardia y del movimiento de masas llegó a esa misma conclusión: “no se le puede ganar al imperialismo”, por su superioridad militar y económica. Sin embargo, desde la LIS y el MST sostenemos que un triunfo era totalmente posible y que fue la desastrosa conducción político-militar de la dictadura la que lo impidió.
A modo de ejemplo podemos mencionar que el gobierno militar argentino tuvo la posibilidad de aumentar su capacidad militar aérea y de combate en el mar ya que diversos países le ofrecieron aviones y otros suministros. Fue el caso de Perú, que envió 10 aviones, que fueron aceptados; el gobierno cubano de Fidel Castro ofreció un submarino (que fue rechazado), mientras que el gobierno libio ofreció aviones, pilotos y misiles.
También la guerra reanimó en los pueblos latinoamericanos un fuerte sentimiento antiimperialista que los llevaba a apoyar a Argentina. Es decir, estaba planteado que esa hipótesis se transformara en una guerra antiimperialista latinoamericana contra EE.UU.
Esto nos lleva a otra consideración más profunda: aunque se trata de un factor muy importante, la superioridad militar no siempre define el curso de una guerra, porque en ella entran, como un elemento central, los factores políticos. Si se considera la superioridad militar aisladamente, el imperialismo sería invencible. Sin embargo, la historia muestra que ha sido derrotado varias veces en guerras contra naciones más débiles cuando tuvo que enfrentar una resistencia nacional vigorosa y, muchas veces, movilizaciones en contra de la guerra en el propio país imperialista. Por ejemplo, esto sucedió en la guerra de Vietnam, y también en las guerras de Irak y Afganistán, todas las cuales acabaron con la derrota imperialista. Es decir, aunque sea al costo de sufrimientos y sacrificios, el imperialismo puede ser vencido militar y políticamente por naciones más débiles.
Tampoco el Gobierno Militar Argentina tomó una sola medida político-económica contra el imperialismo, como dejar de pagar la deuda externa o expropiar las empresas, bancos e industrias que Inglaterra y EEUU tenían en el país. Tampoco aprovechó las movilizaciones y el apoyo que recibía en el continente e impulsar que otros gobiernos tomasen medidas similares o que se formasen brigadas de combatientes latinoamericanos para luchar del lado argentino. Ambos cursos de acción hubiesen sido factores centrales que habrían ayudado a un triunfo argentino.
Algunas consideraciones finales
Recordamos y analizamos la Guerra de Malvinas no solo como un hecho histórico sino también por sus enseñanzas. En primer lugar, como hemos visto, por la posibilidad real que existió de derrotar al imperialismo. La política de la burguesía de “desmalvinizar”, responde al objetivo de borrar de la memoria de los trabajadores y el pueblo ese sentimiento de lucha antiimperialista. Sin embargo, cada vez que, en un estadio de futbol, un recital o una movilización se canta “el que no salta es un inglés”, se demuestra que están muy lejos de lograr borrar ese antiimperialismo.
En segundo lugar, porque debemos advertir y tomar distancia de los mismos (o parecidos) mecanismos de razonamiento que llevaron a organizaciones que se reivindican trotskistas a caracterizaciones y políticas equivocadas en Malvinas y que ahora repiten frente a la guerra de Ucrania, por ejemplo.
Ratificamos entonces, una política consecuentemente antiimperialista que constituyen los cimientos sólidos en la construcción de una corriente internacional, revolucionaria y por el socialismo como la que estamos construyendo desde la Liga Internacional Socialista.