2° Congreso de la LIS: Documento sobre la situación mundial

Aporte al debate de la situación mundial. Hacia más crisis, guerras y revoluciones

El orden mundial surgido de la coexistencia pacífica entre el imperialismo y la burocracia estalinista se desmoronó hace más de 30 años. El imperialismo americano, aparente vencedor de aquella “guerra fría”, creyó que rápidamente lograría construir un nuevo orden detrás de su hegemonía absoluta. Pero la realidad resultó ser mucho más compleja. Sin su socio contrarrevolucionario, en pocos años la globalización y el neoliberalismo que lograron imponer comenzaron a resquebrajarse y el caos a instalarse.

Estamos asistiendo a un mundo en ebullición. Un mundo cada vez más polarizado, que se encamina a más y peores crisis; a guerras y disputas entre viejas potencias decadentes y nuevas que se preparan para disputar su lugar; y a luchas, rebeliones y revoluciones en cada vez más lugares del planeta.

Los de arriba ya no pueden gobernar como antes, pero los de abajo pelean con los brazos atados por no contar con direcciones a la altura de los acontecimientos. Esto viene impidiendo una definición concluyente entre las dos clases sociales que se disputan el poder desde hace más de un siglo, una conscientemente y otra sin saberlo, sin una dirección que la lleve a la victoria.

Hoy más que nunca la alternativa para la humanidad es Socialismo o Barbarie. Este material, como toda nuestra actividad, está al servicio de seguir avanzando en la construcción de la única herramienta que puede dotar a nuestra clase, la clase obrera, de la conciencia necesaria para encarar la lucha final por otra sociedad donde podamos vivir en armonía entre las personas y con la naturaleza: un partido y una internacional socialista revolucionaria.

I. El capitalismo en su crisis más profunda

El capitalismo atraviesa la peor crisis de su historia, una crisis sistémica superior a todas las anteriores. Se combinan y retroalimentan crisis económica, política, ecológica, sanitaria, ideológica y de hegemonía mundial, en una crisis civilizatoria sin salida posible dentro de los márgenes del capitalismo.

La crisis económica mundial que estalló en 2008 es la mayor desde la Gran Depresión de 1930. La economía mundial aún no había logrado recuperarse de la misma cuando la pandemia de Covid-19 la paralizó y profundizó su crisis, que luego pegó otro salto con la guerra en Ucrania. No hay recuperación a la vista; el FMI, la OMC y la OCDE todos ven probable una nueva recesión mundial, o algo que se parezca mucho, en 2023. Como la raíz de la crisis está en la caída tendencial de la tasa de ganancia, el capitalismo no tiene otra salida que no sea aumentar la explotación.

La presión imperiosa de intentar recomponer la rentabilidad lleva a gobiernos tanto tradicionales, como de extrema derecha y reformistas a aplicar ajustes contra los pueblos trabajadores, precipitando así rebeliones, revoluciones y crisis políticas de regímenes en todas las regiones del mundo. La incapacidad de los gobiernos capitalistas de todos los colores para resolver los problemas de las masas lleva a una creciente polarización y rebeliones recurrentes que les impiden a los regímenes constituir estabilidad alguna y perpetúan la crisis política. Esta, a su vez, es alimentada por la crisis ideológica que crece desde que se derrumbó el Consenso de Washington con la crisis de 2008 y el capitalismo es crecientemente cuestionado a escala de masas.

El hecho de que la crisis de 2008 tuviera su epicentro en EE.UU., junto al debilitamiento militar y geopolítico de dicha potencia desde su derrota en Irak y Afganistán, y el crecimiento económico y geopolítico de China, generan una crisis de hegemonía mundial. Esta se profundiza con una creciente disputa interimperialista por una masa de ganancias que se achica, intensificando los roces interimperialistas y volviendo a poner sobre la mesa la posibilidad de una guerra mundial nuclear.

La desesperación por recuperar rentabilidad también sigue profundizando la catastrófica crisis ecológica. A pesar de los informes anuales de las propias Conferencias de la ONU sobre Cambio Climático, que presentan un panorama cada vez más alarmante sobre la probabilidad de cruzar un punto de no retorno en el calentamiento global que ponga en peligro la supervivencia de la especie humana; a pesar de los desastres ecológicos que se multiplican por todo el mundo con incendios, sequías, inundaciones y otros eventos climatológicos extremos; el capitalismo sostiene los métodos productivos contaminantes, destructivos y emisores de gases de efecto invernadero mucho más allá de cualquier plan que pudiera revertir la dinámica destructiva. Y es incapaz de hacer otra cosa.

La pandemia de Covid19 sumó una dimensión más a la crisis sistémica del capitalismo. Por un lado, reveló que su modo productivo genera epidemias y pandemias letales. Por otro lado, demostró con incontables millones de muertos la absoluta incapacidad del capitalismo para afrontar esas pandemias. La crisis sanitaria no terminó con el relativo control del Covid19, cuyas causas siguen intactas, y es un aspecto permanente de la crisis del sistema capitalista.

Cada dimensión de la actual crisis sistémica muestra sin lugar a duda el agotamiento del capitalismo, que ya no es capaz de desarrollar las fuerzas productivas ni de impulsar progreso alguno para la humanidad. Al contrario, perpetúa una destrucción sin precedentes tanto de la naturaleza como de la humanidad, las dos principales fuentes de riqueza. Lo hace impulsando la destrucción del medio ambiente, al punto de hacer peligrar su capacidad de sostener la vida humana; lo hace generando pandemias que es incapaz de controlar; lo hace profundizando su disputa por las ganancias que vuelve a plantear la posibilidad de guerras mundiales y holocaustos nucleares; lo hace llevándonos hacia el precipicio de la barbarie y la extinción. Al mismo tiempo, es incapaz de frenar o revertir esta dinámica destructiva, no puede actuar contra la necesidad imperiosa de recuperar rentabilidad por encima de todo.

Quienes pronosticaron que con la caída de la URSS el capitalismo lograría una nueva etapa de expansión y desarrollo han sido desmentidos por la cruda realidad. El capitalismo no tiene más que miseria y destrucción para ofrecerle a la humanidad. Todo reformismo es utópico, todo posibilismo es un engaño.

Cada proyecto que ha propuesto radicalizar la democracia, frenar al neoliberalismo, redistribuir la riqueza o de alguna manera mejorar las condiciones de las masas sin destruir el capitalismo ha terminado en amargos fracasos. Todos los gobiernos autodenominados progresistas o nacionalistas terminaron aplicando las mismas recetas de ajuste que los gobiernos neoliberales. Los proyectos de izquierda amplia como Syriza o Podemos, o figuras radicales como Boric y Pedro Castillo, de igual manera se transformaron en administradores del ajuste cuando llegaron a gobernar.

No solo es imposible implementar grandes cambios a favor de las mayorías dentro del capitalismo: tampoco las medidas más moderadas son toleradas por un sistema que se hunde si no profundiza la explotación con ajuste y represión. No hay margen para ninguna orientación keynesiana, como algunos analizaron durante la pandemia, ni de concesiones reformistas.

Por lo mismo, fracasan y caen también los proyectos de derecha y extrema derecha que llegan a gobernar. Porque tampoco ellos pueden cumplir con las expectativas que generan de cambios y soluciones.

Hoy ninguna solución parcial o de fondo a los problemas que enfrentan las mayorías es posible sin derrotar a la clase burguesa y sus Estados. Hay que destruir el capitalismo y tomar el poder para construir una sociedad socialista en la que las masas trabajadoras determinen su destino democráticamente.

II. Crecen los roces entre las potencias imperialistas

El debilitamiento relativo de la principal potencia mundial, EE.UU., el crecimiento de China como potencia económica y militar, y la intensificación de la disputa mundial por la plusvalía desde la crisis de 2008, vienen profundizando una dinámica de crecientes roces y conflictos interimperialistas.

La caída de la URSS significó para el imperialismo yanqui la posibilidad de transformarse en la única superpotencia mundial. Sin embargo, también lo dejó solo en la posición de absorber los efectos de la lucha de clases mundial, lo cual generó un rápido desgaste. El estancamiento de las fuerzas estadounidenses en Irak y Afganistán desde la década del 2000, y su posterior derrota, lo debilitó considerablemente a escala mundial. Potencias subimperialistas lograron un mayor margen para operar a nivel regional y China comenzó a surgir como competidor a escala global.

EE.UU. siguió siendo, y continúa siendo hoy, claramente la principal potencia imperialista en el mundo. Pero el afán de otros de ocupar los espacios que genera su debilitamiento relativo y la determinación de EE.UU. de preservar y recuperar su hegemonía provocan una creciente fricción interimperialista.

La guerra en Ucrania es el ejemplo más reciente y agudo de esta dinámica. Rusia, la principal potencia en la región del este de Europa, pretende recuperar el terreno perdido tras la disolución de la URSS, mientras EE.UU. y la OTAN pretenden sostener el terreno ganado y expandir su propia esfera de influencia. Esa tensión generó una situación particular en la región tras la decisión de Putin de invadir Ucrania, desatando a su vez la resistencia del pueblo ucraniano. La OTAN provee ayuda militar al gobierno de Zelensky, pero evita involucrarse directamente. Se evidencia tanto el peligro de la situación, que amenaza con escalar hacia un conflicto mayor entre potencias nucleares, como la definición tanto de Rusia como de la OTAN de evitar cruzar ciertas líneas rojas que escalarían el conflicto de una manera que, al menos por ahora, no les convendría.

Sin embargo, a escala global, el conflicto más importante es entre EE.UU. y China. El gigante asiático ya compite con EE.UU. en el plano económico. Hace tiempo que China superó a EE.UU. como principal socio comercial de la Unión Europea, África y Sudamérica. En los últimos años incluso viene avanzando en disputar liderazgo en los sectores más tecnificados de la producción, lo cual ha llevado a la llamada “guerra de tarifas” entre ambos países.

China también persigue una estrategia para desarrollarse como potencia mundial. El proyecto de la Nueva Ruta de la Seda implica inversiones colosales en infraestructura en decenas de países, tratados de libre comercio, préstamos millonarios con acuerdos que ceden a China puertos y otros factores de soberanía, y el establecimiento de las primeras bases militares chinas en el exterior.

Por otro lado, EE.UU. no quiere ceder ninguna posición y, desde la asunción de Biden, se muestra agresivo en su intento de restablecerse como potencia hegemónica mundial tras el período de relativa retirada durante la presidencia de Trump.

En lo más próximo de los planes de expansión chinos está la recuperación de Taiwán y el establecimiento de su control en el Mar de China Meridional. Esto en particular y lo anterior en general intensifican los roces de China con EE.UU. y sus aliados. La reciente visita de la presidente de la Cámara de Representantes de EE.UU. Nancy Pelosi a Taiwán es muestra de la agresividad yanqui. Sin embargo, la reticencia de EE.UU. a tomar medidas efectivas contra el avance chino, y la negativa de China de apoyar abiertamente a Rusia en su invasión a Ucrania, son muestras de que, por ahora, no les conviene a uno ni a otro escalar el conflicto.

Algunos sectores de izquierda ignoran o minimizan la intensificación de la fricción interimperialista mundial, quedando mal armados para responder ante los conflictos que estallan. Otros exageran el conflicto interimperialista, como si ya estuviéramos en los inicios de una tercera guerra mundial o ante la inminencia irreversible de la misma, generalmente al servicio de una orientación campista, considerando un bando imperialista menos malo que otro. O levantando un equivocado derrotismo en conflictos regionales como la invasión rusa a Ucrania, que termina beneficiando al imperialismo ruso.

La realidad es que hoy no es la hipótesis más probable una guerra mundial inminente o a corto plazo. Lo que existe es una intensificación creciente de las tensiones entre los bandos imperialistas. Todavía ninguna de las potencias se ve en condiciones de afrontar un conflicto global. Tampoco están firmes los bloques y alianzas existentes, como ha evidenciado la guerra en Ucrania. Las contradicciones entre EE.UU. y la Unión Europea, que tiene relaciones comerciales y políticas propias tanto con Rusia como con China, muestran que los aliados de la OTAN no tienen del todo los mismos intereses. Incluso dentro de Europa hay intereses cruzados, como dejó en claro el Brexit. Igualmente China, que venía profundizando su colaboración con Rusia, ha tomado una relativa distancia desde la invasión a Ucrania.

Sin embargo, aunque a ninguno le convenga hoy una escalada global, la disputa real por la plusvalía en medio de la crisis hace que la dinámica sea hacia un conflicto creciente. Aunque la perspectiva inmediata no parece ser hacia un enfrentamiento militar abierto entre las distintas potencias mundiales, no podemos descartar que la dinámica avance en esa dirección en el futuro. Y sí debemos esperar que predomine la inestabilidad general y sean probables más guerras y conflictos locales o regionales.

Necesitamos realizar análisis y caracterizaciones lo más precisos posible sobre la situación actual de la disputa interimperialista para desarrollar la política y orientación más acertada para intervenir y construirnos en la actual coyuntura.

III. Un año de guerra en Ucrania

Las victimas provocadas por la invasión del ejército ruso se cuentan por decenas de miles y los desplazados por millones. La destrucción de la infraestructura del país asciende a miles de millones de dólares y la perdida de puestos de trabajo supera los 5 millones. Y a nivel internacional profundizó la crisis económica y social al provocar un aumento en el precio de los alimentos y los combustibles, además de fogonear el crecimiento de la carrera armamentística en los países imperialistas como no se veía en décadas, volviendo a instalar la incertidumbre sobre un posible desenlace nuclear de consecuencias impredecibles si en el futuro se cumplieran las constantes amenazas de Putin en este sentido.

La integridad territorial de Rusia no estaba amenazada cuando Putin decidió invadir Ucrania. Rusia invadió para sojuzgar a Ucrania y volver a sumarla a su zona de influencia regional. Creyó que lograría sus objetivos en pocos días y que esto lo fortalecería no sólo regionalmente sino en su relación como socio estratégico del naciente imperialismo chino. Pero no contó con la férrea y heroica resistencia que llevaría adelante el pueblo ucraniano. Putin no pudo llegar a Kiev, destituir a Zelensky y poner su propio gobierno títere. Desde hace un año está empantanado y todavía no logra controlar completamente ninguna región. Ha sufrido la pérdida de decenas de miles de hombres y de una importante cantidad de armamento. Esto lo obligó a reclutar cientos de miles de nuevos combatientes, involucrar a Bielorrusia en el conflicto y recibir ayuda material de Irán.

Antes de la invasión, la OTAN estaba debilitada, y cuestionado el rol de EE.UU. como imperialismo hegemónico. Hoy, sin superar la crisis, la OTAN y EE.UU. están más fortalecidos. Putin les dio la excusa para rearmarse militarmente, sumar países a la alianza y recuperar parte de la autoridad política que EE.UU. había perdido entre sus aliados.

Para tener una política correcta es preciso comprender los dos procesos que se combinan en este conflicto: la justa defensa de su soberanía e integridad territorial por parte del pueblo ucraniano y, al mismo tiempo, la creciente disputa interimperialista que, viniendo de antes de la invasión, se ha intensificado peligrosamente desde que la misma comenzó.

Gran parte de la izquierda no pasó la prueba en este conflicto y terminó alineándose con el imperialismo ruso. A la izquierda campista tradicional se le sumaron varias corrientes identificadas con el trotskismo, quienes con variados argumentos y haciendo centro exclusivamente en la denuncia de la OTAN se negaron a darle apoyo a la resistencia ucraniana y su derecho a la autodeterminación, ubicándose así en la trinchera de Putin.

En el año que lleva la guerra en Ucrania no se ha dado una confrontación militar abierta entre la OTAN y Rusia. Por eso es completamente equivocada y termina siendo funcional a Putin la consigna de derrotismo revolucionario que levantan variados sectores. Lo que hay hasta el momento es una guerra en territorio ucraniano provocada por las aspiraciones imperialistas de Rusia contra un país semicolonial. Y el aprovechamiento de esta situación por parte de EE.UU. para fortalecerse en Ucrania, el este europeo e internacionalmente. Hasta ahora ninguna de las alas del imperialismo parecen dispuestas a cruzar ciertos límites y hacer que el conflicto evolucione hacia una confrontación mundial. Por eso EE.UU. y Europa retacean y dosifican la ayuda militar y no ponen un pie en Ucrania, Rusia no avanza sobre países miembros de la OTAN y China más allá de algunas declaraciones no se ha involucrado directamente en la guerra. Pero juegan con fuego, poniendo a la humanidad al borde de un holocausto.

Sobre la ayuda económica y militar de EE.UU. y Europa al gobierno de Zelensky es importante ser lo más objetivo posible. Arrancó tarde, cuando era evidente que la resistencia del pueblo trabajador ucraniano impedía cualquier negociación apresurada. Fue importante para sostener la defensa de posiciones del ejército ucraniano, al mismo tiempo que le permitió al imperialismo occidental limpiarse cínicamente la cara como “defensor de una causa justa”. Pero en ningún momento ha servido para definir la guerra a favor de Ucrania. No han enviado nunca armamento de última generación ni de largo alcance ni lo harán.

Desde la LIS nunca nos hemos sumado al pedido de armas al imperialismo occidental y nos oponemos a la carrera armamentista que se ha desatado en el mundo, pero tampoco hemos apoyado las acciones de boicot al envío de armas a Ucrania impulsadas por los amigos de Putin.

Desde un principio hemos apoyado el derecho del pueblo ucraniano a defenderse de la invasión de su territorio con todos los medios a su alcance. Hemos exigido la retirada incondicional del ejército ruso, la disolución de la OTAN y la retirada del imperialismo occidental de todo el este europeo. Y en el terreno hemos levantado una política independiente de Zelensky y alertado sobre las intenciones colonialistas de las fuerzas de la OTAN.

Defendemos la paz, pero sin  anexiones por parte de Rusia. Y el derecho a la autodeterminación de aquellas regiones ucranianas que lo soliciten, siempre y cuando se pueda ejercer libremente, sin la bota de la oligarquía rusa.

La globalidad de esta política está basada en las enseñanzas del leninismo, tiene en cuenta la combinación de tares planteadas y es para militarla en la clase obrera y la juventud de todos los países, sean imperialistas o dependientes, en combate contra las burguesías y las fuerzas campistas.

Apoyar a la resistencia ucraniana significa estar por la derrota de Rusia en este conflicto. Los campistas, para llevar agua al molino de Putin, vociferan que si triunfara Ucrania se fortalecerían EE.UU. y la OTAN. La pregunta que nos debemos hacer los revolucionarios es qué fortalecería más a nuestra clase, a la clase obrera ucraniana, rusa, bielorrusa y de toda la región. Nosotros no tenemos dudas: la derrota y expulsión del ejército ruso por parte de la resistencia ucraniana tonificaría a la clase obrera, liberaría fuerzas y sería muy posiblemente el inicio de un proceso revolucionario en toda la región. En Ucrania, un final victorioso de la guerra provocaría que los trabajadores enfrentaran con fuerzas renovadas las reformas antiobreras que el gobierno de Zelensky aprovechó para instrumentar en medio de la guerra. En Rusia y Bielorrusia se podría abrir la posibilidad de la caída revolucionaria de los gobiernos autoritarios de Putin y Lukachenko, lo que provocaría una convulsión social y política en cadena. Mientras que un triunfo de Rusia fortalecería a los regímenes y gobiernos represivos que hoy aplastan cualquier expresión de resistencia.

Las posibilidades de avanzar en la construcción de alternativas revolucionarias en el este europeo también están íntimamente ligadas a la evolución de la guerra. Debemos impulsar la más amplia unidad de acción contra la guerra y en apoyo a la resistencia ucraniana, delimitándonos fuertemente y al mismo tiempo de la OTAN y el imperialismo occidental.

Lamentablemente, la orientación claudicante de los campistas hacia el imperialismo ruso y las confusiones de sus circunstanciales aliados vienen impidiendo la conformación de un movimiento masivo detrás de una política correcta y esto juega a favor de la continuidad de la guerra. Esto nos obliga a redoblar las iniciativas y desarrollar una campaña permanente para lograr la mayor visibilidad posible de nuestras propuestas.

IV Polarización, crisis de los regímenes y espacio a izquierda

Asistimos a un mundo cada vez más polarizado social y políticamente, a sociedades partidas y enfrentadas. La crisis ha deteriorado a todos los regímenes y a los partidos burgueses y conciliadores tradicionales. Cada vez más las masas ven en la acción directa, y no en los mecanismos de la institucionalidad establecida, la posibilidad de solucionar sus problemas. Asistimos a un período de grandes convulsiones sociales, de huelgas,  rebeliones y revoluciones.

La enorme dimensión de la crisis que atravesamos y el fracaso de los gobiernos nacionalistas, populistas y de centroizquierda, que en los primeros años del nuevo siglo despertaron grandes expectativas en el movimiento de masas, le fueron abriendo la puerta a un crecimiento de fuerzas conservadoras y de derecha en prácticamente todos los países. Los medios de comunicación masiva vienen jugando un rol muy importante en ese desarrollo.

Las derechas en el poder tampoco pudieron avanzar en estabilizar la situación económica y aplicar el programa que se habían propuesto. En la mayoría de los casos fracasaron ante la resistencia del pueblo trabajador. Esto, en algunos casos les permitió volver al gobierno a viejas fuerzas de centroizquierda sin la misma expectativa por parte del movimiento de masas que en épocas anteriores, y en otros casos surgieron nuevas formaciones del mismo tipo. Esta alternancia de un nuevo bipartidismo, no asentado en partidos burgueses o socialdemócratas sólidos como antaño sino más bien en coaliciones con poca estructuración y control social, es parte de la actual etapa que vivimos.

La crisis de la democracia, que se discute en círculos cada vez más amplios de la intelectualidad occidental, refleja el desgaste de los regímenes democrático-burgueses y los partidos tradicionales luego de décadas de frustraciones y deterioro del nivel de vida de las masas. Aunque el imperialismo dominante sigue en general apostando a la democracia burguesa, porque todavía la considera la maniobra más eficaz para canalizar la movilización y el desborde de las masas, el descreimiento creciente en los mecanismos institucionales los obliga a apelar cada vez más a la represión y el autoritarismo.

La crisis de los mecanismos de dominación está abriendo espacios cada vez más amplios para disputar franjas de masas. La extrema derecha lo aprovecha para posicionarse entre los sectores más conservadores y atrasados del movimiento de masas. Los socialistas revolucionarios tenemos que desplegar audazmente todas las iniciativas, orientaciones y tácticas a nuestro alcance para comenzar a capitalizar el espacio que también existe para la extrema izquierda y que tenderá a agrandarse con la agudización de la crisis. Para capitalizarlo, además de estar a la vanguardia en las luchas debemos levantar propuestas de fondo, no sólo contra los gobiernos sino también contra los regímenes, las direcciones traidoras y hacer propaganda del sistema por el que luchamos y la necesidad de reagrupar a los revolucionarios.

No podemos perder de vista que al mismo tiempo existe un gran número de nuevos Estados capitalistas, que agrupan a miles de millones de personas, donde la democracia burguesa nunca llegó a institucionalizarse. En otros se abandonó hace tiempo. China, Rusia, Irán, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Siria y decenas de países árabes y africanos tienen regímenes autoritarios y muy poco margen para conceder libertades democráticas y mantenerse en el poder. Por eso desatan represiones brutales cuando el movimiento de masas se les insurrecciona. En los procesos de movilización que se desarrollan en algunos de estos países debemos participar activamente y no ceder al campismo que siempre busca desprestigiar las acciones de masas y justificar la represión “para no hacerle el juego al imperialismo”. Apoyar las expresiones genuinas de descontento con una política que se diferencie tanto de la derecha y el imperialismo como de los gobiernos capitalistas autoritarios con ropaje de izquierda es crucial para disputar a la vanguardia y franjas de masas en estos lugares. Un ejemplo de cómo debemos actuar en relación a estos procesos fue la exitosa Campaña y Caravana internacional por la libertad de los presos políticos en Nicaragua que promovimos desde la LIS y nos permitió demostrar en los hechos que Ortega y su régimen no tiene nada que ver con la izquierda y el socialismo. Esa Campaña fue determinante para lograr la posterior liberación de presos políticos. Otro ejemplo es el desarrollo de nuestro grupo en Ucrania a partir de una ubicación correcta frente a la invasión y las distintas alas imperialistas.

V. Avances y limitaciones de la ultraderecha

Como expresión política de la polarización social mundial, en muchos países no sólo vienen creciendo fuerzas de derecha sino también de ultraderecha. La profundidad de la crisis que atraviesa el capitalismo y el retroceso de los bipartidismos tradicionales les permiten aparecer como una alternativa político-electoral ante sectores medios, populares e incluso obreros. En distintas variantes, su discurso combina posturas neoliberales, antiinmigrantes y antimusulmanes, racistas, antiderechos de género, negacionistas del desastre ambiental, populistas y por la “libertad”, los nativos del país y la juventud.

Las derrotas de Trump y Bolsonaro han debilitado a este sector a nivel global, pero a su vez han mostrado una base social significativa y vínculos con sectores religiosos, judiciales y militares. Es un fenómeno político no transitorio, que llegó para quedarse. En Europa están en todos los parlamentos y gobiernan en varios países, como Italia, Hungría, Polonia y Eslovenia. Siendo ya un Estado contrarrevolucionario, la ultraderecha sionista ganó también en Israel.

En todos los continentes, el reformismo exagera el poderío de la derecha y la ultraderecha para así tratar de justificar su estrategia de conciliación de clases bajo la eterna excusa del “mal menor”. Su trampa son los pactos políticos, electorales y/o apoyos a gobiernos burgueses, lo cual no debe confundirse con la necesaria unidad de acción para impulsar la movilización contra las fuerzas neo-fascistas y más extremistas.

La propaganda de que lo único que avanza en el mundo es la derecha y el fascismo también es alimentada por sectores escépticos de la izquierda marxista, que por esta visión desequilibrada de la realidad terminan cayendo en el oportunismo de “lo posible” o bien en un sectarismo testimonial.

Los revolucionarios debemos cuestionar toda sobreestimación de la ultraderecha, sin por ello cometer el error opuesto de minimizarla. Por el contrario, su evolución debe ser seguida con mucha atención ya que constituye un peligro actual y potencial.

No obstante algunos elementos en común, las actuales fuerzas de ultraderecha se diferencian del fascismo y el nazismo clásicos ya que hasta ahora actúan dentro de los límites de la institucionalidad democrático-burguesa. Y todavía no existen sectores importantes de la burguesía imperialista que hayan decidido utilizar a la extrema derecha para ir contra la clase trabajadora y el pueblo con métodos de guerra civil. Pero en varios países crecen las acciones violentas directas, promovidas por los discursos reaccionarios de este sector o directamente organizadas por ellos, por ejemplo contra los migrantes o la izquierda radical.

También algunos gobiernos de la derecha e incluso de la “centroizquierda”, como la crisis económica achica al mínimo los márgenes de concesiones, para imponer sus planes de ajuste adoptan un curso autoritario y aumentan sus presupuestos represivos y militares, a veces hasta con rasgos dictatoriales. En consecuencia habrá enfrentamientos más duros con el movimiento de masas y a la vez, junto a los reclamos económico-sociales, es preciso mantener la defensa de los derechos, libertades y garantías democráticas. Allí donde la juventud se organice para enfrentar culturalmente a las bandas neo-fascistas nuestros jóvenes tienen que participar.

VI. La rebelión avanza y se extiende. Puntos fuertes y débiles del ascenso. El rol estratégico de la clase obrera.

Estamos presenciando desde hace varios años un ascenso sostenido de la lucha de clases a nivel internacional. En la coyuntura actual, el punto más alto lo están protagonizando las masas empobrecidas del Perú y la clase obrera de Francia y el Reino Unido. Pero desde 2018  hemos visto huelgas generales, movilizaciones masivas, semi-insurrecciones y rebeliones en una gran cantidad de países. Esto, y no el crecimiento de la derecha, es lo más dinámico de la situación mundial.

En 2018 irrumpieron los chalecos amarillos en Francia, se produjo la rebelión juvenil en Nicaragua, las luchas de las mujeres comenzaron a inundar las calles y un levantamiento en Sudán recibió a  2019, año en que el ascenso pegó un salto espectacular: Chile y el Líbano se levantaron y las movilizaciones se hicieron masivas en Hong Kong, Irak, Ecuador, Haití, Puerto Rico, Bolivia, Colombia, Honduras.

En 2020, aunque el inicio de la pandemia atemperó parcialmente el ascenso no evitó que se produjeran enormes movilizaciones en EE.UU. a partir del asesinato de George Floyd, que reactivó a nivel internacional el movimiento Black Lives Matter. En Bielorrusia un levantamiento contra el fraude electoral puso al dictador Lukachenko contra las cuerdas, se produjeron nuevas revueltas en el Líbano e Irak, huelgas generales en India, Myanmar y protestas en Irán, Argelia, Bolivia y el Fora Bolsonaro se trasladó a las calles en Brasil.

En 2021 la rebelión se extendió a Colombia, hubo grandes movilizaciones en Cuba, Paraguay, Rusia, y 2022 arrancó con un levantamiento en Kazajistán, la organización de una resistencia masiva del pueblo trabajador ucraniano para hacer frente a la invasión rusa, paros nacionales en Ecuador y Panamá, una semi-insurrección en Sri Lanka y terminó con las huelgas en Europa y la revolución que aún continúa en Perú.

Aunque el epicentro del ascenso vienen siendo Latinoamérica y Medio Oriente, se han dado procesos y rebeliones en todas las latitudes, evidenciando que estamos transitando una nueva etapa mundial. Es muy importante la oleada huelguística en el Reino Unido, ya que evidencia un cambio cualitativo luego de un par de décadas condicionadas por la derrota de Margaret Thatcher a la heroica lucha de los mineros; y también el proceso de movilización en Francia contra la reforma jubilatoria.

La contradicción más importante de la etapa sigue siendo la ausencia de direcciones revolucionarias con una acumulación suficiente en el movimiento obrero como para incidir en el resultado de las luchas y en las semi-insurrecciones que se vienen desarrollando. Esta es la explicación de fondo de por qué la mayoría de estos procesos no logra triunfos categóricos, son desviados por los mecanismos de la reacción democrática o derrotados por la represión estatal.

Tenemos que detenernos en analizar las debilidades del ascenso y discutir cómo las contrarrestamos. En la mayoría de los procesos más álgidos la clase obrera no viene participando con fuerza y de manera organizada. Las semi-insurrecciones que hemos visto tienen una composición popular, donde los trabajadores intervienen pero de manera individual y no a través de sus organizaciones sindicales. Éstas, controladas en su mayoría por burocracias pro-burguesas y conciliadoras, trabajan desde un inicio para impedir que la clase obrera se transforme en protagonista. Hasta ahora no hemos presenciado desbordes significativos de los viejos dirigentes y las huelgas generales y movilizaciones que éstos se ven obligados a llamar se utilizan para descomprimir y no para profundizar la lucha. Al no ser la vanguardia la clase obrera, tampoco se facilita el surgimiento de organismos democráticos y la coordinación de los distintos sectores en lucha.

La rebelión que sacude Perú tiene todas estas debilidades. Sin embargo ya lleva dos meses y no han podido detenerla. Las masas campesinas, los pueblos originarios, la juventud y el pueblo pobre están protagonizando una verdadera revolución. Mientras el gobierno ilegítimo de Dina Boluarte junto al Congreso corrupto profundizan la represión, sectores de la derecha, la centroizquierda y la burocracia de la CGTP se unen pidiendo adelantamiento de las elecciones para desviar la rebelión hacia las urnas. Garrote y zanahoria para intentar mantener en pie un régimen muerto y un sistema colapsado.

En Perú la consigna de Asamblea Constituyente es muy sentida en el movimiento de masas, como lo fue en la rebelión chilena. Pero tenemos que alertar al movimiento de masas que sin derrotar primero al gobierno y desmontar la institucionalidad que montó el fujimorismo, algo que solo se puede lograr profundizando la movilización, una elección constituyente puede transformarse en una trampa, como sucedió en Chile. Por eso esta consigna no puede ser el centro de la política de los revolucionarios. Lo central es la continuidad de la movilización y la exigencia a la central obrera para que convoque una huelga general hasta que caiga el gobierno y el llamado a que tomen el poder las organizaciones de los sectores en lucha. Sólo así se podrán tomar las medidas más urgentes a favor de las mayorías populares y llamar a una Constituyente libre y soberana para reorganizar el país sobre nuevas bases.

Tenemos que sacar conclusiones de los procesos en los que estamos participando. Hacer análisis precisos y objetivos, única forma de tener políticas correctas para intervenir y construirnos ganando a los mejores luchadores para nuestros métodos organizativos y nuestro programa.

Los capitalistas no tienen hoy fuerza suficiente como para infligir derrotas históricas a las luchas que se desarrollan y aunque los problemas de dirección de nuestra clase y los sectores populares tampoco les permiten resolver la crisis capitalista a su favor, se seguirá luchando contra los ataques  al nivel de vida y el autoritarismo creciente. Por eso la perspectiva que visualizamos es hacia una profundización del ascenso, con más huelgas, movilizaciones y rebeliones recurrentes.

Nuestro desafío es aprovechar en cada país esta nueva etapa para foguear a nuestros cuadros más jóvenes, estructurarnos social y políticamente en la clase obrera y los sectores más dinámicos del movimiento de masas y pegar saltos en nuestra construcción, siendo consientes de que estamos recién en los inicios de un proceso que tenderá a profundizarse y nos dará múltiples oportunidades para avanzar.

Solo si avanzamos en la construcción de fuertes organizaciones socialistas revolucionarias en esta etapa y logramos dirigir sectores de nuestra clase podremos transformarnos en un factor objetivo que contrarreste las debilidades de los procesos, ayude al movimiento obrero a jugar el rol estratégico que se necesita y disputar el poder en las próximas rebeliones y revoluciones que se produzcan. Solo así lograremos que la situación pre-revolucionaria que atravesamos no termine retrocediendo, se transforme en revolucionaria y podamos cambiar la historia.

VII. El ecosocialismo como aporte a la revolución

La catástrofe socioambiental provocada por la matriz de producción, consumo y el régimen de propiedad privada-monopólica del capitalismo, posiblemente sea uno de los retos más imponentes de nuestro tiempo histórico: activar un verdadero operativo de salvataje de nuestra civilización, arrebatando al capital y la burguesía imperialista todos los resortes de la economía y reorganizando todo sobre nuevas bases. Lejos de todas las recomendaciones científicamente irrefutables sobre la necesidad de encarar una urgente transición energética post-fósil, el mundo asiste a un salto en la petro-dependencia y la re-carbonización. La guerra en Ucrania, al limitar el suministro, no hizo más que incentivar la inversión en las formas más dañinas de generación de energía aumentando el calentamiento planetario. Las principales corporaciones despliegan a escala mundial una renovada ofensiva de imperialismo extractivista: megaminería, el agronegocio e incluso la cementación en los principales enclaves urbanos del mundo. La irracionalidad del capital, alimentada por la ley de la ganancia, está detrás de los eventos climáticos extremos que vemos desde Australia y Asia del Sur, hasta Europa Occidental, Sudamérica o el Caribe con consecuencias nefastas para las masas pobres.

A la vez, atravesamos una dura lucha ideológica frente a este panorama. Los negacionistas de derecha resultan directamente absurdos en sus planteos. Sin embargo, juegan un papel confusionista que tenemos que combatir. Las variantes de capitalismo verde se proponen “incentivar” a los propios capitalistas contaminadores para una reconversión ecológica: utopía reaccionaria. Desde el reformismo se difunde otra quimera insostenible: el Green New Deal impulsado desde el ala izquierda de los demócratas en EE.UU., como una especie de keynesianismo verde, que al final fomenta la falsa idea de que sin tocar la propiedad privada de los grandes monopolios hidrocarburíferos, coexistiendo con el capital contaminador, se puede revertir el desastre. Una falsedad total.

En la izquierda marxista también hay debates. Desde corrientes de un cerrado dogmatismo que se niegan a asumir la necesidad de repensar medidas programáticas y enriquecer el bagaje del socialismo revolucionario, hasta el revisionismo verde, que romantiza nuevos sujetos y posterga a la clase obrera como eje articulador y al partido revolucionario mundial para la acción como estrategia. Con cierto peso en el activismo, hay dos autores que aportan elementos de análisis, a la vez que plantean salidas que no compartimos: el “comunismo decrecedor” de Kohei Saito o la lógica del sabotaje y la resistencia civil de Andreas Malm, opuestos a la expropiación, planificación democrática y el desmantelamiento del Estado burgués.

Por otra parte, crece el movimiento de activismo que ganó vitalidad internacional a partir de 2018 con las conocidas huelgas climáticas, pero que tiene expresiones regionales importantes en todo el mundo, donde incluso, aunque de forma incipiente, sectores orgánicos de la clase obrera empiezan a jugar un papel con sus propios métodos. Si bien por ahora el peso predominante es de la juventud, aunque con una extendida simpatía creciente en otras franjas del movimiento de masas. Nuestra responsabilidad como socialistas revolucionarios e internacionalistas consiste en ser los mejores militantes activistas de estas luchas, vincularnos a lo mejor de su vanguardia, intervenir en los eventos internacionales, regionales y nacionales de la temática, planteando nuestra salida antisistémica, revolucionaria, ecosocialista e internacionalista, tratando de reclutar a los mejores elementos para la construcción de la LIS y sus secciones. En ese camino estratégico, la táctica de construir una potente corriente ecosocialista de ideas y acción militante en el movimiento socioambiental, como agrupamiento de la LIS y sus secciones nacionales, es una hipótesis de intervención y construcción que tendremos que explorar según sean las condiciones específicas en cada país o región.

Nuestros ejes programáticos plantean expropiar a los contaminadores; reconversión industrial, energética y profesional de los propios trabajadores, para una producción que apunte a asegurar valores de uso social necesarios, con control obrero de la producción, con planificación democrática nacional, regional e internacional, aboliendo la propiedad privada, las fronteras nacionales y apostando a la estrategia de una colaboración sin asimetrías imperialistas entre los pueblos del mundo. La reeducación social-cultural del consumo de masas, no para una “ética de la privación” sino para el disfrute consciente y no-alienado de toda la riqueza que produce la clase trabajadora, será una tarea para encarar en el marco de una revolución social global y con apoyo de la innovación tecnológica con estos propósitos, y no para reemplazar trabajo humano para tener rentabilidad privada. Marx decía que el capitalismo había fracturado el metabolismo entre la civilización y la naturaleza, al agotar las dos fuentes principales creadoras de riqueza: la fuerza de trabajo y los ecosistemas. Nuestra tarea estratégica consiste en restaurar esa dialéctica bajo otra racionalidad social, con otra lógica humana y universal: el socialismo mundial con democracia y consciencia de los límites físicos de la naturaleza.

VIII. Género: reflujo de la ola, luchas y debates

De 2015 a 2019, con desigualdades por país y región, en el mundo se dio una verdadera oleada de ascenso del movimiento feminista y, en menor medida, del movimiento LGBT. Entre otros, sus motores principales fueron la movilización contra la violencia machista y el derecho al aborto, avance este último que se conquistó en Argentina, Irlanda y otros países.

No sigue el auge de dicha ola, sino más bien hay un cierto reflujo. Algunos logros de la lucha, la pandemia y la contraofensiva reaccionaria anti-derechos llevaron al actual impasse. Esto no implica que no surjan procesos de lucha, pero no alcanzan la magnitud y radicalidad del período previo.

El punto más alto del último período ha sido el proceso de movilización de las mujeres en Irán contra el uso obligatorio del velo islámico, iniciada ante el asesinato de Mahsa Amini por la policía religiosa, y que a su vez detonó el descontento popular acumulado en una verdadera rebelión contra el régimen teocrático y capitalista dictatorial de los mullah.

El recorte al derecho al aborto en los EE.UU. es parte de una contraofensiva reaccionaria político-religiosa. Así, atravesamos una verdadera pulseada entre recortar derechos versus defenderlos o ampliarlos. Es que en busca de revertir su crisis sistémica, el capitalismo ataca todos los derechos: económico-sociales, laborales y sindicales, jubilatorios, humanos, democráticos y civiles, ambientales y también los derechos de las mujeres y personas LGBT y no binarias. En respuesta, se producen luchas. Es clave intervenir en ellas, ya que actúa una vanguardia juvenil radical que rápidamente hace la experiencia con las instituciones y partidos del sistema, rompe con ellos y está abierta a las ideas revolucionarias. Entre las principales organizaciones e ideologías competidoras podemos señalar:

  • El reformismo de toda especie, cuyos aparatos aún mantienen relativa influencia y su línea es frenar y desviar los procesos progresivos de lucha y organización hacia las vías institucionales.
  • El feminismo “radical” o radfem, que ubica como enemigo principal al patriarcado y al hombre-macho por fuera de la estructura de clases sociales, siendo así funcional al capitalismo.
  • Las políticas de identidad, que al dar prioridad política y organizativa a las diferencias existentes (raza, género, migrantes, etc.) llevan al divisionismo, debilitan las luchas y es la corriente más anti-partido revolucionario.
  • El mandelismo, que plantea un movimiento feminista “autónomo” y considera al movimiento obrero como de rango similar a éste, al LGBT, al ambiental o al anti-racista, diluyendo el rol dirigente de la clase.

Frente a estas posturas erradas, postulamos un feminismo militante socialista y revolucionario. La opresión patriarcal es intrínseca a la explotación capitalista, ya que el trabajo doméstico femenino gratuito le rinde beneficios económicos a la burguesía. Evitamos también el abstencionismo sectario ante esas luchas: con más de un 40% de mujeres, más los gays, y sufriendo mayor desempleo, precarización y menores ingresos, las cuestiones de género forman parte de la vida cotidiana de la propia clase trabajadora.

IX. La importancia de la juventud

La juventud es particularmente afectada por la crisis del capitalismo en todas sus expresiones. La desocupación entre los jóvenes en todo el mundo supera ampliamente, a menudo duplicando, la de la población en general. Son los más afectados por el trabajo precario y la inestabilidad. Las políticas de ajuste restringen el acceso a la educación pública y degradan su calidad. En todo el mundo crece la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan, quienes además son criminalizados, perseguidos y frecuentemente asesinados por los aparatos represivos de los Estados burgueses. El capitalismo no ofrece nada a la juventud, los deja sin oportunidades, sin proyecto, sin esperanza y sin futuro.

No es casualidad que sean los jóvenes quienes más fácil y frecuentemente lleguen a la conclusión de que no tienen nada que perder, están al frente de las rebeliones y revoluciones que recorren el mundo y levanten las posiciones más radicales. Los jóvenes son la vanguardia del ascenso de la lucha de clases de los últimos años. Levantaron y sostuvieron la primera línea de las rebeliones en Chile y Colombia; estuvieron a la cabeza de la rebelión del Black Lives Matter en EE.UU. y de los estallidos en el Líbano, Irán e Irak; están hoy a la cabeza de las huelgas generales y movilizaciones masivas en Francia y la insurrección en Perú; y en general se encuentran a la vanguardia de todos los procesos de movilización, rebeliones y revoluciones, así como entre las camadas más activas y militantes en el movimiento obrero, en las huelgas y en los procesos de renovación sindical.

De manera más destacada, la juventud es propulsora de los movimientos y las luchas en defensa del medioambiente, por los derechos de la mujer y del movimiento LGBT, temas que preocupan y conmueven a la juventud en especial. Aunque en estos años no han habido grandes movimientos reivindicativos estudiantiles, la defensa y la lucha por la educación pública es también un tema importante y sensible para la juventud.

Por todo esto, la juventud siempre ha sido, y lo es más todavía en esta situación de crisis sistémica del capitalismo y ascenso de la lucha de clases, un sector estratégico para la construcción de partidos revolucionarios. Sólo empalmando con los jóvenes radicalizados que componen la vanguardia de los procesos de movilización y ganándolos para la la salida estratégica de la revolución socialista mundial podremos construir nuestros partidos y nuestra internacional con lo mejor de la vanguardia de la lucha de clases mundial.

X. Construyamos partidos con influencia de masas y un polo de reagrupamiento internacional

La dinámica de la crisis capitalista nos plantea que la única posibilidad de interrumpir el curso acelerado hacia la barbarie y la extinción a la que nos conduce la clase dominante actual es con el triunfo de la revolución socialista mundial. Las masas están haciendo su parte; año tras año se suceden rebeliones y revoluciones en todas las regiones del mundo. Pero en ninguna, hasta ahora, ha habido una organización revolucionaria con la acumulación, influencia, capacidad e intención de disputar y ganar la dirección de esos procesos para llevarlos hacia la revolución socialista. Este sigue siendo el problema de los problemas.

Hemos visto fracasar todos los intentos de combatir o evadir este problema. Las teorías autonomistas que florecieron tras la caída de la URSS, de que se podía cambiar el mundo sin tomar el poder, han sido refutadas reiteradamente por la realidad. Siempre que el poder ha quedado en manos de la burguesía, ésta lo ha empleado para aplastar cada movimiento que la desafiara.

Hoy algunos cuestionan la validez de construir partidos revolucionarios cuestionando que sea posible el objetivo estratégico de los mismos. Si la revolución no está planteada, es inútil una organización cuya razón de ser es dirigirla. Si sólo está planteado luchar por mejoras democráticas y sociales dentro del sistema capitalista, es mejor limitarse a construir partidos amplios con un programa limitado a esas reivindicaciones.

Sostenemos que esa perspectiva es errada, escéptica, posibilista y reformista. Lo único que impide el triunfo de la revolución socialista en la actualidad es la ausencia de organizaciones revolucionarias estructuradas en el movimiento obrero y con peso para disputar la dirección de los procesos revolucionarios que efectivamente suceden uno tras otro y continuarán sucediendo. Consecuentemente, nuestra tarea estratégica es construir esas organizaciones revolucionarias, leninistas, basadas en la formación de cuadros profesionales y un régimen democrático y centralizado para el combate por el poder.

Como no nos proponemos construir sectas testimoniales sino ganar influencia de masas y captar a lo mejor de la vanguardia, tenemos que estar abiertos a participar de determinadas experiencias anticapitalistas amplias cuando éstas logran captar la simpatía de franjas importantes de trabajadores y jóvenes que giran a la izquierda. Por eso, sin perder nunca nuestra independencia política y organizativa, somos parte del ala izquierda del PSOL en Brasil. Pero no podemos confundir esas u otras tácticas, como puede ser el FIT-U en Argentina, con nuestra estrategia, que pasa por la construcción de partidos bolcheviques. Estas tácticas son útiles en la medida en que nos ayudan a construir el partido revolucionario y la experiencia demuestra que no duran para siempre. Tenemos que estar preparados para cuando dejan de ser progresivas y la realidad nos obligue a delimitarnos.

Todas nuestras organizaciones, desde las más grandes a las más pequeñas, tienen que tener una orientación para construirse en los sectores más dinamicos de la clase obrera y prestarle particular importancia al proletariado industrial. Tanto para ser una referencia nacional hacia la vanguardia, como para incidir en los períodos de alza de la lucha de clases y mucho más cuando se dan rebeliones como las que estamos presenciando en algunos países, es fundamental dirigir sectores de nuestra clase. El trabajo y crecimiento en la juventud, que es clave para la formación de cuadros, tiene que estar al servicio estratégico de estructurarnos más en la clase obrera.

Una herramienta fundamental para construir nuestros grupos y partidos nacionales viene siendo la existencia y el dinamismo que ha ido adquiriendo nuestra Liga Internacional Socialista. A su vez, ese crecimiento que estamos logrando en el plano internacional demuestra que en el mundo existen condiciones cada vez más favorables para avanzar en el reagrupamiento de las y los revolucionarios.

La fuerza de la LIS reside en su proyecto, que intenta unir en una misma organización a compañeros y compañeras que provenimos de distintas tradiciones, no solo a partir de bases programáticas principistas, sino también y fundamentalmente de un método sano, de respeto mutuo, sin imposiciones de ningún tipo, profundamente democrático, para intentar ir avanzando hacia una nueva tradición superadora de las existentes.

Propagandizar el proyecto de la LIS en cada uno de nuestros países e impulsar fuertemente las campañas e iniciativas internacionales no solo puede permitirnos transformar a nuestro reagrupamiento mundial en un polo de atracción, sino ayudarnos de manera cualitativa a pegar nuevos saltos en nuestra construcción.